jueves, 21 de diciembre de 2023

Marketing para (contra) psicólogos/as

Me había propuesto no usar este blog para quejarme demasiado, pero hoy voy a hacer una excepción. ¡Es que me lo ponen difícil!

Hay una cosa que me molesta mucho: la publicidad de “vende-humos”. Me molesta, pero también me fascina hasta donde son capaces de llegar algunas personas con tal de vender sus “servicios”. Hace tiempo comenzó a aparecer publicidad de este tipo cada vez que entraba en mi cuenta de Instagram. Pinché en bastantes anuncios para conocer más de cerca el método que usaban estos charlatanes, lo que hizo que el algoritmo de la mencionada red social aumentara la cantidad de anuncios de este tipo que me mostraba. No era difícil empezar a ver similitudes entre unos y otros: “entra en esta MASTERCLASS GRATUITA donde te desvelaré las 3 CLAVES para vivir de tu negocio”; ofertas por tiempo limitado y exclusivas, con suculentas rebajas SOLO PARA TI; supuestos testimonios o “pruebas” de los resultados que ibas a obtener; una obsesión desmesurada por venderte la idea de que podías alcanzar las “seis cifras mensuales” sin apenas mover un dedo; métodos sencillos que cualquier podía seguir, pero que nadie te había contado hasta ahora; resultados inmediatos; etc. Eran anuncios dirigidos a pequeños empresarios, un público más vulnerable y preocupado por echar su negocio a andar y poder sobrevivir. Algunos vídeos de Youtubers como Tamayo o LordDraugr me aclararon muchas cosas.

Todo lo anterior me indignaba, pero me el sentimiento se hizo todavía más desagradable cuando empecé a ver anuncios dirigidos a psicólogos/as. Porque, por supuesto, a nosotros también se nos intenta vender humo a menudo. Al final y al cabo, somos un buen target: el número de licenciados/graduados en psicología es muy alto y las tasas de desempleo enormes. Si trabajas en el ámbito sanitario o clínico privado es difícil construir y mantener una consulta o despacho que sobreviva durante suficiente tiempo. Y ahí aparece el miedo del que se aprovechan algunos/as. El miedo a no tener suficiente trabajo, a no poder pagar las facturas, a no hacerlo bien, al fracaso. Por ese flanco atacan estos psicólogos vende-humos.

Hay dos tipos de estrategias que pueden usar para cazar a sus presas, dos formas de intentar vendernos algo: ofrecerte un método infalible para ser mejor profesional o las claves para “vivir de tus terapias” y ganar mucho dinero.

La segunda estrategia no difiere mucho de lo que se ve en otros anuncios dirigidos a pequeñas empresas de todo tipo: la promesa de tener más tiempo para ti mismo y las cosas que te importan en la vida, trabajar menos y ganar más, siguiendo unos pasos sencillos pero eficaces. Esto lo verás en propaganda en la que te habla de “atraer clientes”, “vivir de tus terapias” y expresiones similares. Seamos honestos: uno no elige la profesión de psicólogo para hacerse rico. Es un trabajo con el que puedes vivir razonablemente bien (aunque la probabilidad de que esto suceda es baja), pero está lejos de ser un campo en el que los ingresos sean altos. Más bien, lo normal es la precariedad. Así que me resulta hiriente ver a otros psicólogos mostrar vídeos con supuestas entrevistas a otros psicólogos que han logrado incrementar sus ingresos de forma impresionante en poco tiempo (y, además, trabajando menos horas… todo un prodigio digno de ser considerado un milagro), proclamando que “más de 800 alumnos ya han logrado resultados trabajando con nosotros en 2023” y cosas por el estilo. Todo ello acompañado de amplias sonrisas y una excelente calidad de vídeo. Si investigas un poco, cuando es posible ver el nombre de alguna de esas personas que, supuestamente, se ha beneficiado del método de turno, encontrarás que se trata de gente que, en sus redes sociales, ofrece servicios similares. Es inevitable pensar en las palabras “estafa piramidal” y sus variaciones.

Pero todavía me enerva más la primera estrategia: la de otros psicólogos vendiendo el humo de su método para ser mejor terapeuta. Se trata de técnicas o enfoques de terapia que, según sus proclamas, son increíblemente eficaces, te cambian la vida (“y la de tus pacientes”), funcionan en el 100% de los casos (o el 200%, ya puestos a exagerar…), etc. Son métodos que casi siempre van acompañados del signo de marca registrada. Lo que se dice sobre ellos me recuerda a lo que escribió Lilienfeld sobre el hype en psicoterapia (que puedes ver en otra entrada de mi blog).

