En las últimas semanas está siendo
noticia la situación de la atención a la salud mental en la sanidad pública, incluido
lo referido a la necesidad de contar con más psicólogos clínicos que puedan
atender la demanda de atención psicológica, por desgracia cada vez mayor. De hecho, ANPIR estima que España solo tiene 2.800 psicólogos clínicos en la sanidad pública. Si
bien el más reciente desencadenante ha sido una intervención de Íñigo Errejón, portavoz del partido político Más Madrid, en la que reclamaba un plan de salud mental y que encontró una desafortunada respuesta que pone de manifiesto el estigma que
todavía planea sobre los problemas psicológicos, lo cierto es que en los
últimos meses las consecuencias en el estado anímico y el nivel de ansiedad de
la población general debido a la actual pandemia y las restricciones asociadas
se están haciendo notar de forma alarmante.
Llevamos más de un año haciendo
frente a una situación extrema, global, cargada de incertidumbre y rodeada de
enfermedad, pérdida y desesperanza. Es normal que muchas personas se sientan
desanimadas, preocupadas, apáticas o de otras maneras. Cuando nuestras
circunstancias cambian de manera tan pronunciada, eso nos afecta
irremediablemente y no es signo de un trastorno, necesariamente. Hay factores
que parecen estar relacionados de manera más evidente con el malestar psíquico:
las secuelas de la enfermedad, la muerte de seres queridos o la pérdida del
trabajo, entre otros. Pero hay más cuestiones que también juegan un papel
importante. Las restricciones de movilidad y contacto social nos han hecho
perder a muchos algunas cosas que eran fundamentales para nuestro bienestar: el
apoyo social y familiar, la realización de actividades saludables, la sensación
de libertad de decisión… Es algo de lo que hablo con muchas personas en
consulta últimamente; en algunos casos, se trata de circunstancias muy
relacionadas con los motivos que llevan a la persona a buscar un tratamiento
psicológico; en otros, aunque no sea el problema que se esté tratando, influyen
negativamente en el proceso terapéutico, al consistir en sucesos vitales para
cualquier persona que ocupan un lugar importante en sus vidas.
Sea más o menos normal, la cierto es
que la demanda de atención psicológica especializada ha crecido considerablemente
y se hace necesario contar con los recursos suficientes para atender a todas
aquellas personas que lo necesiten. En algunos casos se tratará de
contextualizar y normalizar las preocupaciones de quien acude a consulta. En otros,
será necesario un tratamiento psicológico. En todos, probablemente,
habrá que trabajar en crear unas condiciones sociales, económicas y políticas
que promuevan el bienestar de la población. En cualquier caso, será necesaria
la presencia de profesionales debidamente preparados que puedan evaluar qué es
lo que necesita cada persona en particular y proporcionárselo de la mejor
manera posible. La cuestión es, ¿tenemos los recursos adecuados para ello? Y
¿son accesibles para todo el mundo, universales?
Hace unos días Civio publicó un
interesante y completo trabajo con el sugerente título “Pagar o esperar: cómo Europa -y España- tratan la ansiedad y la depresión”, en el que se señala como
muchas veces el tiempo de espera entre sesión y sesión con un psicólogo clínico
se hace tan largo que lleva a algunas personas a buscar un psicólogo en el ámbito
privado… si se lo puede pagar. No entraré a valorar si lo que cuesta una
consulta es caro o no, pero lo que si me parece innegable es que es un precio
significativo que muchas personas no pueden hacer frente, y más cuando la pandemia
está teniendo consecuencias económicas muy importantes en la vida de muchas
familias. Y las prioridades son claras: alimentarse, resguardarse, proteger la
salud y la supervivencia. No podemos dejar abandonada la salud mental de
ninguna persona solo por el hecho de no tener suficientes recursos (ella, para pagar
sesiones privadas; la administración, para ofrecer una atención psicológica
eficaz). Lo sabemos y lo repetimos a menudo: la salud es un derecho humano
fundamental. Según la O.M.S., “el derecho a la salud para todas las personas
significa que todo el mundo debe tener acceso a los servicios de salud que
necesita, cuando y donde los necesite, sin tener que hacer frente a
dificultades financieras”. Sin embargo, todavía nos queda mucho por hacer
al respecto para cumplir con esto.
