miércoles, 18 de abril de 2018

IV Jornada SOPCA

Hace 3 años, la Sociedad de Psicología Clínica Asturiana (SOPCA) estuvo a punto de desaparecer. Un grupo de intrépidas psicólogas y psicólogos clínicos decidimos formar una junta directiva que permitiera la continuidad de SOPCA. En unas semanas se cierra un ciclo y es agradable saber que esta vez existe una nueva candidatura a la junta directiva que seguro seguirá luchando por acercar a la población servicios de psicología clínica públicos y de calidad.

Pero antes de realizar semejante transición, vamos a celebrar las IV Jornadas de SOPCA. Hace un par de años nos centramos en el trastorno mental grave o severo. En esta ocasión vamos a dedicarnos al abordaje del suicidio: prevención, tratamiento, papel de los servicios de salud y de los especialistas en psicología clínica. Se trata de un tema de mucha actualidad en Asturias, donde recientemente se ha presentado un protocolo de suicidio en el Servicio de Salud del Principado de Asturias (SESPA).

El evento tendrá lugar en el Colegio de Psicólogos de Asturias, en Oviedo, y contará con la participación de dos psicólogas clínicas expertas en el tema venidas desde Galicia y de Juan Haro, psicólogo clínico del SESPA que estuvo implicado en la revisión del citado protocolo del suicidio.

La entrada es gratuita, previa inscripción escribiendo a asopca@gmail.com

El aforo está limitado a 60 personas y de momento estamos viendo mucho interés.

Seguro que aprendemos mucho de las ponentes y de las intervenciones de todos los participantes.


viernes, 13 de abril de 2018

¿Quién supervisa a los supervisores?


¿Quién vigila a los vigilantes?” es el eslogan que aparece de forma recurrente a lo largo de la clásica novela gráfica “Watchmen”, de Alan Moore y Dave Gibbons, llevada a la gran pantalla por Zack Snyder. En esta historia atípica los superhéroes no con como los que estamos acostumbrados a ver en otras narraciones, si no que forman parte de la maquinaria opresora del estado, además de presentar otras características que no los convierten, precisamente, en ciudadanos ejemplares. De ahí la frase que se puede ver escrita en las paredes de la ciudad que pueblan las viñetas de la obra. Porque si los héroes vigilan a la población, ¿quién se ocupa de comprobar que cumplen con su cometido y con lo que se espera de ellos?

Esta mañana se me ocurrió que se podía hacer una analogía con la cuestión de la supervisión. Ya hablé en su momento de la supervisión en psicología clínica, pero hoy quiero referirme específicamente a la supervisión en psicoterapia. Porque el tema se me ha presentado de diferentes formas durante los últimos días, algunas de ellas (casi) totalmente casuales:

1. Debido a que he estado revisando unos cuantos trabajos sobre un tema del que ya hablaré en otra ocasión, me he reencontrado con un dato muy interesante que ya conocía, pero que no deja de llamarme la atención. La supervisión en psicoterapia es algo habitual, necesario, sobre todo cuando uno da sus primeros pasos en la profesión. La formación oficial de cualquier modelo de terapia exige que el aprendiz realice un número mínimo de horas de supervisión con una persona presumiblemente más experta en la materia. Se considera, por tanto, una especie de regla de oro y requisito imprescindible para que el clínico haga bien su trabajo. El problema es que cuando se han hecho investigaciones al respecto, no se ha hallado una relación clara entre recibir supervisión y los resultados del tratamiento (es decir, parece que la supervisión no te convierte en mejor profesional). Además, no parece que tener un supervisor u otro marque mucho la diferencia: Rousmaniere y sus colaboradores hallaron en su estudio que los supervisores explican menos del 1% de la varianza de la psicoterapia.

2. Hace un par de días estuve hablando con un amigo sobre la formación de psicólogos clínicos y cómo se podría diseñar un formato de entrenamiento que permitiera mejorar los resultados de la terapia. Yo le decía que un elemento imprescindible era contar con un supervisor que jugara el rol de experto y que pudiera dar indicaciones precisas a los supervisados para que mejoraran su rendimiento. Mi amigo formuló una pregunta que dio en el clavo: ¿cómo sabemos quién es experto?

3. Researchgate, un portal donde se comparten trabajos y proyectos de investigación, debe funcionar con algún algoritmo inteligente como los que usan Facebook y otras redes sociales para inundar tu pantalla con anuncios adaptados a tus intereses, solo que en este caso lo que la página te recomienda son artículos científicos relacionados con tus búsquedas e interacciones recientes. Justamente esta mañana me recomendó la lectura de una revisión sistemática sobre la supervisión en terapia cognitivo-conductual (aunque admito que solo he leído el resumen). Las conclusiones del estudio son que no se ha podido identificar una relación clara entre supervisión y resultados de los pacientes. En definitiva, que pareciera que da igual haber sido supervisado o no porque las personas que reciben los servicios del profesional no lo van a notar. Lo que si que se encuentra que mejoran las “competencias”. La cuestión es que habría que plantearse si esas competencias sirven para algo, a la luz de los otros resultados obtenidos.

