Hace
poco escuché una noticia en la radio que volvió a despertar en mi
una idea para este blog, acerca de cómo muchas veces algunos
psicólogos se dedican a hacer ciertas declaraciones, publicaciones e
investigaciones que poco o nada aportan a la disciplina; más bien,
en ocasiones incluso la desprestigian. Ya en su momento dediqué unas líneas a las cuestionables afirmaciones que un conocido psicólogo había vertido en un medio de comunicación. Como dice el refrán,
“el que tiene boca, se equivoca”, y ninguno estamos libres de caer
en la trampa de decir cosas de las que luego nos arrepintamos.
Pero
hoy vengo a hablar de algo diferente. Se trata de investigaciones y
estudios llevados a cabo por (o con la participación de) psicólogos
y que, francamente, no sirven de nada. Las declaraciones
desafortunadas no suelen salir muy caras, pero realizar un trabajo de
investigación supone un gasto de dinero y otros recursos que deben
ser mínimamente justificados. Los resultados, idealmente, tienen que
servir para algo. Además, los investigadores tienen una
responsabilidad a la hora de presentar los resultados de manera
adecuada a la comunidad científica y a la población.
La
noticia que mencionaba era sobre un estudio realizado por el
psicólogo Pascal Wallisch, de la Universidad de Nueva York, en el
que relacionaba la psicopatía con el gusto por determinadas
canciones. Es decir, llegaba a la conclusión de que se puede llegar
a descubrir si una persona es psicópata en función de sus gustos
musicales. En la radio incluso decían que se proponía que conocer
dichos gustos podía ser muy útil a la hora de descartar aspirantes
a un puesto de trabajo (no sé si esto fue una interpretación de quien daba la noticia o si realmente es una conclusión a la que llegó Wallisch).
Lejos
de quedar relegadas a un cajón, este tipo de cuestiones son del
agrado de la prensa, encantada de tener noticias a las que añadir un
titular sensacionalista. Por ejemplo, el periódico El Mundo se hizo
eco de este estudio y utilizó el siguiente titular: “Cómo detectar a un psicópata sólo conociendo la música que escucha”.
Otros medios menos conocidos (pero que aparecen en los primeros
resultados de Google al hacer la búsqueda correspondiente) van más
allá y escriben lo siguiente: “Un estudio determina que si
escuchas esta música, podrías ser un psicópata. Según el avance
de este análisis, podemos concluir si una persona es desequilibrada
basándonos en sus canciones favoritas”. En cualquier caso, el
trato que hacen los medios de comunicación sobre las noticias
relacionadas con la salud mental merece un esacpio a parte y no es la
cuestión a discutir en esta entrada. Pero vaya tela con la redacción...
Otro
ejemplo muy mediático es el del Blue Monday,
o “el día más triste del año”.
Se trata de una ecuación
matemática presentada por otro psicólogo, Cliff Arnall, que calculó
que el segundo lunes de enero era el día más deprimente del año…
algo muy útil para todo ser humano, por supuesto. Ante lo vergonzoso de la fórmula, la propia
Universidad de Cardiff, donde Arnall fue profesor, se quiso desmarcar
de este asunto con un comunicado en la prensa. Existe también, por
cierto, la versión contraria: el “Yellow Monday”,
también descrito por una psicóloga, y que de nuevo usa una especie
de ecuación para describirlo como “el día más feliz del
año”.
El
problema con este tipo de noticias es que las personas que no tienen
conocimientos sobre la materia reciben una información adulterada y
que puede llevar a confusión. Noticias como la de la psicopatía
hacen que muchas personas interpreten actitudes y conductas de gente
cercana como signos claros de que son “perturbados”, “gente
tóxica”, etc.
Tal
vez existe una presión tan grande en el ámbito universitario para
que se haga investigación, junto con el elevado número de
psicólogos y la “necesidad” de competir por destacar frente a
los demás, que mucha gente se lanza a hacer estudios de lo que sea,
con tal de publicar y acumular méritos en su carrera profesional.
Pasa algo similar con las publicaciones en revistas científicas
especializadas. Salvo en aquellas más rigurosas y con alto factor de
impacto, es fácil publicar un artículo, sin importar si el escrito aporta algo
nuevo al conocimiento científico.
Quizás
un remedio para afrontar la rabia que produce ver que este tipo de
trabajos los firman personas licenciadas (e incluso con doctorado) en
psicología sea usar el humor. Para ello está bien echar un vistazo
a los premios Ig Nobel, una
celebración anual en la que se recompensa a aquellas investigaciones “que
primero te hacen reír y luego te hacen pensar”, otorgadas en diferentes disciplinas científicas. La psicología,
por supuesto, tiene su propio espacio (aunque muchas veces el premio
no se le da a psicólogos, propiamente). Aquí van unos cuantos
premios entragados en esta categoría:
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En 1993, el Ig Nobel de Psicología fue para John Mack y David Jacobs, que llegaron a la conclusión de que las personas que creían haber sido secuestradas por extraterrestres, probablemente lo habían sido de verdad.
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Shigeru Watanabe, Junko Sakamoto y Masumi Wakita ganaron el premio en 1995 con su investigación en la que lograron que un grupo de palomas aprendiera a diferenciar cuadros de Picasso y de Monet.
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En 2001, Lawren Shermann, un profesor de psicología educativa, obtuvo el premio por su estudio del júbilo en pequeños grupos de preescolares.
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Karl Halvor Teigen fue el ganador del premio en 2011. Su trabajo trataba de comprender por qué la gente suspira en su vida diaria.
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El año siguiente, un estudio que describía como al inclinarse uno hacia la izquierda la Torre Eiffel se veía más pequeña, publicado en Psychological Science, ganó el Ig Nobel de Psicología.
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En el 2013 el premio fue para un estudio que confirmó experimentalmente una cuestión que necesitaba ser contrastada imperiosamente: que la gente que cree estar borracha también cree ser atractiva.
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Jonason y Lyons ganaron en 2014 cuando concluyeron que la gente que se levanta de la cama más tarde es más manipulativa y psicopática.
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El mismo año, el premio de Neurociencias fue para un equipo de investigadores de China y Canadá que estudiaron lo que pasaba en el cerebro de las personas que ven la cara de Jesús en una tostada.
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El año pasado el premio se lo llevó el trabajo que consistió en preguntarle a “mil mentirosos” con qué frecuencia mentían y decidir si creerles o no.
¿Se
llevará el estudio de Pascal el premio de 2017? Todavía no lo
sabemos. Pero que quede claro: no se puede “diagnosticar” de
psicópata a nadie solo por el tipo de música que escuche, por la
hora a la que se levante o por la ropa que se ponga. Ni siquiera en “Blue Monday”.
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