Hace tiempo, en un foro de profesionales de la psicología clínica, leí a varias personas hablar sobre un tipo de terapia de pareja que desconocía. Algunas personas se referían a “un antes y después” al formarse en dicho enfoque. Yo no lo conocía, así que hice un poco de investigación de andar por casa (una sencilla búsqueda en Google, claro). Me encontré con la página oficial en la que se leía muchas veces el nombre del autor y el alto grado de eficacia que tenía la terapia en cuestión. "¿Cómo es posible que no haya oído hablar de un tratamiento tan útil, yo que creo estar al día con estas cosas?", pensé. Así que hice lo que uno tiene que hacer en estos casos: consultas fuentes fiables, bases de datos de artículos de investigación. ¿Resultados? Cero patatero. Aquí te dejo una primera clave para saber cuándo te están vendiendo humo: para decir que una terapia es eficaz, tienes que comprobarlo de alguna manera; y si logras comprobarlo, te interesa publicar tus resultados en una revista, aunque no sea la mejor del mundo. ¿Por qué? Porque así llegaría a más gente y habría más personas interesadas en formarse en tu fantástico método. No deberías tener dificultades para publicar, si realmente tienes tan buenos resultados, ¿verdad? Pues esta gente, por ejemplo, no tenía nada publicado (bueno, si: su gurú ha escrito varios libros, que creo que no están traducidos al español). Por curiosidad, al ver que El Creador (yo creo que a él le gusta que lo escriban así, con mayúsculas) del método ofrecía en su web sesiones de supervisión, quise ver cuál era el precio: ¡nada más y nada menos que 600 dólares norteamericanos por hora! Me quedo con las dudas de si es eficaz para la terapia de pareja, pero no tengo dudas de que da muy buenos resultados a la hora de engordar la cuenta corriente de su amado líder.

En España también tenemos de esto, hasta en su peor versión. Profesionales recién salidos de la carrera, más jóvenes incluso que yo (quizás es que les tengo un poco de envidia por su edad, eso no lo voy a negar…) hablando del método que crearon y del que se han beneficiado cientos y cientos de personas (¿cómo lo hacen? ¿de dónde sacan el tiempo para ver a tantos consultantes en tan pocos años?). Y, por supuesto, es “super sencillo”. Estos métodos siempre son sencillos, los puede hacer cualquiera (yo creo que, hasta mi hijo de 3 años, si lo apunto a algún curso de estos, se convierte en supershrink en 6 meses), nadie se explica cómo es posible que nadie te haya contado este secreto tan bien guardado en el grado, el máster, la residencia y cualquier otra formación que hayas hecho. Otra clave te doy: si presumen de años de experiencia (algunos deben contar los años del colegio, si no, no me lo explico), aluden a grandes porcentajes de éxito, hablan de algo “revolucionario” … Desconfía. Tampoco te fíes si presumen de haber publicado libros. Hoy en día, cualquiera puede hacerlo (yo soy la mejor prueba de ello), auto-editándolo. Puede que veas reseñas muy positivas en tu página de compra de libros favoritos, pero no olvides que muchas veces están escritas por “bots” y son falsas. Es curioso cuando ves un montón de reseñas de la misma fecha, usando expresiones similares. Tampoco informa mucha que te digan que van por la enésima edición. A menudo se habla de diferentes ediciones de un libro de forma deliberadamente errónea, cuando en verdad debería decirse “tirada”. Que en libro tenga diferentes ediciones implica que hay modificaciones entre una y otra. Pero es un buen reclamo publicitario decir que un libro, que todavía no ha salido a la venta, por ejemplo, ya va por la segunda edición. No, va por la segunda tirada (una tirada es el número de ejemplares que se imprimen).

