martes, 8 de marzo de 2016

Ante la muerte de un ser querido: afrontando el duelo

Una de las experiencias humanas por las que todos pasamos, de una u otra manera, en algún momento (o varios momentos) de nuestras vidas es la del dolor que produce la pérdida, especialmente aquella relacionada con la muerte de un ser querido. Aprovechando que últimamente me estoy poniendo al día con el tema del duelo, por motivos laborales, la entrada de hoy va dedicada a ello.




El proceso del duelo

Cuando hablamos de duelo nos estamos refiriendo a un conjunto de pensamientos, conductas, sensaciones y emociones de diverso tipo que aparecen como reacción a la pérdida de algo que es importante para nosotros. Generalmente lo asociamos a la muerte de una persona cercana, pero el duelo también tiene que ver con relaciones que llegan a su fin (rupturas de pareja, separación permanente de un familiar...), pérdida de un empleo o pérdida de una posición ocupada durante cierto tiempo y a la que estamos apegados, por ejemplo. Todas ellas son situaciones que implican perder o separarse de algo o de alguien que tiene mucha importancia en nuestra vida. En el presente artículo me voy a referir sobre todo al duelo relacionado con la muerte de alguna persona.

Cada individuo posee su propia manera de reaccionar ante la muerte de alguien querido, por lo que es difícil describir un curso típico del duelo. Emociones como tristeza o ira, sensaciones físicas como falta de apetito, insomnio, llorar, incapacidad para sentir o ansiedad, pensamientos recurrentes, culpa... son solo algunos ejemplos de lo que puede experimentarse ante estas circunstancias. Lo más importante a tener en cuenta es que son reacciones normales, no patológicas. Como ya comenté en alguna otra ocasión, en el mundo occidental actual existe una tendencia a negar o ocultar las expresiones de dolor, y esto también sucede cuando muere un ser querido. Con nuestra mejor intención y por defecto, tratamos, en ocasiones, de animar a toda costa a aquellos cercanos a nosotros cuando los vemos pasándolo mal. Sin embargo, puede que sin querer estemos inhibiendo la expresión del sufrimiento de estas personas y esto no les va a ayudar a afrontar el duelo de forma sana. Es aconsejable mostrarse respetuoso con la manifestación del dolor de cada persona y favorecer su comunicación, por muy doloroso que nos resulte a veces.

Está muy extendida la idea de que el que sufre una pérdida pasa necesariamente por una serie de fases, descritas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Lo cierto es que esta descripción del duelo en forma de etapas no está exenta de críticas: no todas las personas pasan por todas las fases y tampoco siguen necesariamente el orden descrito. Tampoco podemos decir con seguridad cuál es el tiempo que dura normalmente el proceso de duelo, aunque algunos autores dicen que lleva unos dos años superarlo. De nuevo, es una cuestión personal y que depende de varias circunstancias.

Frente a la insatisfacción con los modelos de fases, se presenta la propuesta de autores como J. William Worden, que en lugar de etapas habla de las tareas del duelo, aquellas que una persona debe ir superando para considerar que ha afrontado la pérdida con éxito y que serían las siguientes:

  • Aceptar la realidad de la pérdida: en los primeros momentos tras la noticia de la muerte de una persona cercana es muy habitual reaccionar negando o evitando el hecho en si. Es fundamental aceptar lo que ha sucedido para poder ir realizando las siguientes tareas del duelo.
  • Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida: la tristeza por no volver a ver a la persona querida, la rabia por sentirse abandonada, la culpa por lo que sucedió... es recomendable aceptar cualquier emoción que surja, sin tratar de reprimirla o ocultarla; a veces es necesario sentir dolor durante un tiempo para poder ir afrontándolo poco a poco.
  • Adaptarse a un entorno en el que el fallecido está ausente: el fallecido cumplía ciertas funciones de las que nos debemos hacernos cargo ahora que está muerto y esto requiere que nos organicemos de manera diferente a como lo veníamos haciendo o que aprendamos nuevas habilidades.
  • Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo: el final del duelo no implica olvidar a la persona que ha muerto; más bien supone conservar su recuerdo de forma integrada en nuestra vida, sin que nos produzca un malestar severo o afecte seriamente a diferentes áreas de nuestra personalidad. La energía que depositábamos en el fallecido se empieza a invertir en otras relaciones, sin que ello suponga “traicionar” u olvidar al muerto.

