Con
cierta frecuencia escucho en cursos y congresos o leo en foros sobre
psicología y psicoterapia comentarios que vienen a decir algo así
como:
“Si
un psicoterapeuta no pasa por terapia personal, no puede ayudar de
manera eficaz a sus pacientes”.
Existe,
por tanto, una creencia más o menos extendida entre ciertos grupos
de profesionales relacionados con la psicoterapia acerca de lo
imprescindible que resulta que aquella persona que se vaya a dedicar
a realizar una terapia psicológica para ayudar a otras personas debe
haber sido, previamente, paciente/cliente de otro psicoterapeuta más
experimentado, si quiere ser eficaz en su trabajo. Este proceso,
además, debe ser realizado durante un largo período (por ejemplo,
dos años), independientemente de que la persona en formación
muestra o no algún tipo de psicopatología o problema interpersonal,
existencial, etc. Dicha creencia parece llegar también a algunas
personas no instruidas en la materia, estando parcialmente presente
en la cultura popular.
Viñeta de Forges.
¿Mito?
¿Realidad? Lo cierto es que varias escuelas de psicoterapia incluyen
como un requisito del futuro terapeuta el análisis o terapia
personal. Algunas sociedades que acreditan a los profesionales como
“psicoterapeuta” también incluyen entre sus criterios un número
mínimo de horas dedicadas a la terapia personal. Conozco a otros
compañeros de profesión, psicólogos clínicos y psiquiatras, que
efectivamente acuden a su propia psicoterapia o lo han hecho en el
pasado.
Se
suele considerar a Freud, padre del psicoanálisis, la primera
persona en señalar que uno no puede ser un buen psicoanalista sin
haber pasado primero por el diván. Argumentaba que era imposible
introducirse en el inconsciente de otra persona sin antes haberse
adentrado en el suyo propio. El análisis personal se mantiene hoy en
día como una parte fundamental y necesaria de la formación del
psicoterapeuta que trabaja desde una orientación psicodinámica. Un
modelo similar fue adoptado por otras escuelas psicoterapéuticas que
hoy en día todavía mantienen este requisito, aunque con sus propias
características. Por ejemplo, para recibir la acreditación
terapeuta familiar es necesario realizar un trabajo con la “familia
de origen del terapeuta”, donde se profundice en las pautas
relacionales de la propia familia. Otras
escuelas, como la terapia cognitivo-conductual, en general no
consideran que sea necesario un trabajo personal de este tipo.
En definitiva, la lógica que
subyace a este asunto es la siguiente: frente a una misma paciente,
un psicoterapeuta con la misma formación que otro, pero que haya
hecho su terapia personal, obtendrá mejores resultados que el
segundo; los consultantes, por tanto, mejorarán más cuando sean
atendidos por el primero, aún cuando el resto de condiciones se
mantengan iguales.
Y aquí viene la pregunta
importante: ¿es esto realmente así? ¿Realizar terapia personal
hace que el clínico obtenga mejores resultados en su práctica
profesional?
Lo que dice la
investigación.
Como
decía, muchos especialistas de la salud mental acuden a su propia
terapia. Cuando se les pregunta al respecto, los estudios publicados
indican que la mayoría de los profesionales considera que la
experiencia les ha resultado útil, gratificante y que les ha
convertido en mejores terapeutas. Un
pequeño porcentaje lo define como algo perturbador, más que
beneficioso. Sin embargo, esto no es suficiente.
Aunque
probablemente el proceso de terapia psicológica nunca pueda ser
analizado y descrito al completo, en el sentido científico, tenemos
el deber de que comprobar, en la medida de lo posible, qué es lo que
funciona y lo que no, qué cosas resultan útiles para ayudar a las
personas a resolver sus problemas y demostrar, de alguna manera, que
es realmente así, que no es algo que se queda en la mera intuición
o la impresión subjetiva (aunque también haya cabida para un poco
de esto).
Recuerdo
que, hace no muchos meses, pregunté a varias personas que se
horrorizaban hablando de lo temerario que era dedicarse a la
psicología clínica sin haber pasado por un análisis personal si me
podían indicar alguna referencia donde se señalase que los
psicólogos que habían hecho terapia personal tenían mejores
resultados. El silencio fue lo único que encontré por respuesta.
Desde
la segunda mitad del siglo XX se han llevado a cabo algunas
investigaciones para comprobar este supuesto. Después de mucho
tiempo dando por sentado que este asunto era imprescindible, a
alguien se le ocurrió que no estaría de más evaluar los resultados
de la psicoterapia en términos de la mejoría de los pacientes. Si
bien es cierto que en este tipo de estudios puede resultar difícil
separar el efecto de cada una de las variables que pueden intervenir,
es posible al menos obtener algunos resultados que muestren si
realmente es beneficioso pasar por el proceso del que estoy hablando.
Y el resultado de los principales trabajos realizados hasta la fecha
suele repetirse una y otra vez: no
se puede concluir que pasar por psicoterapia
personal mejore los resultados del tratamiento.
Si comparásemos lo eficaces que son en su trabajo dos psicólogas
clínicas (Noelia, que ha pasado por un análisis personal de 2 años
y Esther, que no ha hecho terapia personal), por lo demás con
exactamente las mismas características de formación, personalidad,
etc., no observaríamos diferencias significativas entre ellas. Es decir, los
pacientes de Esther mejorarían tanto como los de Noelia. Incluso
algún estudio (Garfield y Bergin, 1971) encontró una correlación
negativa entre la terapia personal y los resultados del tratamiento
(aquellos clínicos que habían hecho su propia terapia eran “peores”
que los que no la habían realizado), aunque este dato pueda ser
simplemente anecdótico.
Por
lo tanto, a día de hoy no existe evidencia sólida que demuestre que
pasar por terapia personal sea necesario para ser un clínico
competente. Aún más, aunque se demostrase que efectivamente existe alguna influencia, teniendo en cuenta que las variables del terapeuta explican un porcentaje pequeño de los resultados del tratamiento, aquella sería mínima. Pero este no es el caso.
Esto
no significa que, en ocasiones, pueda ser necesario. El profesional
de la psicología clínica, como cualquier persona, no es inmune a
los problemas mentales, relacionales, familiares o de cualquier tipo
de los que se abordan en la consulta. Aquí, al igual que en la
terapia, puede que la clave sea adaptar la formación a las
necesidades de cada persona. Es posible que, por cualquier motivo,
una psicóloga en formación se beneficie (o, mejor dicho, se
beneficien sus
pacientes)
de llevar a acabo un proceso terapéutico personal. Otros pueden no
necesitarlo. Y, en algunos casos, incluso puede ser perjudicial (para
los pacientes, nuevamente).
De todos modos, si que parece importante que el profesional sea al
menos consciente de aquellas
cuestiones personales que pueden interferir con la terapia, de manera
que sea capaz de poner en práctica cualquier tipo de solución que le sirva
para no perjudicar la evolución de la persona a la que está
prestando ayuda. La atención psicológica se da en el contexto de un
relación entre dos o más personas. Es una relación humana, no
mecánica, en la que es imposible que el terapeuta no ponga algo de
si mismo en la sala de consulta. Darse cuenta, reconocerlo y
gestionarlo de manera eficaz es un deber del profesional que no puede
ser obviado si se quiere llevar el tratamiento a buen término.