miércoles, 14 de junio de 2023

Supervisar y agradecer

¿Eres psicóloga/o, haces terapia y estás pensando en tener supervisión? Hazlo, no lo dudes. Busca al profesional adecuado y permítete cultivar tu desarrollo profesional. Personalmente, tener una supervisión constante ha sido una de las cosas que más me ha hecho mejorar como psicólogo clínico en los últimos tiempos. La formación, la experiencia, lo que aprendemos de los consultantes son factores que, sin duda, contribuyen a que seamos más eficaces en el día a día. Pero nada sustituye la utilidad de tener a otra persona que te ayuda a reflexionar sobre los casos y tu desempeño, te conoce y te orienta cuando es necesario. La supervisión clínica enriquece tu forma de trabajar. No es casualidad que en algunas encuestas los terapeutas hayan dicho que la supervisión ha sido la segunda contribución más importante a su desarrollo profesional, después de la experiencia trabajando con consultantes. Si te interesa, quizás quieras repasar estas dos entradas que escribí hace tiempo sobre la supervisión: Supervisión en Psicología Clínica y ¿Quién supervisa a los supervisores?

Si me preguntas, se me ocurren, al menos, tres motivos importantes para supervisar:  por ética (ya que trabajamos con algo tan sensible como la salud de las personas, conviene poner todos los medios posibles para garantizar que lo hacemos en las mejores condiciones), para ganar competencia (es una de las mejores contribuciones al desarrollo profesional de todos los clínicos, independientemente de su experiencia o el momento de su carrera en el que se encuentren) y como forma de autocuidado (es importante “ayudar al que ayuda”).

 

Yo llevo algún tiempo supervisando a otros profesionales y ahora vuelvo a tener tiempo para supervisar a alguno/a más. No te preocupes, no me voy a vender como el supervisor que necesitas o alguna memez similar. Nunca me gustó hacer marketing de mi persona ni de los servicios que ofrezco. Prefiero ser honesto y decir que no tengo ni idea de si voy a ser un buen supervisor para una persona determinada. En mi opinión, en esto pasa como en la terapia (que guarda tantas similitudes con el proceso de supervisión): uno puede hacerlo lo mejor posible y ser, en términos generales, un clínico eficaz, pero ser un profesional ineficaz con una persona determinada. El encaje entre unos y otros es fundamental: experiencia, formación, contexto de intervención, expectativas, método preferido de trabajar, etc. Son cosas que cuentan.

Lo que te puedo ofrecer es una supervisión adaptada a las necesidades y circunstancias de cada caso. Adaptada hasta cierto límite, claro. Hay muchas (¡muchas!) cosas en las que no soy competente ni experto y a las que, por lo tanto, no puedo adaptarme porque no haría un buen trabajo. Se trata de ver, resumidamente, qué es lo que te preocupa de un caso determinado, qué esperas de nuestro encuentro y cómo podemos hacer para que te resulte útil. Mi papel puede variar: quizás te haga preguntas para que reflexiones sobre algún aspecto concreto, o te ofrezca una perspectiva/hipótesis diferente sobre el caso, te anime a explorar aspectos ignorados, te anime a explorar tus propias dificultades o te oriente sobre posibles formas de intervenir. Me gusta recordar una cosa que aprendí de una buena supervisora hace años y que nunca olvidaré: no vamos a encontrar certezas en el proceso de supervisión. Yo nunca he encontrado la verdad sobre un caso cuando hablo de ello ni la puedo encontrar para otros compañeros de profesión. Ojalá pudiera ofrecer certezas, de verdad. Me encantaría decirte “ey, hagamos supervisión; yo te iluminaré y te diré exactamente lo que tienes que hacer para lograr los mejores resultados posibles”. ¡Ja! Me río solo de pensar en que alguien puede ofrecer semejante cosa. Quizás otros tengan certezas que ofrecerte, pero yo no. Creo que me queda algo de humildad, curiosidad, respecto y aceptación, pero no verdades absolutas. 

 

 

Solo me queda una cosa que decir hoy. Quiero aprovechar la ocasión para agradecer, desde este rincón del mundo, a las personas que me han supervisado en algún momento de mi formación y/o ejercicio profesional y de las que he aprendido tanto, especialmente a Javier, Amalia, Pepa, Javi, Carmen, Iván, María… Gracias por estar conmigo en consulta, más presentes de lo que parece.

martes, 23 de mayo de 2023

Congreso de sentimientos (entorno a la Psicología Clínica).

