jueves, 13 de agosto de 2020
miércoles, 22 de julio de 2020
Cómo elegir un buen psicólogo/a clínico/a
El
artículo de hoy va dirigido más al público general que a los
profesionales de la psicología. En las próximas líneas, voy a
abordar un tema que ha ya sido tratado por muchos/as psicólogos/as, lo que probablemente sea un reflejo de lo importante de
la cuestión. Cuando una persona se plantea acudir a una consulta de
psicología se suele encontrar con que hay muchas opciones dónde
elegir. La pregunta a responder, entonces, es esta: ¿cómo sé que
el psicólogo/a al que voy a acudir es la mejor opción para resvolver mis
problemas?
Responder
a esta cuestión es muy difícil. Cualquier intento de hacer un
listado de criterios a tener en cuenta (como este mismo que escribo
ahora) va a resultar, inevitablemente, simplista. Además, estará
sesgado por la persona que propone la respuesta. Antes de sentarme a
teclear estas palabras, mientras pensaba en los criterios que yo veo
importantes a la hora de elegir un psicólogo clínico, me di cuenta de
que mis sugerencias estaban basadas en mis propias características
profesionales, en su mayor parte. Tiene sentido: hacemos nuestro
trabajo con la convicción de que nuestro método es el mejor
posible. Así que vaya de antemano esta advertencia: esta lista es
subjetiva (como todas las otras que pueda haber, me atrevería a
decir), aunque pensada con la firme creencia de que es una buena
guía.
Lo
que viene a continuación se refiere a la clínica, no a otros
ámbitos de la psicología, donde los criterios serían diferentes.
Es decir, son pistas aplicables a aquellas situaciones en las que una
persona busca un profesional para realizar una terapia psicológica.
Tres
apuntes previos.
Antes de explicar en qué cosas
fijarse a la hora de escoger psicólogo/a, quiero señalar varias
cosas importantes.
No
tienes por qué elegir:
recuerda que la sanidad pública española cuenta con especialistas
en psicología clínica y que los tratamientos psicológicos
(individuales, grupales y familiares) están incluidos en la cartera de servicios comunes. Mi primer consejo es siempre pedir cita en el
centro de salud mental correspondiente. Una de las principales
ventajas de hacer esto, es que te garantiza ser atendido/a por una
persona con la formación mínima requerida para trabajar como
psicólogo/a clínico. Por supuesto, como en todos los ámbitos,
habrá mejores y peores profesionales (no es algo exclusivo ni de la
psicología ni de los servicios públicos) y el número de personas
contratadas sigue estando por debajo de lo recomendable. A pesar de
lo anterior, sigue mereciendo la pena informarse de esta opción y
ver si la intervención propuesta desde los servicios públicos se
adapta a tus necesidades.
Lo
esencial es invisible a los ojos:
esta famosa frase de El
Principito
es aplicable a la búsqueda de un buen profesional de la psicología
clínica. Las características que diferencian a los mejores clínicos
no son cosas que se puedan ver en sus currículos. Aunque queda mucho
por decir al respecto, la investigación disponible hasta la fecha
indica que lo que hace más eficaces a los psicólogos son una serie de habilidades técnicas y relacionales, no su experiencia, modelo de
trabajo o tener un currículo de muchas hojas. Por eso no hay una
guía perfecta (y esta tampoco lo va a ser).
El
lío de los tratamientos eficaces:
otros profesionales consideran que un criterio fundamental es
asegurarse que el profesional escogida utilice tratamientos “basados en la evidencia”.
Sin embargo, no creo que esta responsabilidad deba recaer en quien
busca ayuda, si no en los profesionales. Y así es, los clínicos
tenemos un código ético (código deontológico del psicólogo) que
nos exige utilizar métodos y técnicas basadas en el conocimiento
científico más actual. Las personas ya tienen bastante con lidiar
con sus problemas como para responsabilizarlas del mal hacer de
algunos profesionales. Además, para alguien sin conocimientos de
psicología clínica informarse sobre si un psicólogo en concreto
trabaja de forma adecuada o no es una tarea bastante complicada. Me
cuesta imaginar que, al ser preguntado, pueda existir algún
profesional que responda: “no,
lo que yo hago no tiene ninguna base científica”
(eso no quita que pueda estar equivocado si hace la afirmación contraria). En
resumen: la práctica responsable y rigurosa se nos debe exigir a
todos los profesionales, es nuestro deber. A pesar de ello,
más abajo explicaré algunas cosas que las personas interesadas si
pueden tener en cuenta a la hora de informarse sobre determinados
métodos de tratamiento poco recomendables.
