Si
en la anterior entrada de mi blog hablaba sobre literatura y psicología, hoy le toca el turno a una de las principales
manifestaciones artísticas del mundo actual: el cine. Aunque parece
que ha llegado el buen tiempo a Gijón y, con ello, las ganas de
estar bajo el sol, siempre queda algún momento para disfrutar de una
buena película. Al igual que sucede con los libros, algunos
guionistas y directores de cine consiguen plasmar en escenas
memorables las emociones, motivaciones, problemas, etc. propios de la
psicología.
En
muchas unidades de formación de especialistas de salud mental,
psicólogos, psiquiatras y enfermeras organizan seminarios en los que
se emplean películas para analizar diferentes aspectos del
comportamiento de las personas. En Asturias, por ejemplo, hasta hace
poco tiempo se dedicaban varias horas al año al seminario titulado
“Cine y psicopatología”, dirigido a residentes de psicología
clínica y psiquiatría. No es necesario que las películas traten
explícitamente sobre asuntos psicológicos; en muchas ocasiones se
puede hacer un análisis a ese nivel, simplemente a modo de
interpretación o de lectura psicológica
de diferentes escenas. Al fin y al cabo, desde el punto de vista del
constructivismo radical, podríamos decir que la psicología que
conocemos no es más que un mapa de la realidad, pero no el
territorio.
El
análisis de películas desde el punto de vista de la psicopatología
puede ayudar a arrojar algo de luz sobre algunas cintas de difícil
comprensión. Es el caso del
film que comentaré hoy, Carretera Perdida,
dirigida por David Lynch, estrenada en el año 1997 y protagonizada
por Bill Pullman y Patricia Arquette. Se trata de un thriller, con
toques de cine negro y surrealismo, dominado por un atmósfera
extraña y agobiante, con un desarrollo nada lineal, por lo que
resulta difícil seguir la historia. Esta se centra en Fred, un
saxofonista de jazz, y su mujer, Alice, quienes empiezan a recibir
cintas de vídeo en las que se les ve en la intimidad de su propia habitación.
Mientras la policía investiga este hecho, Fred empieza a vivir una
serie de situaciones extrañas y perturbadoras, hasta que finalmente
parece que pierde el control y es encarcelado por el asesinato de
Alice. Dentro de su celda, de forma súbita, se convierte en otra persona,
Pete. A partir de ese momento seguimos la historia de Pete, en la que
conoce a otra mujer idéntica físicamente a Alice, mientras se
siguen sucediendo nuevas situaciones de difícil comprensión y
altamente inquietantes.
La
película es, como muchas otras obras de Lynch, enigmática y carente
de un desarrollo lineal al uso. Uno puede quedarse horas dándole
vueltas a lo que acaba de ver, sin conseguir darle un sentido. Sin
embargo, el propio director no dio algunas claves, unos años después, para
poder comprender algo más de lo que sucede:
“Al
principio no fue una influencia de la que yo fuera consciente cuando
me senté a escribir. La ideas iban y venían, pero, a medida que la
historia tomaba forma, se fue definiendo como un retrato de la fuga
psicogénica, trastorno que se manifiesta cuando haces algo tan
horrible que te hace casi imposible vivir con ello. Llegados a ese
punto, la única manera que tiene alguien de sobrellevar lo que ha
hecho es ocultarlo en una parte escondida del cerebro”.
De acuerdo con los manuales de
psicopatología, la fuga psicógena o disociativa es un trastorno que
consiste en que una persona abandona su identidad, pudiéndose
cambiar de trabajo o ciudad, por ejemplo, y adopta otra nueva
personalidad, quedando total o parcialmente olvidada su identidad
anterior. Es decir, es algo así como que de repente uno olvida quien
es y pasa a ser otra persona diferente, con otro nombre, otra
personalidad y otro trabajo. Es un trastorno poco frecuente y no
exento de polémica con respecto a su existencia. En cualquier caso,
puede ayudarnos a entender algo mejor lo que sucede en Carretera
Perdida, cuyo desarrollo puede ser interpretado como una metáfora de
lo que implica este trastorno.