Permite que me confiese: no tenía ninguna intención de escribir en mi blog sobre el XXII Congreso Nacional y III Internacional de la Sociedad Española de Psicología Clínica – ANPIR, celebrado (¡y tanto!) en Coruña el pasado fin de semana (18 a 20 de mayo de 2023, por si lees esto en un futuro lejano). No por nada en particular, simplemente me cuesta encontrar tiempo y motivación para escribir algo en este espacio (echo de menos aquellos tiempos en los que me podía permitir publicar cada 2 o 3 semanas y en los que tenía suficientes ideas como para mantener ese ritmo). Además, tengo otra entrada escrita y preparada para ver la luz. Pero tendrá que esperar. Lo que ha pasado en el mencionado congreso merece que le dedique unas pocas líneas. 

 


No voy a hacer una crónica al uso sobre los contenidos del congreso, como cuando estuve en Zaragoza o participé en la organización de las jornadas de Oviedo de 2019 (nota mental: si por algún extraño motivo quieres estar en un congreso sin poder disfrutarlo, no lo dudes y métete en el comité organizador), hablando de las ponencias y los talleres. Esta va a ser una crónica de los sentimientos asociados a estos días pasados. Algo a lo que, por lo visto en redes sociales, no soy el único que le ha dado importancia: basta ver los comentarios, fotos, ilusiones expresados por las personas que acudieron; pero no solo ellas, también se percibe la emoción en quienes aspiran a tener una plaza PIR en el futuro y que han mostrado su deseo de participar de “la fiesta de la Psicología Clínica”, como decía el actual presidente de la asociación en el acto inaugural, mi colega Javier Prado (por cierto, no es necesario ser residente ni psicólogo/a clínico/a para apuntarse y disfrutar del congreso). Lo entiendo, el año pasado me quedé con muchas ganas de asistir a Murcia cuando empecé a ver lo mucho que habían disfrutado las personas que estuvieron allí.

Sentimientos. Emociones. Hablemos un poco de esto. Para empezar, yo jugaba en casa. Algunas personas se sorprendían cuando les explicaba que soy de Coruña; allí nací y viví hasta hace 12 años. Me asocian a Asturias por vivir y trabajar en Gijón, pero no. Mi tierra es aquella y allí está mi familia de origen. Esto, de por sí, ya hizo que el congreso fuera muy especial para mí (y me permitió poder contar con apoyo familiar para poder conciliar y asistir a gran parte del evento).

Más sentimientos. La evolución de la asociación que antes era conocida como ANPIR y que ha cambiado de nombre, logo e imagen. Y de otras cosas que no son tan tangibles. Estuve una temporadita en la Junta Directiva, aunque, no nos engañemos, aporté muchos menos de lo que me hubiera gustado. Pero pude ver de cerca la pasión e implicación (voluntaria, sacada del tiempo libre y descanso de sus miembros) que ponían mis compañeras/os. Indescriptible. Algunos resultados que dan prueba del buen trabajo que están haciendo es ver que, en los últimos años, se baten récords de asistencia: casi 800 personas este año. Reconozco que el vídeo que acaban de publicar me ha emocionado un poco.

Sentimientos agradables al ver cómo algunos términos se repetían en las ponencias, conversaciones y asamblea de la sociedad: “derechos humanos”, “servicios públicos”, “estar al servicio de la sociedad”. Esta debe ser la razón de ser de la psicología clínica, el bienestar de la población. Se ha explicitado el rechazo al corporativismo (a pesar de lo que algunos/as piensen…), lo que contrasta con otros discursos que se escuchan en nuestro entorno. Y también se han repetido mensajes que llaman al activismo, al pluralismo, a la reflexión conjunta con otros actores que forman parte de esta historia, o a la crítica de lo que alguno llamó “evidencismo”.

