Estoy
en mi casa, confinado, siguiendo las recomendaciones de las
autoridades competentes. En mi caso, siendo mi lugar de trabajo un
centro sanitario, podría haber seguido llevando a cabo mis labores
en mi consulta, pero he decidido suspender toda actividad presencial. Porque quedarme en mi hogar es mi humilde manera de ayudar a que esta
crisis pase lo antes posible y haciendo un daño mínimo. Sigo
respondiendo a correos, contestando llamadas y haciendo algunas
sesiones por video conferencia.
Y
a parte de recuperar cosas que tenía abandonadas y que me sientan
muy bien (meditación, ejercicios para cuidar mi dañada espalda,
tocar la guitarra…), algo en lo que gasto mucho tiempo es en mirar
por las ventanas. Si, tengo varias a las que asomarme, aunque algunas
son un tanto atípicas. No hablo de aquellas que abro para
aplaudir a los trabajadores sanitarios a las 20:00 o para comprobar si hay
mucha cola en el supermercado de enfrente (y decidir, por tanto, si
es buen momento para bajar a hacer la compra). Me estoy refiriendo,
más bien, a las ventanas de gran angular que me permiten ver lo que
está sucediendo muy lejos de donde estoy. Una
de ellas, la que cabe en la palma de mi mano, es la que más luz trae
al interior de mi hogar. A través de ella veo a toda la gente que
hace lo posible (y más) por afrontar la situación; no solo los
profesionales, si no también los que aportan su granito de arena
dentro de su comunidad (ya sea autónoma o de vecinos) y hacen la vida
más llevadera a los que están a su alrededor.
No
voy a hablar de lo que hacen los médicos, ya estamos todos al tanto
y sabemos el papel que están jugando. Quiero hacer mención a otros
especialistas a los que veo constantemente desde mis ventanas, por
razones evidentes: psicólogos clínicos de los diferentes servicios
de salud de España. Quien me conoce sabe bien que, aunque me dedique
a la práctica privada (con alguna reciente y breve incursión en un
centro de salud mental infanto-juvenil del Servicio de Salud del
Principado de Asturias), soy un defensor a ultranza de la sanidad
pública. Tengo la suerte de estar en contacto con muchas personas
especialistas en psicología clínica que trabajan en ella y se que
hacen una labor intachable. Desde
hace quince días no hace más que venirse a mi mente una palabra,
cada vez que los veo pasar al otro lado de la ventana: admiración.
Aquí
viene un poco de ambivalencia. Por un lado, el alivio de no tener que
estar ahora mismo trabajando, exponiéndome y exponiendo a otros al
riesgo de contagio, lidiando con situaciones muy duras en los que se
encuentra mucho estrés y sufrimiento, tanto de los pacientes y sus
familiares como de los profesionales de ayuda. Por el otro, cierta
envidia de mis compañeros que con tanto valor e implicación
trabajan sin descanso por proporcionar a unos y otros todo lo que la
atención psicológica especializada puede ofrecer en situaciones
como la actual.
Desde
que empezó el estado de alarma, los veo moverse sin descanso,
buscando información científica sobre cómo actuar en estos casos,
leyendo incansablemente, compartiendo artículos, libros y recursos
útiles, reorganizando y adaptando su actividad profesional, creando
protocolos para atender a pacientes y compañeros sanitarios,
atendiendo por teléfono, por correo electrónico… Yo los observo a
través de diferentes ventanas: una que da a un grupo de psicólogos
clínicos del SESPA, atendiendo ahora mismo 24 horas al día llamadas
de personas que necesitan atención, apoyo u orientación; otra que
da a las listas de correo de ANPIR, en donde el intercambio de
información y material no cesa ni un minuto; otras
más pequeñitas me muestran lo que amigos y colegas de profesión
están haciendo en otras ciudades; y también, por supuesto, la que
queda en frente de las redes sociales, una zona bulliciosa como
pocas.
Nunca
había visto tan implicada a la comunidad de la psicología clínica
como en estos momentos. Prueba de ello fue lo que sucedió ayer:
alrededor de 600 personas asistimos a una sesión formativa sobre
atención psicológica en estos casos, realizada con maestría por
Francisco Duque, psicólogo clínico del Hospital Gregorio Marañón. A pesar de lo novedoso de las circunstancias (¿quién podía predecir que nos veríamos en estas?), la respuesta está siendo tan rápida y profesional, por parte de todos, que casi marea.
No
hay duda, ahora mismo lo más
importante es la atención médica a los pacientes y la colaboración
ciudadana para lograr ir reduciendo el número de contagios. La
psicología clínica ayuda y tendrá un papel importante en los
próximos meses, pero quienes están salvando vidas no somos
nosotros. Sin embargo, como la temática de este blog es la que es,
quería aprovechar para decir bien alto lo siguiente: os observo compañeras y compañeros;
sois admirables.