viernes, 22 de julio de 2016

Resiliencia

El concepto de resiliencia proviene del campo de la ingeniería, donde hace referencia a la capacidad de un material para recuperarse después de haber sido deformado por algún tipo de presión. Esta idea se hizo popular en psicología a raíz de los trabajos de BorisCyrulnik, especialmente reflejada en una influyente obra titulada, con bastante atino, “Los patitos feos”. En nuestro campo podemos definir la resiliencia como “la capacidad de una persona para recobrarse de la adversidad fortalecida y dueña de mayores recursos. Se trata de un proceso activo de resistencia, autocorrección y crecimiento como respuesta a las crisis y desafíos de la vida” (Froma Walsh, en Resiliencia Familiar).

De forma muy resumida, el concepto de resiliencia aplicado a la psicología tiene que ver con el estudio de aquellas personas que, a pesar de haber vivido situaciones verdaderamente difíciles o haberse criado en ambientes desfavorecidos y conflictivos logra salir adelante y llevar una vida más o menos plena, sin mostrar ningún trastorno grave o conductas perjudiciales.

Este término se ha popularizado y extendido ampliamente, llevando en ocasiones a interpretaciones erróneas sobre su verdadero significado. A veces se transmite la idea de que la resiliencia es una especia de característica innata de una persona, algo con lo que se nace y que es exclusivo de quien lo muestra. Sin embargo, en el trabajo original de Cyrulnik se insiste en un hecho fundamental: aquellas personas que mostraron una capacidad de sobreponerse inusual siempre habían contado con una persona que en algún momento de su vida había ejercido una influencia beneficiosa. Esta persona podía ser un familiar, una maestra, una amiga... Lo importante es que en la relación con esa persona se formaba un apego seguro, un vínculo de confianza y seguridad, donde el apoyo a los propios recursos de la persona permitía su desarrollo. Por lo tanto, para que una persona sea resiliente parece imprescindible haber contado con una relación importante con otro ser humano. De hecho, Cyrulnik extrae este concepto de los escritos de Bowlby, el autor de la teoría del apego, una teoría que, en líneas generales, subraya la importancia de los vínculos entre los niños y sus cuidadores como principal factor de salud mental en las personas.

Otro aspecto a tener en cuenta lo señala Walsh en el libro anteriormente citado: “los investigadores han comprobado que la resiliencia se forja, no a pesar de la adversidad, sino a causa de esta: las crisis y penurias de la vida sacan a relucir lo mejor que hay en nosotros cuando hacemos frente a tales desafíos”. Es decir, aunque puede haber una parte innata en la capacidad de afrontar las crisis, es precisamente el hecho de tener que enfrentarse a ellas lo que termina convirtiendo a una persona en resiliente. Y volviendo a la importancia de las relaciones de apego, Walsh recalca que “estudios realizados en todo el mundo sobre los niños abatidos por el infortunio han encontrado que la mayor influencia positiva es una relación estrecha de afecto con un adulto significativo que crea en ellos y con el cual ellos pueden identificarse, que los defienda y de quien puedan recibir señales de aliento para superar sus penurias”.

Algunos autores han propuesto determinadas características de las personas especialmente resilientes, tales como el reconocimiento y desarrollo de las propias capacidades, tener una amplia variedad de intereses, el sentido del humor, tolerancia al sufrimiento, la creencia en que uno tiene influencia en lo que sucede a su alrededor, apoyo social... Muchas de estas características pueden ser desarrolladas y fortalecidas.



En la obra de Walsh sobre resiliencia familiar se proponen algunas estrategias para fortalecer la capacidad de las familias para superar crisis y dificultades varias. Es un enfoque basado en las fortalezas más que en los supuestos déficits. Como ella misma señala, “los contactos que establecí a raíz de mis investigaciones con familias de toda índole me enseñaron que las familias corrientes dudan de su propia normalidad debido a que los medios de comunicación las bombardean con noticias sobre familias que fracasan, y no se sienten seguras para enfrentar los desafíos sin precedentes impuestos por nuestra época”. Los psicólogos tenemos algo de culpa en esto. Una parte considerable de la psicología clínica y la psiquiatra se ha centrado en estudiar los problemas de salud mental, la psicopatología, lo supuestamente anormal o deficitario, llegando al extremo de patologizar hasta las cosas más normales (llorar la muerte de un ser querido, estar triste cuando se terminan las vacaciones, tener ansiedad al hablar en público o rascarse mucho, por ejemplo). Esta propuesta basada en el fortalecimiento de la resiliencia sigue a otros modelos que se centran en las capacidades, recursos y puntos fuertes de los individuos (o de las familias, en este caso), un punto de vista que resulta mucho más sano y terapéutico. No se trata ya de corregir algo que se hace “mal” (o que es “patológico”), si no de dar más presencia a las propias soluciones de la familia para solucionar los problemas que deben afrontar.

Una vez más, se demuestra que para tener una buena salud mental es fundamental la interacción y experiencias que tenemos con otras personas, que los síntomas, problemas o trastornos no surgen de la nada en una persona aislada del mundo, si no que el apego, el vínculo, la manera en que tratamos a los demás y cómo nos tratan a nosotros tiene un peso fundamental en el desarrollo de nuestra personalidad, capacidades y fortalezas.

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