Varias escenas pueden ser
entendidas como procesos disociativos, un tipo de experiencia
psicológica en la que parte de la experiencia queda
separada de la consciencia: por ejemplo, olvidar hechos traumáticos
muy dolorosos, sin una causa física que explique tal problema de
memoria. Es el caso del comienzo de la película, cuando el
protagonista escucha un mensaje en el telefonillo de su casa que
dice: “Dick Laurent está muerto”. Como vemos al final de la
cinta, es él mismo quien trasmite este mensaje. Una explicación
posible a esta paradoja, como decía, podría ser un proceso
disociativo. Algo que él mismo ha hecho lo vive como ajeno,
externo, hecho por otra persona, por la incapacidad de integrarlo en
su consciencia, debido a lo traumático de los hechos ocurridos. Este
tipo de procesos va ligado, en ocasiones, a vivencias conocidas como
despersonalización y desrealización: en la primera de
ellas, una persona siente como si estuviera actuando de forma
automática, poco natural, como si fuera una especie de robot; en la
segunda, la persona que la vive siente como si algo hubiera cambiado
en el ambiente, como si lo que sucediera no fuera real, si no más
bien un sueño, o como si se viese dentro de una película. Esto
podría ser lo que está expresando metafóricamente en la escena en
la que el protagonista ve en una cinta de vídeo como él mismo
asesina a su mujer. Lo vive desde fuera, como si él no protagonizara
realmente el hecho. De nuevo, un hecho traumático del que la
consciencia se aleja, ante la incapacidad de reconocer que ha
sido capaz de cometer semejante acto.
El momento en el que, estando
en prisión, se convierte en otra persona, nos lleva de nuevo al
asunto de la fuga psicógena. Aquí vemos como adquiere un nuevo
nombre, una nueva ocupación y una nueva historia. El cambio físico
que se produce podría resultar otra metáfora sobre el cambio
personal no asumido, de modo que el espectador ve al protagonista
como se ve a si mismo: como otra persona, inocente, que nada tiene
que ver con lo que está pasando. Sin embargo, en cierto momento
podemos ver como se pone tenso cuando suena en la radio música jazz,
quizás sintiéndose alcanzado por una parte de su pasado, que además es muy
significativa.
Otras situaciones, como los
encuentros surrealistas con el hombre extraño puede ser vistos como
alucinaciones auditivas y visuales puntuales de Fred, quien muestra
otros rasgos de tipo psicótico, por ejemplo, en un par de ocasiones
en las que se adivina la presencia de paranoia con respecto a la
posibilidad de que su mujer le sea infiel.
En resumen, desde la
psicopatología se podría hacer la siguiente interpretación de la
película: Fred asesina a su mujer y, ante lo traumático del hecho,
no consigue integrar este hecho en su personalidad, produciéndose
una serie de procesos disociativos (despersonalización,
desrealización, amnesia) y vivencias anómalas (alucinaciones) que
culminan en la fuga psicógena, momento en el que adquiere una nueva
identidad y se muda de ciudad. Tras verse envuelto en una nueva serie
de sucesos estresantes, vuelve a recuperar su anterior personalidad,
llegando al límite de su desesperación cuando se ve perseguido por
la policía en la escena final.
De
todos, esto no es más que un ejercicio de imaginación y de intentar
categorizar una creación artística dentro de los esquemas de la
psicología clínica, sin mayor pretensión que mostrar cómo esta
disciplina puede ayudar a dar sentido a situaciones que a veces
parecen no tenerlo. El cine es arte y, como tal, lo mejor es
disfrutarlo plenamente en su propio lenguaje expresivo, sin necesidad
de encontrar siempre una explicación satisfactoria.
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