viernes, 5 de agosto de 2016

Cine y psicopatología: Carretera Perdida

Si en la anterior entrada de mi blog hablaba sobre literatura y psicología, hoy le toca el turno a una de las principales manifestaciones artísticas del mundo actual: el cine. Aunque parece que ha llegado el buen tiempo a Gijón y, con ello, las ganas de estar bajo el sol, siempre queda algún momento para disfrutar de una buena película. Al igual que sucede con los libros, algunos guionistas y directores de cine consiguen plasmar en escenas memorables las emociones, motivaciones, problemas, etc. propios de la psicología.

En muchas unidades de formación de especialistas de salud mental, psicólogos, psiquiatras y enfermeras organizan seminarios en los que se emplean películas para analizar diferentes aspectos del comportamiento de las personas. En Asturias, por ejemplo, hasta hace poco tiempo se dedicaban varias horas al año al seminario titulado “Cine y psicopatología”, dirigido a residentes de psicología clínica y psiquiatría. No es necesario que las películas traten explícitamente sobre asuntos psicológicos; en muchas ocasiones se puede hacer un análisis a ese nivel, simplemente a modo de interpretación o de lectura psicológica de diferentes escenas. Al fin y al cabo, desde el punto de vista del constructivismo radical, podríamos decir que la psicología que conocemos no es más que un mapa de la realidad, pero no el territorio.

El análisis de películas desde el punto de vista de la psicopatología puede ayudar a arrojar algo de luz sobre algunas cintas de difícil comprensión. Es el caso del film que comentaré hoy, Carretera Perdida, dirigida por David Lynch, estrenada en el año 1997 y protagonizada por Bill Pullman y Patricia Arquette. Se trata de un thriller, con toques de cine negro y surrealismo, dominado por un atmósfera extraña y agobiante, con un desarrollo nada lineal, por lo que resulta difícil seguir la historia. Esta se centra en Fred, un saxofonista de jazz, y su mujer, Alice, quienes empiezan a recibir cintas de vídeo en las que se les ve en la intimidad de su propia habitación. Mientras la policía investiga este hecho, Fred empieza a vivir una serie de situaciones extrañas y perturbadoras, hasta que finalmente parece que pierde el control y es encarcelado por el asesinato de Alice. Dentro de su celda, de forma súbita, se convierte en otra persona, Pete. A partir de ese momento seguimos la historia de Pete, en la que conoce a otra mujer idéntica físicamente a Alice, mientras se siguen sucediendo nuevas situaciones de difícil comprensión y altamente inquietantes.

La película es, como muchas otras obras de Lynch, enigmática y carente de un desarrollo lineal al uso. Uno puede quedarse horas dándole vueltas a lo que acaba de ver, sin conseguir darle un sentido. Sin embargo, el propio director no dio algunas claves, unos años después, para poder comprender algo más de lo que sucede:

Al principio no fue una influencia de la que yo fuera consciente cuando me senté a escribir. La ideas iban y venían, pero, a medida que la historia tomaba forma, se fue definiendo como un retrato de la fuga psicogénica, trastorno que se manifiesta cuando haces algo tan horrible que te hace casi imposible vivir con ello. Llegados a ese punto, la única manera que tiene alguien de sobrellevar lo que ha hecho es ocultarlo en una parte escondida del cerebro”.



De acuerdo con los manuales de psicopatología, la fuga psicógena o disociativa es un trastorno que consiste en que una persona abandona su identidad, pudiéndose cambiar de trabajo o ciudad, por ejemplo, y adopta otra nueva personalidad, quedando total o parcialmente olvidada su identidad anterior. Es decir, es algo así como que de repente uno olvida quien es y pasa a ser otra persona diferente, con otro nombre, otra personalidad y otro trabajo. Es un trastorno poco frecuente y no exento de polémica con respecto a su existencia. En cualquier caso, puede ayudarnos a entender algo mejor lo que sucede en Carretera Perdida, cuyo desarrollo puede ser interpretado como una metáfora de lo que implica este trastorno.

Varias escenas pueden ser entendidas como procesos disociativos, un tipo de experiencia psicológica en la que parte de la experiencia queda separada de la consciencia: por ejemplo, olvidar hechos traumáticos muy dolorosos, sin una causa física que explique tal problema de memoria. Es el caso del comienzo de la película, cuando el protagonista escucha un mensaje en el telefonillo de su casa que dice: “Dick Laurent está muerto”. Como vemos al final de la cinta, es él mismo quien trasmite este mensaje. Una explicación posible a esta paradoja, como decía, podría ser un proceso disociativo. Algo que él mismo ha hecho lo vive como ajeno, externo, hecho por otra persona, por la incapacidad de integrarlo en su consciencia, debido a lo traumático de los hechos ocurridos. Este tipo de procesos va ligado, en ocasiones, a vivencias conocidas como despersonalización y desrealización: en la primera de ellas, una persona siente como si estuviera actuando de forma automática, poco natural, como si fuera una especie de robot; en la segunda, la persona que la vive siente como si algo hubiera cambiado en el ambiente, como si lo que sucediera no fuera real, si no más bien un sueño, o como si se viese dentro de una película. Esto podría ser lo que está expresando metafóricamente en la escena en la que el protagonista ve en una cinta de vídeo como él mismo asesina a su mujer. Lo vive desde fuera, como si él no protagonizara realmente el hecho. De nuevo, un hecho traumático del que la consciencia se aleja, ante la incapacidad de reconocer que ha sido capaz de cometer semejante acto.

El momento en el que, estando en prisión, se convierte en otra persona, nos lleva de nuevo al asunto de la fuga psicógena. Aquí vemos como adquiere un nuevo nombre, una nueva ocupación y una nueva historia. El cambio físico que se produce podría resultar otra metáfora sobre el cambio personal no asumido, de modo que el espectador ve al protagonista como se ve a si mismo: como otra persona, inocente, que nada tiene que ver con lo que está pasando. Sin embargo, en cierto momento podemos ver como se pone tenso cuando suena en la radio música jazz, quizás sintiéndose alcanzado por una parte de su pasado, que además es muy significativa.

Otras situaciones, como los encuentros surrealistas con el hombre extraño puede ser vistos como alucinaciones auditivas y visuales puntuales de Fred, quien muestra otros rasgos de tipo psicótico, por ejemplo, en un par de ocasiones en las que se adivina la presencia de paranoia con respecto a la posibilidad de que su mujer le sea infiel.

En resumen, desde la psicopatología se podría hacer la siguiente interpretación de la película: Fred asesina a su mujer y, ante lo traumático del hecho, no consigue integrar este hecho en su personalidad, produciéndose una serie de procesos disociativos (despersonalización, desrealización, amnesia) y vivencias anómalas (alucinaciones) que culminan en la fuga psicógena, momento en el que adquiere una nueva identidad y se muda de ciudad. Tras verse envuelto en una nueva serie de sucesos estresantes, vuelve a recuperar su anterior personalidad, llegando al límite de su desesperación cuando se ve perseguido por la policía en la escena final.

De todos, esto no es más que un ejercicio de imaginación y de intentar categorizar una creación artística dentro de los esquemas de la psicología clínica, sin mayor pretensión que mostrar cómo esta disciplina puede ayudar a dar sentido a situaciones que a veces parecen no tenerlo. El cine es arte y, como tal, lo mejor es disfrutarlo plenamente en su propio lenguaje expresivo, sin necesidad de encontrar siempre una explicación satisfactoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario