El
próximo 21 de Mayo vamos a celebrar en Oviedo la III Jornada de laSociedad de Psicología Clínica Asturiana (SOPCA). Tal y como consta
en la web de la sociedad, SOPCA es una sociedad
científico-profesional comprometida con el desarrollo y
consolidación de la especialidad sanitaria de Psicología Clínica
en el Servicio de Salud del Principado de Asturias (SESPA) así como
en Sistema Nacional de Salud. Otro de sus compromisos es dar a
conocer y difundir el rol del psicólogo clínico y las prestaciones
asistenciales de nuestra especialidad al público en general.
Desde
Junio de 2015 formo parte de la Junta Directiva de SOPCA,
desempeñando el rol de presidente. Estas son las primeras jornadas
en las que formo parte del comité organizador y estoy muy ilusionado
con su desarrollo. Vamos a contar con ponentes con mucha experiencia
y una gran trayectoria profesional: Marino Pérez, Óscar Vallina,
Javier Fernández y Marco Luengo. Todos ellos son psicólogos
clínicos y doctores en psicología. Me consta que al menos tres de
ellos colaboran con la universidad, ya sea como profesores adjuntos o
de otra manera. En el caso de Marino, es Catedrático de la
Universidad de Oviedo. Todos han participado en investigaciones y
publicado artículos en revistas científicas. Algunos, como Marino,
han publicado varios libros. La mayor parte de su actividad laboral,
si no toda, la desempeñan en el ámbito público. En definitiva, se
trata de personas altamente cualificadas, que conocen la clínica de
primera mano, así que estoy seguro de que nos van a aportar muchas
cosas.
SOPCA
es una sociedad bastante humilde, por lo que nuestros medios son
limitados. Personalmente me hubiera gustado añadir otros contenidos
al evento. Nos hemos dejado fuera, por ejemplo, alguna ponencia sobre
problemas graves de la infancia. Nos ha faltado también contar con
ponentes de género femenino. Además, hubiese sido deseado contar
con la participación de personas diagnosticadas de trastorno mental
grave. Son aspectos a mejorar en futuras ediciones.
“Trastorno
mental grave”... ¡Qué mal suenan esas palabras! Lo cierto es que
no me quedo satisfecho con haber usado esos términos en el título
de las jornadas, pero en un evento de este tipo solemos utilizar esta
jerga técnica, diseñada para facilitarnos la vida a los
profesionales de salud mental a la hora de comunicarnos entre
nosotros. Pero, desde luego, soy consciente de que esta etiqueta no
hace ningún favor a las personas a las que se les atribuye ni a sus
familias.
En
términos generales, la etiqueta “trastorno mental grave” (o
“severo”) se utiliza para agrupar a una serie de personas con
problemas de salud mental que reúnen una serie de características:
-
Diagnóstico. Se incluye a aquellas personas diagnosticadas de
algún tipo de psicosis, en el sentido amplio de la palabra:
esquizofrenia, trastornos de ideas delirantes crónicas, trastornos
esquizoafectivos, trastorno bipolar, trastorno depresivo grave
recurrente, trastorno obsesivo compulsivo...
-
Duración del trastorno. Aquellos problemas que persisten por
lo menos dos años o en los que se observa un deterioro progresivo y
marcado durante los últimos 6 meses. En definitiva, que tengan la
consideración de “crónicos”.
-
Discapacidad social, familiar y laboral. Este aspecto se
evalúa mediante escalas diseñadas con tal propósito.
Como
decía anteriormente, este tipo de clasificaciones diagnósticas se
hace sobre todo para facilitarnos (teóricamente) el trabajo a los
profesionales. Las Comunidades Autónomas suelen tener planes y
programas específicos en los servicios de Salud Mental dirigidos a
la atención de este tipo de población. Se procura promover el
acceso a toda una serie de recursos que puedan ser de ayuda en estos
casos.
Aunque
estos programas y dispositivos están compuestos por buenos
especialistas, muchas veces existen carencias organizativas,
ideológicas y de recursos humanos que no favorecen la evolución de
los pacientes. Algunos piensan que, a veces y sin querer, los
programas de trastorno mental grave, más que atender problemas
crónicos, terminan cronificando a las personas. En muchos casos se
trata a las personas que acuden a buscar ayuda de forma paternalista
o excesivamente directiva. Se les despoja de su autonomía y
capacidad de decisión, bajo la premisa de que el profesional es el
experto que sabe lo que necesita el paciente. Ciertamente, poner a
este último en una posición tan pasiva no parece que pueda
favorecer su mejoría. El hecho de poner una etiqueta con la palabra
“grave” y que hace referencia a una supuestas “cronicidad” de
por si ya crea una serie de expectativas que favorecer un contexto en
el que la remisión de los síntomas se antoja prácticamente
imposible.
Sin
embargo, aún en casos de psicosis (generalmente considerado uno de
los grupos diagnósticos más graves), hay un elevado porcentaje de
personas que puede llevar una vida normalizada y desprenderse de sus
síntomas, o aprender a vivir con (y a pesar de) ellos.
En
España, al igual que en muchos otros países, predomina el modelo
biológico (camuflado bajo el disfraz de modelo bio-psico-social) a
la hora de atender a estas personas. Es un modelo basado en las
hipotéticas causas orgánicas del trastorno (no demostradas hasta la
fecha) y en el uso de fármacos como tratamiento principal (y, en
ocasiones, único). Se usan los mal llamados “antipsicóticos”,
que en realidad son relajantes mayores (no se puede decir que sean
anti-psicóticos, porque no suprimen las voces, delirios, etc.;
únicamente reducen el nivel de angustia). Que no se me
malinterprete: la medicación puede ser de ayuda y eso ya
prácticamente nadie lo niega. El problema que tenemos es que las
dosis que se pautan son excesivas e injustificadas y que un abordaje
que solo se base en el fármaco se queda cojo y resulta poco eficaz.
Durante
los últimos años está empezando a difundirse una nueva propuesta
para atender a estas personas: el modelo del diálogo abierto.
Se trata de un abordaje desarrollado principalmente en una región de
Finlandia y que está obteniendo muy buenos resultados. El
tratamiento se basa fundamentalmente en la psicoterapia, pero no solo
con el paciente, si no también con la familia y la red social del
afectado. Para ello, previamente el personal es formado en terapia
familiar durante varios años. Se usa medicación, si, pero a dosis
mucho más bajas que las acostumbradas y, ojo a este dato, es raro
que se usen “antipsicóticos”; el tratamiento farmacológico se
basa más bien en antidepresivos o ansiolíticos. A los
diagnosticados se les trata con respeto, trabajando con ellos de
forma colaboradora, teniendo en cuenta sus ideas, respetando sus
decisiones, potenciado sus puntos fuertes y habilidades. Se trabaja
en la comunidad, tratando de evitar ingresos hospitalarios.
A
continuación dejo el enlace al documental que se grabó sobre el
diálogo abierto, en el que se explica muy bien en qué consiste. Uno
puede ver que aplicarlo en nuestro país no sería más costoso que
nuestros tratamientos actuales, donde la mayor parte del gasto se va
en ingresos (en muchas ocasiones no imprescindibles) y en el gasto
farmacológico.
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