Sentimientos de añoranza. Recuerdo las expectativas con las que iba a congresos y jornadas cuando era residente: aprender cosas útiles que pudiera poner en práctica el lunes siguiente en cuanto entrara en consulta. ¡Quería soluciones para los problemas de la gente! ¡Técnicas! ¡Revelaciones sobre el comportamiento humano! Cosas, en definitiva, que me dieran seguridad en mi trabajo. Estas expectativas, inevitablemente, supusieron más de una frustración. Hasta que llegué a ese punto, casi paradójico, en el que cuanto menos espero de una ponencia, más aprendo y disfruto. Ahora busco la reflexión, compartida y propia. Y eso es algo que siempre se puede obtener si vas con las orejas bien abiertas y lleno de interés. Adiós frustraciones.

Ahora viene la parte más emotiva: el contacto con la gente. Nunca fui el alma de las fiestas, más bien al contrario. Tiendo a ser el que se queda en una esquina con personas conocidas, deseoso de interactuar más. Así que ha sido raro y muy satisfactorio el haber podido saludar y charlar con tanta gente. Estos congresos son una buena ocasión para reencontrarte con colegas que, de otra manera, no verías. Pero también para desvirtualizar a compañeros/as con los que había tenido contacto a través de la red, pero todavía no en persona. Gente maravillosa, si me preguntas. Como también me lo parecieron aquellos que, sin conocernos, se acercaron a saludarme porque les gustan las cosas que escribo o cuento en contextos profesionales. Si estáis leyendo esto, aprovecho para daros las gracias por vuestro feedback. Me ayuda mucho y me motiva a seguir escribiendo cosas sobre psicología clínica y psicoterapia. Lástima no haber podido dedicar más tiempo a hablar con muchas de estas personas. El tiempo vuela y más cuando se crea un clima tan agradable. ¿Tal vez el próximo año, en Cádiz? Porque sí, en 2024 tocar ir hasta el sur. De nuevo, pegados al mar.

 

Sentimientos. Eso fue lo que nos dieron de comer y lo que respiramos. Así que, no me engañen: este no era un congreso de psicología clínica, era el Congreso Nacional e Internacional de los Abrazos, Apretones de Manos y Sonrisas Cómplices.

martes, 20 de diciembre de 2022

Familia y esquizofrenia: Los chicos de Hidden Valley Road

La biología es cosa del destino, hasta cierto punto; eso no se puede negar. No obstante, ahora Lindsay comprendía que se trata de algo más que nuestros simples genes. De un modo u otro, somos producto de las personas que nos rodean, la gente que la que nos toca crecer y la gente con la que elegimos estar más adelante.

Nuestras relaciones pueden destrozarnos, pero también pueden cambiarnos y restaurarnos, y nos definen, aunque nunca lleguemos a ver cómo sucede.

Somos humanos porque las personas que nos rodean nos hacen humanos”.

 


Se acerca las vacaciones, al menos para los afortunados que podemos tenerlas en estas fechas navideñas. ¿Qué mejor momento que este para dedicarle un tiempo a la lectura? Si te apetece, pero no tienes ningún libro en mente, te voy a recomendar uno (ya hacía mucho tiempo que no hablaba de libros en este blog): “Los chicos de Hidden Valley Road.

Se trata de una obra escrita por el periodista Robert Kolker; no es ningún profesional de la salud mental, pero aborda uno de los temas estrella de este campo: la esquizofrenia. En este libro, Kolker se dedica a describir la historia real de una familia norteamericana, formada por los padres y 12 hijos, en la que se da la circunstancia de que la mitad de los hermanos fueron diagnosticados de esquizofrenia en algún momento de su vida, lo que se convierte en el tema central y motivo de este escrito.

La manera en que se narra la historia de la familia resulta muy interesante: se intercalan capítulos que abordan este asunto desde dos ópticas distintas. Por un lado, la parte más amplia (y, en mi opinión, la más interesante) describe la historia familiar (de dónde vienen los padres, cómo se forma el matrimonio, el nacimiento de los hijos y su desarrollo) y cómo se van desplegando los problemas psicológicos que muestran cada uno de los afectados, lo cual va dando lugar a una descripción muy rica de todas las situaciones que atraviesa esta familia, en la que van a ir apareciendo muchos momentos de marcado interés, incluyendo el descubrimientos de secretos ocultos hasta entonces. Por otro lado, tenemos capítulos en los que se habla de lo que discutía la comunidad científica acerca de la esquizofrenia en el mismo momento en que se desarrollan los acontecimientos narrados, comenzando por el debate (todavía vigente) acerca de hasta qué punto es un problema biológico, de los genes o neurotransmisores o tiene más que ver con el ambiente (la historia vivida de la persona, su contexto, circunstancias particulares y otras variables sociales). Es interesante ver como en ciertos instantes ambos relatos (el de la familia y el de los investigadores) se cruzan y cómo se va tratando a los diagnosticados en función de las explicaciones que existían en cada momento sobre el origen y la terapia de la esquizofrenia.