Algunas recomendaciones

Los rituales funerarios con escenificaciones muy importantes de cara al correcto desarrollo del duelo. Éstas varían mucho entre unas culturas y otras y no hay una manera mejor que otra de llevarlas a cabo. Lo importante es que marquen el paso de la vida a la muerte, la aceptación de lo que ha sucedido y su reconocimiento por parte de la comunidad y la familia. Los niños mayores de seis años, aproximadamente, pueden estar presentes en estos rituales. Los infantes afrontar la muerte de forma diferente a los adultos y en ellos va a tener mayor influencia la reacción de sus mayores ante el fallecimiento que el hecho en si mismo. Es conveniente explicarles lo que ha sucedido y prepararles para lo que van a ver, siempre de forma adaptada a su edad, evitando mentirles o ocultando lo que ha pasado. En el caso de que los haya, no hay que contarles los detalles escabrosos, pero escuchar y responder en la medida de lo posible a todas sus dudas puede tener un efecto tranquilizador sobre ellos. Cuando al niño no se le cuenta lo que pasa, echa a volar su fantasía y las cosas que imagina pueden aterrorizarle y confundirle mucho más que la realidad.

Un libro muy recomendable para abordar el tema, tanto para profesionales como para personas en proceso de duelo, es “Aprender de la pérdida: una guía para afrontar el duelo”, de Robert Neimeyer, un gran profesional al que tuve la fortuna de ver hace un par de años en un taller que dio en Madrid. Este autor nos da una serie de recomendaciones para aquellos individuos que están intentando ayudar a una persona que ha sufrido una pérdida:

- Cosas que no se deben hacer:
  • Obligar a la persona que ha sufrido una pérdida a asumir un papel, diciendo cosas como “lo estás haciendo muy bien”, propiciando que tenga la sensación de que nos defrauda si no es así.
  • Decirle lo que “tiene que hacer”; es mejor respetar su autonomía y su ritmo.
  • Decirle “llámame si necesitas algo”, en lugar de tomar la iniciativa y llamar nosotros para interesarnos por cómo está.
  • Decir algo como “el tiempo lo cura todo”; no es el tiempo lo que cura, si no las cosas que se van haciendo durante ese tiempo.
  • Dejar que sean otras personas las que le presten ayuda, en lugar de estar presentes y mostrar nuestro interés.
  • Frases del tipo “sé cómo te sientes”; recordemos que la vivencia de cada persona es única, por lo que es mejor invitarle a que nos cuente cómo se siente.
  • Uso de frases hechas: “hay más peces en el agua”, “es el destino”, etc., lo cual nos aleja de la verdadera experiencia del que sufre.
  • Meterle prisa para que supere el dolor, en lugar de respetar, de nuevo, su propio ritmo.

- Cosas que si se deben hacer:
  • Fomentar la comunicación; si no sabes qué decir, pregúntale cómo está.
  • Escuchar (80% del tiempo) más que hablar (20%), darle tiempo para expresarse.
  • Ofrecer ayudas concretas, tomando la iniciativa para proponerlas, siempre respetando su autonomía.
  • Esperar que aparezcan “momentos difíciles” durante los meses siguientes a la pérdida y estar dispuesto a aceptarlo.
  • Estar ahí”, acompañar a la persona con nuestra presencia.
  • Hablar de nuestras propias pérdidas y de cómo nos adaptamos a las mismas, teniendo en cuenta que la otra persona puede tener maneras de adaptarse diferentes y propias.
  • Establecer un contacto físico adecuado, sintiéndose cómoda con los silencios.
  • Ser paciente y permitir que comparta sus recuerdos del ser querido.

¿Cuándo acudir al especialista?

Un duelo normal no suele requerir atención por parte de un profesional en psicología clínica. Los casos en los que es recomendable consultar con el especialista son cuando a pesar de haber pasado un tiempo prudente siguen apareciendo síntomas de moderada o elevada intensidad o hay alguna esfera de la vida del individuo que está especialmente afectada, así como cuando hay un “atasco” que impide seguir adelante a la persona. Se debe estar especialmente a estas circunstancias en los casos de muertes traumáticas o inesperadas (suicidios, homicidios, accidentes, muertes de gente joven, muertes repentinas).

1 comentario:

  1. La muerte de un ser querido es, para mi, una experiencia horrible, no sólo por el hecho de la muerte en si sinó también por el asqueroso proceso que pasa el cuerpo tras la muerte. Esto vale también para la muerte propia. Sólo por este hecho ya la vida me parece dura aunque en general te haya ido bien en ella. Para el que la tenga, le puede ayudar su fe en otra vida, en otra realidad.

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