Creo que la clave aquí no está en concluir que la supervisión es innecesaria porque no mejora tus resultados. La supervisión seguramente es muy útil en ese sentido; lo que pasa es que no vale todo, igual que sucede al hacer terapia. El punto crítico puede hallarse en descubrir cómo se debe supervisar para obtener buenos resultados y quién y de qué manera debe hacerlo. Es decir, quizás lo que tenemos que saber es qué método de supervisión funciona y qué cualidades convierten a un profesional en un supervisor eficaz (un super-supervisor, si se me permite semajante término).

No tengo la respuesta, pero si alguna intuición que pasa por recuperar el estudio sobre la pericia clínica y de lo que nos convierte en verdaderos expertos en psicoterapia. Retomo por tanto aquella entrada dedicada al artículo de Prado, Sánchez e Inchausti, donde se mencionan dos artículos imprescindibles sobre lo que caracteriza a los psicoterapeutas expertos. Cada uno de estos trabajos propone diferentes criterios para valorar la pericia de los clínicos. Mi sugerencia es que quizás también se puedan aplicar para poder decidir si un supervisor es realmente experto o no.

Goodyear y colaboradores apuestan por los resultados de los pacientes: lo que convierte a un terapeuta en experto es sencillamente mostrar que cada vez lo hace mejor, lo cuál se demuestra aumentando el porcentaje de personas que mejoran con su atención. Aplicado a los supervisores, la idea sería que se pudiese demostrar que los profesionales bajo su tutela mejoren sus resultados más de lo que lo harían si no recibiesen tal supervisión.

Por su parte, el grupo encabezado por Clara Hill propone una evaluación más compleja que implica diferentes factores y que tal vez puedan ser adaptados también a la hora de caracterizar a los supervisores expertos:
  • Sensibilidad apropiada para responder de forma certera a las necesidades del momento
  • Un procesamiento cognitivo particular que le permita analizar las situaciones de manera rápida y eficaz
  • Obtener mejores resultados con los pacientes
  • Tener mayor experiencia clínica
  • Mostrar ciertas cualidades personales y relacionales que mejoran su rendimiento
  • Tener buenas credenciales
  • Tener una buena reputación
  • Capacidad de auto-evaluarse de forma precisa

Aunque la segunda propuesta es más completa, yo me decanto por la anterior. Al fin y al cabo, la psicoterapia es un procedimiento que está al servicio de los pacientes y su objetivo es que estos logren ver solucionados sus problemas. Tiene entonces sentido valorar si un profesional es más o menos experto en función de si ayuda a solucionar dichos problemas. Y, por extensión, se puede decir algo similar de los supervisores.

No acostumbramos a cuestionar los métodos de supervisión tradicionales. Simplemente hay una serie de teorías y un consenso en el seno de las asociaciones de psicoterapia que dicen que la supervisión es imprescindible en la formación del profesional. Pero nadie lo demuestra con datos. En algunos casos incluso se observan actitudes parecidas a los de algunos de los protagonistas de la novela gráfica de Moore y Gibbons: se recurre a un argumento basado en la autoridad. ¿Quién supervisa a los supervisores?

En cualquier caso, yo estoy convencido de las bondades de la supervisión y si que creo que es importante y puede ayudarnos a mejorar. Pero tenemos que seguir investigando en qué condiciones esto es realmente así y no una mera creencia, además de monitorizar el rendimiento de los aquellos que se dedican a la difícil y estimulante tarea de supervisar.

miércoles, 4 de abril de 2018

La CIA y el lado oscuro de la psicología.


John Bruce Jessen y James Elmer Mitchell son dos psicólogos estadounidenses que formaron una empresa de consultoría llamada “Mitchell Jessen and Associates” en 2005. Esta compañía llegó a cobrar 81 millones de dólares por los servicios prestados a una conocida organización norteamericana: la CIA. ¿Cuáles fueron tan valorados servicios? Ni más ni menos que el diseño de técnicas de interrogatorio para terroristas y sospechosos de serlo. Pero seamos claros, donde pone “interrogatorio” debería poner “tortura”.

En Agosto del año pasado se dio a conocer la noticia que decía que Jessen y Mitchell irían a juicio por haber diseñado las torturas psicológicas sufridas por varias personas. Pocos días después se supo que habían logrado eludir el juicio tras haber llegado a un acuerdo (el cual no ha trascendido). Sin embargo, no dejan de parecerme terribles las declaraciones de estos dos psicólogos en las que alguno afirma que puede dormir muy bien por las noches y en las que ambos dicen que no sabían que las técnicas descritas por ellos y vendidas a la CIA se habían utilizado para torturar prisioneros.