Cualquier psicólogo/a quiere ser mejor profesional. Sobre todo, si estás empezando, la inseguridad es normal y generalizada. La ansiedad consecuente puede hacerte picar y comprar algo que va más dirigido a crearte una falsa sensación de seguridad que a mejorar tus competencias. Y te lo van a cobrar bien. He visto un método para trabajar con casos de trauma del que te venden un curso de 38 horas por más de 1000 euros. Eso sí, el método es muy eficaz, aunque no haya ningún estudio que lo haya demostrado. Además, te venden materiales propios para usar en consulta (tarjetitas con dibujitos y marca registrada... tal cual). ¿Quieres un manual para crear apego seguro de 174 páginas, con anillas para quitar y poner tarjetas muy coloridas? Es tuyo por solo 450 euros (+ IVA). ¿Quieres unas “tarjetas terapéuticas” que vienen en una caja muy chula multicolor? Ve soltando 499 euros (+ IVA). ¿Es mucho dinero? No te preocupes, que luego te vendemos un método para hacerte rico viviendo de tus terapias. Un plan sin fisuras.

¿Cómo no caer en estas trampas, si tocan miedos universales? Es normal, ves a alguien que se presenta como “Creador del método de mayor precisión en psicoterapia” y enseguida te dejas seducir por la idea de participar en una formación que, esta vez si y definitivamente, te convierte en un clínico sumamente eficaz. Y si no te sirve con el curso, te ofrecen servicios de supervisión que te prometen aprender a saber qué hacer exactamente en cada caso. Déjame que te diga una cosa incómoda: no existen tales métodos 100% eficaces. Huye en otra dirección cuando veas este reclamo. La psicología clínica implica trabajar con un alto grado de incertidumbre y reconocer los límites de lo que podemos hacer, siendo conscientes de que hay variables en la vida de las personas las que atendemos que tienen mucha mayor influencia que nuestras mejores técnicas y habilidades terapéuticas.


Por supuesto, no todo es humo. Hay métodos mejores y profesionales con cualidades fantásticas que los convierten en grandes maestros. También hay quienes ofrecen servicios más dirigidos a la parte empresarial del trabajo del psicólogo que lo hacen de forma honesta y eficaz, sin crear falsas expectativas. Conozco casos de este tipo, pero tampoco he escrito esto para hacerle publicidad a nadie.

 

Para terminar, por si puede servir de algo, dejo aquí una tabla de mi libro donde aparecen algunas claves para identificar cuando nos están vendiendo humo a los psicólogos (cambia la palabra "terapia" o "tratamiento" por "método" y adáptala a la situación en la que se está hablando de lo que he denunciado en este artículo):

 

 


Conflicto de intereses: aunque creo que mi crítica no tiene que ver con lo que voy a decir ahora, me parece justo señalarlo. Yo también ofrezco cursos de formación y sesiones de supervisión para psicólogos/as, así que se podría pensar que esta entrada está motivada por algún tipo de envidia/competencia. No creo que sea el caso, pero no está de más dejar constancia de esta posibilidad (podría no ser consciente de ello).

jueves, 30 de noviembre de 2023

¿Cuántos psicólogos hacen falta para cambiar un televisor?

Hace tiempo que no me paso por aquí. Ya sabes, lo de siempre: muchas cosas que hacer y el  poco tiempo que me queda libre prefiero dedicarlo a cuidarme. Después de meses sin escribir en el blog, podrías pensar que hoy vengo a explicar algún aspecto “profundo” de la psicoterapia. Y no sé si es profundo o superficial, pero hoy te voy a contar el problema que tuve para colgar una tele en la pared de mi salón y de cómo esta anécdota me sirve para apuntar algunos de los aspectos clave que se dan en las terapias eficaces.

Primero, contaré mi problema y su solución, poniendo números entre paréntesis para resaltar aquellas cosas en las que veo una analogía con la terapia. Después, desarrollaré brevemente los puntos que haya ido señalando en la primera parte del texto.

 

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La anécdota del televisor.

Hace algo más de tres años que me mudé al piso en el que vivo ahora, una vivienda amueblada y completamente equipada; tanto, que incluso tenía en el salón una estructura preparada para colgar una tele en la pared. Así que mi pareja me propuso hacerlo. Sin embargo, yo fui rechazando la posibilidad. ¿Sabes por qué? Bueno, en mi cabeza me imaginaba que poner la tele ahí iba a ser costoso; suponía que tendría que hacerle cosas raras al aparato y a la pared, quizás algún agujero, manejar herramientas desconocidas para mí; me preocupaba hacerlo mal y terminar estropeando la tele o, peor aún, la pared de un piso que no es mío. Todo estos estos pensamientos, claro está, se fundamentaban en mi escaso conocimiento sobre el tema (1). Uno de los motivos que teníamos para colgar la tele era que estábamos esperando el nacimiento de nuestro hijo y nos parecía más seguro para él que el aparato estuviera anclado, para evitar posibles accidentes. Pero como era una posibilidad, no una realidad actual, aquella motivación no era suficientemente fuerte. Tampoco lo fue cuando nació el niño: al principio, porque no se desplazaba independientemente y no había peligro; después, porque se movía solo pero no llegaba a donde se encontraba la tele; y cuando ya llegaba y tenía suficiente movilidad como para tirarla, descubrimos que teníamos un hijo muy colaborador y que había aprendido bien el mensaje de que ese extraño electrodoméstico que siempre estaba apagado en su presencia, no se tocaba y había que tener cuidado con él.

