Hace
unos días me llegó a mis manos un artículo titulado “How to spot hype in the field of psychotherapy: a 19-Item checklist” (cuya traducción
es “¿cómo detectar exageraciones en el campo de la psicoterapia?
Un inventario de 19 ítems”) y, aunque al principio lo cogí con
cierto recelo, me ha gustado mucho. Mis reticencias tenían que ver
con el temor a encontrarme con otro trabajo que, en su afán de ser
aleccionador, incurriera en toda una serie de sesgos y distorsiones
de la información que supusieran una crítica injusta a ciertos
tipos de intervención psicológica, algo del estilo de lo que
comentaba cuando me referí a la práctica basada en la evidencia.
Sin embargo, tras leer los primeros párrafos mis miedos
desaparecieron.
Donald
Meichembaum y Scott Lilienfeld, psicólogos y profesores
universitarios, nos ofrecen un texto original, provocador y por momentos
divertido. Lo fascinante es que logran hacer un buen puñado de
críticas a ciertos aspectos del marketing
de las psicoterapias
mostrándose, a la vez, muy respetuosos y humildes. Es un trabajo
que, de haber sido publicado antes, sin duda se hubiese convertido en
una importante fuente de inspiración para nuestro artículo sobre el negocio de la terapia psicológica. Y es que existen unos cuantos
puntos en común entre ambos escritos.
Meichembaum
y Lilienfeld denuncian con acierto el hype,
la exageración y el auto-bombo, con el que se anuncian ciertos
modelos de terapia y proponen la necesidad de que los profesionales
desarrollen la habilidad para realizar un análisis crítico de
aquello que se nos vende (la última gran marca de terapia y sus
supuestos espectaculares beneficios). “Cuando hablamos de
‘auto-dudas saludables’ nos referimos a una tendencia a
implicarse en la autorreflexión con respecto a los sesgos y
limitaciones propias, así como a la selección e interpretación que
uno hace de las técnicas de tratamiento y evaluación”,
indican los autores. Para ayudar con esta tarea, han desarrollado un
inventario con 19 señales de alarma que indican la posibilidad de
que nos encontremos frente a un hype
en psicoterapia. Las 13 primeras están más relacionadas con la
promoción y marketing
de los tratamientos, mientras que las 6 siguientes lo están con la
calidad de la investigación.
Se
advierte (y esto me ha gustado) que el hype
o la exageración de las virtudes de un tratamiento específico no es
algo exclusivo de lo que muchas veces se denominan “pseudo-terapias”,
si no que incluso afecta a modelos de tan largo recorrido y amplio
reconocimiento como la terapia cognitivo-conductual. En verdad, pocas
marcas de psicoterapia están libres de caer, en un momento u otro,
en la trampa del auto-bombo.
Estas
son las señales que incluye
el inventario para detectar
cuando se están exagerando las cualidades de un enfoque terapéutico
determinado:
1.
Sus defensores
utilizan afirmaciones
enormemente exageradas y sin fundamento (“cura
milagrosa”, “te cambiará la vida”, “resultados
increíbles”…).
2.
Transmiten expectativas
grandiosas pero infundadas (“si este tratamiento no te ayuda,
entonces ningún otro podrá”).
3.
Le dan excesiva importancia a
un líder o gurú del propio método, de quien se debe aprender la
técnica.
4.
Confían profundamente en la aprobación dada por supuestos líderes
en la materia, a menudo sin aportar referencias a dicha aprobación.
5.
Crean un grupo de formadores y, tal vez, una organización
internacional que promueve el tratamiento, todo esto acompañado de
la venta de parafernalia (vídeos, grabaciones, talleres, formación
avanzada...).
6.
Otorgan certificados o diplomas que permiten que el profesional se
pueda llamar “terapeuta X” o “terapeuta Y” (yo ya dije que
abogo por la denominación de “terapeuta marca ACME”).
7.
Tienden a crear comunidades (en redes sociales, por ejemplo) en las
que compartir sus experiencias positivas y criticar a aquellos que
son escépticos con su enfoque.
8.
Amplio uso de psicocháchara,
“uso de términos psicológicos que suenan científicos,
pero que en realidad tienen poco o ningún contenido, para vender su
enfoque”.
9.
Amplio uso de neurocháchara
y de reduccionismo biológico,
utilizando hipótesis
neurológicas de dudosa rigurosidad para explicar el funcionamiento
de la terapia.
10.
Tienen tendencia a estar a la
defensiva ante las críticas y a rechazarlas, independientemente de
lo válidas que puedan ser.
11.
Se basan de forma excesiva en
pruebas anecdóticas de su eficacia (por ejemplo, testimonios de
personas que declaran lo mucho que les ayudó el tratamiento).
12.
Afirman que el tratamiento “vale para todo”, sin excepción.
Algunos han llegado a declarar que su enfoque funciona con “adultos,
caballos, perros, niños...”.
13.
Afirman que su terapia está “basada en la evidencia” apoyándose
en observaciones clínicas informales.
14.
Presentan apoyos empíricos inadecuados, con estudios en los que hay
importantes limitaciones o en los que se omite información relevante.
15.
No aportan una base científica que explique los mecanismos de cambio
que supuestamente producen.
16.
Explican los resultados negativos utilizando hipótesis elaboradas a posteriori
para intentar justificarlos.
17.
Para demostrar la eficacia de su terapia, la comparan con otras
intervenciones que tienen debilidades o que no se pueden considerar
verdaderos tratamientos psicológicos.
18.
No tienen en cuenta el sesgo de lealtad, que indica que es más
probable que una terapia demuestra ser eficaz cuando los
investigadores son acérrimos defensores del enfoque que se pone a
prueba.
19.
No tienen en cuenta otros sesgos ni la influencia de factores comunes
como la alianza terapéutica, las expectativas y otros similares.
Tengo
que admitir que en algunos de los puntos de esta lista he visto
reflejados a ciertos profesionales de talla internacional a quienes
admiro, así que pocos se libran de sucumbir al poder del hype.
De momento, el único antídoto que se me ocurre es el siguiente:
humildad.
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