Dicen
que las vacaciones son el caldo de cultivo para los problemas de
pareja, las separaciones, etc. No sé hasta que punto esto es cierto
(probablemente solo sea un mito), pero lo que si sé es que la
calidad de una relación de este tipo entre dos personas afecta a la
salud mental de cada uno de los componentes de la misma. Y viceversa.
Estamos hablando aquí, una vez más, de la importancia fundamental
de los vínculos interpersonales, del estilo de apego y su influencia
en la buena salud mental de las personas.
Tan
importantes son las relaciones de pareja que se han ganado por
méritos propios su propia modalidad de terapia, la psicoterapia de
pareja, una categoría que se suele presentar para diferenciarla de
la psicoterapia individual, la terapia familiar o la psicoterapia
grupal, por ejemplo (si bien en muchas ocasiones
se puede incluir dentro de las otras modalidades mencionadas). Pero
hoy no voy a centrarme en la terapia. Baste decir que el tratamiento de
la pareja suele ser complicado, pero afortunadamente existen procedimientos que han demostrado ser eficaces. De lo que voy a
hablar hoy es de aquellas características que hacen que la salud
mental de la pareja sea óptima.
“Estar
solo no significa traicionar. Ceder no significa ser derrotado.
Depender no significa ser débil. Tomar la iniciativa no significa
controlar”. Estas palabras
corresponden a Salvador Minuchin, una de las figuras más importantes
de la terapia familiar, y aparece citada al principio del libro
titulado “La pareja: modelos de relación y estilos de terapia”, de José Antonio
Ríos. En esta obra, que recopila varios trabajos publicados
previamente, se expone una amplia clasificación, basada en
diferentes criterios, de los tipos de parejas que se pueden encontrar
en la consulta de psicología clínica, con la intención de proponer
diferentes maneras de ayudarles a superar los problemas que las
llevan a terapia, adaptándose a sus particulares necesidades. Muchas
de ellas, la mayoría, muestran ciertos aspectos que les llevan a un
funcionamiento problemático (o a ser “ineficaces”, en palabras
del autor). Otras, por el contrario, representan tipos de relación
asociadas a un desarrollo óptimo. Me centraré en estas últimas,
exponiendo cuáles son aquellos factores que caracterizan a las
parejas más adaptadas.
Conviene
advertir que no hay que tomarse al pie de la letra las siguientes
descripciones. Toda pareja tiene su propia ciclo vital en el que se
dan ciertos cambios con el curso del tiempo y de los acontecimientos.
No es patológico que en ocasiones existan discusiones,
malentendidos, problemas de comunicación, etc. Es normal que esto
suceda. Lo importante es que este tipo de conflictos no paralicen a
la pareja y a sus miembros, que no se conviertan en el centro de sus
existencia, bloqueando el desarrollo natural hacia la adaptación y
la estabilización.
En
primer lugar, puede resultar interesante hacer referencia al clásico
concepto desarrollado por Sternberg de la “pirámide del amor”.
Este autor describió lo que considera los tres pilares básicos del
amor, cuya presencia/ausencia e intensidad da lugar a diferentes
tipos de relación romántica: intimidad, pasión y compromiso. El
amor “ideal” es aquel que conjuga en una proporción adecuada
estos tres aspectos. Por otro
lado, Ríos considera que existen tres características básicas en
la estructura de la pareja: cohesión, estabilidad y progreso.
En
una pareja sin problemas de salud mental existe cierta
interdependencia y autonomía de cada uno de los miembros. Es decir,
lo que hace/dice/le sucede a uno de ellos, influye en el otro; pero
al mismo tiempo, se conserva cierta independencia, cada uno tiene su
propio espacio y capacidad de decisión; sus personalidades se siguen
desarrollando. Los conflictos pueden aparecer, pero no lo hacen de
forma continua. Las parejas “sanas” o “eficaces” están
abiertas al cambio y no se resisten de forma rígida al mismo.
La
estabilidad y la satisfacción de ambos compañeros es otro aspecto
crucial, aunque es importante señalar que ninguna pareja sigue una
trayectoria en la que no existan altibajos. Estos son inevitables,
por lo que la clave estará en la capacidad para asumirlos y hacerles
un hueco en la relación.
Es
característico de relaciones funcionales que las reglas (lo que se
espera del otro en ámbitos como las relaciones sociales y
familiares, la educación de los hijos o el cuidado del hogar, por
ejemplo) o acuerdos acerca de los diferentes aspectos que afectan a
la dinámica de la pareja sean reconocidas por ambos y estén
explicitadas.
Se
recomienda que la pareja actúe como un sistema abierto, es decir,
que se mantenga en contacto con su entorno de forma constante. En un
sistema abierto:
- la conducta de los miembros está en función del presente y de las circunstancias actuales
- cuando hay diferencias de opinión se producen negociaciones que dan lugar a nuevas formas de relación y comunicación, no a la ruptura de la relación; y este es el tipo de afrontamiento que se muestra ante cualquier crisis que surja
- ante los desacuerdos no se responde con hostilidad, si no con una actitud de reconocimiento de los mismos y de puesta en marcha de negociaciones y búsqueda de alternativas para solucionar los problemas que aparezcan
- existe una actitud de colaboración y un fuerte sentido del “nosotros”, sin dejar de lado la individualidad de cada miembro.
Otro
punto a destacar a es la “madurez evolutiva”, que se da en
aquellas parejas que son capaces de dar respuestas significativas a
las situaciones que vive, las resuelve de manera eficaz, es coherente
en el tipo de respuestas, tiene estabilidad relativa (no utópica) y
con posibilidad de seguir progresando a pesar de los baches que
puedan encontrarse. Por lo tanto, se observa un ritmo adecuado a las
necesidades de cada uno de los miembros y las de la pareja como
sistema en si mismo, un progreso continuado (sin estancamientos
innecesarios y permanentes) y una cohesión acompañada de suficiente
estabilidad.
En
una relación sana, se percibe al otro tal y como es, con sus
características positivas y y sus facetas negativas. No se le
idealiza ni se trata de encontrar en él/ella a otra persona
significativa del pasado o a alguien que satisfaga necesidades
personales infantiles. Se
percibe, además, que aunque exista un “nosotros”, también hay
un “si mismo”, que en la pareja hay un espacio común, pero que
este no amenaza la individualidad y autonomía de cada uno.
La
comunicación más eficaz es aquella basada en aspectos emocionales,
no en los meramente informativos. Se trata de poder expresar
sentimientos, estados de ánimo, que acompañan a los sucesos que se
narran y que puedan ser escuchados y tolerados por la otra persona,
de manera que exista la posibilidad de comunicar lo que cada uno
provoca en el otro, en un nivel emocional; saber lo que quiere, lo
que necesita, aquello de lo que es capaz.
¿Cómo lograr todo esto? Ese es un tema que nos llevaría mucho espacio y que dependa de las circunstancias particulares de cada caso. Digamos que la mayoría de las parejas son capaces de alcanzar una relación satisactoria por si mismas. Para otros casos, la ayuda de un profesional puede ser muy beneficiosa.
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