Así estuvimos tres años, hasta que pasó algo que reavivó el asunto. Una noche que mi madre se encontraba de visita en nuestra casa, esta se quedó mirando a la pantalla, apagada y silenciosa, y me dijo: “qué baja está esa tele, ¿no?”. Al poco tiempo me quedé solo, con mis pensamientos, mirando aquel objeto y dándole vueltas. Empecé a verlo con otra perspectiva y a plantearme cómo sería tenerla a mayor altura. Lo visualicé y comencé a darme cuenta de algunas ventajas que podría encontrar (2): de nuevo, mayor seguridad para mi hijo, que está en un momento en el que desborda energía; pero se añadieron beneficios extra, como disfrutar más del tiempo que hacemos uso de la tele, una postura corporal más cómoda y algo de espacio en el mueble del salón. Casi de inmediato, me puse a investigar qué tenía que hacer para ponerla en la pared, algo que había evitado hasta ese momento. Así descubrí que las cosas no eran como me había dicho mi mente, sino mucho más sencillas. Esa misma noche terminé colgando la tele en la pared, pero… estaba todavía más baja que cuando estaba colocada en su soporte. Y era incapaz de descubrir como subirla.

Al día siguiente, cuando llegué a mi consulta, busqué soluciones hablando con uno de mis compañeros de despacho, a quien considero una persona la que se le dan bien ese tipo de reparaciones caseras (3). Cuando le expliqué la situación, tuve que esforzarme bastante para que entendiera mi atasco: describirle la estructura que había atornillada en la pared no fue fácil, incluso cogí un folio para dibujarla (bueno, “pseudo-dibujarla”, porque mis habilidades pictóricas son bastante pobres). Él se esforzó también por entender el dibujo y lo que yo le planteaba (4). No me pudo dar ninguna solución, pero el hecho de estar hablando de ello, la propia conversación, propició que se me ocurriera algo que hacer. Así que me fui a casa contento, esperanzado y con expectativas de resolverlo (5).  

Por desgracia, cuando investigué con calma mi idea, vi que aquello no era posible (6). Al día siguiente, mi compañero sacó el tema. Me preguntó de nuevo por la estructura, ahondando en su descripción y proponiendo un nuevo punto de vista. Y ahí apareció una sensación de ¡Eureka! o algo asimilar, un “esto tiene todo el sentido del mundo”. Llegué a casa emocionado y me puse manos a la obra. ¡Funcionó! Tele colgada a una altura ideal. Y aquí se acaba la historia, no hay giros de guion ni nada parecido.

 

Las analogías con la terapia.

1)    1) Sucede a menudo, ¿verdad? Nuestra mente se dedica a anticipar una situación desconocida y la incertidumbre alimenta la ansiedad. La propia respuesta del organismo nos pone en alerta, lo que hace que estén más presentes pensamientos sobre los posibles riesgos. En fin, que nos intentamos proteger de algún peligro poniéndonos en lo peor, dudando incluso de nuestra capacidad para afrontar un problema determinado. Y cuando valoramos algo así como que “no merece la pena el esfuerzo”, fácilmente podemos tender a la evitación. Al menos, así me pasó a mí: me sentía incapaz y decidí no hacerlo. Esto es algo que me ha sucedido en otras ocasiones, y disculpa que te cuenta otra anécdota. Hace unos cuantos años, el coche que tenía por aquel entonces empezó a funcionar mal. En concreto, cuando iba por la autovía y me encontraba una pendiente pronunciada, no lograba superar la velocidad de 80 Km/h, a pesar de que esto me sucedía en un tramo por el que conducía con cierta frecuencia y en el que no me solía costar llegar al límite de velocidad permitido (120 km/h). Sin tener ni idea de mecánica, de nuevo mi mente me jugó una mala pasada: me convenció de que eso debía ser un problema del motor y de que si lo llevaba al taller iba a tener que pagar una reparación muy costosa; no me parecía que mereciera la pena: al fin y al cabo, el coche funcionaba perfectamente, con excepción del problema mencionado. Otra vez, los costes anticipados superaban a los beneficios. Con el tiempo, cuando mi situación económica fue más favorable, terminé llevando el coche al taller. El fallo estaba en el “turbo” (sea lo que sea eso) y la reparación fue bastante económica, sencilla y rápida. Nada que ver con lo que había imaginado durante muchos meses. Y me arrepentí de no haberlo llevado antes y haberle hecho caso a nuestra mente. En terapia, veremos a menudo que lo que dicen nuestros pensamientos no tienen que ser necesariamente la realidad; experimentar en el presente, sentir, es más importante.

