martes, 25 de octubre de 2016

El uso de tareas en terapia (II)

¿Cómo “vender una tarea”? Es una pregunta que muchos nos hacemos cuando queremos proponerle alguna cosa diferente a alguien. En ocasiones la cuestión no es tan difícil de resolver. Por ejemplo, es fácil que una persona que evita situaciones que le causan ansiedad (por ejemplo, lugares cerrados) comprenda nuestras explicaciones acerca de la importancia de la exposición como método para solucionar su problema y que por lo tanto esté de acuerdo en llevar a cabo la técnica. La cosa se complica cuando queremos proponer ideas que pueden resultar extrañas, ilógicas o paradójicas. Aquí hace falta presentar la prescripción de tal manera que cobre sentido para su destinatario.

Previamente a hacer cualquier prescripción es importante que se haya llegado a un acuerdo acerca de cuál es el problema, cuáles son los objetivos y qué papel juega el terapeuta en ayudar a alcanzarlos. Es decir, crear las condiciones necesarias para un contexto de cambio, potenciando el efecto de la relación terapéutica en si misma y de los factores comunes asociados. La condición necesaria para poder pedirle a un consultante que haga algo es que exista una buena relación terapéutica. Este es un requisito indispensable para que cualquier tipo de psicoterapia funcione de forma eficaz. No podemos esperar que si existe una mala relación con la persona que atendemos esta vaya a seguir nuestras indicaciones. La fuerza de esta relación puede determinar el tipo de cosas que podemos solicitar: cuanta más seguridad, confianza, acuerdo y, en definitiva, vínculo, habrá más posibilidades de que las consultantes acepten sugerencias más complicadas o insólitas. La calidad de la alianza es inestable y varía entre sesión y sesión, así que es recomendable que el profesional compruebe la percepción que sus clientes tienen de aquella. Esto se puede hacer preguntando directamente o mediante el uso de cuestionarios que evalúan la relación terapéutica.

Otro aspecto a tener en cuenta es la teoría del problema que tiene el cliente (a qué factores atribuye lo que le sucede) y su teoría de la solución (qué piensa que hace falta para arreglarlo). El diseño de la tarea debe acomodarse a estas circunstancias de manera que pueda ser mejor aceptada. Para ello es importante fijarse en las respuestas que las personas van dando a nuestras preguntas y sugerencias, tanto a nivel verbal como (y sobre todo) no verbal. Comprobar si se acepta cada paso que vamos sugeriendo. En este punto podríamos hacer mención a lo que se llama “la postura del cliente”. Steve de Shazer, una figura destacada dentro de la escuela de la psicoterapia centrada en soluciones, propuso un esquema para adaptar la prescripción de tareas a la respuesta de la consultante. Por ejemplo:
  • Si pedimos una tarea y en la siguiente sesión nos informan de que no la hicieron, no se vuelven a proponer tareas.

  • Si pedimos una tarea y se hizo, pero modificando algún aspecto, se proponen tareas modificables.

  • Si se hizo lo contrario a lo que se solicitó, se hacen prescripciones paradójicas.

Algunos autores dentro de la psicoterapia sistémica breve también tienen en consideración diferentes “posturas” de los clientes: si este es “visitante” (aquel que acude a consulta por mandato de otras personas, pero que no cree que tenga un problema), no se prescriben tareas; si es un “comprador” (solicita activamente sugerencias para hacer y está motivado para ello), se dan directivas; si se trata de un cliente “demandante” (se queja del problema, pero no logra hacer lo que se le propone), se procede pidiendo tareas indirectas y de observación, etc.

Desde el Modelo Transteórico de Prochaska y DiClemente (conocido por su difusión a través de los trabajos sobre entrevista motivacional) se tiene en cuenta la fase en que se cuentra la persona dentro del proceso de cambio. Estos autores describen una serie de etapas con características diferentes, de acuerdo a la motivación de la persona, por los que se pasa cuando uno se plantea cambiar una conducta. Por ejemplo, la fase de “precontemplación” se caracteriza por la ambigüedad entre cambiar o seguir igual y mientras no se resuelva esta, no estaría indicado sugerir una tarea que fuera en una u otra dirección, lo cual si sería pertinente en una persona que atraviese la fase de “preparación para la acción” (está dispuesto a empezar a cambiar en un futuro próximo).