1. Formación.
Hay muchos tipos de
formaciones: cursos, másteres, títulos de experto... la lista es
interminable. Muchos son de dudosa calidad y unos pocos pueden
considerarse excelentes. El criterio mínimo que yo recomendaría es
haber realización la formación sanitaria especializada (el PIR),
que es actualmente la única vía para obtener el título de
especialista en psicología clínica en España. En la práctica
privada, no todo el mundo tiene esta formación. En caso de poder
elegir, mejor que sea alguien que haya hecho el PIR (esto no
significa que no hay psicólogos que sean muy buenos, a pesar de no
haber hecho esta formación).
Nuestros currículos suelen
estar llenos de cosas. Quizás lo mejor sea centrarse en buscar
acreditaciones que impliquen un mayor número de horas y que estén
reconocidas por algún organismo oficial (comisiones de formación
continuada o universidades por ejemplo): puede ser más fiable un
título de Máster que uno obtenido por haber acudido a un taller o un
congreso (aunque no siempre). En ese sentido, si buscas una terapia
psicológica, un criterio importante será que la persona escogida
tenga formación en modelos de tratamiento psicológico. La evidencia
indica que los mejores profesionales son los que tienen conocimientos
en más de un modelo.
2. Adaptado a tus
preferencias.
Es
importante dedicar un tiempo a reflexionar acerca de tus
preferencias. ¿Te gustaría ser atendida por un hombre o por una
mujer? ¿Por alguien joven o mayor? ¿Prefieres una terapia
individual, de pareja, familiar o grupal? Las investigaciones dicen
que no hay diferencias significativas con respecto a características
como el género o la edad (es decir, no son mejores los hombres que
las mujeres ni al revés; tampoco son mejores los psicólogos de
mayor edad con respecto a los más jóvenes), pero sí indican que
cuando la terapia tiene en cuenta las preferencias de quien consulta, las probabilidades de que vaya bien son algo mayores. Según la
persona y sus circunstancias, es posible que se sienta más cómoda
(y, por lo tanto, dispuesta a implicarse en el trabajo terapéutico)
si es atendida por una psicóloga clínica que por un hombre; lo
mismo puede decirse de la edad. También es importante acudir a una
consulta en la que se utilice un formato de tratamiento que encaje
con estas preferencias (terapia grupal, por ejemplo). Y si no tienes
preferencias específicas, una opción es preguntar al profesional
que opciones hay disponibles en su casa y decantarte por una de ellas
(o confiar en el criterio del clínico).
3. Honestidad con respecto a
los resultados.
En las páginas webs de algunas
consultas y centros clínicos se pueden encontrar afirmaciones acerca
de sus resultados. En general, conviene ser precavidos cuando se
anuncian resultados excesivamente buenos (por ejemplo, “¡95% de
eficacia en una media de 5 sesiones! Resultados garantizados”).
Muchas veces se trata de meros reclamos publicitarios. Los estudios
más rigurosos indican que, en condiciones óptimas, los tratamientos
psicológicos investigados son eficaces en cerca del 70% de los
casos. Eso no significa que pueda haber especialistas que logren
mejores resultados todavía. Ante la duda, mejor comprobar si hay
información más concreta sobre los datos anunciados (cómo se han obtenido, en qué se basan, etc.). En mi caso, he
hecho alguna publicación con mis propios resultados, explicando cómo
se evaluaron. De todos modos, los porcentajes y demás números no
dejan de ser cuestiones estadísticas y lo que significa un buen
resultado desde el punto de visto de la investigación no coincide
siempre con la opinión de quien recibe la ayuda. Predecir lo que va
a pasar en cada situación y el número de sesiones necesarias es
complicado porque depende de muchas circunstancias.
4.
Referencias (o el famoso “boca a oreja”).
