Una de las experiencias humanas
por las que todos pasamos, de una u otra manera, en algún momento (o
varios momentos) de nuestras vidas es la del dolor que produce la
pérdida, especialmente aquella relacionada con la muerte de un ser
querido. Aprovechando que últimamente me estoy poniendo al día con
el tema del duelo, por motivos laborales, la entrada de hoy va dedicada a ello.
El
proceso del duelo
Cuando hablamos de duelo nos
estamos refiriendo a un conjunto de pensamientos, conductas,
sensaciones y emociones de diverso tipo que aparecen como reacción a
la pérdida de algo que es importante para nosotros. Generalmente lo
asociamos a la muerte de una persona cercana, pero el duelo también
tiene que ver con relaciones que llegan a su fin (rupturas de pareja,
separación permanente de un familiar...), pérdida de un empleo o
pérdida de una posición ocupada durante cierto tiempo y a la que
estamos apegados, por ejemplo. Todas ellas son situaciones que
implican perder o separarse de algo o de alguien que tiene mucha
importancia en nuestra vida. En el presente artículo me voy a
referir sobre todo al duelo relacionado con la muerte de alguna
persona.
Cada individuo posee su propia
manera de reaccionar ante la muerte de alguien querido, por lo que es
difícil describir un curso típico del duelo. Emociones como
tristeza o ira, sensaciones físicas como falta de apetito, insomnio,
llorar, incapacidad para sentir o ansiedad, pensamientos recurrentes,
culpa... son solo algunos ejemplos de lo que puede experimentarse
ante estas circunstancias. Lo más importante a tener en cuenta es
que son reacciones normales, no patológicas. Como ya comenté
en alguna otra ocasión, en el mundo occidental actual existe una
tendencia a negar o ocultar las expresiones de dolor, y esto también
sucede cuando muere un ser querido. Con nuestra mejor intención y
por defecto, tratamos, en ocasiones, de animar a toda costa a
aquellos cercanos a nosotros cuando los vemos pasándolo mal. Sin
embargo, puede que sin querer estemos inhibiendo la expresión del
sufrimiento de estas personas y esto no les va a ayudar a afrontar el
duelo de forma sana. Es aconsejable mostrarse respetuoso con la
manifestación del dolor de cada persona y favorecer su comunicación,
por muy doloroso que nos resulte a veces.
Está muy extendida la idea de
que el que sufre una pérdida pasa necesariamente por una serie de
fases, descritas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross:
negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Lo cierto
es que esta descripción del duelo en forma de etapas no está exenta
de críticas: no todas las personas pasan por todas las fases y
tampoco siguen necesariamente el orden descrito. Tampoco podemos
decir con seguridad cuál es el tiempo que dura normalmente el
proceso de duelo, aunque algunos autores dicen que lleva unos dos
años superarlo. De nuevo, es una cuestión personal y que depende de
varias circunstancias.
Frente a la insatisfacción con
los modelos de fases, se presenta la propuesta de autores como J.
William Worden, que en lugar de etapas habla de las tareas
del duelo, aquellas que una persona debe ir superando para
considerar que ha afrontado la pérdida con éxito y que serían las
siguientes:
- Aceptar la realidad de la pérdida: en los primeros momentos tras la noticia de la muerte de una persona cercana es muy habitual reaccionar negando o evitando el hecho en si. Es fundamental aceptar lo que ha sucedido para poder ir realizando las siguientes tareas del duelo.
- Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida: la tristeza por no volver a ver a la persona querida, la rabia por sentirse abandonada, la culpa por lo que sucedió... es recomendable aceptar cualquier emoción que surja, sin tratar de reprimirla o ocultarla; a veces es necesario sentir dolor durante un tiempo para poder ir afrontándolo poco a poco.
- Adaptarse a un entorno en el que el fallecido está ausente: el fallecido cumplía ciertas funciones de las que nos debemos hacernos cargo ahora que está muerto y esto requiere que nos organicemos de manera diferente a como lo veníamos haciendo o que aprendamos nuevas habilidades.
- Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo: el final del duelo no implica olvidar a la persona que ha muerto; más bien supone conservar su recuerdo de forma integrada en nuestra vida, sin que nos produzca un malestar severo o afecte seriamente a diferentes áreas de nuestra personalidad. La energía que depositábamos en el fallecido se empieza a invertir en otras relaciones, sin que ello suponga “traicionar” u olvidar al muerto.
