Carl
Ransom Rogers fue (y sigue siendo, a pesar de haber muerto hace 30
años) uno de los psicólogos más influyentes de la historia. Nacido
en 1902 en Illinois (Estados Unidos), tuvo una carrera larga y
productiva. Prueba de la importancia de su figura se puede apreciar
en algunos de los puestos que ocupó durante su vida: Presidente de
la Asociación Americana de Psicología Aplicada (1944), Presidente
de la Asociación de Psicología Americana (1946), Presidente de la
Asociación Americana de Psicoterapeutas (1956), además de ocupar
otros cargos y puestos en diferentes instituciones y universidades de
Estados Unidos, ser profesor de psicología y psiquiatría en varias
de ellas y, por supuesto, desempeñar una importante labor en el
ámbito de la psicoterapia. Rogers, que comenzó dedicándose a la
agricultura para posteriormente comenzar estudios teológicos que
terminó abandonando, se doctoró en 1931 y obtuvo una cátedra de
psicología clínica en la Universidad Estatal de Ohio.
Es
el fundador de la “terapia centrada en el cliente”, un tipo de
psicoterapia que forma parte del movimiento humanista, del cual
Rogers también fue protagonista junto con otro autor clásico en
psicología, Abraham Maslow. A este enfoque se lo denominó, en el
momento de su aparición, la “tercera fuerza”, en relación a los
otros dos modelos de psicoterapia existentes en aquel entonces: el
psicoanálisis y la terapia de conducta.
La
terapia centrada en el cliente (posteriormente cambió el término
“cliente” por el de “persona”) se caracteriza por ser un
método no-directivo, es decir, en el que el profesional no trata de
explicar, dar consejos o instruir al cliente para que haga algo
determinado que pueda solucionar su problema. Al contrario, el efecto
terapéutico de este enfoque descansa sobre la actitud de respeto y
aceptación de la persona, en la confianza de que es capaz de tomar
sus propias decisiones y de encontrar la solución a sus problemas y
conflictos. Rogers fue uno de los autores que más incidió en la
importancia de la relación terapéutica como vehículo para la
sanación. En un trabajo clásico, describió lo que para él eran
las condiciones necesarias y suficientes para que una psicoterapia
fuera eficaz, todas ellas asociadas a actitudes del terapeuta:
aceptación incondicional (algo así como el respeto absoluto hacia
todas las características que muestra la persona, incluso aquellas
que ella misma rechaza), empatía (un profundo interés por tratar de
adoptar el marco de referencia interno del cliente, de ver el mundo
con sus propios ojos) y congruencia (mostrarse honesto, sincero, sin
disfraces).
La
investigación, con el paso de los años, ha ido mostrando que estas
tres condiciones no son suficientes para que la terapia tenga éxito,
pero prácticamente todos los modelos de psicoterapia considera que
las tres son necesarias para establecer una buena alianza
terapéutica. De hecho, hoy en día forman parte de la lista de
factores comunes eficaces estudiada por Norcross. Personalmente, me
he encontrado con algunos casos en mi práctica clínica en la que se
podría decir que estas tres condiciones, en diferente medida, fueron
suficientes para que la persona consiguiese solucionar sus problemas,
y en muy poco tiempo. Es cierto que se trata de un número reducido
de casos y de relativamente poca gravedad, pero no deja de ser
importante que cualquier psicólogo clínico tenga en cuenta la relevancia de estos factores.
Creo
que en algunos ámbitos universitarios y profesionales se desconoce
bastante un hecho importante: Rogers se preocupó mucho de investigar
el proceso de terapia, especialmente en lo referente a la relación
terapéutica. Su equipo se dedicó a grabar y transcribir sesiones
reales que luego eran analizadas. En sus libros muestra su genuino
interés por la investigación en este ámbito y siempre habla con
cautela de sus resultados. Además, se le considera el primer
profesional en poner en marcha las prácticas con supervisión.
Sus
contribuciones no se limitaron a la terapia. También desarrolló una
teoría de la personalidad y se preocupó por el mundo de la
educación, en el cual veía muy beneficioso la aplicación de
algunas de las ideas en las que se basaba su terapia no-directiva.
