sábado, 3 de diciembre de 2016

Black Mirror: psicología de las nuevas tecnologías


Quien siga este blog, o le haya echado un vistazo de vez en cuando, se habrá dado cuenta de mi interés en mostrar cómo se puede aprender mucho de psicología a través de las diferentes manifestaciones del arte (literatura, cine, música...). Esta idea ha vuelto a mi cabeza después de ver, esta semana, el primer episodio de la tercera temporada de la serie Black Mirror, descrita en Wikipedia como “serie de televisión británica creada por Charlie Brooker y producida por Zeppotron para Endemol. La serie gira en torno a cómo la tecnología afecta nuestras vidas, en ocasiones sacando lo peor de nosotros; Brooker ha señalado que «cada episodio tiene un tono diferente, un entorno diferente, incluso una realidad diferente, pero todos son acerca de la forma en que vivimos ahora y la forma en que podríamos estar viviendo en 10 minutos si somos torpes»”.

El nombre de la serie (que traducido al español significa “espejo negro”) hace referencia a las pantallas de los dispositivos electrónicos que tanto protagonismo han adquirido en nuestras vidas durante los últimos años: teléfonos móviles, ordenadores portátiles, tabletas y libros electrónicos, etc. Brooker es el guionista de todos los episodios, pero el director y los actores cambian de uno a otro, al igual que las historias que se cuentan. Todas ellas son independientes entre si en cuanto al argumento, pero están unidas por un tema común: la influencia de las nuevas tecnologías en las vidas de las personas.

A pesar de que generalmente se nos muestran distopías, y no el mundo real tal y como lo conocemos, ciertos aspectos están relacionados estrechamente con situaciones actuales y conocidas por prácticamente todos. Se habla de la pérdida de un ser querido y como, en la lucha por aferrarse a lo que sea para recuperar a esa persona y evitar el sufrimiento que conlleva el duelo, estamos dispuestos a aceptar cualquier sustituto que la tecnología nos ofrezca. O del morbo televisivo, del interés que suscita en los telespectadores enterarse de los asuntos más íntimos de personajes públicos y anónimos, incluso aunque se trate de sucesos de lo más sórdido. También están presentes temas tan importantes como el culto al cuerpo, la hipocresía, las redes sociales...

Por ejemplo, el episodio “Caída en picado”, que abre la tercera temporada, nos muestra un mundo en el que todas las personas evalúan, a través de una aplicación del móvil, a aquellas otras con las que interaccionan a lo largo del día. La valoración global que cada uno obtiene permite o impide que uno tenga acceso a ciertos privilegios sociales o laborales, por ejemplo. Esto lleva a la profusión de relaciones basadas en la falsedad, en callarse lo que uno piensa por miedo a recibir una mala calificación, en definitiva, a la superficialidad del contacto humano y la condena al ostracismo de aquellos que no entran en el juego.

Es indudable que las nuevas tecnologías han cambiado nuestra manera de relacionarnos con el mundo, los demás y nosotros mismos. Hay quienes dicen que los dispositivos electrónicos han contribuido a que estemos más aislados. No tengo suficiente información digamos... “científica” como para llegar a una conclusión o a otra, pero en mi opinión los avances tecnológicos unen más que separan. Y quien termine más aislado por centrarse en su móvil, su videoconsola o cualquier otro aparato, es probable que estuviera igual (o más aislado) con independencia de la evolución tecnológica.

De un tiempo a esta parte se viene hablando también de “adicciones sin sustancia”: al teléfono móvil, a internet, a los videojuegos... Uno puedo quedarse, en estos casos, en la superficie y culpar a la tecnología de estos problemas o quizás dar un paso más allá y analizar el contexto en el que estas adicciones aparecen y preguntarse, por ejemplo, ¿qué está aportando este móvil/internet/videojuego a la persona? ¿Sirve para encontrarse más animado? ¿Para evitar pensar o afrontar la ansiedad que le producen otras cosas? ¿Y por qué no puede obtener ese efecto o función de otras fuentes diferentes y más naturales, como pueden ser la familia, los amigos, el trabajo o el deporte?

En realidad, las nuevas tecnologías perpetúan tendencias que ya vienen de lejos. Antes uno procuraba mostrar su estatus social presentándose con ropa de una determinada marca y hoy lo hace sacando del bolsillo la última versión del Iphone. O tal vez no se trate de señalar que se tiene cierto nivel económico si no de avisar que se están siguiendo las directrices que indican lo que es “moderno”, que uno está integrado en su cultura. Nadie quiere ser señalado como diferente, ya que eso lleva a perder toda una serie de “privilegios” sociales.

Y es que aquí hay mucho de una rama tan interesante de la psicología como es la psicología social, fundamental para otros campos, como el de la clínica. Al fin y al cabo, el hecho de acudir a la consulta de una psicóloga clínica no deja de ser un acto social y los problemas humanos, lo que algunos llaman “psicopatología”, “trastornos” o “enfermedades”, se basan fundamentalmente en la influencia que tiene la presencia (o ausencia) de otras personas en nuestra vida. Nuestra manera de ser y de actuar, nuestras actitudes, cambian en función del contexto en el que nos encontramos y, por norma general, tratamos de dar una buena impresión ante los demás. Por ello manejamos, consciente e inconscientemente, la forma que tenemos de presentarnos ante los otros. Y no me refiero únicamente al hecho de decir “me llamo Fulanito, tengo 32 años y soy carpintero”, si no a multitud de pequeños detalles que incluyen tanto nuestra indumentaria, como la comunicación no verbal y, por supuesto, el tono que utilizamos en nuestras cuentas en redes sociales. De esto hay mucho escrito en la obra de Erving Goffman. Y es comprensible, la especie humana tiene el instinto de acercarse a otros seres de su misma especie, por todo lo que ello conlleva para la supervivencia.

La serie no es una crítica a los avances tecnológicos, si no más bien una advertencia de los peligros de llevar algunas cosas al extremo, a veces a modo de sátira y otras a modo de terror. No voy a valorar la calidad de Black Mirror, porque ese no es el objetivo de este blog. Independientemente de que pueda gustar más o menos, invito a toda persona que esté leyendo estas líneas a que, si no lo ha hecho ya, eche un vistazo a la serie mediante alguno de los espejos negros que, casi con total seguridad, lo tienen ahora mismo totalmente rodeado. Y después, toca reflexionar acerca de lo que estamos haciendo con nuestras vidas y si las estamos llevando de una manera acorde con nuestros principios, valores y objetivos o si, por el contrario, nos dejamos llevar y dirigir por la otros.

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