John
Bruce Jessen y James Elmer Mitchell son dos psicólogos
estadounidenses que formaron una empresa de consultoría llamada
“Mitchell Jessen and Associates” en 2005. Esta compañía llegó
a cobrar 81 millones de dólares por los servicios prestados a una
conocida organización norteamericana: la CIA. ¿Cuáles fueron tan
valorados servicios? Ni más ni menos que el diseño de técnicas de
interrogatorio para terroristas y sospechosos de serlo. Pero seamos
claros, donde pone “interrogatorio” debería poner “tortura”.
En
Agosto del año pasado se dio a conocer la noticia que decía que
Jessen y Mitchell irían a juicio por haber diseñado las torturas
psicológicas sufridas por varias personas. Pocos días después se supo que habían logrado eludir el juicio tras haber llegado a un
acuerdo (el cual no ha trascendido). Sin embargo, no dejan de
parecerme terribles las declaraciones de estos dos psicólogos en las
que alguno afirma que puede dormir muy bien por las noches y en las
que ambos dicen que no sabían que las técnicas descritas por ellos y
vendidas a la CIA se habían utilizado para torturar prisioneros.
Mario
Dominguez Sánchez, profesor de teoría sociológica y sociología
del conocimiento de la Universidad Complutense de Madrid y doctor en
Sociología, dedica las últimas páginas del capítulo que ha
escrito para el libro “Contrapsicología”, editado por Roberto
Rodríguez, a este asunto. Dominguez explica cómo hasta 2009 no se supo que la CIA
utilizaba a psicólogos y psiquiatras para diseñar “técnicas de
interrogatorio mejoradas”, es decir, estrategias de tortura
psicológicas aplicadas a presos.
“Sus
instrucciones eran tan precisas y exhaustivas que bien podían
constituir un programa de aprendizaje para los profesionales de las
ciencias de la conducta asignados en los interrogatorios de los
detenidos. Esta documentación descubría también que existe una
amplia diversidad de técnicas legalmente autorizadas que tienen como
misión trastornar psicológicamente al detenido, magnificar sus
sensaciones de indefensión e impotencia y reducir o suprimir su
capacidad de resistirse a los intentos de información considerada
decisiva”.
Instrucciones
“precisas y exhaustivas”. Vamos, que es imposible que Jessen y
Mitchell fueran tan inocentes como para no saber que aquello que
estaban diseñando para la CIA iba a ser utilizado como protocolo de
tortura.
La
CIA utilizaba (y me temo que seguirá haciéndolo en la actualidad)
psicólogos y psiquiatras que asesoraban en vivo (a través de
pantallas de televisión) o en diferido a los interrogadores para
ayudarles a sacar información a los detenidos. Por supuesto, esto no
lo hacían recomendando técnicas motivacionales ni creando un
contexto de colaboración, si no todo lo contrario.
Tal
y como se relata en el citado capítulo, la organización de
inteligencia estadounidense contempla tres tipos de “técnicas de
inteligencia mejorada”: agresión física, métodos que provocan
tensión física extrema y “métodos que son capaces de
debilitar psicológicamente al detenido a través de una tensión
extrema: privación sensorial, aislamiento extremo, luces y sonidos
extremos, privación del sueño, humillación sexual y juegos
mentales de desgaste”.
“La
mayoría de las personas sometidas a estas técnicas acaban
padeciendo depresión y ansiedad, y hasta albergan pensamientos
psicóticos, muy desorganizados, de modo que lo que pueden decir
resulta poco fiable como información, lo cual indica que no es esto
último lo perseguido, sino la eliminación psíquica del preso”.
La cuestión va todavía más
allá y parece que incluso los presos se han utilizado para hacer
experimentos e investigaciones psicológica. A pesar de todo esto,
unos años antes (en 2005) la Asociación Americana de Psicología no
solo no sancionaba o expulsaba a los psicólogos que participaban en
interrogatorios, si no que simplemente se dedicaba a discutir como
podían hacerlo de manera “ética”. Por fortuna, al otro lado del charco las cosas son diferentes y en nuestro código deontológico del psicólogo, artículo séptimo, nos encontramos con lo siguiente:
“El/la Psicólogo/a no realizará por sí mismo, ni
contribuirá a prácticas que atenten a la libertad e
integridad física y psíquica de las personas. La
intervención directa o la cooperación en la tortura y malos
tratos, además de delito, constituye la más grave violación
de la ética profesional de los/las Psicólogos/as. Estos no
participarán en ningún modo, tampoco como investigadores, como
asesores o como encubridores, en la práctica de la tortura, ni
en otros procedimientos crueles, inhumanos o degradantes
cualesquiera que sean las personas víctimas de los mismos,
las acusaciones, delitos, sospechas de que sean objeto, o las
informaciones que se quiera obtener de ellas, y la situación
de conflicto armado, guerra civil, revolución, terrorismo o
cualquier otra, por la que pretendan justificarse tales
procedimientos”. A pesar de ello, me temo que en Europa este tipo de cosas suceden igualmente y no se expulsa a los psicólogos que participan en estas aberraciones.
La psicología tiene un lado
oscuro que no se debe consentir. El caso de las torturas de la CIA es
solo un ejemplo extremo, pero hay muchas otras prácticas menos
llamativas y peligrosas pero igualmente perjudiciales para las
personas. La psicología se utiliza a menudo como forma de control
social, de mantenimiento del poder y del orden preestablecido,
clasificando y diagnosticando a muchas personas en base a criterios
supuestamente científicos.
Un ejemplo reciente,
diametralmente opuesto pero igualmente reprobable, es el de el
Consejo General de Psicología haciendo publicidad de artículos como
este, en el que se intentan redefinir los problemas para tener un
empleo estable como una cuestión de aprender a tolerar y aceptar la
frustración. Algo similar a cuando una empresa ofrece a sus
empleados unas sesiones de relajación, mindfulness o algo similar,
con el objetivo de que se encuentren menos estresados en el trabajo
(en lugar de modificar las condiciones laborales que contribuyen a
ese estrés). Parte de la psicología se ha movido a una posición en
la que carga toda la responsabilidad en el individuo que sufre, dando
la impresión de que siempre es la persona la que está “mal” y
no el contexto, la organización política y social, etc.
Los profesionales tenemos que
ser más responsables con el uso que hacemos del conocimiento que
tenemos de la psicología. Jessen y Mitchell sabían lo que hacían y
por ello yo les digo aquello que canta Fernando Alfaro: “por tanto,
se queda usted fuera: expulsado de la especie humana”.
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