Hay
profesiones en las que no importa lo mucho que sepas, siempre quedan
cosas que aprender y margen para mejorar tu desempeño. La de los
especialistas en psicología clínica es una de ellas (y
probablemente también la de otros ámbitos de la psicología).
Hacemos un trabajo que implica un desarrollo profesional constante,
donde la actualización y el reciclaje de conocimientos son
fundamentales si queremos ayudar de la manera más eficaz a las
personas que requieren nuestros servicios.
Aquí
hablamos de un conocimiento en construcción, con mucho por
descubrir. Si bien es cierto que hemos avanzado bastante y estudiado a
fondo todo lo relacionado con la psicoterapia y los tratamientos
psicológicos, demostrando sus efectos beneficiosos de manera contundente, también lo es el hecho de que nos falta mucho camino
por recorrer y tenemos varias asignaturas pendientes: conocer los
mecanismos de cambio de la terapia, reducir el porcentaje de casos que no mejoran, desarrollar una teoría que integre de forma
coherente todo lo que la investigación va demostrando (a veces,
cosas que se contradicen mutuamente), etc.
Algunas
personas han criticado en más de una ocasión nuestra formación,
haciendo referencia a lo que ellas consideran carencias del PIR, como
si fuera la única base de nuestra adquisición de habilidades y
conocimientos. Sin embargo, no es poco frecuente encontrarse con
clínicos con varias décadas de experiencia a sus espaldas que
siguen acudiendo a cursos hasta el momento de su jubilación. Es lo
que se denomina formación continuada. Son varias las maneras
que uno puede escoger para seguir aprendiendo y mejorando. Sirva como
ejemplo mi humilde historia personal de formación, teniendo en
cuenta que más o menos, hasta donde yo conozco, es parecida a la de
la mayoría de los especialistas* (y probablemente en mi caso el
número de horas es pequeño en comparación con la de otros
compañeros).
PIR
(Psicólogo Interno Residente): 6.600 horas.
En
el caso de los psicólogos clínicos, la base de la formación se
encuentra en el PIR, una experiencia de aprendizaje que abarca cuatro
años fundamentalmente prácticos (no en vano, se trata de una
actividad debidamente remunerada y con un nivel de responsabilidad
creciente), siendo el porcentaje dedicado a contenidos téoricos de
entre un 15% y un 20%, y existiendo, en algunos casos, una parte de
la actividad dedicada a la investigación. A las 6.600 horas
aproximadas de formación hay que añadir el tiempo extra
dedicado a actividades de atención continuada, realizadas en horario
de tarde y cuya cantidad mensual varía entre unidades docentes. En
mi caso, supusieron 600 horas más que no he incluido en mi cálculo.
Un
artículo reciente (Reflexiones sobre la formación en Psicología Clínica: el camino hacia la Pericia), ha analizado de cerca algunos
aspectos del PIR. Los autores han logrado explicar de forma clara y
sincera lo que supone la residencia, aportando reflexiones como la
siguiente: “Nuestra formación actual reúne condiciones que, en
contraste con otras propuestas formativas menos exhaustivas (cursos
de experto, másteres...), favorece la revisión y perfeccionamiento
sucesivo de la práctica clínica en una amplia diversidad de
contextos y durante un período de tiempo prolongado, así como la
disponibilidad de figuras profesionales especializadas que supervisen
el desempeño en la práctica clínica. No obstante, sentimos la
necesidad de plantearnos potenciales cambios que permitan que los
residentes iniciemos el camino hacia la excelencia profesional ya
desde esta etapa inicial de nuestra formación. Más que dar con
medidas específicas, pretendemos hacer propuestas generales que
sirvan como estímulo para el debate y la reflexión persiguiendo de
esta manera la integración de nuevas maneras de aprender en la
formación PIR que nos permitan acercarnos a la pericia clínica”.
Y, también: “...el objetivo último, que es propiciar al
paciente el mejor cuidado posible. Este objetivo requiere la revisión
de los errores profesionales para poder resolverlos. Cuando los
errores se ocultan perdemos la meta de nuestra propia profesión,
emprendiendo acciones que van más en la dirección de proteger
nuestro propio ego que de cuidar al paciente”.