No
es que sea un criterio infalible, pero en muchas ocasiones el saber
que vamos a ser atendidos por un profesional que alguien de confianza
nos ha recomendado aumenta nuestras expectativas y esto lleva a una
probabilidad mayor de obtener la ayuda que necesitamos. Pregunta a
gente de tu entorno que haya ido al psicólogo, a personas que puedan
conocer a profesionales que trabajen bien (quizás la prima de tu
pareja, que estudió psicología, conoce a alguien, por ejemplo),
etc. En definitiva, cualquiera que te pueda dar información fiable
porque haya tenido experiencias (o sepa de las mismas) agradables.
Eso si, siempre hay que ser consciente de que nunca es garantía de
que a ti te vaya a ir igual de bien que a la otra persona: cada caso es
un mundo y no hay ningún psicólogo clínico que sea eficaz con el
100% de las personas. Ninguno.
Hoy en día es muy fácil
encontrar opiniones públicas en portales de internet en los que se
pueden valorar el trabajo de cualquier profesional. Algunas páginas
propias de consultas incluyen comentarios de usuarios. El problema
con este tipo de referencias es no poder verificar si se trata de
opiniones reales o son producto del marketing. Con las opiniones
negativas puede haber problemas también; a veces, se dejan por otros
motivos que nada tienen que ver con el trabajo en consulta (yo mismo
he sufrido esto y no es nada agradable). Que un psicólogo salga a
menudo en la prensa tampoco es un criterio fiable para confiar en que
sea un experto en terapia.
5. El método que utiliza.
Muchos profesionales explican
cuál es su método o forma de trabajar. Puede ser una buena idea
informarse sobre el mismo y tratar de obtener una explicación
comprensible, sin demasiados tecnicismos. Hay diferentes modelos de
tratamiento y no parece que haya uno que sea mejor, en términos
generales (aunque esto depende también de varias cosas, como el tipo
de problema presentado y las características de la persona). Las
recomendaciones clínicas indican que, si hay varios métodos
disponibles para el problema a tratar, el profesional debería
facilitar información sobre cada uno de ellos y dejar que el
consultante decida cuál prefiere.
Pero más allá de eso, lo
importante es dar con un clínico que ofrezca una terapia
personalizada, diseñada a medida de cada persona, teniendo en cuenta
sus circunstancias particulares. Que sea flexible, pero siempre
dentro de los límites de lo que es un trabajo eficaz. Con matices,
son modelos reconocidos la terapia cognitivo-conductual (incluyendo
la terapia de conducta y las terapias contextuales), la terapia
sistémica, la terapia psicodinámica y la terapia
humanista/existencial, o incluso la integración coherente de varios
de estos enfoques. Lo importante es no utilizar el mismo método con
todo el mundo, si no uno adaptado a cada persona (y comprobar que
funciona).
Conviene
evitar cualquier terapia a la que se de excesivo bombo: afirmaciones
que incluyan términos como “terapia transformadora”, “te
cambiará la vida”, “el mejor método con diferencia” deben
ponernos alerta (lee esta entrada para conocer más criterios para
identificar el auto-bombo en psicoterapia). También hay que tener
cuidado cuando se habla de terapias con nombre propio y marca
registrada, creadas por esa misma persona, como si fuera patrimonio suyo. Y, por supuesto, con aquellos métodos que incluyen aspectos
relacionados con ideas más propias de la espiritualidad y el
misticismo que de la psicología: “terapia de vidas pasadas”,
“fuerzas cuánticas”, “espíritus sanadores”, etc.
6.
El dilema de ser “especialista en...”.
En
ocasiones, nos encontramos con situaciones en las que a una persona
se le dice algo así: “tu
problema es que tienes el Trastorno X; necesitas un especialista en
ese tipo de problemas”.
Por ejemplo, alguien que tiene un problema de adicción a una droga y
busca un psicólogo clínico que tenga experiencia o sea experto en
ese tipo de problemas. Este enfoque tiene un inconveniente: trata los
problemas psicológicos como si fueran enfermedades médicos. El
riesgo es terminar aplicando un tratamiento al trastorno sin tener en
cuenta las particularidades del caso. El especialista en clínica es
experto en esta rama de la psicología: cómo se crean y mantienen
los problemas y cómo se pueden conseguir cambios para resolverlos.
Un tratamiento centrado en la contextualización de los problemas más
que en el etiquetado diagnóstico es más eficaz y da un papel más
empoderador a la persona.
