Esta mañana, de casualidad, me encontré con un artículo titulado “Madres tóxicas: ocho características que las diferencian”. El escrito en cuestión se basa en las declaraciones de una psicóloga, de la que suponemos que es experta en estas cuestiones, que no tiene problemas en utilizar términos centrados en supuestos rasgos de personalidad de las malvadas madres que describe, con los que alude a su “falta de autoestima”, tildándolas de “manipuladoras”, “narcisistas” o “celosas” y que, al parecer, “utilizan a sus hijos para conseguir sus sueños”.
El uso del término “tóxica” para referirse a una persona se ha generalizado en los últimos años. No es que tenga nada de especial, palabras despectivas que se focalizan en el comportamiento de un individuo de manera totalmente descontextualizada se han venido utilizando desde tiempos remotos. A mí no me preocupa que una persona cualquiera utilice dicha palabra para explicar su visión del mundo y sus experiencias. Lo que sí me inquieta bastante es ver a profesionales de la psicología extender el uso de términos similares, sobre todo si lo hacen en una situación en la que hablan como expertos (en su consulta o en los medios de comunicación, por ejemplo).
La cuestión es preocupante: una búsqueda básica en internet del término “madres tóxicas” nos lleva a multitud de páginas web que hablan del asunto, siendo gran parte de ellas páginas profesionales de psicólogos/as. No es un caso aislado el de la psicóloga del mencionado artículo, por desgracia. Esto es problemático en varios sentidos. En primer lugar, estigmatiza a las personas a las que se cataloga como “tóxicas”. Se les cuelga una etiqueta que define su forma de comportarse de manera desagradable, creando o manteniendo una visión negativa que no favorece que otras personas tengan interacciones agradables con ellas. No deja de ser curioso que se hable de “madres” y no de “padres”. Si, hay en internet entradas sobre “padres tóxicos”, pero casi siempre para referirse a ambos progenitores y no exclusivamente a los varones. Aquí vemos que están entrando en juego estereotipos y visiones despectivas sobre las mujeres como madres, incluyendo ciertas dosis de machismo. En segundo lugar, dice muy poco de un profesional el hecho de recurrir a este tipo de términos para describir (y ya no digo explicar) la conducta de las personas. Lo que hacemos todos y cada uno de nosotros lo llevamos a cabo en un contexto, en unas circunstancias determinadas, partiendo de una historia personal en la que hemos aprendido a responder de formas concretas a las situaciones en las que nos encontramos. Nuestros actos tienen un sentido, cumplen una función, y no se pueden entender exclusivamente por si mismos. Decir que alguien es “controlador”, “narcisista” o “tóxico” es no decir nada, en términos psicológicos. Es etiquetar sin comprender ni explicar. Es ver solo un detalle del cuadro fuera de su marco. Debemos plantearnos qué sucede para que esa madre se comporte así, dentro de esa familia, en ese período específico, dada su historia personal y dadas otras circunstancias más amplias. Por último, cuando uno habla como profesional de la psicología debe asumir la responsabilidad de lo que comunica a la población. El discurso debe estar basado en el conocimiento vigente más relevante y no en las teorías personales o ideología de cada uno. Hablar de “toxicidad” es patologizar y supone legitimizar visiones del mundo que no son necesariamente ciertas (“se lo oí decir a una psicóloga en la radio” como argumento de peso para mantener situaciones poco saludables). Estoy convencido que muchos de estos profesionales dicen lo que dicen creyéndolo (otros, una minoría, lo harán con un claro ánimo de lucro personal y con total falta de ética), pero eso no es excusa y, cuando menos, evidencia una falta de formación, conocimiento y supervisión ciertamente preocupantes.
Dejemos la toxicidad a los/as químicos/as y expliquemos a las madres y familias con problemas lo que les está sucediendo de una forma rigurosa, sin señalar ni etiquetar, con el animo de ayudar a modificar aquellas circunstancias de sus relaciones interpersonales que se han vuelto poco saludables. No hay “personas tóxicas”, pero parece que si existe “psicología tóxica”.
"Era una persona tóxica", la expresión que más escucho en adolescentes con un patrón interpersonal disfuncional que cualquier lego calificaría como tóxico, es "Quien primero lo huele...". Ya ni te digo de Santandreu y peña del estilo, niños de 50 años ...
ResponderEliminarBravo, un artículo muy necesario. Por desgracia, aunque muchos trabajamos para que no haya Santandreus de la vida desprestigiando a la profesión, sin la ayuda de los órganos que deberían estar velando por la buena praxis (Colegios de Psicólogos, básicamente) es complicado hacer algo. Máxime cuando son esos mismos organismos los que, en ocasiones, amparan a estos mismos personajes.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu artículo, Alberto. Saludos desde Alicante
ResponderEliminar- Leí ese mismo artículo que comentas y tuve una sensación muy desagradable, me pareció una generalización nada rigurosa sustentada en estereotipos machistas - muy desafortunado- Coincido contigo
ResponderEliminarMaravilloso artículo, necesitaba leer algo así. Estigmatizar y simplificar de esa manera me revuelve por dentro y, además, cuando es de la mano de psicólogos con tanta tirada editorial me da miedo. En el sentido de que se fomenta el individualismo, etiquetar y rechazar a otros sin tratar de comprender su historia. Lo dicho. Buen post.
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