jueves, 25 de agosto de 2016

El gran negocio de la psicología

Hace unas semanas, una amiga y colega de profesión me contaba algo de lo que fue testigo durante el III Congreso de Psicoloxía Profesional de Galicia, celebrado hace un par de meses. Durante el evento, una ponencia a cargo de un profesor de la Universidad de Santiago de Compostela levantó la polémica. El tema de la misma era “Psicoloxía e corrupción” y estuvo cargada de críticas acerca de algunos aspectos de esta disciplina, alguna de las cuales señalaba que las propias universidades estaban corruptas. Aquello fue recibido con bastante malestar por parte de los asistentes, que incluso llegaron a pedir la cabeza del ponente (solicitando que lo expulsaran del colegio de psicólogos y de la universidad). Es evidente, algunas personas no está dispuestas a escuchar críticas ni a reflexionar sobre lo que estamos haciendo con su disciplina.

No sé si de lo que voy a hablar hoy tiene que ver o no con la corrupción, pero creo que es también un tema importante sobre el que pararnos a reflexionar. No es algo exclusivo de la psicología clínica, pero no deja de resultar alarmante. Se trata del dinero que se puede hacer a costa del profesional, especialmente de aquel que está en período de formación o esforzándose por hacer curriculum: másteres, cursos, especializaciones, congresos, artículos, etc.



Vayamos por partes. Es evidente que para que exista formación y difusión del conocimiento hace falta dinero. Pocas personas están dispuestas a trabajar a cambio de nada. No hay nada que objetar en cuanto a que haya que pagar por hacer un curso o asistir como público a un congreso. El problema viene cuando los elevados precios no se justifican de ninguna manera. Por ejemplo, si una persona quiere obtener el título oficial de “terapeuta familiar” tiene que acudir a un centro que disponga de la debida acreditación. Es lógico y así debe ser, ya que garantiza la calidad y rigurosidad de la formación. Los criterios para obtener la acreditación son los mismos para todos los centros. Sin embargo, el precio oscila considerablemente entre unos y otros, existiendo diferencias de hasta más de 3000 euros, en un período de formación de cuatro años, sin que existan diferencias significativas en los medios y recursos empleados que justifiquen este hecho. He dicho “terapeuta familiar”, pero podría haber escrito “experto en terapia cognitivo-conductual” o “experto en adicciones” y la situación sería muy similar. En esta profesión en la que las oportunidades laborales escasean, la manera de diferenciarse de la competencia es acumular títulos. Y eso es, lo que en la mayoría de los casos sucede, que acumulas títulos, que no competencias nuevas. Mientras pagues... Y es lógico, repito, nadie quiere trabajar gratis. Pero parece que algunos prefieren cobrar mucho más que otros.

Así que los cursos acreditados nunca van a dejar de estar de moda, es un valor en alza, con el riesgo de que algunas personas empiecen a impartir seminarios de dudosa validez, que poco o nada tienen que aportar a la psicología.

El psicólogo también busca hacer méritos que mejoren su curriculum. Se valora, por ejemplo, publicar artículos en revistas científicas de alta impacto (es decir, algo así como aquellas revistas cuyos artículos suelen ser citados con mayor frecuencia, lo cual se toma como “prueba” de la calidad de la publicación). Algunas de estas revistas no han dejado de escapar la oportunidad y cobran a los autores por publicar sus artículos originales. Por ejemplo, las más importantes revistas españolas de psicología pueden llegar a cobrar 200 euros a los autores por presentar sus trabajos. Por lo tanto, tienes que pagarle a unas personas que viven y existen gracias a tu esfuerzo.