En el más que recomendable libro “La Táctica del Cambio” (de Fisch, Weakland y Segal) tenemos un buen puñado de recomendaciones acerca de cómo llevar una terapia, muchas de las cuales se pueden aplicar al diseño de tareas, como por ejemplo: seguir el ritmo del consultante y aprovechar las oportunidades adecuadas, contar con el tiempo suficiente para preparar la intervención (no apresurarse), utilizar el lenguaje del cliente, adoptar una actitud igualitaria, ser concreto... Estos autores afirman que “el hecho de saber cuál es la posición del cliente nos permite determinar las directrices necesarias para encuadrar una sugerencia, de modo que sea probable que el cliente la acepte”. Para ello hacen recomendaciones como evitar la resistencia del cliente, aceptando sus afirmaciones, reconociendo sus valores y evitando comentarios provocativos o poco creíbles; estimular su colaboración, presentando la tarea de un modo coherente con su postura; seguir tres directrices básicas, formuladas a modo de preguntas que debe hacerse la terapeuta:
  • ¿Cuál es la principal postura del cliente con respecto al problema?

  • ¿Cómo conseguir reducirla del mejor modo posible a su valor o impulso esencial?

  • ¿Cómo formular lo que yo quisiera que hiciera el cliente para solucionar su problema de un modo coherente con su postura?

En su Manuel de Orientación y Terapia Familiar, Ríos González señala que “debe prescribirse cuando aparezca un momento idóneo al hilo de desarrollo de la sesión. Esto (…) debe estar regulado por otro criterio importante: no debe prescribirse sin haber logrado poder sobre el sistema familiar” y añade otras indicaciones como dar la prescripción en el momento en que parezca clara su conexión con lo que se estrá tratando, hacerlo lentamente, repetirla varias veces y no dejarla para el final.

Rodríguez-Arias Palomo también propone un esquema para elegir qué tipo de tarea dar en función de la postura de la cliente (ver el siguiente cuadro) y de la modalidad de cooperación de este.

Basado en Rodríguez-Arias Palomo (ver referencia al final del artículo).

Por su parte, Mark Beyebach dedica un libro entero a las teareas en psicoterapia breve y propone una serie de condiciones de cara a un correcto diseño de las directivas:
  • Ir despacio, paso a paso.

  • Escuchar y recoger lo que los consultantes propongan durante la entrevista.

  • Las tareas deben ser claras y concretas.

  • Deben ser coherentes con lo hablado durante la entrevista.

  • Deben indicar lo que si se debe hacer, no solo lo que no hacer.

  • Tener en cuenta la relación terapéutica.

  • Tener en cuenta el estilo y preferencias del consultante.

  • Incluir a todas las personas implicadas en la terapia.

  • Empezar con tareas más sencillas antes de pasar a las más complejas y dar tiempo suficiente entre sesiones para cumplirlas.

  • Que sean lo más sencillas posible.

  • Hablar despacio, explicando con claridad y concreción lo que queremos.

  • Emplear un lenguaje permisivo (“os animamos a...”, “te sugerimos que...”).

  • Justificar las razones de la tarea.

  • Transmitir nuestra confianza en su utilidad.

Marcelo Ceberio dedica también un libro al diseño y prescripción de tareas, en el que se hace hincapié en algunos de los puntos señalados más arriba y además añade algunas otras ideas:
  • El problema que se pretende resolver tiene que estar claramente delimitado.

  • Analizar las soluciones intentadas (lo que el consultante ha estado haciendo hasta el momento para intentar solucionar el problema pero que no ha funcionado) y tener claro qué es lo que mantiene el problema.

  • Construir imágenes anticipatorias (describir con el mayor detalle posible y con un lenguaje sugestivo el contexto y la manera en que se llevará a cabo la tarea).

  • Lograr el compromiso del consultante mediante su aceptación.