 

2)    2) Cuando te habitúas a ver las cosas de una determinada manera, a veces ayuda encontrarte con otra perspectiva; pero una perspectiva que te haga reflexionar y darte cuenta de cosas novedosas. Mi madre no criticó cómo teníamos puesta la tele; lo que hizo fue aumentar mi conciencia sobre un asunto pendiente y estimular buenos motivos para afrontar aquello que me parecía tan complicado. Aquí está la analogía para la terapia: cuando uno se plantear cambiar algo que resulta costoso, difícil, doloroso, ansiógeno, es importante tener buenos motivos para hacerlo, cosas que uno valora, tan importantes como pueden ser la seguridad de personas a las que se quiere, el cuidado de uno mismo, etc. Para estar dispuesto a sufrir, ese sufrimiento debe tener algún sentido. Por eso hay enfoques de psicoterapia que explícitamente se centran, en algún momento, en encontrar esos valores o motivos que puede tener la persona para cambiar algo. Y, generalmente, motivos que tengan que ver con evitar cosas desagradables no suelen ser tan movilizadores como otros relacionados con las cosas que uno valora y desea.

 

3)   3) La analogía más evidente: buscar a una persona que te asesore para resolver un problema. Pero no te diriges a cualquiera, si no a quien consideras cualificado para ayudarte, papel que ocupa el psicólogo clínico, en el contexto de la terapia. Quieres resolver un problema, los has intentado por tu cuenta, pero te encuentras atascado; como ya has tomado la determinación de resolverlo, estás dispuesto a explorar otras opciones, siendo la terapia una de ellas. Por eso es importante dirigirse a un profesional al que se le supone el conocimiento y habilidades adecuadas para colaborar contigo.

 

4)   4) En psicoterapia, esta suele ser una parte fundamental: la curiosidad de mi compañero (que también es psicólogo clínico, pero que no actuaba como tal en ese momento) era como el interés que muestra el terapeuta, haciendo preguntas para tratar de entender la experiencia del consultante; la dificultad para expresar cosas de una manera en la que no te sientes suficientemente hábil (en este caso, mi dificultad para dibujar o describir verbalmente la estructura) genera cierta ansiedad (no faltaban en mi cabeza pensamientos del tipo “qué mal me explico”, “qué mal dibujo”, etc.). Sin embargo, el hecho de encontrarte con un psicólogo que se muestra paciente, que no critica tus dificultades para expresarte ni te presiona, en el que percibes un interés genuino por entenderte, ayuda a seguir haciendo esos esfuerzos, a afrontar lo ansiógeno de la situación. Aquí estamos hablando de una tele, pero imagínate tener que describir situaciones de abuso, de desesperanza, de deseos de morir, de gran angustia… La terapia es exposición en gran parte, exposición a hablar de cosas que duelen, pero dándole un sentido. Pero también es importante que la conversación no gire solo entorno a lo que es “problemático”, sino que haya (mucho) espacio dedicado a hablar sobre cómo se puede afrontar.

 

5)  5) No siempre es así, pero, en muchos casos las condiciones descritas en el punto anterior favorecen que el consultante se dé cuenta de algo o vea las cosas desde otra perspectiva que le permita plantearse soluciones que, hasta entonces, no había contemplado. El estar haciendo algo con la intención de resolver un problema (y estar hablando de ello con un profesional cualificado es “hacer algo”) puede activar recursos personales que abran el camino para el cambio. En la conversación/interacción que se da en las sesiones suele estar la terapia, porque es una conversación basada en principios que propician el cambio. Aquí también este presente la “remoralización”, la recuperación de la esperanza y las expectativas de autoeficacia, cuestiones que se deben transmitir en las sesiones si queremos que se den las condiciones necesarias para que haya una buena evolución.