Mario Dominguez Sánchez, profesor de teoría sociológica y sociología del conocimiento de la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Sociología, dedica las últimas páginas del capítulo que ha escrito para el libro “Contrapsicología”, editado por Roberto Rodríguez, a este asunto. Dominguez explica cómo hasta 2009 no se supo que la CIA utilizaba a psicólogos y psiquiatras para diseñar “técnicas de interrogatorio mejoradas”, es decir, estrategias de tortura psicológicas aplicadas a presos.

Sus instrucciones eran tan precisas y exhaustivas que bien podían constituir un programa de aprendizaje para los profesionales de las ciencias de la conducta asignados en los interrogatorios de los detenidos. Esta documentación descubría también que existe una amplia diversidad de técnicas legalmente autorizadas que tienen como misión trastornar psicológicamente al detenido, magnificar sus sensaciones de indefensión e impotencia y reducir o suprimir su capacidad de resistirse a los intentos de información considerada decisiva”.

Instrucciones “precisas y exhaustivas”. Vamos, que es imposible que Jessen y Mitchell fueran tan inocentes como para no saber que aquello que estaban diseñando para la CIA iba a ser utilizado como protocolo de tortura.

La CIA utilizaba (y me temo que seguirá haciéndolo en la actualidad) psicólogos y psiquiatras que asesoraban en vivo (a través de pantallas de televisión) o en diferido a los interrogadores para ayudarles a sacar información a los detenidos. Por supuesto, esto no lo hacían recomendando técnicas motivacionales ni creando un contexto de colaboración, si no todo lo contrario.

Tal y como se relata en el citado capítulo, la organización de inteligencia estadounidense contempla tres tipos de “técnicas de inteligencia mejorada”: agresión física, métodos que provocan tensión física extrema y “métodos que son capaces de debilitar psicológicamente al detenido a través de una tensión extrema: privación sensorial, aislamiento extremo, luces y sonidos extremos, privación del sueño, humillación sexual y juegos mentales de desgaste”.

La mayoría de las personas sometidas a estas técnicas acaban padeciendo depresión y ansiedad, y hasta albergan pensamientos psicóticos, muy desorganizados, de modo que lo que pueden decir resulta poco fiable como información, lo cual indica que no es esto último lo perseguido, sino la eliminación psíquica del preso”.

La cuestión va todavía más allá y parece que incluso los presos se han utilizado para hacer experimentos e investigaciones psicológica. A pesar de todo esto, unos años antes (en 2005) la Asociación Americana de Psicología no solo no sancionaba o expulsaba a los psicólogos que participaban en interrogatorios, si no que simplemente se dedicaba a discutir como podían hacerlo de manera “ética”. Por fortuna, al otro lado del charco las cosas son diferentes y en nuestro código deontológico del psicólogo, artículo séptimo, nos encontramos con lo siguiente: “El/la Psicólogo/a no realizará por sí mismo, ni contribuirá a prácticas que atenten a la libertad e integridad física y psíquica de las personas. La intervención directa o la cooperación en la tortura y malos tratos, además de delito, constituye la más grave violación de la ética profesional de los/las Psicólogos/as. Estos no participarán en ningún modo, tampoco como investigadores, como asesores o como encubridores, en la práctica de la tortura, ni en otros procedimientos crueles, inhumanos o degradantes cualesquiera que sean las personas víctimas de los mismos, las acusaciones, delitos, sospechas de que sean objeto, o las informaciones que se quiera obtener de ellas, y la situación de conflicto armado, guerra civil, revolución, terrorismo o cualquier otra, por la que pretendan justificarse tales procedimientos”. A pesar de ello, me temo que en Europa este tipo de cosas suceden igualmente y no se expulsa a los psicólogos que participan en estas aberraciones.

La psicología tiene un lado oscuro que no se debe consentir. El caso de las torturas de la CIA es solo un ejemplo extremo, pero hay muchas otras prácticas menos llamativas y peligrosas pero igualmente perjudiciales para las personas. La psicología se utiliza a menudo como forma de control social, de mantenimiento del poder y del orden preestablecido, clasificando y diagnosticando a muchas personas en base a criterios supuestamente científicos.

Un ejemplo reciente, diametralmente opuesto pero igualmente reprobable, es el de el Consejo General de Psicología haciendo publicidad de artículos como este, en el que se intentan redefinir los problemas para tener un empleo estable como una cuestión de aprender a tolerar y aceptar la frustración. Algo similar a cuando una empresa ofrece a sus empleados unas sesiones de relajación, mindfulness o algo similar, con el objetivo de que se encuentren menos estresados en el trabajo (en lugar de modificar las condiciones laborales que contribuyen a ese estrés). Parte de la psicología se ha movido a una posición en la que carga toda la responsabilidad en el individuo que sufre, dando la impresión de que siempre es la persona la que está “mal” y no el contexto, la organización política y social, etc.

Los profesionales tenemos que ser más responsables con el uso que hacemos del conocimiento que tenemos de la psicología. Jessen y Mitchell sabían lo que hacían y por ello yo les digo aquello que canta Fernando Alfaro: “por tanto, se queda usted fuera: expulsado de la especie humana”.