De todas maneras, no es lo de los cursos y artículos lo que más me escandaliza. Lo peor es lo de los congresos y jornadas, especialmente en dos de sus aspectos. El primero es el de los elevadísimos precios que tienen algunos de ellos y el por qué, en algunos casos, de dicho coste. El motivo se muestra claramente en el siguiente ejemplo: el pasado Junio, en un importante congreso relacionado con la salud mental se cobraba más del doble a los profesionales si eran médicos que si no lo eran. ¿Por qué de esta diferencia? Se sabe que en un gran número de casos las empresas farmacéuticas pagan las inscripciones a aquellos profesionales a los que suelen visitar y con los que tienen (o pretenden tener) buena relación. Los organizadores, conscientes de esta circunstancia, ven rápidamente el negocio y, sabiendo que los laboratorios están dispuestos a pagar estos precios, se lanzan a inflarlos. Las farmacéuticas, por otro lado, no van a pagarle la inscripción a otro profesional que no pueda recetar.

El problema con los congresos no termina aquí, nos falta por ver el segundo negocio: el de los trabajos “científicos”, pósteres y comunicaciones orales. En la mayoría de eventos de este tipo se ofrece la posibilidad de presentar trabajos en dichos formatos. No hace falta mucho para hacer un póster. Si eres un poco mañoso, en una tarde puedes hacer uno (o más, si eres más hábil todavía). En muchos congresos vale prácticamente cualquier cosa: contar un caso clínico, un protocolo de tratamiento psicológico grupal para la ansiedad, una revisión de algún trastorno... Incluso, en honrosas excepciones, se pueden presentar verdaderos trabajos de investigación, originales e interesantes. Pero la mayor parte de lo que se presenta, más del 90% me atrevería a decir, no es ni nuevo, ni original, ni interesante. Sin embargo se acepta y se expone en el congreso. ¿Por qué? Porque una exigencia para poder presentar los trabajos es que al menos uno de los autores esté inscrito en el congreso (previo pago, claro está). En algunos casos se ofrece la posibilidad de devolver el dinero de la matrícula si finalmente no se acepta el trabajo enviado, dejando en claro que el motivo por el que muchas personas van a los congresos es exclusivamente hacer curriculum. Los organizadores también saben de esta necesidad y cómo sacarle provecho. La posibilidad de presentar trabajos se convierte en un reclamo para asistir. Lo malo de esto es que nos encontramos con un montón de pósteres que no aportan nada, pero eso al comité científico que los revisa y les de el visto bueno no parece importarles mucho. Y, que conste, yo también he presentado trabajos de este tipo, siendo consciente de su falta absoluta de relevancia.

Todavía hay más. El precio de los libros de psicología suele ser desproporcionado. Basta con darse una vuelta por cualquier librería y comparar lo que cuesta una novela de actualidad y lo que cuesta un libro de psicología que tenga más de 200 páginas. Obras de 40 o 50 euros pueblan las estanterías dedicadas a la psicoterapia. Las editoriales también se aprovechan de la necesidad del profesional de mantenerse actualizado.

Cursos, acreditaciones, publicaciones, congresos, libros... el negocio de la psicología, mantiene a algunos profesionales más preocupados por recaudar que por el avance y la difusión del conocimiento. Si, de algo hay que vivir; pero con menos también se puede hacer.

viernes, 5 de agosto de 2016

Cine y psicopatología: Carretera Perdida

Si en la anterior entrada de mi blog hablaba sobre literatura y psicología, hoy le toca el turno a una de las principales manifestaciones artísticas del mundo actual: el cine. Aunque parece que ha llegado el buen tiempo a Gijón y, con ello, las ganas de estar bajo el sol, siempre queda algún momento para disfrutar de una buena película. Al igual que sucede con los libros, algunos guionistas y directores de cine consiguen plasmar en escenas memorables las emociones, motivaciones, problemas, etc. propios de la psicología.

En muchas unidades de formación de especialistas de salud mental, psicólogos, psiquiatras y enfermeras organizan seminarios en los que se emplean películas para analizar diferentes aspectos del comportamiento de las personas. En Asturias, por ejemplo, hasta hace poco tiempo se dedicaban varias horas al año al seminario titulado “Cine y psicopatología”, dirigido a residentes de psicología clínica y psiquiatría. No es necesario que las películas traten explícitamente sobre asuntos psicológicos; en muchas ocasiones se puede hacer un análisis a ese nivel, simplemente a modo de interpretación o de lectura psicológica de diferentes escenas. Al fin y al cabo, desde el punto de vista del constructivismo radical, podríamos decir que la psicología que conocemos no es más que un mapa de la realidad, pero no el territorio.

