miércoles, 24 de mayo de 2017

Carl Rogers


Carl Ransom Rogers fue (y sigue siendo, a pesar de haber muerto hace 30 años) uno de los psicólogos más influyentes de la historia. Nacido en 1902 en Illinois (Estados Unidos), tuvo una carrera larga y productiva. Prueba de la importancia de su figura se puede apreciar en algunos de los puestos que ocupó durante su vida: Presidente de la Asociación Americana de Psicología Aplicada (1944), Presidente de la Asociación de Psicología Americana (1946), Presidente de la Asociación Americana de Psicoterapeutas (1956), además de ocupar otros cargos y puestos en diferentes instituciones y universidades de Estados Unidos, ser profesor de psicología y psiquiatría en varias de ellas y, por supuesto, desempeñar una importante labor en el ámbito de la psicoterapia. Rogers, que comenzó dedicándose a la agricultura para posteriormente comenzar estudios teológicos que terminó abandonando, se doctoró en 1931 y obtuvo una cátedra de psicología clínica en la Universidad Estatal de Ohio.

Es el fundador de la “terapia centrada en el cliente”, un tipo de psicoterapia que forma parte del movimiento humanista, del cual Rogers también fue protagonista junto con otro autor clásico en psicología, Abraham Maslow. A este enfoque se lo denominó, en el momento de su aparición, la “tercera fuerza”, en relación a los otros dos modelos de psicoterapia existentes en aquel entonces: el psicoanálisis y la terapia de conducta.

La terapia centrada en el cliente (posteriormente cambió el término “cliente” por el de “persona”) se caracteriza por ser un método no-directivo, es decir, en el que el profesional no trata de explicar, dar consejos o instruir al cliente para que haga algo determinado que pueda solucionar su problema. Al contrario, el efecto terapéutico de este enfoque descansa sobre la actitud de respeto y aceptación de la persona, en la confianza de que es capaz de tomar sus propias decisiones y de encontrar la solución a sus problemas y conflictos. Rogers fue uno de los autores que más incidió en la importancia de la relación terapéutica como vehículo para la sanación. En un trabajo clásico, describió lo que para él eran las condiciones necesarias y suficientes para que una psicoterapia fuera eficaz, todas ellas asociadas a actitudes del terapeuta: aceptación incondicional (algo así como el respeto absoluto hacia todas las características que muestra la persona, incluso aquellas que ella misma rechaza), empatía (un profundo interés por tratar de adoptar el marco de referencia interno del cliente, de ver el mundo con sus propios ojos) y congruencia (mostrarse honesto, sincero, sin disfraces).

La investigación, con el paso de los años, ha ido mostrando que estas tres condiciones no son suficientes para que la terapia tenga éxito, pero prácticamente todos los modelos de psicoterapia considera que las tres son necesarias para establecer una buena alianza terapéutica. De hecho, hoy en día forman parte de la lista de factores comunes eficaces estudiada por Norcross. Personalmente, me he encontrado con algunos casos en mi práctica clínica en la que se podría decir que estas tres condiciones, en diferente medida, fueron suficientes para que la persona consiguiese solucionar sus problemas, y en muy poco tiempo. Es cierto que se trata de un número reducido de casos y de relativamente poca gravedad, pero no deja de ser importante que cualquier psicólogo clínico tenga en cuenta la relevancia de estos factores.

Creo que en algunos ámbitos universitarios y profesionales se desconoce bastante un hecho importante: Rogers se preocupó mucho de investigar el proceso de terapia, especialmente en lo referente a la relación terapéutica. Su equipo se dedicó a grabar y transcribir sesiones reales que luego eran analizadas. En sus libros muestra su genuino interés por la investigación en este ámbito y siempre habla con cautela de sus resultados. Además, se le considera el primer profesional en poner en marcha las prácticas con supervisión.

Sus contribuciones no se limitaron a la terapia. También desarrolló una teoría de la personalidad y se preocupó por el mundo de la educación, en el cual veía muy beneficioso la aplicación de algunas de las ideas en las que se basaba su terapia no-directiva.