No es infrecuente que, a pesar de que la tarea se haya presentado adecuadamente y haya sido aceptada por su destinatario, aparezcan obstáculos que den al traste con la prescripción. Resulta útil dedicar un tiempo a anticiparlos y a preparar un plan con el objetivo de sortearlos de la mejor manera posible.

Existe una serie de cuestiones a evitar a la hora de hacer prescripciones:
  • Enfatizar el carácter directivo.

  • Dar directivas para manejar la propia ansiedad del terapeuta.

  • Dar tareas en exceso o darles demasiado protagonismo, dejando de lado otras cuestiones más importantes de la terapia.

  • Hacer prescripciones imposibles de cumplir y que tengan que ver con la hostilidad del profesional hacia su cliente.

  • Dar tareas de forma inflexible, sin adaptarles a cada persona.

  • Proponer directivas a personas que no están dispuestas a hacerlas o en el momento inadecuado del proceso terapéutico.

  • Insistir en una prescripción como la única solución posible y cerrarse a otras posibilidades.

  • No plantearla de forma adecuada, pero considerar que es más sencillo de entender de lo que parece.

  • Ignorar el papel de otras personas significativas relacionadas con la consultante.

  • Reñir o sermonear a las personas que no lleven a cabo las propuestas.

  • No interesarse ni indagar acerca de una tarea dada en una sesión anterior.


Algungas lecturas recomendadas en las que se se trata este tema en mayor profundidad, basadas en la psicoterapia sistémica breve:
  • 200 Tareas en Terapia Breve, de Mark Beyebach y Marga Herrero. Editorial Herder, 2010.

  • La táctica del cambio, de Fisch, Weakland y Segal. Editorial Herder, 2009.

  • Si quieres ver, aprende a actuar, de Marcelo Ceberio. Editorial Teseo, 2010.

  • Terapia familiar breve, de Jose Luis Rodríguez-Arias y María Venero. Editorial CCS, 2006.

sábado, 22 de octubre de 2016

El uso de tareas en terapia (I)

Por tareas o prescripciones en psicoterapia entendemos todas aquellas cosas que los terapeutas pedimos, de una u otra forma, a las consultantes que hagan y cuya finalidad es ayudarles a alcanzar sus objetivos. Suelen suponer algún tipo de novedad o cambio, una modificación a la forma habitual de comportarse de la persona o, más específicamente, de la pauta problema que le ha llevado a consulta.

Es importante señalar que no se trata de “dar consejos”. Consejos los dan los amigos y y familiares. El papel de una psicóloga clínica no es este, así como tampoco lo es el de decirle a la gente “lo que tiene que hacer” o el de tomar decisiones por otra persona. Que un profesional haga esto no es terapéutico, no beneficia a la salud del que solicita ayuda, y de hecho puede ser contraproducente. Prescribir es indicar uno o varios procedimientos que encajen con el problema que estamos tratando, así como con los valores de la persona que consulta, que además tienen un significado y en los que se confía que sirvan para producir un cambio beneficioso en la terapia. Estas prescripciones pueden adoptar la forma de una técnica específica, más o menos estructurada, o de lo que muchos autores llaman tarea.

El hecho de que la psicóloga le pida a su consultante que haga una determinada tarea viene de lejos en psicoterapia, aunque su práctica varía en cuanto a frecuencia, sentido e importancia en función del modelo teórico. Por ejemplo, desde el psicoanálisis más ortodoxo se consideraba que era fundamental que el terapeuta no intentara bajo ningún concepto influir en la vida de su paciente, lo cual incluía no hacer jamás ninguna prescripción, aunque se lo pidieran de forma explítica. Por su parte, es característico de la terapia cognitiva-conductual la importancia dada las técnicas utilizadas en las que se suelen proponer “tareas para casa”, para ser realizadas entre sesión y sesión.