El
“especialista en
duelo”
tiende a buscar el duelo (y siempre lo encontrará, porque todos
tenemos diferentes tipos de pérdidas a lo largo de la vida) y puede
que deje de lado otros aspectos más relevantes. El “especialista
en trauma”
(o en alguna terapia específica del trauma) buscará (y casi siempre
encontrará) un trauma en tu vida, porque está entrenado para ello.
El ser “hiperspecialista”
puede llevar a estrechar el foco y no considerar a la persona
globalmente.
Ahora
bien, aquí hace falta volver al punto 2: las preferencias de quien
acude a consulta. Si tienes claro (por convencimiento propio o por
indicación de otro profesional) que tu problema va a ser mejor
atendido por un especialista en ese tipo de circunstancias, quizás
sea buena idea buscar a ese experto en la materia, siempre teniendo
en cuenta los otros criterios de esta lista.
Y
hasta aquí mis recomendaciones. Espero que si has llegado a este
artículo buscando respuesta a la pregunta de cómo escoger un buen
psicólogo clínico, te haya resultado útil esta información. Cualquier comentario, duda o discrepancia con lo expuesto aquí será bienvenido, siempre que se haga de forma respetuosa.
miércoles, 17 de junio de 2020
Las guerras culturales de la psicoterapia.
Como
es sabido, en psicología clínica existen diferentes teorías cuya
finalidad es tratar de explicar lo que denominamos como “problemas
de salud mental” (o “trastornos”, “problemas
psicológicos”, “problemas de la conducta humana”,
etc.). Normalmente, estas se basan en una serie de afirmaciones que
tratan de ayudarnos a comprender lo que está sucediendo y lo que es
necesario hacer para ayudar a las personas a conseguir los cambios
necesarios. Funcionan como una especie de guía que nos permite
interpretar y ordenar la información de la que disponemos sobre un
caso en concreto, o como un mapa que nos orienta, nos indica en dónde
se encuentra la persona y la dirección en la que tenemos que ir, así
como cuáles serán los mejores medios para atravesar los territorios
que nos corresponda transitar.
En
terapia, el clínico que quiera hacer un buen trabajo debe tratar sus
teorías como hipótesis: es decir, suposiciones
sobre lo que sucede, basadas en los datos disponibles. Las hipótesis
sirven de punto de partida de una investigación que las probará o
descartará. Esto dependerá de los resultados que se vayan
obteniendo, de la acumulación de nueva información, que podría ir
a favor o en contra de la suposición inicial. Un investigador eficaz
sabe cuando modificar o abandonar una hipótesis. El psicólogo
clínico interesado en realizar una intervención rigurosa también
debe ser consciente de sus teorías del cambio, las explicaciones en
las que se basan, los indicios que las apoyan, etc. Trabajar sin un
modelo en la cabeza puede implicar un tratamiento caótico y poco
eficaz. La teoría, la formulación o conceptualización del caso, es
necesaria. Y, al mismo tiempo, el profesional debe ser consciente de
que se trata de eso, un modelo teórico, una hipótesis,
por lo que deberá estar atento a la nueva información que vaya
recopilando, evitando sesgos de confirmación (fijarse de manera
selectiva en los datos que apoyan su hipótesis e ignorar los que la
ponen en duda), y dispuesto a descartar sus suposiciones previas y
sustituirlas por otras más ajustadas a lo observado.
A
veces nos aferramos tanto a nuestros “modelos sagrados” que perdemos
de vista las necesidades de las personas a las que prestamos nuestros
servicios, arriesgándonos a caer en el sesgo del lecho de Procusto:
distorsionamos la información recopilada para hacer que el individuo
se adapte a nuestra teoría (no importa si tenemos que cortarle un
brazo o estirarle una pierna en exceso, metafóricamente) en lugar de
adaptar el modelo a la persona. Las teorías tienen que estar al
servicio del consultante y no al revés. Siempre.
