domingo, 26 de mayo de 2024

Las olas de Cádiz: crónica del Congreso de la SEPC

Déjame que te cuente una historia sobre tú y yo en aquellos días

Cuánta pasión y alegría compartimos

Cuántas veces le dimos la vuelta al tiempo

Déjame que te cuente una historia sobre tú y yo en aquellos días

cuando nos sentimos como si pudiésemos cambiar todo el mundo con una ola.

(de la canción Towards the blue horizon, de Riverside. Tal vez quieras ponerla de fondo mientras lees esta entrada).

 

El prólogo de esta historia no es alegre. Todo lo contrario. Si el año pasado me pasé semanas contando los días que faltaban para el congreso de ANPIR (ahora SEPC) en Coruña, este había perdido algo de ilusión, a pesar de ir en calidad de ponente y de compartir mesa con profesionales de talla internacional como Linda Campbell y John Norcross (uno de mis principales referentes en el mundo de la psicoterapia), además de contar con la compañía, como moderador, de Jesús Arroyo, una persona a la que aprecio muchísimo. Pero las últimas seis semanas habían sido muy duras para mí. No voy a entrar en detalles porque este no es un lugar al que venga a exponerme ni soy el protagonista de esta historia, solo un narrador más; baste con decir que ciertas molestias físicas continuadas terminaron afectándome psicológicamente de una manera bastante profunda. Por si fuera poco, el plan de viaje que tenía se vio modificado de forma imprevista apenas un par de días antes de partir de Gijón.

No te preocupes lector, porque, aunque el prólogo es sombrío, el final es luminoso. Llegué agotado a Cádiz, pero [SPOILER ALERT] volví renovado.

 

Más de ocho horas de viaje en coche, divididos en dos etapas, me llevaron a mi destino. Por desgracia, no pude llegar a tiempo a las actividades pre-congreso del jueves, y eran cosas que me interesaban mucho: el taller Repensando la comprensión, la evaluación e intervención del riesgo del suicidio, impartido por Miguel Guerrero (referente nacional en este tema) y el podcast de Psicoflix, con quienes he participado en varios episodios y en alguna formación. Afortunadamente, pude conocer en persona tanto a Miguel como a Jay y Darío, darles un abrazo y compartir tiempo con ellos. ¡Ah, el tiempo! Ese que siempre se queda corto en estas ocasiones. No volveré a insistir mucho en aquello que plasmé el año pasado en este blog sobre lo bien que sienta abrazar, saludar, estrechar manos y dar dos besos a tantas personas que aprecio… Eso ha estado ahí, junto con la alegría de desvirtualizar a algunas/os colegas y de volver a ver caras conocidas (respetadas y queridas), siempre con la sensación de que el maldito tiempo nunca es suficiente y se escapa entre los dedos como los granos de arena que tan cerca teníamos de la sede del congreso.

En la inauguración escuchamos con ilusión a Margarita Laviana, Laura Armesto, Javier Padilla y Javier Prado (este último, como siempre, contagiando su pasión por la psicología clínica y por lo que supone este encuentro anual). Acto seguido, una conferencia excelente sobre psicosis, desde una perspectiva centrada en la persona. Había escrito algún que otro capítulo para varios manuales de los que edita Eduardo Fonseca, pero nunca había tenido el gusto de escucharlo en vivo, ¡y vaya si mereció la pena! Haciendo referencia a multitud de evidencias científicas, en pocos minutos echó por tierra esos continuos intentos que existen en ciertos ámbitos de atribuir los problemas psicológicos a “enfermedades del cerebro”. Y lo hizo de forma amena y divertida. Juan Antonio Díaz Garrido continuó en esta línea, ofreciéndonos una visión más humana y comprensiva de las experiencias psicóticas. Un buen comienzo para este congreso, que fue seguido por una conferencia en la que residentes y adjuntos jóvenes nos hablaron sobre sus vivencias relacionadas con el momento de su desarrollo profesional. ¿Sabes que transpiraban estas exposiciones? Dos palabras muy parecidas: humildad y humanidad.

¿He mencionado ya las más de 8 horas de viaje en coche? Si, creo que sí. Quizás esta sea mi excusa para decir que el viernes llegué tarde a Recuperando el espíritu comunitario en salud mental, una conferencia a la que tenía ganas de asistir; así que, lamentablemente, no puedo decir mucho sobre ella (mis disculpas a las personas que participaron). A cambio, en el hotel pude encontrarme con algunas personas a las que me encantó saludar, aunque fuera brevemente.

Después llegó el momento de unas cuantas reflexiones interesantes entorno a Traumas, silencios, autolesiones y angustia no mentalizada en infancia y adolescencia, con Carmen de Manuel, Juan Úbeda y Miguel Ángel Sánchez. Se tocaron temas muy duros, como el abuso sexual infantil, con mucho tacto, respeto y profesionalidad.