El análisis de películas desde el punto de vista de la psicopatología puede ayudar a arrojar algo de luz sobre algunas cintas de difícil comprensión. Es el caso del film que comentaré hoy, Carretera Perdida, dirigida por David Lynch, estrenada en el año 1997 y protagonizada por Bill Pullman y Patricia Arquette. Se trata de un thriller, con toques de cine negro y surrealismo, dominado por un atmósfera extraña y agobiante, con un desarrollo nada lineal, por lo que resulta difícil seguir la historia. Esta se centra en Fred, un saxofonista de jazz, y su mujer, Alice, quienes empiezan a recibir cintas de vídeo en las que se les ve en la intimidad de su propia habitación. Mientras la policía investiga este hecho, Fred empieza a vivir una serie de situaciones extrañas y perturbadoras, hasta que finalmente parece que pierde el control y es encarcelado por el asesinato de Alice. Dentro de su celda, de forma súbita, se convierte en otra persona, Pete. A partir de ese momento seguimos la historia de Pete, en la que conoce a otra mujer idéntica físicamente a Alice, mientras se siguen sucediendo nuevas situaciones de difícil comprensión y altamente inquietantes.

La película es, como muchas otras obras de Lynch, enigmática y carente de un desarrollo lineal al uso. Uno puede quedarse horas dándole vueltas a lo que acaba de ver, sin conseguir darle un sentido. Sin embargo, el propio director no dio algunas claves, unos años después, para poder comprender algo más de lo que sucede:

Al principio no fue una influencia de la que yo fuera consciente cuando me senté a escribir. La ideas iban y venían, pero, a medida que la historia tomaba forma, se fue definiendo como un retrato de la fuga psicogénica, trastorno que se manifiesta cuando haces algo tan horrible que te hace casi imposible vivir con ello. Llegados a ese punto, la única manera que tiene alguien de sobrellevar lo que ha hecho es ocultarlo en una parte escondida del cerebro”.



De acuerdo con los manuales de psicopatología, la fuga psicógena o disociativa es un trastorno que consiste en que una persona abandona su identidad, pudiéndose cambiar de trabajo o ciudad, por ejemplo, y adopta otra nueva personalidad, quedando total o parcialmente olvidada su identidad anterior. Es decir, es algo así como que de repente uno olvida quien es y pasa a ser otra persona diferente, con otro nombre, otra personalidad y otro trabajo. Es un trastorno poco frecuente y no exento de polémica con respecto a su existencia. En cualquier caso, puede ayudarnos a entender algo mejor lo que sucede en Carretera Perdida, cuyo desarrollo puede ser interpretado como una metáfora de lo que implica este trastorno.

Varias escenas pueden ser entendidas como procesos disociativos, un tipo de experiencia psicológica en la que parte de la experiencia queda separada de la consciencia: por ejemplo, olvidar hechos traumáticos muy dolorosos, sin una causa física que explique tal problema de memoria. Es el caso del comienzo de la película, cuando el protagonista escucha un mensaje en el telefonillo de su casa que dice: “Dick Laurent está muerto”. Como vemos al final de la cinta, es él mismo quien trasmite este mensaje. Una explicación posible a esta paradoja, como decía, podría ser un proceso disociativo. Algo que él mismo ha hecho lo vive como ajeno, externo, hecho por otra persona, por la incapacidad de integrarlo en su consciencia, debido a lo traumático de los hechos ocurridos. Este tipo de procesos va ligado, en ocasiones, a vivencias conocidas como despersonalización y desrealización: en la primera de ellas, una persona siente como si estuviera actuando de forma automática, poco natural, como si fuera una especie de robot; en la segunda, la persona que la vive siente como si algo hubiera cambiado en el ambiente, como si lo que sucediera no fuera real, si no más bien un sueño, o como si se viese dentro de una película. Esto podría ser lo que está expresando metafóricamente en la escena en la que el protagonista ve en una cinta de vídeo como él mismo asesina a su mujer. Lo vive desde fuera, como si él no protagonizara realmente el hecho. De nuevo, un hecho traumático del que la consciencia se aleja, ante la incapacidad de reconocer que ha sido capaz de cometer semejante acto.