Existe una supuesta dicotomía entre terapias directivas y no directivas. En las primeras, el profesional tendría un papel más activo, proponiendo continuamente a sus clientes cosas que hacer que faciliten el cambio deseado. En las no directivas se adoptaría un rol más pasivo, no haciendo sugerencias ni pidiendo ningún tipo de cambio a las consultantes (esto sucedería, por ejemplo, en la terapia centrada en la persona de Rogers). Algunos pensamos que esta diferenciación es más bien aparente, al igual que la ilusión del psicoanálisis clásico acerca de la posibilidad de mantenerse neutral y no influir en los pacientes. Si bien es cierto que tenemos poco influencia en la vida de las personas que nos consultan, todo lo que hacemos en una sesión está afectando, de alguna manera, a las personas que están presentes. Incluso el silencio del psicoanalista influye en el analizado, así como las preguntas del psicoterapueta rogeriano, quizás sin quererlo o ser consciente de ello, dirigen la conversación hacia donde la teoría indica que debe ir, por lo que resulta difícil pensar que no exista cierta directividad en esto.

Según el enfoque que siga cada profesional, la importancia dada a las prescripciones será menor o mayor. Soy de la opinión de que la base de una psicoterapia bien hecha no descansa en lo que se le pida o sugiera a una persona que haga, si no en la conversación que se mantiene durante las sesiones, mediante la cual se va construyendo el contexto en el que el problema es resuelto por cada persona a su manera. Sin esa parte y sin el establecimiento previo de una sólida relación terapéutica, prescribir carece de valor. Es más o menos lo mismo que defienden los autores de la entrevista motivacional cuando explican que la mayoría de las veces basta con establecer una alianza con el paciente, acordar unos objetivos alcanzables y un plan de trabajo para que las soluciones a los problemas vayan surgiendo de manera natural.

Una prescripción puede consistir en pedirle a alguien que practice una técnica. Por ejemplo: “Si estás de acuerdo, podría ser útil que practicases esta técnica de relajación al menos 4 veces por semana, durante no menos de 20 minutos”. O que cubra un autorregistro: “Me gustaría que de aquí hasta la siguiente sesión vayas rellenando esta hoja cada vez que tengas uno de esos pensamientos. En esta columna anotarás la situación; en esta otra, lo que se te pasaba por la cabeza; en la siguiente...”. O también pedirle que haga un ejercicio de exposición: “Ahora que has hecho algunos progresos, ¿qué te parece si durante esta semana pruebas a acercarte un poco más a esa situación que te produce ansiedad y te mantienes allí durante unos 10 minutos? ¿Te sientes capaz?”. Pero las prescripciones no siempre tienen que ser técnicas o procedimientos estandarizados, si no que a veces se puede tratar de pautas concretas, directivas más específicas relacionadas con la vida diaria, tareas único surgidas de la creatividad del terapeuta o ideas que surgen de la imaginación de la propia consultante y que pueden resultar tremendamente útiles.




Conviene volver a repetir que no se trata de dar consejos. Una prescripción terapéutica no es:
  • Tomar decisiones en nombre de otra persona: “Lo mejor que puedes hacer es dejar la relación con tu pareja”; “Debes continuar con tu pareja, pase lo que pase”.

  • Dar consejos no solicitados: “Deberías ponerte a estudiar un módulo de FP y dejar de hacer el vago”.

  • Mostrarse autoritario: “Tienes que hacer lo que te pido, te guste o no”.

  • Lo mismo que una prescripción farmacológica. A algunos autores no les gusta el término “prescripción” por la analogía que se puede establecer con la medicación, lo que puede depositar en algunos casos la responsabilidad del cambio en aquello que se motiva a hacer, como si el resultado de la terapia no dependiera tanto de lo que hace la consultante como de lo que le “manda” la terapeuta. Un objetivo deseable y compartido por todas las orientaciones teóricas es que el cliente logre afrontar su problema por si mismo y que la solución del mismo dependa de él o ella. La psicoterapia busca que el que acude a consulta buscando ayuda desarrolle su propia capacidad de afrontamiento para que no dependa de la actuación del profesional a partir de ese momento.

