domingo, 9 de septiembre de 2018

8 de cada 100


Aquí he hablado mucho de los beneficios que puede aportar la psicoterapia. Pero no todo son buenas noticias. A pesar de que una gran parte de las personas que participan en un tratamiento psicológico logran alcanzar sus objetivos y superar sus dificultades, hay otras que no lo hacen. Y lo que es más preocupante: algunas incluso empeoran.

Como media, un 8% de las personas ven como el problema que les ha llevado a la consulta del profesional ha empeorado de forma significativa. Es decir, aproximadamente 8 de cada 100. A esto se le llama, en la literatura especializada, “deterioro”. Si tenemos en cuenta que existe una creciente demanda de atención psicológica especializada en nuestro país, nos podemos encontrar con que al final de cada año cientos de personas empeoran a pesar de recibir una intervención, la psicoterapia, que sabemos que es eficaz.

Más aún: en algunos estudios se han hallado porcentajes mayores. En 2002 Hansen y sus colaboradores hablaban de un porcentaje de deterioro del 14% en ciertos contextos. En 2010 otros autores señalaron que en el caso de la terapia con niños y adolescentes la cifra era todavía más alarmante, encontrando tasas de hasta un 24%. Según estos datos, ¡casi 1 de cada 4 niños empeoraría durante la terapia psicológica!

¿Qué significan estas cifras? ¿Es la psicoterapia la que hace que las personas se encuentren peor? Michael Lambert, uno de los mayores expertos mundiales sobre la investigación en este campo, ha señalado que no podemos establecer una conexión casual entre el tratamiento psicológico y los datos de deterioro. Según Lambert, en el caso de muchas personas su estado psicológico llevaba siguiendo una tendencia previa hacia el empeoramiento que ya resulta casi imparable. En otras ocasiones, durante el curso de la intervención ocurren determinados eventos en las vidas de las personas que nada tienen que ver con la terapia, pero que sin embargo les afectan profundamente. “Del mismo modo que los resultados positivos de la psicoterapia dependen en gran parte de las características de los pacientes, también ocurre igual con los resultados negativos”. Pero, como indica después, “por desgracia, hay motivos para creer que los terapeutas no son capaces de reconocer cuando un cliente está empeorando, a pesar de que existen métodos disponibles que ayudan a afrontar este problema”.

Así es, estas tasas de deterioro dependen en gran medida de ciertas características de las personas y de sus vidas, pero sería injusto atribuirles toda la responsabilidad de los resultados negativos. Es una actitud defensiva y nada terapéutica que el profesional de la psicología clínica explique el fracaso de la intervención en base a afirmaciones tales como “es un paciente difícil”, “no quiere cambiar”, “no hay nada que hacer con este tipo de trastornos”, etc. Al igual que nos damos mucha prisa en colgarnos medallas cuando las cosas salen bien, a pesar de que sabemos que el principal motor de cambio son los recursos de las propias personas que consultan, debemos asumir nuestra parte de responsabilidad cuando no se alcanza el progreso esperado o deseado.

Los datos no mienten: mientras que los porcentajes de resultados negativos son similares en tratamientos de las diferentes orientaciones teóricas consideradas eficaces, no ocurre lo mismo cuando se comparan unos terapeutas con otros. Los datos son muy dispares en función de quién sea el profesional que atienda un determinado caso. Lambert ha señalado que los mejores clínicos obtienen resultados negativos en alrededor del 5% de los casos, mientras que los peores lo hacen en aproximadamente el 11%. En definitiva, ser atendido por un profesional u otro duplica (o reduce a la mitad) la posibilidad de que las cosas empeoren.

Pongamos las cosas en su contexto y seamos claros. El fenómeno del deterioro es, desgraciadamente, frecuente en la mayoría de las intervenciones sanitarias. Muchos procedimientos médicos, por ejemplo, tienen probabilidades muy altas de terminar perjudicando la salud del paciente, a pesar de que los potenciales efectos beneficiosos sean enormes. Y, cómo explicaba más arriba, hasta los profesionales más expertos no pueden impedir que algunas personas abandonen o terminen la terapia peor de lo que la empezaron. Es algo que le sucede a todos los clínicos y que en la mayoría de los casos nada tienen que ver con el propio tratamiento. Tampoco con el modelo teórico. Mucho se ha criticado a determinados enfoques terapéuticos, pero lo cierto es que incluso en estudios realizados con terapia cognitivo-conductual se encuentran tasas similares. Este mismo año, Cuijpers y sus colaboradores han llevado a cabo un análisis de varias investigaciones sobre el tratamiento de la depresión (la mayoría de ellas realizadas desde un enfoque cognitivo-conductual) en el que encontraron porcentajes de deterioro que variaban desde el 4% hasta el 10%.

Por otro lado, el porcentaje de personas cuyo estado empeora es mucho mayor cuando no se lleva a cabo ningún tratamiento psicológico. Acudir a terapia, por tanto, sigue siendo mucha mejor opción que no hacerlo.

A pesar de la importancia del dato (especialmente para aquellos que forman parte de estos porcentajes de deterioro), muy pocas publicaciones sobre eficacia de la psicoterapia incluyen información sobre el número de personas en los que se observa este fenómeno. El citado estudio de Cuijpers señala que solo en el 6% de los trabajos revisados se incluyó este dato. ¡Solo en el 6%! ¿A qué se debe esto? ¿Nos avergonzamos quizás de estos resultados?

De nuevo, no hay que avergonzarse (¡pero tampoco enorgullecerse!). Aceptar que esto sucede es un primer paso para que se pueda investigar a fondo y así abrir la posibilidad a encontrar soluciones. El hecho de que algunos clínicos obtengan mejores resultados que otros nos indica que es posible mejorar el rendimiento de los profesionales si descubrimos los mecanismos implicados que permitan tal cosa de manera que podamos incluirlos en los planes formativos y de supervisión clínica.

Afortunadamente, disponemos de investigaciones que demuestran la eficacia de determinadas actuaciones terapéuticas que permiten disminuir el porcentaje de resultados negativos. Puesto que los psicólogos clínicos y otros trabajadores de la salud mental somos muy poco precisos a la hora de reconocer si una persona está empeorando o no, se hace necesario utilizar medidas válidas que permitan monitorizar la evolución de cada caso. De esto ya hablé recientemente en este artículo. A partir de ahí, se pueden implementar diferentes medidas que permitan realizar una toma de decisiones que ayuden tanto a clínico como a consultante a hallar una forma de encauzar la situación y frenar el empeoramiento en curso. Michael Lambert ha tratado a fondo este asunto en su magnífico libro “Prevention of Treatment Failure: The Use of Measuring, Monitoring, and Feedback in Clinical Practice”.


En resumen, estas son algunas ideas clave a tener en cuenta: 
 
  • Si, algunas personas empeoran durante la terapia (8 de cada 100)… 
     
  • pero muchas menos en comparación con las que no acuden a tratamiento (quizás la mitad).

  • Son muchos los factores que influyen en los resultados negativos y no se puede decir que la causa del deterioro sea la propia psicoterapia.

  • El empeoramiento no lo provoca ningún modelo de terapia específico (y aquí me estoy refiriendo a los tipos de psicoterapia que han mostrado su validez, no a cualquier cosa). Sin embargo, si que hay profesionales que obtienen mejores resultados que otros.

  • Existen métodos eficaces para reducir estos porcentajes y, por consiguiente, ayudar a más personas a mejorar su situación.

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