El momento en el que, estando en prisión, se convierte en otra persona, nos lleva de nuevo al asunto de la fuga psicógena. Aquí vemos como adquiere un nuevo nombre, una nueva ocupación y una nueva historia. El cambio físico que se produce podría resultar otra metáfora sobre el cambio personal no asumido, de modo que el espectador ve al protagonista como se ve a si mismo: como otra persona, inocente, que nada tiene que ver con lo que está pasando. Sin embargo, en cierto momento podemos ver como se pone tenso cuando suena en la radio música jazz, quizás sintiéndose alcanzado por una parte de su pasado, que además es muy significativa.

Otras situaciones, como los encuentros surrealistas con el hombre extraño puede ser vistos como alucinaciones auditivas y visuales puntuales de Fred, quien muestra otros rasgos de tipo psicótico, por ejemplo, en un par de ocasiones en las que se adivina la presencia de paranoia con respecto a la posibilidad de que su mujer le sea infiel.

En resumen, desde la psicopatología se podría hacer la siguiente interpretación de la película: Fred asesina a su mujer y, ante lo traumático del hecho, no consigue integrar este hecho en su personalidad, produciéndose una serie de procesos disociativos (despersonalización, desrealización, amnesia) y vivencias anómalas (alucinaciones) que culminan en la fuga psicógena, momento en el que adquiere una nueva identidad y se muda de ciudad. Tras verse envuelto en una nueva serie de sucesos estresantes, vuelve a recuperar su anterior personalidad, llegando al límite de su desesperación cuando se ve perseguido por la policía en la escena final.

De todos, esto no es más que un ejercicio de imaginación y de intentar categorizar una creación artística dentro de los esquemas de la psicología clínica, sin mayor pretensión que mostrar cómo esta disciplina puede ayudar a dar sentido a situaciones que a veces parecen no tenerlo. El cine es arte y, como tal, lo mejor es disfrutarlo plenamente en su propio lenguaje expresivo, sin necesidad de encontrar siempre una explicación satisfactoria.

lunes, 1 de agosto de 2016

La psicología dentro de las novelas

Ahora que estamos en pleno verano (si, en Gijón también... aunque no lo parezca) y muchas personas están de vacaciones, puede ser un buen momento para dedicarle algo de tiempo a la lectura. ¿Qué mejor que disfrutar de una buena novela en la playa, bajo una sombrilla, o en el campo, al refugio de un árbol?

Se puede aprender mucho de psicología a través de las diferentes manifestaciones artísticas del ser humano: pintura, música, cine, escritura... En cuanto a la literatura, no solo se aprende leyendo libros académicos o monografías sobre diversos temas, si no que una pueden extraer profundos conocimientos sobre la mente humana a través de los escritos de grandes autores. Quizás algunos de los más grandes novelistas hayan adquirido dicho estatus precisamente por sus excelente caracterización de los personajes que habitan en sus obras. Estoy pensando, por ejemplo, en Dostoievski, un escritor muy destacado por su capacidad de mostrar la psicología de los hombres y mujeres que desfilan por las páginas de sus libros. Personalmente recomiendo la lectura de “Memorias de la casa de los muertos”, en que la relata, de forma novelada, su estancia en prisión. A lo largo de los capítulos profundiza en la descripción, sentimientos y vivencias de los otros reclusos con los que se va encontrando a lo largo de su condena, con una precisión digna de cualquier experto en psicología de la personalidad. Es uno de mis libros favoritos, aunque quizás sea algo duro para el período estival.

