Hace unos cuantos años,
coincidí en un viaje con una psicóloga que me contó, emocionada, que su
jefa había tenido una idea "buenísima": quitar los paquetes de pañuelos
de papel de la consulta. Habían observado que funcionaban como estímulos
discriminativos de la conducta de llorar; quitándolos de la vista de
los consultantes, lograban que llorasen menos en sesión. Ahora bien, el
por qué se supone que eso es deseable no me lo explicó.
Tiempo
después, como alumno de un máster, me encontré con un profesor que nos
decía, lleno de seguridad, que si un "paciente" lloraba en consulta,
bajo ningún concepto le acercáramos nosotros (los terapeutas) la caja de
pañuelos, que "eso es contratransferencia" (también nos advirtió de
mirar a otro lado si nos los cruzamos por la calle; ¡nada de saludar!).
Y,
hace poco, leí a otro colega, en esta misma red, que afirmaba que
acercar los pañuelos de papel al "paciente" podía hacerle sentir muy
mal, como que le daba pena al terapeuta. Y eso perjudicaría al vínculo, a
la terapia, etc.
En
esos tres ejemplos echo en falta algo: ¿alguien se ha molestado en
preguntarle a la persona su opinión o cómo se sentía al respecto? Claro
que no. ¿Cuántas reglas como estas nos transmiten (y transmitimos) en
nuestro proceso de aprendizaje? Es evidente que necesitamos tener
ciertas reglas o principios que seguir para poder hacer nuestro trabajo;
la cuestión es no olvidarse de lo que son: reglas, no Verdades
inmutables. Seguirlas de forma rígida puede ser lo peor que podamos
hacer. Porque nuestros actos tienen significados diferentes para cada
persona, en función de su propia historia y circunstancias particulares.
Es
como la duda sobre si ponerse en contacto o no con alguien que no acude
a una cita programada. Es un tema que surge a menudo en supervisión y
formación. "¿Llamo o no llamo?". Carl Rogers decía que no llamaba a los
que no acudían y dejaba que fueran ellos los que tomasen la decisión de
retomar el contacto; para él, era otra forma de mostrar respeto a su
autonomía. Habrá quien viva como intrusivo el que su psicólogo se ponga
en contacto para preguntar qué ha pasado; sin embargo, otras personas lo
entenderán como una muestra de interés genuino.
Así
que, cuando me preguntan, yo creo que lo idea sería llegar a un acuerdo
al comienzo de la terapia, preguntando a la persona cuál sería su
preferencia. Y así con otras tantas cosas del proceso terapéutico:
pregunta, escucha, interésate por sus preferencias y trata de
entenderlas. Colabora de forma radical y no tengas miedo a cuestionar
las reglas que te han transmitido o que has creado.
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