Quien
siga este blog, o le haya echado un vistazo de vez en cuando, se
habrá dado cuenta de mi interés en mostrar cómo se puede aprender
mucho de psicología a través de las diferentes manifestaciones del
arte (literatura, cine, música...). Esta idea ha vuelto a mi cabeza
después de ver, esta semana, el primer episodio de la tercera
temporada de la serie Black Mirror, descrita en Wikipedia como “serie
de televisión británica creada por Charlie Brooker y producida por
Zeppotron para Endemol. La serie gira en torno a cómo la tecnología
afecta nuestras vidas, en ocasiones sacando lo peor de nosotros;
Brooker ha señalado que «cada episodio tiene un tono diferente, un
entorno diferente, incluso una realidad diferente, pero todos son
acerca de la forma en que vivimos ahora y la forma en que podríamos
estar viviendo en 10 minutos si somos torpes»”.
El
nombre de la serie (que traducido al español significa “espejo negro”) hace
referencia a las pantallas de los dispositivos electrónicos que
tanto protagonismo han adquirido en nuestras vidas durante los
últimos años: teléfonos móviles, ordenadores portátiles,
tabletas y libros electrónicos, etc. Brooker es el guionista de
todos los episodios, pero el director y los actores cambian de uno a
otro, al igual que las historias que se cuentan. Todas ellas son
independientes entre si en cuanto al argumento, pero están unidas
por un tema común: la influencia de las nuevas tecnologías en las
vidas de las personas.
A
pesar de que generalmente se nos muestran distopías, y no el mundo
real tal y como lo conocemos, ciertos aspectos están relacionados
estrechamente con situaciones actuales y
conocidas por prácticamente todos.
Se habla de la pérdida de un
ser querido y como, en la lucha por aferrarse a lo que sea para
recuperar a esa persona y evitar el sufrimiento que conlleva el
duelo, estamos dispuestos a aceptar cualquier sustituto que la
tecnología nos ofrezca. O del morbo televisivo, del interés que
suscita en los telespectadores enterarse de los asuntos más íntimos
de personajes públicos y anónimos, incluso aunque se trate de
sucesos de lo más sórdido. También están presentes temas tan
importantes como el culto al cuerpo, la hipocresía, las redes
sociales...
Por
ejemplo, el episodio “Caída en picado”, que abre la tercera
temporada, nos muestra un mundo en el que todas las personas evalúan,
a través de una aplicación del móvil, a aquellas otras con las que
interaccionan a lo largo del día. La valoración global que cada uno
obtiene permite o impide que uno tenga acceso a ciertos privilegios
sociales o laborales, por ejemplo. Esto lleva a la profusión de
relaciones basadas en la falsedad, en callarse lo que uno piensa por
miedo a recibir una mala calificación, en definitiva, a la
superficialidad del contacto humano y la condena al ostracismo de
aquellos que no entran en el juego.
Es
indudable que las nuevas tecnologías han cambiado nuestra manera de
relacionarnos con el mundo, los demás y nosotros mismos. Hay quienes
dicen que los dispositivos electrónicos han contribuido a que
estemos más aislados. No tengo suficiente información digamos...
“científica” como para llegar a una conclusión o a otra, pero en
mi opinión los avances tecnológicos unen más que separan. Y quien
termine más aislado por centrarse en su móvil, su videoconsola o
cualquier otro aparato, es probable que estuviera igual (o más
aislado) con independencia de la evolución tecnológica.
De
un tiempo a esta parte se viene hablando también de “adicciones
sin sustancia”: al teléfono móvil, a internet, a los
videojuegos... Uno puedo quedarse, en estos casos, en la superficie y
culpar a la tecnología de estos problemas o quizás dar un paso más
allá y analizar el contexto en el que estas adicciones aparecen y
preguntarse, por ejemplo, ¿qué está aportando este
móvil/internet/videojuego a la persona? ¿Sirve para encontrarse más
animado? ¿Para evitar pensar o afrontar la ansiedad que le producen
otras cosas? ¿Y por qué no puede obtener ese efecto o función de
otras fuentes diferentes y más naturales, como pueden ser la
familia, los amigos, el trabajo o el deporte?
En
realidad, las nuevas tecnologías perpetúan tendencias que ya vienen
de lejos. Antes uno procuraba mostrar su estatus social presentándose con ropa de una determinada marca y hoy lo hace
sacando del bolsillo la última versión del Iphone. O tal vez no se
trate de señalar que se tiene cierto nivel económico si no de avisar que se
están siguiendo las directrices que indican lo que es “moderno”,
que uno está integrado en su cultura. Nadie quiere ser señalado como diferente, ya
que eso lleva a perder toda una serie de “privilegios” sociales.
Y
es que aquí hay mucho de una rama tan interesante de la psicología como
es la psicología social, fundamental para otros campos, como el de
la clínica. Al fin y al cabo, el hecho de acudir a la consulta de
una psicóloga clínica no deja de ser un acto social y los problemas
humanos, lo que algunos llaman “psicopatología”, “trastornos”
o “enfermedades”, se basan fundamentalmente en la influencia que
tiene la presencia (o ausencia) de otras personas en nuestra vida.
Nuestra manera de ser y de actuar, nuestras actitudes, cambian en
función del contexto en el que nos encontramos y, por norma general,
tratamos de dar una buena impresión ante los demás. Por ello
manejamos, consciente e inconscientemente, la forma que tenemos de
presentarnos ante los otros. Y no me refiero únicamente al hecho de
decir “me llamo Fulanito, tengo 32 años y soy carpintero”, si no a
multitud de pequeños detalles que incluyen tanto nuestra
indumentaria, como la comunicación no verbal y, por supuesto, el
tono que utilizamos en nuestras cuentas en redes sociales. De esto
hay mucho escrito en la obra de Erving Goffman. Y es comprensible, la especie humana tiene el instinto de acercarse a otros seres de su misma especie, por todo lo que ello conlleva para la supervivencia.
La
serie no es una crítica
a
los
avances tecnológicos,
si no más bien una
advertencia de los peligros de llevar algunas cosas al extremo, a
veces a modo de sátira y otras a modo de terror. No voy a valorar la
calidad de Black Mirror, porque ese no es el objetivo de este blog.
Independientemente de que pueda gustar más o menos, invito a toda
persona que esté leyendo estas líneas a que, si no lo ha hecho ya,
eche un vistazo a la serie mediante alguno de los espejos negros que,
casi con total seguridad, lo tienen ahora mismo totalmente rodeado. Y
después, toca reflexionar acerca de lo que estamos haciendo con
nuestras vidas y si las estamos llevando de una manera acorde con
nuestros principios, valores y objetivos o si, por el
contrario, nos dejamos llevar y dirigir por la otros.
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