Es
frecuente observar en algunos contextos lo que John Norcross llama
“las guerras culturales de la psicoterapia”, refiriéndose
a la confrontación que se produce entre los defensores de unos y
otros modelos teóricos, y que, en parte, resume muy bien la
siguiente viñeta:
Es
fácil ver afirmaciones peyorativas formuladas como “el
conductismo es...” o “la sistémica es...”, etc,
atribuyendo determinadas cualidades a las teorías . Y si dejamos de
lado planteamientos poco serios, místicos, fraudulentos o
directamente delirantes, creo que el problema no está en los
modelos, si no en cómo los defienden algunos de los profesionales
adscritos a los mismos. Las teorías no compiten entre si, lo hacen
las personas. Sin considerarme conductista, por ejemplo, me incomoda
leer ciertas críticas hacia este enfoque en si mismo (sus
aportaciones a la terapia psicológica son muchas e innegables y, en
mi opinión, los principios del aprendizaje deben estar presentes en
el trabajo de cualquier clínico, independientemente de su teoría de
referencia), cuando lo que me parece problemático son, más bien,
las actitudes de unos pocos conductistas. Y aquí la palabra
conductista se puede sustituir por “cognitivo”,
“sistémico” o “humanista”. Yo mismo encuentro
“rancio” lo que escriben algunos autores actuales asociados a mis
modelos de referencia. El problema no reside en una teoría concreta.
Creo
que el buen conductista/sistémico/humanista/etc no necesita recurrir
a la descalificación a la hora de opinar sobre otros enfoques y las
ideas de sus autores. Al contrario, el experto probablemente piense
algo así como “bien, es cierto que esa terapia diferente a la
mía puede funcionar; pero el cómo funciona se puede explicar de
otra manera, según mi teoría”. Y, a partir de ahí, incluso
establecer un diálogo productivo. No es algo nuevo, esto ya lo han
hecho otras personas a lo largo de los años. Por ejemplo, un libro
reciente y muy recomendable, “Mastering the clinical conversation”, propone la teoría de los marcos relacionales
como explicación del funcionamiento de la psicoterapia desde
diferentes enfoques. Yo no soy un experto en dicha teoría, pero se
agradecen planteamientos de este tipo, respetuosos y centrados en los
procesos de cambio y no en la marca registrada de la terapia. A mi me
sirvió, por ejemplo, para darle un sentido a ciertas intervenciones
de la psicoterapia centrada en soluciones y encontrar una hipótesis
de cómo pueden producir el cambio.
Algunos
de los psicólogos más vehementes tienden a tachar a los que siguen
teorías diferentes a las suyas como “pseudocientíficos”,
con cierta prepotencia. Pareciera que los otros son “menos
científicos”, estafadores (que los hay) o ingenuos que no
saben lo que hacen. Quizás es mi visión la que es ingenua, pero
creo que la mayoría de profesionales trabajan desde un enfoque
determinado porque están convencidos de que es el mejor posible. Por
supuesto, eso no justifica malas prácticas ni es un canto a que cada
uno haga lo que quiera. Simplemente, hay que considerar los
diferentes factores que nos llevan a utilizar una metodología u
otra, reciclarnos cuando sea necesario, “psicoeducarnos”
si estamos equivocados, o a apartarnos de la práctica clínica si no
tenemos remedio. Pero para eso no hace falta la mofa, el ataque, el
desprecio. Entiendo que las intenciones de los críticos más duros
son verdaderamente nobles: cuidar y proteger a las personas que
acuden a consulta, para que no sean engañados y reciban el mejor
servicio posible. Todos (o casi) tenemos eso en mente. Nadie se hace
rico siendo psicólogo, así que debe haber otras motivaciones para
dedicarse a esta profesión.
Es
habitual mencionar la “práctica basada en la evidencia”
para criticar otros modelos, lo cual nos lleva a situaciones
paradójicas en no pocas ocasiones. La práctica basada en la
evidencia está basada en un modelo médico de la psicología clínica
en el que los problemas humanos se categorizan como trastornos o
enfermedades para los que hay que elegir un tratamiento específico
(como si de un fármaco se tratara). Adoptar el modelo médico a la
psicología es un enfoque que ha recibido muchas críticas y muy
justificadas. Por eso es curioso que algunos defensores de ciertos
modelos digan que su tratamiento ha demostrado ser eficaz para tratar
algo que su propia teoría niega (que existan los trastornos mentales
tal y como se entienden en las clasificaciones diagnósticas al uso).
Sin embargo, esta es una buena maniobra que da margen para criticar a
otros planteamientos: “fíjate, mi terapia ha mostrado ser
eficaz para tratar 23 trastornos diferentes y la tuya no”. O,
si el modelo criticado goza de pruebas que apoyen su eficacia,
siempre se puede recurrir a una de estas dos opciones: “esos
estudios están llenos de sesgos” (muchos de los cuales son
comunes a los estudios que apoyan su terapia) o “si, si, pero la
teoría en la que se basa la terapia no está validada”.
