Hace
unas semanas, una amiga y colega de profesión me contaba algo de lo
que fue testigo durante el III Congreso de Psicoloxía Profesional de Galicia, celebrado hace un par de meses. Durante el evento, una
ponencia a cargo de un profesor de la Universidad de Santiago de
Compostela levantó la polémica. El tema de la misma era “Psicoloxía
e corrupción” y estuvo cargada de críticas acerca de algunos
aspectos de esta disciplina, alguna de las cuales señalaba que las
propias universidades estaban corruptas. Aquello fue recibido con
bastante malestar por parte de los asistentes, que incluso llegaron a
pedir la cabeza del ponente (solicitando que lo expulsaran del
colegio de psicólogos y de la universidad). Es evidente, algunas
personas no está dispuestas a escuchar críticas ni a reflexionar
sobre lo que estamos haciendo con su disciplina.
No sé si de lo que voy a
hablar hoy tiene que ver o no con la corrupción, pero creo que es
también un tema importante sobre el que pararnos a reflexionar. No
es algo exclusivo de la psicología clínica, pero no deja de
resultar alarmante. Se trata del dinero que se puede hacer a costa
del profesional, especialmente de aquel que está en período de
formación o esforzándose por hacer curriculum: másteres, cursos,
especializaciones, congresos, artículos, etc.
Vayamos
por partes. Es evidente que para que exista formación y difusión
del conocimiento hace falta dinero. Pocas personas están dispuestas
a trabajar a cambio de nada. No hay nada que objetar en cuanto a que
haya que pagar por hacer un curso o asistir como público a un
congreso. El problema viene cuando los elevados precios no se
justifican de ninguna manera. Por ejemplo, si una persona quiere
obtener el título oficial de “terapeuta familiar” tiene que
acudir a un centro que disponga de la debida acreditación. Es lógico
y así debe ser, ya que garantiza la calidad y rigurosidad de la
formación. Los criterios para
obtener la acreditación son los mismos para todos los centros. Sin
embargo, el precio oscila considerablemente entre unos y otros,
existiendo diferencias de hasta más de 3000 euros, en un período de
formación de cuatro años,
sin que existan
diferencias significativas en los medios y recursos empleados que
justifiquen este hecho. He dicho “terapeuta familiar”, pero
podría haber escrito “experto en terapia cognitivo-conductual” o
“experto en adicciones” y la situación sería muy similar. En
esta profesión en la que las oportunidades laborales escasean, la
manera de diferenciarse de la competencia es acumular títulos. Y eso
es, lo que en la mayoría de los casos sucede, que acumulas títulos,
que no competencias nuevas. Mientras pagues... Y es lógico, repito,
nadie quiere trabajar gratis. Pero parece que algunos prefieren
cobrar mucho más que otros.
Así que los cursos acreditados
nunca van a dejar de estar de moda, es un valor en alza, con el
riesgo de que algunas personas empiecen a impartir seminarios de
dudosa validez, que poco o nada tienen que aportar a la psicología.
El
psicólogo también busca hacer méritos que mejoren su curriculum.
Se valora, por ejemplo, publicar artículos en revistas científicas
de alta impacto (es decir, algo así como aquellas revistas cuyos
artículos suelen ser citados con mayor frecuencia, lo cual se toma
como “prueba” de la calidad de la publicación). Algunas de estas
revistas no han dejado de escapar la oportunidad y cobran a los
autores por publicar sus artículos originales. Por ejemplo, las más
importantes revistas españolas de psicología pueden llegar a cobrar
200 euros a los autores por presentar sus trabajos. Por lo tanto,
tienes que pagarle a unas personas que viven y existen gracias a tu
esfuerzo.
De
todas maneras, no es lo de los cursos y artículos lo que más me
escandaliza. Lo peor es lo de los congresos y jornadas, especialmente
en dos de sus aspectos. El primero es el de los elevadísimos precios
que tienen algunos de ellos y el por qué, en algunos casos, de dicho
coste.
El motivo se muestra
claramente en el siguiente ejemplo: el pasado Junio, en un importante
congreso relacionado con la salud mental se cobraba más del doble a
los profesionales si eran médicos que si no lo eran. ¿Por qué de
esta diferencia? Se sabe que en un gran número de casos las empresas
farmacéuticas pagan las inscripciones a aquellos profesionales a los
que suelen visitar y con los que tienen (o pretenden tener) buena
relación. Los organizadores, conscientes de esta circunstancia, ven
rápidamente el negocio y, sabiendo que los laboratorios están
dispuestos a pagar estos precios, se lanzan a inflarlos. Las
farmacéuticas, por otro lado, no van a pagarle la inscripción a
otro profesional que no pueda recetar.
El
problema con los congresos no termina aquí, nos falta por ver el
segundo negocio: el de los trabajos “científicos”, pósteres y
comunicaciones orales. En la mayoría de eventos de este tipo se
ofrece la posibilidad de presentar trabajos en dichos
formatos.
No hace falta mucho para hacer un póster. Si eres un poco mañoso,
en una tarde puedes hacer uno (o más, si
eres más hábil todavía).
En muchos congresos vale prácticamente cualquier cosa: contar un
caso clínico, un protocolo de tratamiento psicológico grupal para
la ansiedad, una revisión de algún trastorno... Incluso, en
honrosas excepciones, se pueden presentar verdaderos trabajos de
investigación, originales e interesantes. Pero la mayor parte de lo
que se presenta, más del 90% me atrevería a decir, no es ni nuevo,
ni original, ni interesante. Sin embargo se acepta y se expone en el
congreso. ¿Por qué? Porque una exigencia para poder presentar los
trabajos es que al menos uno de los autores esté inscrito en el
congreso (previo pago, claro está). En algunos casos se ofrece la
posibilidad de devolver el dinero de la matrícula si finalmente no
se acepta el trabajo enviado, dejando en claro que el motivo por el
que muchas personas van a los congresos es exclusivamente hacer
curriculum. Los organizadores también saben de esta necesidad y cómo
sacarle provecho. La
posibilidad de presentar trabajos se convierte en un reclamo para
asistir. Lo malo de esto
es que nos encontramos con un montón de pósteres
que no aportan nada, pero eso al comité científico que los revisa y
les de el visto bueno no parece importarles mucho. Y, que conste, yo
también he presentado trabajos de este tipo, siendo consciente de su
falta absoluta de relevancia.
Todavía hay más. El precio de
los libros de psicología suele ser desproporcionado. Basta con darse
una vuelta por cualquier librería y comparar lo que cuesta una
novela de actualidad y lo que cuesta un libro de psicología que
tenga más de 200 páginas. Obras de 40 o 50 euros pueblan las
estanterías dedicadas a la psicoterapia. Las editoriales también se
aprovechan de la necesidad del profesional de mantenerse actualizado.
Cursos,
acreditaciones, publicaciones, congresos, libros... el negocio de la
psicología, mantiene a
algunos profesionales más preocupados por recaudar
que por el avance y la difusión del conocimiento. Si, de algo hay
que vivir; pero con menos también se puede hacer.