Traigo
a Rogers hoy a este blog porque estoy leyendo uno de sus libros,
“Psicoterapia centrada en el cliente” y me ha parecido
verdaderamente poético y hasta conmovedor un fragmento que ocupa
parte del Prefacio y que reproduzco en el siguiente párrafo. En las
palabras de Rogers, a lo largo de toda la obra, se desprenden
las mismas actitudes que él ve como necesarias para la terapia.
“Al
escribir este libro a menudo he pensado en la idea de un semántico,
de que el significado verdadero, genuino, real, de una palabra nunca
puede ser expresado en palabras, porque el significado real sería la
cosa misma. Si alguien desea transmitir un significado real
semejante, debe taparse la boca con la mano y señalar. Esto lo que
me gustaría hacer. Gustosamente arrojaría todas las palabras de
este manuscrito si pudiera, de algún modo, señalar efectivamente la
experiencia terapéutica. Es un proceso, una cosa-en-si, una
experiencia, una relación, una dinámica. Lo que este libro o
cualquier otro puede decir de ella, no es más de lo que de una flor
puede decir la descripción del botánico o el éxtasis del poeta. Si
este libro sirve como un gran indicador señalando una experiencia
accesible a nuestros sentidos del oído y de la vista y a nuestra
capacidad para la experiencia emocional y si capta el interés de
algunos y los lleva a explorar más profundamente esta cosa-en-si,
habrá cumplido su propósito. Si, por el contrario, este libro se
agrega a la ya vacilante pila de palabras acerca de palabras, si sus
lectores obtienen de él la noción de que la verdad son palabras y
de que la página impresa lo es todo, entonces habrá fracasado
tristemente en el logro de su propósito. Y si sufre la degradación
final de convertirse en “conocimiento académico” -en el que las
palabras muertas de un autor son disecadas y volcadas en las mentes
de estudiantes pasivos, de modo que individuos vivos cargan con las
porciones muertas y disecadas de lo que una vez fueron pensamientos y
experiencias vivos, sin tener siquiera conciencia de alguna vez lo
fueron-, entonces habría sido mucho mejor no haberlo escrito nunca.
La terapia está hecha de la esencia de la vida, y es así como debe
ser comprendida. Es sólo la lamentable inadecuación de la capacidad
del hombre para comunicarse lo que hace necesario correr el riesgo de
tratar de captar esa experiencia viva mediante palabras.
[…]
Esta obra se refiere al sufrimiento y a la esperanza, a la ansiedad y
a la satisfacción, que llenan el consultorio de cada terapeuta. Se
refiere a la unicidad de la relación que cada terapeuta establece
con cada cliente, e igualmente a los elementos comunes que
descubrimos en todas estas relaciones. Se refiere también a las
experiencias altamente personales de cada uno de nosotros. Trata
acerca de un cliente, en mi consultorio, que se sienta frente al
escritorio, luchando por ser él mismo, y sin embargo mortalmente
temeroso de serlo; esforzándose por ver su experiencia tal como es,
deseando ser esa experiencia, y sin embargo mortalmente temeroso ante
esa perspectiva. El libro trata acerca de mi mismo, sentado allí con
ese cliente, enfrentándolo, participando en esa lucha tan profunda y
sensiblemente como puedo hacerlo. Trata acerca de mi en tanto me
esfuerzo por percibir su experiencia, y el significado, el
sentimiento, el sabor, las cualidades que tiene para él. Trata
acerca de mí en la medida en que deploro mi fiabilidad humana en la
comprensión de ese paciente, y los fracasos ocasionales en ver la
vida tal como aparece para él, fracasos que caen pesadamente en la
intrincada, delicada red de crecimiento que se está produciendo. Se
refiere a mí en la medida en que me regocijo de ser partero de una
nueva personalidad; en la medida en que reverencio la emergencia de
un yo, de una persona; que observo un proceso de nacimiento en el
cual he tenido un papel importante y facilitador. Se refiere tanto al
paciente como a mí en tanto observamos maravillados las fuerzas
potentes y ordenadas que se hacen evidentes en esta experiencia
total, fuerzas que parecen profundamente arraigadas en el universo
como un todo. Creo que el libro se refiere a la vida, en la medida en
que la vida se revela vívidamente en el proceso terapéutico, con su
poder ciego y su tremenda capacidad de destrucción, pero con su
equilibrador impulso hacia el crecimiento, cuando se dan las
condiciones propicias".
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