En muchas ocasiones, como decía anteriormente, cuando se dan las condiciones necesarias y se construye un contexto de cambio, no es necesario pedir a la gente que haga cosas específicas: las personas encuentran sus propias soluciones y las ponen en práctica por si mismas. Si identificamos prescripciones o tareas con técnicas específicas, es necesario recordar aquello que ya he señalado varias veces en este blog: las técnicas explican un porcentaje muy pequeño del resultado de los tratamientos psicológicos. Eso no impide que en algunos casos la tarea solicitada a una persona marque la diferencia entre una terapia exitosa y un fracaso. Por lo tanto, los profesionales deben estar preparados para diseñar, implementar y evaluar tareas, así como lograr motivación en sus consultantes para que las lleven a cabo.

Un aspecto fundamental en cuanto a las directivas en psicoterapia es el de lo que en algunos ámbitos se conoce como “la venta de la tarea”. Es decir, si tenemos una idea para una cliente que creemos que va a servir para lograr progreso, ¿cómo se la presentamos de tal forma que esté dispuesta a llevarla a cabo? Algunos profesionales caen en el error de prescribir sin tener en cuenta si lo que están diciendo tiene posibilidades de ser cumplido o no. Aquí si que vamos a hacer una analogía con la medicación: el porcentaje de personas que no toman las pastillas pautadas por los especialistas o que no siguen la dosis recomendada es verdaderamente alto. En muchas ocasiones el médico nisiquiera es consciente de ello. Pasa lo mismo con las tareas en psicoterapia. De nada sirve pedirle a alguien que haga algo que casi con total seguridad servirá para solucionar su problema si la persona no lo percibe así, no se siente capaz de conseguirlo o no le ve sentido ni justificación, por ejemplo.

Probablemente los autores que más importancia le han dado a la venta de la tarea y que más han escrito acerca de ello son los que trabajan desde la psicoterapia sistémica breve. No obstante, desde otros enfoques también se han preocupado de estudiar, investigar y proponer formas de adaptar el tipo de técnicas utilizadas a diferentes características de la persona que consulta, especialmente por parte de aquellos autores que se centran en los factores comunes. Este artículo se basará principalmente en las aportaciones de los primeros.

Las prescripciones pueden ser directas (“me gustaría proponerte que hicieras lo siguiente”), indirectas (“tal vez sería buena idea si...”) o paradójicas (“no cambies nada”). Es importante tener en cuenta esta distinción a la hora de diseñar una tarea, ya que cada uno de estos tipos puede funcionar mejor o peor según el momento. Por ejemplo, a una persona motivada para cambiar, que se siente capaz de llevar a cabo la tarea y que es colaboradora, es más conveniente que le hagamos una prescripción directa. Las indirectas pueden ser más adecuadas con personas que se sienten incómodas siguiendo directivas o en situaciones en las que el terapeuta actúa de forma estratégica para conservar su margen de maniobra. De las paradójicas ya comenté alguna cosa recientemente. Algunos autores consideran que son adecuadas para personas desafíantes, que dicen no tener control sobre sus problemas o que tienen tendencia a hacer lo contrario de lo que se les pide.

En el próximo artículo abordaré el tema del diseño de las tareas.

miércoles, 12 de octubre de 2016

De Mad in America para hispanohablantes al mito del origen biológico del sufrimiento humano



Creemos que la manera de entender el sufrimiento psíquico y las soluciones que se aportan en este momento no resuelven los problemas que nos afectan, se encuentran estrechamente vinculadas a mercados e instituciones cuya principal preocupación no es el bienestar de las personas y vulneran con demasiada frecuencia los derechos humanos. En este escenario, el sufrimiento psíquico y los diferentes modos de expresión emocional y de relación con el mundo son considerados enfermedades individuales que hay que curar, medicar, corregir y adaptar. Entendemos que el sufrimiento de la gente tiene que ver con sus vidas, con su biografía y con los espacios sociales, con el contexto que habitamos: el de la competitividad, el aislamiento y la creciente desigualdad.”