Algunas
recomendaciones
Los rituales funerarios con
escenificaciones muy importantes de cara al correcto desarrollo del
duelo. Éstas varían mucho entre unas culturas y otras y no hay una
manera mejor que otra de llevarlas a cabo. Lo importante es que
marquen el paso de la vida a la muerte, la aceptación de lo que ha
sucedido y su reconocimiento por parte de la comunidad y la familia.
Los niños mayores de seis años, aproximadamente, pueden
estar presentes en estos rituales. Los infantes afrontar la muerte de
forma diferente a los adultos y en ellos va a tener mayor influencia
la reacción de sus mayores ante el fallecimiento que el hecho en si
mismo. Es conveniente explicarles lo que ha sucedido y prepararles
para lo que van a ver, siempre de forma adaptada a su edad, evitando
mentirles o ocultando lo que ha pasado. En el caso de que los haya,
no hay que contarles los detalles escabrosos, pero escuchar y
responder en la medida de lo posible a todas sus dudas puede tener un
efecto tranquilizador sobre ellos. Cuando al niño no se le cuenta lo
que pasa, echa a volar su fantasía y las cosas que imagina pueden
aterrorizarle y confundirle mucho más que la realidad.
Un libro muy recomendable para
abordar el tema, tanto para profesionales como para personas en
proceso de duelo, es “Aprender de la pérdida: una guía para
afrontar el duelo”, de Robert Neimeyer, un gran profesional al
que tuve la fortuna de ver hace un par de años en un taller que dio
en Madrid. Este autor nos da una serie de recomendaciones para
aquellos individuos que están intentando ayudar a una persona que ha
sufrido una pérdida:
- Cosas que no se deben
hacer:
- Obligar a la persona que ha sufrido una pérdida a asumir un papel, diciendo cosas como “lo estás haciendo muy bien”, propiciando que tenga la sensación de que nos defrauda si no es así.
- Decirle lo que “tiene que hacer”; es mejor respetar su autonomía y su ritmo.
- Decirle “llámame si necesitas algo”, en lugar de tomar la iniciativa y llamar nosotros para interesarnos por cómo está.
- Decir algo como “el tiempo lo cura todo”; no es el tiempo lo que cura, si no las cosas que se van haciendo durante ese tiempo.
- Dejar que sean otras personas las que le presten ayuda, en lugar de estar presentes y mostrar nuestro interés.
- Frases del tipo “sé cómo te sientes”; recordemos que la vivencia de cada persona es única, por lo que es mejor invitarle a que nos cuente cómo se siente.
- Uso de frases hechas: “hay más peces en el agua”, “es el destino”, etc., lo cual nos aleja de la verdadera experiencia del que sufre.
- Meterle prisa para que supere el dolor, en lugar de respetar, de nuevo, su propio ritmo.
- Cosas que si se deben
hacer:
- Fomentar la comunicación; si no sabes qué decir, pregúntale cómo está.
- Escuchar (80% del tiempo) más que hablar (20%), darle tiempo para expresarse.
- Ofrecer ayudas concretas, tomando la iniciativa para proponerlas, siempre respetando su autonomía.
- Esperar que aparezcan “momentos difíciles” durante los meses siguientes a la pérdida y estar dispuesto a aceptarlo.
- “Estar ahí”, acompañar a la persona con nuestra presencia.
- Hablar de nuestras propias pérdidas y de cómo nos adaptamos a las mismas, teniendo en cuenta que la otra persona puede tener maneras de adaptarse diferentes y propias.
- Establecer un contacto físico adecuado, sintiéndose cómoda con los silencios.
- Ser paciente y permitir que comparta sus recuerdos del ser querido.
¿Cuándo
acudir al especialista?
Un duelo normal no suele
requerir atención por parte de un profesional en psicología
clínica. Los casos en los que es recomendable consultar con el
especialista son cuando a pesar de haber pasado un tiempo prudente
siguen apareciendo síntomas de moderada o elevada intensidad o hay
alguna esfera de la vida del individuo que está especialmente
afectada, así como cuando hay un “atasco” que impide seguir
adelante a la persona. Se debe estar especialmente a estas
circunstancias en los casos de muertes traumáticas o inesperadas
(suicidios, homicidios, accidentes, muertes de gente joven, muertes
repentinas).
La muerte de un ser querido es, para mi, una experiencia horrible, no sólo por el hecho de la muerte en si sinó también por el asqueroso proceso que pasa el cuerpo tras la muerte. Esto vale también para la muerte propia. Sólo por este hecho ya la vida me parece dura aunque en general te haya ido bien en ella. Para el que la tenga, le puede ayudar su fe en otra vida, en otra realidad.
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