La escasez de recursos
especializados en la sanidad pública no solo tiene como consecuencia que se recurra
a psicólogos con consulta privada, si no a la excesiva medicalización de los
problemas humanos. La Cadena Ser, por ejemplo, se hizo eco de ello en este artículo, en el que se incluyen las experiencias de personas usuarias de estos
servicios. Uno de los principales recursos que necesitan ser mejorados es el
número de plazas de psicólogos clínicos en los servicios de salud de todas las comunidades
autónomas, entre las que, además, se pueden encontrar grandes diferencias. ANPIR,
la principal sociedad científica de psicología clínica en España, integrada por
más de 1400 miembros (psicólogos clínicos y residentes PIR), lleva un tiempo
denunciando esta situación. Reclaman (o más bien, reclamamos, ya que
formo parte de la asociación) que se mejore la ratio de psicólogos clínicos por
número de habitantes, bastante deficitaria, con el objetivo de poder “garantizar
el derecho del ciudadano a un acceso efectivo a tratamientos psicológicos en la
sanidad pública”.
“Según la información
proporcionada por el Ministerio de Sanidad al Defensor del Pueblo, la ratio de
psicólogos en España es aproximadamente de 6 por cada 100.000 habitantes. Sin
embargo, la recomendación de la comunidad internacional es de 20, en base a
datos recogidos por el portal Civio” indica la citada noticia de la Cadena
Ser, donde Javier Prado, vocal de ANPIR, señala que “Al final, el médico de
familia, con 10 minutos por paciente si llega, se maneja como puede y la
respuesta son los psicofármacos” que lleva a que los problemas “se vuelvan permanentes
y no se acaben de recuperar”. El tiempo de espera, indica también Prado,
entre sesiones en un centro de salud mental puede llegar a ser de 2 o 3 meses,
condición en la que es muy difícil ofrecer un tratamiento psicológico que
resulte eficaz.
Como decía más arriba, las
diferencias entre los servicios de salud autonómicas son, en algunos casos,
abismales, como muestra la siguiente tabla (facilitada por ANPIR):
A nadie se le escapa que, en
otros ámbitos de la vida y otras disciplinas, la frecuencia con la que se hace una
intervención es fundamental para que esta consiga el resultado esperado, que en
este caso tiene que ver con la salud mental de las personas. Por lo tanto, no
basta con que el psicólogo clínico sea muy bueno ni que se lleve a cabo un
tratamiento considerado eficaz; es fundamental contar con las condiciones
necesarias para que la terapia funcione. Al igual que hoy en día podemos
comprender que tiene que haber un período concreto entre las dos dosis de
determinadas vacunas para la covid19, también es así para la psicoterapia, tal
y como apoyan diversos estudios: la frecuencia de las sesiones influye en los resultados.
Así que, para garantizar una
atención psicológica universal, necesitamos más especialistas en los servicios
públicos. Para ello no es suficiente con aumentar las plazas de psicólogos
clínicos, si no también habrá que hacer lo propio con el número de plazas
ofertadas para el PIR, la formación sanitaria especializada que permite obtener
el título de especialista en psicología clínica, requisito para poder trabajar
en la sanidad pública. En ese sentido, ANPIR propone que se convoquen 422
plazas PIR para poder duplicar el número de clínicos en los próximos años (en
la actual convocatoria se han ofertado 198 plazas).
No solo es problemático el bajo
número de especialistas y el tiempo de espera para ser atendido. También lo es
el hecho de que no haya una organización adecuada para atender problemáticas
particulares de la manera que se ha demostrado más eficaz (por ejemplo, recursos
específicos para el trabajo con niños y adolescentes con trastornos graves).
Además, las agendas sobrecargadas de los clínicos son un factor de riesgo para
desarrollar situaciones de burnout en los profesionales, que en no pocas
ocasiones se ven desbordados por la elevada demanda. Podría contar mi propia experiencia del año
pasado, cuando trabajé algunos meses en un centro de salud mental de adultos y
un centro de salud mental infanto-juvenil de los servicios públicos del
Principado de Asturias. El hecho de tener que dar citas para después de 2 o 3
meses resultaba muy frustrante para las personas que necesitaban una atención adecuada,
y también era frustrante y extenuante para mí, al igual que le sucede a muchos
de mis compañeros y compañeras de profesión que, día si día también, hacen
esfuerzos titánicos por proporcionar el mejor servicio posible a la población que
atienden.
Infografía proporcionada por ANPIR.
No recuerdo, en años recientes,
una época en la que se hablase tanto en los medios de comunicación de la importancia
de la psicología clínica y los tratamientos psicológicos. Ojalá no se quedo en
eso, en hablar de ello, si no que todos estos datos y buenas intenciones se
terminen transformando en medidas concretas que garanticen lo que es, como
decía, un derecho humano fundamental.