Este es uno de los párrafos que podemos leer en la sección “Sobre nosotras” de la nueva revista digital “Mad in America para el mundo hispanohablante”, una revista que, como se puede deducir del párrafo anterior, aboga por una comprensión de la psicopatología opuesta al paradigma biologicista, aquel que considera que los problemas de salud mental y el sufrimiento humano tienen su origen en alteraciones fisiológicas (exceso o falta de neurotransmisores en el organismo o lesiones en el sistema nervioso, por ejemplo). Frente a ese enfoque, son muchísimos los datos, obtenidos mediante amplias y variadas investigaciones, que demuestran que en nuestra salud mental influyen de manera determinante otro tipo de circunstancias relacionadas con factores psicosociales: desde las experiencias personales biográficas, pasando por problemas sociales, políticos o de desigualdad, hasta otro tipo de cuestiones cuyo origen no puede localizarse en una zona del cerebro o en una molécula determinada. Es decir, son las circunstancias de la vida y el contexto en el que estas tienen lugar las que juegan un papel fundamental en la aparición de los síntomas y problemas psicológicos.

La revista parte de “Mad in America”, publicación estadounidense nacida en el año 2003 “y que, con los años, se ha constituido en una comunidad virtual, lugar de encuentro para muchas de esas voces y conocimiento. Sus publicaciones han contribuido a abrir debates, difundir saberes y experiencias, así como a reunir a una extensa red de personas y grupos que comparten una visión crítica sobre el escenario de la salud mental en el mundo.” La edición americana promulga una reconstrucción de la psiquiatría (y de la psicología clínica, añadiría yo) por medio de dos vías de actuación: la publicación de la revista digital, en la que se difunden artículos, nuevas investigaciones y debates acerca del objetivo de dicha reconstrucción, por un lado, y el desarrollo de cursos en los que se explican modelos alternativos de atención a los problemas psicológicos, basados más en el tratamiento psicosocial que en el farmacológico, por el otro. A esto se le suma el acceso abierto a foros donde se pueden discutir todas estas ideas.

En la edición americana existe una sección dedicada a Rober Whitaker, periodista y autor de varios libros, ganador de diversos premios y cuyas investigaciones y publicaciones han suscitado mucha polémica en el ámbito de la salud mental. Recientemente se ha publicado en español su obra “Anatomía de una epidemia”, en la que denuncia la excesiva e injustificada medicalización de los trastornos mentales.

Mad in America para hispanohablantes se hace eco estos días de un artículo del año 2014 escrito por Mikel Valverde (psicólogo clínico) y José Inchauspe (psiquiatra) titulado “Campañas antiestigma y marketing encubierto”, que pone sobre la palestra un tema delicado y preocupante: la manipulación de la información y el uso fraudulento utilizado para beneficio propio de algunas empresas farmacéuticas. Valverde e Inchauspe destapan la verdad oculta sobre una campaña promocional, dirigida a pacientes y familiares, que supuestamente informa de forma veraz acerca de la esquizofrenia. Esta campaña estaba formada por una página web, folletos informativos y carteles aparecidos en dispositivos de salud. Fue lanzada por una conocida compañía farmacéutica que, por supuesto, cuenta entre sus productos con los fármacos promocionados.

En la campaña se difunde información falsa, como que está demostrado el desquilibrio químico y las bases genéticas de la esquizofrenia, que la medicación antipsicótica debe tomarse durante toda la vida o que aquella “protege” el cerebro (cuando hay datos que demuestran que más bien sucede todo lo contrario). Los autores del artículo desmontan punto a punto las afirmaciones de la empresa farmacéutica, pero no con opiniones si no con datos y referencias bibliográficas fiables, como debe ser. Hace unos pocos días escuchaba a una persona decir que “el componente genético de la esquizofrenia está clarísimo” y cosas por el estilo. Cuando le pedí las referencias en las que se basaba (investigaciones que hubiesen demostrado tal cosa) me respondió algo así como que no las conocía, pero que era así. Me encuentro con muchas personas con creencias de este tipo, que las han recibido de alguna parte, tal vez un curso, tal vez una clase de la universidad, pero que nunca se han preocupado en comprobar si eran ciertas o no. Y así, con un conocimiento sesgado o parcial de las cosas, se van difundiendo informaciones falaces. Lo más preocupante es que esto pasa con profesionales de la psicología y la psiquiatra, que son quienes mejor informados y preparados deberían estar. La población general no tiene por qué conocer estos datos. Alguien que está sufriendo, desbordada, al límite, desesperada por encontrar ayuda, una explicación, una solución, puede aceptar como válidas informaciones transmitidas por colectivos con conflictos de intereses claros, como pueden ser algunas compañías farmacéuticas.

