viernes, 11 de marzo de 2016

Salud mental en la infancia

Los servicios de salud mental reciben cada día un mayor número de consultas en los que los protagonistas son los niños, que cada vez acuden desde más pequeños al psicólogo clínico. ¿A qué se debe este incremento de demandas? ¿Las nuevas generaciones tienen más problemas psicológicos que las anteriores o es que nos preocupamos en exceso ante cualquier síntoma que vemos en los menores? 
 


Trastornos mentales en la infancia... ¿existen?

Muchos expertos han descrito la existencia de trastornos parecidos o similares a los que se observan en los adultos: depresión, fobias, ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo... Ciertamente esto no son más que etiquetas que utilizamos los profesionales para comunicarnos entre nosotros y facilitar nuestra labor, pero si en personas mayores se ha cuestionado la existencia de las denominadas enfermedades mentales, la cuestión es mucho más polémica en el caso de los niños. Véase, por ejemplo, el caso de trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), una entidad diagnóstica que ha recibido un verdadero aluvión de críticas. Recientemente Fernando García de Vinuesa, Héctor González Pardo y Marino Pérez Álvarez han publicado un libro (“Volviendo a la normalidad”, editado por Alianza en 2014) en el que se dedican a desmontar este (para ellos) supuesto trastorno. Muy recomendable para todos aquellos padres y madres que tengan un hijo diagnosticado de TDAH.

Nos es objeto de este artículo discutir sobre las categorías diagnósticas (quizás lo haga en otra ocasión). Al fin y al cabo, repito, se trata de un lenguaje que utilizamos los especialistas. Más allá de diagnósticos, trastornos o etiquetas, lo que es evidente muchas veces es que los niños tienen problemas que causan sufrimiento, bien a ellos, bien a sus familiares o a ambos. Negar la existencia del TDAH o de la depresión infantil como tales, no significa que no se reconozcan las dificultades de los más jóvenes. Estas, por supuesto, existen. La buena noticia es que tienen solución.

Es importante tener en cuenta un hecho fundamental: que muchos niños, sobre todo los más pequeños, no se han desarrollado lo suficiente como para expresar sus preocupaciones o problemas como lo haría alguien mayor. Es decir, a veces un menor puede percibir que algo no va bien en su entorno, pero no ser capaz de comprenderlo del todo, de expresarlo claramente o ambas cosas. En esos casos pueden mostrar síntomas de diverso tipo, que ponen en alerta a los padres. Niñas y niños manifiestan el sufrimientos de múltiples formas: mostrándose tristes, llorando más de lo habitual, orinándose en la cama, dejando de comer, enfadándose a menudo, retrayéndose... Algunas de estas conductas o reacciones son totalmente normales y corresponden al estadio evolutivo del niño. Si se deja seguir su curso normal, acaban desapareciendo de forma espontánea. Ellos y ellas suelen adaptarse mucho mejor que los adultos a las nuevas circunstancias de la vida, y este tipo de cosas no son una excepción.

A diferencia de lo que pasa con los mayores, el tratamiento psicoterapéutico de los problemas en la infancia se aborda generalmente con intervenciones psicológicas, procurando evitar la prescripción de fármacos. Lamentablemente, la tendencia en algunos países está siendo a medicar cada vez más a los menores, con consecuencias bastante indeseables. Tengamos en cuenta que los psicofármacos suelen tener efectos secundarios muy molestos, en especial cuanto más potentes sean. Esto se muestra muy claramente en un estremecedor documental que se emitió hace unos años en RTVE, titulado “El niño medicado”, y que se puede ver en el siguiente enlace: http://www.dailymotion.com/video/xs6x84_570-el-nino-medicado_news

Tipos de dificultades que pueden aparecer en los más pequeños

Dificultades evolutivas que desaparecen espontáneamente: Quizás uno de los primeros pasos que pueden dar los padres preocupados por haber observado algo inusual en su hijo es darse un tiempo para pararse y pensar qué puede estar pasando. Tal vez se trate de que el niño o la niña está entrando en una nueva etapa de la niñez en la que sea normal que le pasen cosas que antes no sucedían. Por ejemplo, a partir de cierta edad los niños empiezan a protestar más, a negarse a seguir ciertas órdenes. Es una fase habitual, en la que el infante prueba los límites que le ofrecen los padres y su capacidad para empezar a tener cierta autonomía. A medida que los adultos van enseñando al chico a manejar esta nueva capacidad que está desarrollando y a adaptarla a las nuevas situaciones que surjan, es esperable que las dificultades no vayan más allá. Si los padres están preocupados, existe la alternativa de compartir su experiencia con otros conocidos que tengan o hayan tenido niños de edades similares. Muchas veces descubrirán que lo que le pasa a su hijo le ha pasado también a otros, lo cual puede tranquilizarles bastante. Otra opción es consultar con el pediatra habitual, que conocerá perfectamente las dificultades evolutivas que pueden atravesar los más pequeños y cómo afectan estas a las familias.