 

6)   6) En la terapia no hay certezas: en ocasiones, es un proceso de “ensayo y error”. Se van probando cosas diferentes, lo que en sí mismo es un avance (por dejar de hacer “más de lo mismo”, de las cosas que no estaban funcionando), con la intención de descubrir lo que puede servir y lo que no, y con la idea de aprender de todo ello. No hay una solución única para todos los problemas parecidos; cada uno encuentra la suya.

 

Por supuesto, cambiar una tele no es un problema comparable a estar deprimido, tener crisis de ansiedad, conflictos familiares, etc. No es mi intención poner al mismo nivel mi ridícula anécdota y el tipo de situaciones que traen a las personas a terapia, mucho más relevantes, serias, limitantes y angustiantes. Lo que trato de resaltar es esos procesos que se producen en la conversación terapéutica y que pueden ser de tanta ayuda para mucha gente.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Curso online: "Psicoterapia a medida".

 

En esta entrada te presento un curso que acabo de organizar, sobre “psicoterapia a medida”, y del que puedes encontrar todos los detalles pinchado en el siguiente enlace: curso online de psicoterapia.

Hablar de hacer una psicoterapia “a medida”, una psicoterapia individualizada o términos similares debería ser, y para muchos lo es, algo redundante, una obviedad. Al fin y al cabo, desde los inicios de la terapia lo que se ha hecho ha sido esto: tratar de entender cada caso de forma individual y, en función del análisis realizado, intervenir de una manera o de otra. Y, realmente, esto es lo que siguen haciendo muchos profesionales (probablemente, los más eficaces). Sin embargo, quizás el asunto no sea tan obvio si te paras a pensar un momento en la situación en la que nos encontramos desde hace algunos años, en la que la terapia, en gran parte, ha ido virando hacia un enfoque en el que pareciera que lo importante fuera hacer un diagnóstico (tipo DSM o CIE) y, en función del mismo, una intervención que haya demostrado su eficacia. Y, desde luego, este planteamiento ha tenido una relevancia muy grande: a nivel de investigación ha servido, como mínimo, para demostrar la eficacia de la psicoterapia.

Piensa en el tipo de formaciones que uno se suele encontrar cuando busca algo que le sirva para aprender acerca de la clínica, acerca de cómo intervenir, de la terapia. Y, salvo contadas excepciones, generalmente te vas a encontrar dos tipos de propuestas. Una tiene que ver con el diagnóstico. Por ejemplo, cursos sobre cómo tratar “trastornos de la personalidad”, “trastornos de ansiedad”, “trastornos de la conducta alimentaria”, etc. Es decir, cómo tratar problemas etiquetados de una forma concreta. Está bien, yo he hecho unos cuantos de este tipo. Estos tienen algunas limitaciones evidentes, empezando por la dudosa validez de los diagnósticos de este tipo y siguiendo por algo fundamental: el tratar a todas las personas de una misma manera (o muy parecida) en función de una variable tan concreta como dichos diagnósticos, sin tener en cuenta otras cuestiones. Además de descontextualizar, en la mayoría de los casos, el problema de la persona. El riesgo es tratar el diagnóstico que tiene la persona y no a la persona que tiene el diagnóstico. La otra propuesta formativa tiene que ver con el enfoque: cursos sobre modelos de terapia específicos. Curso de ACT, curso de terapia centrada en soluciones, curso de terapia cognitivo-conductual… Personalmente, prefiero este planteamiento (aprender un modelo) al anterior (aprender a tratar etiquetas diagnósticas). Tiene sentido, al fin y al cabo, todos necesitamos dominar algún enfoque para que lo que hagamos tenga coherencia y esté fundamentado en conocimientos de psicología. De nuevo, el problema viene por las limitaciones que impone al clínico el hecho de ceñir su práctica a los principios y procedimientos técnicos típicos del modelo de referencia adoptado, especialmente cuando estos no encajan a los/as consultantes o no les sirven.