¿Son los fármacos malos, innecesarios, totalmente contraproducentes? No. No se trata de demonizar todas las pastillas de forma radical. En ocasiones, un medicamento puede ser útil de forma puntual o más o menos sostenida en el tiempo. El problema que tenemos es que se están prescribiendo dosis por encima de las recomendaciones de las fichas técnicas, de forma generalizada, sin tener en cuenta las particularidades de cada caso, creyendo muchas veces el propio profesional que se debe proceder así, que los antipsicóticos son el único tratamiento eficaz para las psicosis y que deben tomarse de por vida. Pero resulta que no, que muchos casos pueden tratarse sin medicación, o con dosis mínimas o durante un tiempo limitado, etc.

Hay muchas cosas sobre el tratamiento de los síntomas psicóticos que la gente desconoce (incluso un número alarmante de profesionales de la salud). Por ejemplo, el nombre “antipsicótico” encierra en si mismo un engaño, pues lo que hacen estos fármacos no es “curar” o “quitar” la psicosis, si no reducir la intensidad de algunos síntomas, especialmente la angustia, pues en realidad son una suerte de relajantes mayores. Además, existen tratamientos puramente psicológicos que han mostrado resultados prometedores para tratar síntomas como las alucinaciones auditivas o los delirios.

Valverde e Inchauspe señalan varias conclusiones en su escrito, entre ellas las siguientes:

El folleto está orientado a convencer de que la esquizofrenia es una enfermedad crónica muy debilitante, que requiere obligadamente tratamiento farmacológico antipsicótico de manera indefinida. Entre los diversos antipsicóticos existentes se presentan como más idóneos los atípicos y de liberación prolongada, entre los que se anuncia que hay que solo requieren 12 administraciones anuales. La información facilitada sobre los tratamientos, y en particular los antipsicóticos, ni es fidedigna ni está contrastada ni responde a valores de rigor y excelencia.

Se trata de un relato que partiendo de la lucha contra los prejuicios asociados a la enfermedad mental y la necesaria información a pacientes y familiares acerca de la esquizofrenia, desemboca en la publicidad de un antipsicótico depot que la farmacéutica está actualmente promocionado. Del precio de ese fármaco, que nunca ha demostrado que sea más eficaz y tenga menos efectos adversos que otros,(51) no se puede deducir que la empresa sea especialmente generosa y altruista.

Se transmite una imagen llena de prejuicios sobre el paciente con esquizofrenia, como su evolución determinista, su falta de conciencia de enfermedad, la necesidad de medicarlo sin considerar su opinión y su rol de enfermo crónico pasivo. Además, se alienta una clínica de bajas expectativas. Todo ello inserto en una campaña de lucha contra los prejuicios, bajo cuyo auspicio se ofrece esa información. Se trata de un lenguaje y una línea de pensamiento alejados de la medicina basada en la evidencia, incluso del pensamiento más partidario de los tratamientos farmacológicos.”

Existe un problema serio con los conflictos de intereses, tanto en la investigación, como en otros ámbitos que alcanzan incluso a lo político e ideológico. Al diagnosticado de esquizofrenia u otro tipo de psicosis se le suele tratar mal, digámoslo así de claro. Se le infantiliza, humilla, denigra, desautoriza y desconsidera de forma flagrante. Ingresos forzosos, declaraciones de incapacidad, tratamientos obligatorios de dudosa eficacia... Prescripciones de medicamentos a dosis tan altas que en muchas ocasiones anulan casi por completo a la persona. Y al entorno, a la familia que no sabe qué hacer ni qué es lo que está pasando, se le da información sesgada y les pintan un futuro verdaderamente sombrío. Pero, ¿se obra así solo por interés propio o es también un síntoma del nihilismo terapéutico, el desconocimiento y la desgana de algunos profesionales?