Nos
guste o no, la práctica basada en la evidencia en psicología ofrece
un marco para valorar la utilidad de los procedimientos y técnicas
empleados en psicoterapia. Nos indica qué cosas funcionan y bajo qué
condiciones. Nos guían y permiten diseñar nuestras intervenciones
para obtener los mejores resultados posibles (para ayudar a otras
personas que sufren). Si un método concreto muestra ser eficaz,
debemos considerar su uso seriamente, si procede con un caso
determinado. Pero, ¿y si los supuestos en los que se basan no están
“validados”? ¿Lo desechamos aunque muestre su
funcionamiento? ¿O trabajamos para tratar de comprobar cuáles son
los mecanismos que producen el cambio? Estos últimos, siguen siendo
objeto de discusión y estudio; lo cierto es que todavía no hay
acuerdo acerca de cómo funciona la terapia. ¿La dejamos de usar
entonces? ¿Es toda la psicoterapia pseudocientífica? Más aún, que
yo diga que mi terapia se basa en un modelo que ha sido validado en
otros ámbitos (psicología básica, por ejemplo), no significa que
efectivamente funcione por los procesos implicados en dicha teoría.
No,
evidentemente no la psicoterapia no es una pseudociencia. Y la
práctica basada en la evidencia, con sus limitaciones, si se toma de
forma global y bien enfocada, nos ofrecen ciertas garantías (a
profesionales y consultantes) muy valiosas.
Como
dije antes, necesitamos una teoría para hacer bien nuestro trabajo.
Y no una teoría propia, fruto de la inspiración o de un sueño
revelador. Una teoría basada en información contrastable. El día
en que la investigación demuestre, sin ninguna duda, que hay un
único modelo teórico válido y un procedimiento inequívocamente
superior a los demás, todos los clínicos interesados en el
bienestar de la población lo adoptaremos. ¡Y qué alivio por fin
tener semejante certeza! Mientras ese día no llegue, quizás nos
convenga basarnos más en la experiencia que en nuestros mapas. “El
mapa no es el territorio”, es una cita habitual de no recuerdo
quién. Y a veces pasa que vas conduciendo y el GPS, que nunca te
había fallado, te dice que gires a la derecha, a pesar de que tú
ves que en ese lado solo hay un barranco. El que no está dispuesto a
modificar su mapa y se ciñe a él de forma rígida corre el riesgo
de tener un accidente.
Aquí
es la persona que acude a consulta la que, en respuesta a nuestras
intervenciones, nos va guiando. El mapa dice “hay que ir por
aquí; este mapa está basado en conocimiento experto y miles de
personas han recorrido este camino, el adecuado”; el
consultante, tal vez señale otra dirección: “no, por ahí no
es. Conozco otro camino que todavía no está en los mapas...”.
O “no se puede pasar por aquí, pero... ¿y si construimos un
puente?”. Claro, nosotros tendremos que ir valorando que no hay
ningún obstáculo que desaconseje tomar esa ruta, tenemos nuestra
responsabilidad en el proceso terapéutico. Las personas puede estar
desorientadas...¡y los clínicos también!
lunes, 4 de mayo de 2020
Hora de reencontrarnos.
Ha llegado la hora de reencontrarnos, cara a cara, aunque sea a dos metros de distancia, con mascarilla y sin poder estrecharnos la mano. Pero, de nuevo, estaremos juntos.
He aprovechado el confinamiento para poner al día las estadísticas de mi consulta y
observar datos como este: la media de sesiones de quienes logran un
cambio clínicamente significativo es de 7. La psicoterapia eficaz puede
ser breve (aunque no siempre, depende de cada caso). Para algunas
personas serán suficientes 3 o 4 sesiones, pero otras requerirán de 12 o
14, o más, en función de sus circunstancias, necesidades y objetivos
acordados.
En psicología clínica, "cambio clínicamente significativo" significa que la persona que acude a consulta empieza con problemas que alteran de forma importante su vida y terminar "recuperándose" (alcanzando sus objetivos) a través de la terapia psicológica.
En psicología clínica, "cambio clínicamente significativo" significa que la persona que acude a consulta empieza con problemas que alteran de forma importante su vida y terminar "recuperándose" (alcanzando sus objetivos) a través de la terapia psicológica.
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