Formación
universitaria de posgrado: 1690 horas.
Algo
habitual en este trabajo es ver a compañeros y compañeras realizando
uno o varios másteres universitarios, normalmente centrados en
modelos específicos de terapia, pero también dedicados a ámbitos
de intervención concretos (psicología clínica infantil, terapia
grupal, terapia familiar…), investigación y otras cuestiones. Son
cursos que suelen durar varios años y requerir un trabajo activo por
parte del alumno (además de un desembolso económico importante) y
que no se limitan a un título de máster: aquí también caben
cursos de especialista universitario y de experto, por ejemplo. En un
breve tiempo, podré sumar un buen número de horas más a mi propio
contador en este apartado.
Formación
acreditada (CFC y COP): 1273 horas.
Incluyo
aquí todos aquellos cursos que no son impartidos por una universidad
pero que han sido acreditados por la Comisión Nacional de Formación Continuada (CFC) de las profesiones sanitarias y aquellos otros
acreditados por el Colegio Oficial de Psicólogos (COP). Los créditos
CFC no se dan a la ligera: para que una actividad formativa sea
acreditada por esta entidad hace falta que cumpla unos criterios
mínimos de calidad, por lo que es evaluada previamente por varios
expertos anónimos que se encargan de verificar que lo que se va a
impartir es lo suficientemente bueno. Normalmente se trata de cursos
breves, que pueden ir de las 8 horas a las más de 100 y abarcan
contenidos muy variados: tratamientos específicos, técnicas,
habilidades profesionales, métodos de evaluación, etc.
Formación
no acreditada por CFC o COP: 309,5 horas.
Otra
parte importante de nuestra formación está relacionada con cursos
no acreditados por la CFC o el COP, pero si por otras instituciones y
sociedades científicas. El hecho de que no se hayan acreditado no
implica que no ofrezcan contenidos de calidad; en la mayor parte de
los casos, lo que sucede es que ni siquiera se ha llegado a solicitar
dicha acreditación (por falta de tiempo para completar los trámites
u otros motivos). De nuevo, nos encontramos con cursos de duración y
contenidos muy variados.
Congresos
y jornadas: 363,2 horas.
La
asistencia a varios congresos y jornadas por año es una práctica
habitual de los clínicos. Ya sea para ponerse al día sobre temas
específicos o para presentar algún trabajo científico, son
momentos en los que la reflexión compartida se convierte en una
experiencia de aprendizaje muy valiosa. Muchos de estos eventos están
acreditados también (por CFC, COP y sociedades científicas), pero
he decidido clasificarlas en un lugar a parte por sus características
singulares.
El
aprendizaje informal: las horas que no se pueden contar.
Por
algún extraño motivo, a la mayoría todavía nos quedan fuerzas y
ganas para hacer otras cosas que contribuyan a nuestro desarrollo
profesional, cuando no nos encontramos haciendo tareas del máster,
asistiendo a cursos y preparando alguna ponencia para el próximo
congreso. Se trata de un aprendizaje más informal, pero no por ello
menos válido, y que dividiría en tres tipos:
-
La lectura obsesiva (y acumulación descontrolada) de libros y artículos sobre psicología clínica.
-
Las conversaciones con otros colegas de profesión.
-
La supervisión (de la que ya hablé en esta otra entrada).
En
definitiva, aunque el título de especialista en psicología clínica
se obtiene tras cuatro años de una formación que garantiza unas
competencias y habilidades terapéuticas mínimas, el psicólogo
clínico no deja de hacerse a sí mismo a lo largo de toda su carrera
y siempre está buscando la manera de mejorar su propio desempeño,
con la humildad y la curiosidad que esta profesión requiere.
*Por
supuesto, esto no quiere decir que otros profesionales de la
psicología no hagan también la misma o mayor cantidad de formación.
El objetivo de esta entrada no es comparar el bagaje de los clínicos
con el de otros psicólogos.
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