Este
fin de semana asistí al IX Congreso Internacional y XIV Nacional de Psicología Clínica, organizado por la Asociación Española de Psicología Conductual y celebrado, en esta ocasión, en el Palacio
de la Magdalena de Santander. El evento comenzó el jueves con los
talleres pre-congreso y finalizó en la mañana del domingo con las
últimas conferencias y simposios invitados.
Han
sido muchas horas de ponencias, de comunicaciones orales y escritas,
en las que se ha podido debatir sobre multitud de temas, desde
cuestiones relacionadas con diferentes manifestaciones de la
psicopatología hasta diferentes enfoques psicoterapéuticos. Equipos
y profesionales de todos los puntos de la península, así como de
Portugal y algunos otros lugares del mundo, se dieron cita en la
capital de Cantabria para explicar su forma de trabajar, los
resultados de sus investigaciones o viñetas extraídas de los casos
clínicos con los que se encuentran en su práctica diaria.
El Palacio de la Madalena (Santander).
Mis
expectativas con respecto a los congresos, jornadas y similares ha
ido cambiado a lo largo de los años. Al principio uno, en su afán
de aprender todo lo posible (una verdadera utopía, ya que en esta
profesión el buen profesional siempre se queda con la sensación de
que todavía no lo sabe
todo) espera volver a casa con
la mochila llena de aprendizajes. Después de dos o tres experiencias
frustradas, te vas dando cuenta de que la adquisición de
competencias sucede en otros lugares y empiezas a utilizar los
congresos con otros fines: presentar ponencias y pósters, ampliar el
curriculum, enterarte un poco de lo que se está haciendo en otros
lugares y reencontrarte con antiguos compañeros y compañeras. Y al
final, con esta actitud de no esperar recibir una lección que
ilumine tu carrera profesional si no simplemente de estar allí,
hablando de temas que te apasionan con otros colegas de profesión,
paradójicamente uno acaba adquiriendo ciertos aprendizajes (aunque
probablemente no aquellos que esperaba obtener) muy valiosos.
En
mi opinión, compartida por muchas otras personas con las que hablé
durante el congreso, el evento ha adolecido de algunos fallos
importantes. Si bien la
experiencia ha sido grata en cuanto a contenidos, quiero comentar
algunos aspectos que se pueden mejorar. Por ejemplo, la cantidad de
contenidos fue excesiva. Excepto en la conferencia de apertura, el
resto de la comunicaciones se realizaron de forma simultánea. En
ocasiones se programaron hasta 7 conferencias y simposios a lavez, por lo que no quedaba más remedio que elegir uno y
perderte los otros 6. Esto resultaba especialmente problemático
cuando se superponían varias ponencias que eran del interés del
congresista. Otro problema se produjo con las salas en las que se
llevaban a cabo las presentaciones. En muchas ocasiones no había
asientos suficientes y algunas personas tenían que quedarse de pie o
sentarse en el suelo. Teniendo en cuenta que la asistencia fue
masiva, el comité organizador debería haber previsto este tipo de
situaciones. Además, no se programaron pausas para descansar, ni
siquiera a la hora de la comida. El congreso comenzaba a las 9 de la
mañana y se extendía hasta las 19:30 sin ni siquiera 5 minutos de
descanso. Además, aunque el Palacio de la Magdalena es un edificio
situado en un lugar hermoso, está un poco lejos de núcleos urbanos
en los que se puedan encontrar un sitio donde comer, por lo que entre el tiempo destinado a
desplazarse hasta un restaurante, comer y volver al recinto, se
perdían muchos minutos y, por consiguiente, alguna que otra ponencia.
Por otro lado, los pósters científicos solo se exhibían durante
hora y media, en una sala pequeña, poco iluminada y alejada del
resto de espacios dedicados al congreso y a las mismas horas en que
se estaban produciendo el resto de actividades. Quizás esta
aceptación de contenidos (simposios y pósters) excesiva tenga algo
que ver con el negocio que gira alrededor de la necesidad que tenemos
los profesionales de la psicología clínica de hacer currículum,
como ya expliqué en otra entrada de este blog. Faltó
también la traducción simultánea de los trabajos expuestos en
inglés y portugués. Esperemos
que en la próxima edición del congreso, que se llevará a cabo el
año que viene en Santiago de Compostela, se tengan en cuenta estos
pequeños fallos y se corrijan.
En
cuanto al contenido, hubo bastantes cosas interesantes. No pude
disfrutar de algunas de ellas debido a los problemas mencionados
anteriormente (solapamiento de sesiones, problemas de horario, etc.),
pero si tuve la suerte de asistir a algunas ponencias muy enriquecedoras.
La
conferencia de apertura, a cargo de Susan McDaniel, presidenta de la
Asociación Americana de Psicología, trató de la importancia de la
terapia familiar en atención primaria y de su experiencia en este
ámbito. Una ponencia muy interesante y contada de forma muy amena.
Susan McDaniel, presidenta de la Asociación de Psicología Americana, durante la conferencia de apertura.
Desde
Argentina, Héctor Fernández propuso la terapia cognitiva como un
modelo abierto a la integración de aportaciones provenientes de
otros paradigmas, en una construcción teórica en constante
evolución.
Me
gustó especialmente asistir al simposio coordinado por Derek
Truscott, llegado desde Canadá, que junto con sus colegas
norteamericanos expuso cuán importante es recoger el feedback de los
clientes que acuden a psicoterapia, como una manera de mejorar los
resultados de la misma. Fue una pena que acudiera tan poca gente (a
penas unas 15 personas), quizás por la falta de traducción
simultánea, porque los ponentes se mostraron muy apasionados y aportaron
datos importantísimos sobre lo que hace que una terapeuta sea mejor
en su trabajo. A mi me han dado un par de ideas con las que empezar a
trabajar en mi práctica diaria, además de reforzar mi confianza en
algunas de las cosas que ya estoy haciendo y de las que ellos
hablaron.
El simposio coordinado por Derek Truscott acerca del feedback en psicoterapia.
El
sábado los simposios a los que asistí estuvieron muy relacionados
con la teoría del apego. Por ejemplo, la ponencia que proponía la
“reconsideración de algunos diagnósticos clínicos desde una
relación de apego alterada” o la sesión aplicada del profesor
Javier Gómez dedicada a la terapia de pareja. Hubo también
tiempo para explorar el duelo a lo largo del ciclo vital en un
simposio presentado por un grupo de psicólogas clínicas con
las que he tenido el placer de compartir muchos espacios durante todo
el congreso.
El
domingo terminamos aprendiendo algo de los “nuevos acercamientos a
la intervención precoz en adolescentes” en un simposio coordinado por
Carlos Mirapeix.
Por
desgracia no pude asistir a muchas otras cosas interesantes que tenía
ganas de oír, relacionadas con el trabajo con familias o con
adolescentes “rebeldes”, la situación de la formación sanitaria
especializada en psicología clínica y de la psicología sanitaria
en general, el papel de los psicólogos en atención primaria o
algunas aplicaciones de la terapias contextuales, por ejemplo. Ha
sido muy agradable comprobar que muchas de las profesionales que
protragonizaron estas sesiones eran personas con las que compartí
tiempo de estudio y/o de trabajo en los últimos años (y que incluso
hoy en día dedican parte de su valioso tiempo a leer este humilde
blog).
Como
siempre, lo mejor de todo ha sido el reencuentro con estas personas y el debate informal
sobre el estado de la psicología clínica.
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