Creo que merece mucho la pena la lectura de este libro, sobre todo por lo que respecta a la parte en la que se detalla la historia de cada miembro de esta familia, todo muy bien documentado mediante entrevistas con los propios protagonistas, tratados con mucho respeto y compasión por el autor. Y, aunque no se hace en ningún momento un análisis desde una óptica sistémica, me parece un libro perfecto para aquellos que conocemos dicho enfoque (el estudio de cómo las relaciones con otras personas influyen en la aparición de los problemas psicológicos), ya que permite observar ciertos aspectos teóricos propuestos por dicho paradigma. De hecho, si yo fuera docente en un programa de formación en terapia sistémica propondría la lectura y análisis de este libro como ejercicio práctico para los alumnos, siempre pensando en utilizarlo como recurso didáctico, por supuesto, ni como la “verdadera” conceptualización de este caso.

Lo que menos me ha gustado es que la parte en la que se van describiendo las teorías y tratamientos de la esquizofrenia deriva (de forma sesgada) hacia una posición claramente biologicista de este trastorno. Al llegar a la mitad del libro, las hipótesis centradas en los genes y similares se tratan casi en exclusiva, dejando de lado otras teorías y tipos de intervenciones más psicosociales y contextuales, que sí están más presentes al principio de la obra, aunque de forma anecdótica. Me preocupa que esto pueda dar lugar la falsa impresión de que, efectivamente, a día de hoy es compartida la hipótesis de que la esquizofrenia y los trastornos psicóticos en general tienen un origen genético o biológico. Yo, desde luego, me declaro escéptico en este campo (el de el origen de la esquizofrenia), no por capricho, si no basándome en lo que la ciencia ha demostrado (o, más bien, no ha demostrado) en el momento actual. Lo qué si que sé es que ciertos eventos, experiencias que los seres humanos vivimos, influyen en la aparición de este tipo de problemas. De la misma manera que es sabido que existen tratamientos psicológicos que han demostrado ser eficaces para ayudar a las personas con este tipo de diagnósticos (véase, por ejemplo, este libro publicado recientemente). Entiendo, en cualquier caso, que Kolker es periodista y se ha basado en la información proporcionada por algunos psiquiatras que trabajan desde ese enfoque; es difícil para alguien lego en la materia acceder a información y a profesionales que ofrezcan otra versión de la historia, debido a la preponderancia que tiene en los medios y en la creencia popular la idea de la esquizofrenia como una “enfermedad del cerebro”. He echado en falta escuchar esas otras voces en las páginas del texto, las de personas que pudieran hablar, de forma respetuosa y no culpabilizadora, de explicaciones e hipótesis psicosociales.

También desluce un poco el contenido el ver una afirmación (creo que hecha con buena intención, aunque no por ello menos equivocada), repetida en dos ocasiones, que señala que “nunca” se ha demostrado que exista una relación entre haber sufrido abusos sexuales y ser diagnosticado/a de esquizofrenia. Precisamente, la evidencia científica indica, con claridad, que hay una asociación muy alta entre ambas variables, por lo que los abusos sexuales conforman un factor de riesgo claro de sufrir un trastorno psicótico (y de otros tipos). Por supuesto, sufrir ese tipo de experiencias no lleva inevitablemente a la esquizofrenia, del mismo modo que no todas las personas con este diagnóstico han sufrido abusos. Lo constatado es que aumentan el riesgo.

 

Aún con lo negativo, si uno se acerca a “Los chicos de Hidden Valley Road” con curiosidad e interés por ver, estudiar y conocer de forma compasiva a la familia Galvin, así como tratando de comprender, con empatía, lo que supone verse envuelto en un problema en el que no está claro su origen, probando diferentes tratamientos (algunos de ellos bastante perjudiciales para la salud), sintiéndose señalados o culpabilizados (en ocasiones) podrá disfrutar de una lectura muy estimulante.