Aquí va una confesión: a pesar de ser un amante del cine de ciencia ficción, durante muchos años me resistí a leer libros con esa temática. Creía que carecerían de interés (claro, no tienen esos efectos especiales tan vistosos made in Hollywood) y que no serían lo suficientemente profundos como para engancharme a ellos. Afortunadamente, en algún momento de mi vida (no hace mucho) salí de mi error y descubrí que en una novela de ciencia ficción se pueden encontrar también descripciones interesantes de los procesos mentales de las personas, con sus dilemas morales, sus preocupaciones y sus complicadas relaciones con los otros. Es el caso de todo un clásico del género, “El juego de Ender” de Orson Scott Card, un libro en el que lo menos importante es la historia espacial que se relata (que es, desgraciadamente, en lo único que se centró la película realizada hace poco, con lo que se perdió la verdadera esencia de la obra, dando como un resultado un mal film). Resulta fascinante adentrarse en la personalidad de Ender, los demonios internos que van surgiendo a medida que la misma se va desarrollando en unas condiciones realmente duras, con el fantasma de la relación con su hermano rondando durante todo su viaje.

Otra de mis novelas favoritas es “La trilogía de Nueva York” de Paul Auster. Es un libro difícil de leer, por lo extraño y enigmático, pero en el que desde una lente psicológica se pueden observar retazos de paranoia y hasta psicosis en sus personajes y las situaciones en las que se ven envueltos. Pero si esta obra resulta demasiado complicada, también se puede recurrir a la voluminosa David Copperfield” de Charles Dickens, en la que acompañamos durante prácticamente toda su vida a su protagonista, que nos hace partícipe de sus penas, anhelos y alegrías. Eso si, puede resultar bastante irritante la imagen que se da de las mujeres, a las que se dibuja en muchos momentos de una manera bastante denigrante. En esos casos tenemos oportunidad no ya de estudiar la psicología de los personajes, si no de las creencias, ideologías y puntos de vista de la época. Lo malo es que no era solo cuestión de los profanos; baste leer los tratados médicos de hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX, donde la definición del carácter de la mujer resulta bastante insultante (merece una pena echar un vistazo, por ejemplo, a “La histeria antes de Freud”, para comprobar a lo que me refiero).




Volviendo a la ciencia ficción, uno de los autores más prestigiosos del género es, sin duda, Isaac Asimov. Aunque no es de mis favoritos, quiero proponer a la lectora uno de sus cuentos breves. Se titula “Mundos posibles” y se puede encontrar en la colección “Cuentos completos I”, publicado en España por Zeta (también se puede leer pinchando aquí). En esta historia se refleja uno de los problemas más habituales a los que nos enfrentamos: el “¿y si...?”. ¿Y si hubiese dicho B en lugar de A? ¿Y si me hubiese esforzado más? ¿Y si pasa algo malo? ¿Te resulta familiar? Es algo habitual y normal. Nos paramos a darle vueltas a las cosas, a arrepentirnos de no haber hecho o dicho algo de forma diferente o a anticipar lo que va a pasar mañana o dentro de un mes. No tiene nada de extraño, es la forma de funcionar de la mente. El problema surge cuando nos quedamos demasiado enganchados a estos pensamientos y empezamos a vivir más en ellos que en el momento presente. En el relato, Norman y Livy son una pareja que emprende un viaje en tren, en el que se encuentran con un extraño hombre que les da la posibilidad de observar cómo hubiese sido su vida si no se hubiesen conocido, lo que acaba desencadenando alguna que otra desavenencia entre ellos.

Quizás este cuento resulte una lectura mucho más ligera que las anteriores recomendaciones. Si lo lees, te invito a que prestes mucha atención a una de las frases que dice Livy, ya casi al final de la historia:

“— Estaba equivocada. Yo pensaba que puesto que nos teníamos el uno al otro, también poseíamos todos los posibles del uno y del otro. Pero no todas las posibilidades nos afectan. Con lo real tenemos suficiente. ¿Entiendes lo que quiero decir?”.