La formación que os presento se aleja de estos dos planteamientos, aunque no es excluyente. Lo que se propone es poner en primer plano, privilegiar, a la persona que acude a terapia, lo que implica comprender sus características y sus circunstancias, únicas e irrepetibles. Es un curso que se centra en cómo intentar saber qué es lo que necesita esa persona, que será diferente a lo que necesite el siguiente consultante al que atendamos una hora después; cómo trabajar de una manera adaptada a cada caso, siguiendo una serie de principios rigurosos. Porque lo que se trata de ver aquí es una serie de procedimientos que han mostrado su utilidad para hacer una terapia a medida y más eficaz. Procedimientos y herramientas que se centran en la persona, no en el diagnóstico ni en el tratamiento; por lo tanto, son generalizables a diferentes problemas y pueden ser adoptados por terapeutas que trabajen desde distintos modelos teóricos, como así ha demostrado la investigación. Aquí no se privilegia ni a un diagnóstico ni a un enfoque determinado, si no a la persona, lo que es útil para ella, sin caer en una práctica caótica o un eclecticismo ingenuo y acientífico.

El objetivo es poder, de esta manera, maximizar la eficacia de los tratamientos psicológicos y reducir el número de abandonos prematuros. Para ellos vamos a dividir este curso en cinco módulos.

  •        Empezamos revisando cómo el primer contacto, las primeras sesiones, es fundamental. ¿Qué podemos hacer para aumentar la probabilidad de que la persona “enganche” en la terapia, se implique, le vea sentido? Veremos formas de comenzar la terapia con buen pie y reducir la probabilidad de abandonos prematuros, que son muy habituales en las primeras sesiones. Aquí es donde nos jugamos más y donde podemos sentar las bases para una psicoterapia eficaz.
  •        El segundo módulo habla de un procedimiento que ha recibido varios nombres (aquí he elegido el de feedback sistemático) y que nos muestra cómo ir revisando, con la persona, si la terapia le está resultando útil y cómo aprovechar su feedback, en el sentido más amplio, no solo para comprobar si hay avances o no, sino especialmente para tener en cuenta sus ideas acerca de cómo podemos llevar a cabo su terapia, cómo negociar y trabajar con ello de una manera radicalmente colaboradora, teniendo en cuenta sus recursos e ideas sobre el cambio. Porque, como veremos en el siguiente módulo, el factor que más cuenta en la eficacia de la psicoterapia es el/la consultante.
  •         El tercer módulo mostrará de qué forma podemos adaptar, de una manera estructurada y fundamentada, la intervención a ciertas características de la persona, como sus preferencias, formas de afrontar sus dificultades, etc.
  •       Por supuesto, no podemos dejar de lado la alianza terapéutica, que no será la misma para todo el mundo. ¿Qué cosas contribuyen a una buena alianza con una persona determinada? Y, sobre todo, ¿cómo detectar a tiempo rupturas y proceder a su reparación de una manera eficaz y que contribuya a un buen resultado del tratamiento?
  •        Para finalizar, la figura de la/el terapeuta. ¿Qué podemos hacer, como profesionales, para ser lo más eficaces posible y de una manera coherente con todo lo anterior (es decir, poniendo en primer plano al consultante)? ¿Qué habilidades son importantes y cómo desarrollarlas? ¿Cómo hacemos para encontrarnos en el mejor estado posible para ayudar a quienes lo solicitan?

Todo esto lo vamos a hacer en grupos reducidos para que pueda ser lo más práctico posible. Si en terapia hablamos de privilegiar a los consultantes, aquí trataremos de privilegiar a las/os alumnas/os: sus dudas, preguntas, reflexiones, sugerencias, etc. Además, se compartirán diferentes materiales que puedan ser útiles (artículos, referencias, etc.) y se harán sugerencias de ejercicios que llevar a cabo para mejorar las habilidades e intervenciones de las que vamos a hablar. También añadiremos una característica poco habitual: estamos acostumbrados a que, al final de los cursos, nos pasen un cuestionario de satisfacción/evaluación (algo que haremos también); lo que pasa es que este tipo de cuestionarios ayudan a mejorar las siguientes ediciones de los cursos (que no es poco), pero no la que está en marcha. Aquí lo haremos después de cada módulo, contestando un formulario donde se puedan dar sugerencias y hacer críticas, de manera que se puedan tener en cuenta para el siguiente módulo; utilizar el feedback de los participantes para ir mejorando el curso sobre la marcha.

En definitiva, este no es un curso que invente nada nuevo ni exponga una teoría original; es una recopilación de estrategias de intervención que lleva la atención a la importancia de una psicoterapia centrada en la persona como principal factor de cambio y en donde se parte de una postura de humildad terapéutica. 

Espero que nos veamos en este espacio que te ofrezco para ello.