Algunos seguimos mirando un poco más hacia el norte, a ese lugar en Finlandia en el que se están obteniendo resultados fabulosos atendiendo casos de lo que llamamos psicosis con intervenciones basadas en la psicoterapia, la familia, el contexto social y usando la medicación solo como una ayuda más para atravesar el proceso que tanto sufrimiento e incomprensión conlleva.

viernes, 7 de octubre de 2016

Los padres contra los deberes: aportaciones desde la psicología

Durante las dos últimas semanas ha sido noticia la campaña iniciada por la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA) que lleva por título “En la escuela falta una asignatura: Mi tiempo libre”. Se trata de una llamada de atención hacia la excesiva cantidad de deberes que tienen que hacer en la actualidad los niños y adolescentes. El número de tareas para hacer en casa es tan alto que ocupa un gran número de horas de tiempo extraescolar, incluyendo fines de semana. Y eso sin contar el tiempo necesario para estudiar y preparar exámenes.


La campaña de CEAPA defiende algunos puntos importantes, siendo algunos de ellos los siguientes:

- Los deberes son un método de aprendizaje de erróneo.
- Los deberes sobrecargan al alumno.
- Los deberes generan situaciones de desigualdad entre el alumnado.
- Los deberes vulneran los derechos del niño.
- Los deberes suponen una intromisión e injerencia en la vida familiar y el tiempo de ocio.

Este problema no afecta solo a la población española. Lo anterior queda en evidencia si echamos un vistazo a un artículo publicado recientemente en la revista Monitor on Psychology, editada por la Asociación Americana de Psicología (APA). En este trabajo se hace una reivisón de lo que dice la investigación disponible hasta la fecha acerca de la idoneidad de los deberes de las alumnas. Algunas de las conclusiones más importantes señaladas en el artículo son las siguientes:

- Los deberes pueden producir beneficios (mayor comprensión y retención del material, por ejemplo), pero no necesariamente en todos los alumnos.
- Aunque sean beneficiosos, existe un límite a partir del cual los deberes no aportan mejores resultados. Algunos expertos proponen la llamada “regla de los 10 minutos”: los deberes no deben suponer más de 10 minutos diarios por grado, siendo el máximo aconsejable de 2 horas al llegar al instituto. Tiempos superiores pueden tener incluso consecuencias negativas: mayores niveles de estrés, problemas de sueño, menos tiempo para pasar con la familia, etc.
- Niños grandes y pequeños necesitan disponer de algún tiempo libre para hacer actividades agradables, ejercicio y socializar.
- Un estudio mostró que aquellos jóvenes que dedicaban una gran cantidad de tiempo a los deberes estaban más implicados en la escuela, pero a cambio sufrían más problemas de salud física y síntomas como dolores de cabeza y estomacales o falta de sueño.
- Otros estudios demuestran que reducir los deberes a un tercio o la mitad no influye de forma negativa en los resultados de los exámenes.
- Más que aumentar la cantidad de tareas a completar, es importante que estas sean de calidad (más calidad y menor cantidad).

La sobrecarga de trabajo, actividades, tareas y quehaceres en general de los niños y niñas de nuestra sociedad es el fiel reflejo del ritmo de vida occidental. Nos encontramos la mayor parte del tiempo envueltos en una frenética actividad donde el pararse un momento y tomarse un respiro paraece estar mal visto. Vivimos un momento en el que la valía de las personas se mide en por lo que se hace en lugar de por lo que se es. Hablamos del aumento de los casos de hiperactividad, pero no nos damos cuenta de que estamos inmersos en una época hiperactiva en si misma. Y en esto nos convertimos en modelos negativos de los más jóvenes, fomentando, además, un espíritu de competición poco saludable. Se genera también mucha frustración en aquellos chicos que necesitan más tiempo para obtener el mismo rendimiento que otros compañeros. Se confunden los resultados académicos con el nivel de inteligencia y se deja de favorecer el aprendizaje y desarrollo de otro tipo de conocimientos más pragmáticos para la vida de la persona en desarrollo.

El tiempo para el ocio, el deporte, el descanso o la simple contemplación (llamémosle meditación, por ejemplo) de la vida es necesario para un adecuado desarrollo de la mente humana y, con ella, de la sociedad.