Las pausas para el café pareciera que desafían a la realidad misma. Tiene que haber algún tipo de magia, ¿cómo es posible que el tiempo transcurra tan rápido? Momentos para fluir y formar parte de una especie de ola, tal vez como la que menciona la canción con la que comienzo esta entrada.

Con las pilas cargadas, nos dirigimos, con mucha curiosidad, a descubrir que se escondía en una conferencia que llevaba el título de Pamaternidad, nuevas masculinidades y psicoterapia. Para mí fue la sorpresa del congreso, uno de los momentos que más me hizo reflexionar. Y también reír, porque la ponencia de Carmen Ruiz (una socióloga infiltrada entre tanto psicólogo clínico) fue verdaderamente espectacular.

A comer. A comer con nervios, que en un par de horas me tocaba sentarme al lado de Norcross, Campbell y Arroyo. Casi nada. ¿Me tomo un diazepam? No, mejor no; no vaya a ser que hable de forma disártrica. Espera, mis colegas americanos piden que les hagan traducción simultánea de mi ponencia. ¿Unas respiraciones profundas? ¿Mindfulness? No sirven de mucho. ¿Subir al atril acompañado de la ansiedad? Bueno, supongo que no queda otra opción… (¿escabullirme?). En fin, la cosa no salió tan mal como mi mente suele anticipar. Ayudó ver que John y Linda son personas encantadoras. Al primero se nota que le gusta el humor; de ello hizo gala antes, durante y después de su magnífica exposición sobre los factores que más importan en la relación terapéutica. De hecho, comenzó diciendo que The Office era la mejor serie de humor estadounidense.  ¿Cómo no admirarlo? Y Linda Campbell… la amabilidad en persona. Pude encontrarme de nuevo con ella durante el desayuno, a la mañana siguiente, y seguir disfrutando durante unos instantes de su cercanía. Ese encuentro dio incluso para una anécdota que nunca olvidaré y que aquí no voy a contar; solo diré que tiene que ver con que Jesús, moderador de la mesa, me presentara como “el Norcross español”. De lo mío no cuento mucho, ya que haré una versión escrita de mi ponencia y la publicaré en este blog próximamente.

 


Nervios fuera. Hora de la asamblea de socias/os. Hora de ver cómo la SEPC crece continuamente, las cosas que se consiguen, los obstáculos a los que hay que hacer frente. De dar voz a debates incómodos, pero necesarios. Luego vendría la cena de gala, a la que hubiese deseado ir, pero este año las circunstancias no fueron propicias.

Y llegó el último día. El sábado llegué puntual a la supervisión grupal con Nacho Serván, que fue otro de mis momentos favoritos del congreso. Lo que vimos allí coincide con lo que yo considero que debe ser una supervisión grupal de este tipo: sin que el supervisor asuma un rol de experto, siente cátedra o prescriba lo que se debe hacer; más bien, dar voz a las personas participantes, explorar conjuntamente, invitar a la reflexión, ayudar a organizar la información y estimular diferentes ideas sobre cómo enfocar el caso. Un gusto también poder saludar a Nacho, que tiene un libro sobre apego desorganizado (aún no lo he leído, pero la gente que conozco que sí lo ha hecho me habla muy bien del mismo).

Para terminar, una supervisión individual desde un enfoque sistémico, a cargo de otro referente nacional de la psicología clínica: Begoña Olabarría. Ya solo quedaba que Raúl Vilagrá entregara los premios a las mejores comunicaciones científicas y que Joaquín Pastor clausurara el congreso, anunciando la sede del próximo año: Valencia, una ciudad que tiene un significado especial para mí y que llevo unos 30 años sin pisar. Pero esa es otra historia que quizás sea contada a su debido tiempo.

 * * * * *

El coche arranca de nuevo, el murmullo de las olas de Cádiz queda atrás. Unos cuantos kilómetros por delante antes de llegar a casa, descansar (lo justo) y volver a la rutina. Otra vez a sentir el paso habitual del tiempo. Ya noto como vuelve a su ritmo normal, se desacelera. Noto la resaca, la arena que se va secando. Las gotas que, juntas, formaron un océano, se separan y viajan a formar parte de otros lugares, de otras historias.

Los dolores se suavizan y ahora no sé que pensar: ¿es cosa de los antiinflamatorios en formato pastilla o de los otros, lo que vienen en formato humano, los que se presentan como personas preocupadas por hacer que la psicología clínica sirva de ayuda a tantas personas? Yo elijo creer que ha sido lo segundo.

 

¿Nos vemos en Valencia?

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