Traigo a Rogers hoy a este blog porque estoy leyendo uno de sus libros, “Psicoterapia centrada en el cliente” y me ha parecido verdaderamente poético y hasta conmovedor un fragmento que ocupa parte del Prefacio y que reproduzco en el siguiente párrafo. En las palabras de Rogers, a lo largo de toda la obra, se desprenden las mismas actitudes que él ve como necesarias para la terapia.

Al escribir este libro a menudo he pensado en la idea de un semántico, de que el significado verdadero, genuino, real, de una palabra nunca puede ser expresado en palabras, porque el significado real sería la cosa misma. Si alguien desea transmitir un significado real semejante, debe taparse la boca con la mano y señalar. Esto lo que me gustaría hacer. Gustosamente arrojaría todas las palabras de este manuscrito si pudiera, de algún modo, señalar efectivamente la experiencia terapéutica. Es un proceso, una cosa-en-si, una experiencia, una relación, una dinámica. Lo que este libro o cualquier otro puede decir de ella, no es más de lo que de una flor puede decir la descripción del botánico o el éxtasis del poeta. Si este libro sirve como un gran indicador señalando una experiencia accesible a nuestros sentidos del oído y de la vista y a nuestra capacidad para la experiencia emocional y si capta el interés de algunos y los lleva a explorar más profundamente esta cosa-en-si, habrá cumplido su propósito. Si, por el contrario, este libro se agrega a la ya vacilante pila de palabras acerca de palabras, si sus lectores obtienen de él la noción de que la verdad son palabras y de que la página impresa lo es todo, entonces habrá fracasado tristemente en el logro de su propósito. Y si sufre la degradación final de convertirse en “conocimiento académico” -en el que las palabras muertas de un autor son disecadas y volcadas en las mentes de estudiantes pasivos, de modo que individuos vivos cargan con las porciones muertas y disecadas de lo que una vez fueron pensamientos y experiencias vivos, sin tener siquiera conciencia de alguna vez lo fueron-, entonces habría sido mucho mejor no haberlo escrito nunca. La terapia está hecha de la esencia de la vida, y es así como debe ser comprendida. Es sólo la lamentable inadecuación de la capacidad del hombre para comunicarse lo que hace necesario correr el riesgo de tratar de captar esa experiencia viva mediante palabras.

[…] Esta obra se refiere al sufrimiento y a la esperanza, a la ansiedad y a la satisfacción, que llenan el consultorio de cada terapeuta. Se refiere a la unicidad de la relación que cada terapeuta establece con cada cliente, e igualmente a los elementos comunes que descubrimos en todas estas relaciones. Se refiere también a las experiencias altamente personales de cada uno de nosotros. Trata acerca de un cliente, en mi consultorio, que se sienta frente al escritorio, luchando por ser él mismo, y sin embargo mortalmente temeroso de serlo; esforzándose por ver su experiencia tal como es, deseando ser esa experiencia, y sin embargo mortalmente temeroso ante esa perspectiva. El libro trata acerca de mi mismo, sentado allí con ese cliente, enfrentándolo, participando en esa lucha tan profunda y sensiblemente como puedo hacerlo. Trata acerca de mi en tanto me esfuerzo por percibir su experiencia, y el significado, el sentimiento, el sabor, las cualidades que tiene para él. Trata acerca de mí en la medida en que deploro mi fiabilidad humana en la comprensión de ese paciente, y los fracasos ocasionales en ver la vida tal como aparece para él, fracasos que caen pesadamente en la intrincada, delicada red de crecimiento que se está produciendo. Se refiere a mí en la medida en que me regocijo de ser partero de una nueva personalidad; en la medida en que reverencio la emergencia de un yo, de una persona; que observo un proceso de nacimiento en el cual he tenido un papel importante y facilitador. Se refiere tanto al paciente como a mí en tanto observamos maravillados las fuerzas potentes y ordenadas que se hacen evidentes en esta experiencia total, fuerzas que parecen profundamente arraigadas en el universo como un todo. Creo que el libro se refiere a la vida, en la medida en que la vida se revela vívidamente en el proceso terapéutico, con su poder ciego y su tremenda capacidad de destrucción, pero con su equilibrador impulso hacia el crecimiento, cuando se dan las condiciones propicias".




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