Dificultades evolutivas normales, pero que se convierten en un problema: Las personas nos acostumbramos a utilizar el mismo tipo de solución para cada problema cuando vemos que resulta eficaz. Esto suele funcionar siempre y cuando se mantengan las mismas circunstancias. Pero estas circunstancias, en el caso de los niños, cambian constantemente, y una labor muy importante de los padres es darse cuenta de la necesidad de modificar las estrategias que utilizan para ayudar a sus hijos a medida estos que van creciendo. Por ejemplo, con un niño muy pequeño puede que no tenga sentido ponerse a negociar las normas que se le ponen, pero si con un adolescente. Lo que funcionaba para lograr que un chico de ocho años obedeciese puede no ser útil con ese mismo chico cuando cumpla 12 años. El seguir tratando de solucionar un problema con métodos que ya no funcionan no solo puede resultar ineficaz, si no que en ocasiones es la causa de que se mantenga el problema, si que nos demos cuenta de ello. Puede suceder algo parecido cuando se manifiestan ciertas conductas nuevas pero que no son sintomáticas de ningún trastorno y, a pesar de ello, nos esforzamos por solucionarlo a toda costa, transformando (de nuevo sin quererlo) una dificultad evolutiva en un problema. Aquí el mejor consejo es el de la flexibilidad. No se trata de dejar total libertad al chico para que haga lo que quiere, si no de buscar nuevas formas de ayudarle, de que siga aprendiendo y desarrollando sus capacidades, sin entorpecer su ciclo evolutivo.

Dificultades que se salen de lo normal y requieren atención especializada: la mayoría de familias maneja las anteriores situaciones por su cuenta sin mayores problemas. En otros casos pueden surgir dificultades antes las que los adultos han probado todo lo que el sentido común les dice que es necesario hacer, pero aún así siguen existiendo síntomas que les preocupan: niños cuyo rendimiento académico ha descendido notablemente, que no juegan nunca, que tienen un miedo excesivo, muy inquietos o muy tristes... En los casos en los que a estos chicos les pasan cosas que no son habituales en otras personas de su edad y que les están provocando limitaciones importantes en una o varias áreas de su vida y en los que el pediatra cree que puede existir algún problema de tipo psicológico, es cuando es aconsejable consultar con un especialista.



Los mejores psicólogos: los padres

Dos buenas noticias sobre los problemas de salud mental de los niños: cuando reciben el apoyo adecuado, suelen mejorar mucho y de forma rápida; la terapia psicológica ha demostrado ser eficaz en una amplia variedad de problemas de la infancia y adolescencia.

El tratamiento de los niños varía según la edad y la madurez del infante. Generalmente se trata de una terapia lúdica, en donde el uso de juguetes, pinturas, plastilina y otro tipo de juegos es fundamental. Ayuda a establecer una buena relación entre clínico y niño y potencia los recursos y puntos fuertes de este. Muchos tienen miedo de ir a la consulta de un psicólogo: no saben con lo que se van a encontrar y pueden imaginarse que es como ir a un médico, en el que le harán cosas molestas como pincharle o quizás reñirle. En cuanto comprueban que esto no es así y que el ambiente de trabajo con niños suele ser relajado, es normal que vayan adquiriendo rápidamente confianza y empiecen a acudir con más ganas a las siguientes sesiones.

Sin duda el papel más importante en la terapia lo tienen los padres. Es fundamental sus asistencia a la consulta, ya que van a ser la mayor fuente de apoyo y aprendizaje de su hijo. Algunos adultos temen que al asistir a una cita con una psicóloga se les culpe por lo que les pasa a los niños. Lo cierto es que esto no es así. La gran mayoría de los padres quieren lo mejor para sus hijos y que a veces se equivoquen no los hace responsables de los problemas que presenten. Tengamos en cuenta que el niño puede pasar una hora a la semana en la consulta del profesional, pero el resto del tiempo está con sus padre u otros familiares. Por ello contar sus ayuda es tan importante, son la principal influencia en sus vidas. Al fin y al cabo son los que mejor conocen a su hijo.

Cuando en terapia trabajan conjuntamente niño, familia y terapeuta, el resultado suele ser óptimo. Además, los niños tienen una especia de radar, una sensibilidad particular hacia los problemas de los mayores, de forma que captan todo lo que pasa en su entorno, aunque a veces los padres traten de protegerlos al no implicarlos en sus propios problemas. En muchas ocasiones llegan niños a consulta cuyos síntomas están relacionados con problemas de los adultos. Después de todo, ellos también quiere a sus padres y se preocupan por ellos. Se fijan mucho en sus reacciones (más que en los hechos en si mismos), y si su madre o su padre tiene sus propios problemas, ellos lo van a notar. Así, en muchas ocasiones, cuando son los padres los que acuden a consultar sus propias dificultades, indirectamente ayudan a sus hijos con las suyas.

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