martes, 29 de noviembre de 2022

Humildad y escepticismo en terapia

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Me declaro escéptico de la psicoterapia. Entiéndaseme bien: no dudo que la psicoterapia funcione; eso lo tengo más que claro. Su utilidad es innegable, tanto desde el punto de vista científico (que es lo que cuenta) como del de mi propia experiencia profesional. Mi escepticismo está más bien relacionado con la duda acerca de cómo funciona la psicoterapia (no tanto respecto a qué hay que hacer, el método a seguir y las acciones que un buen psicólogo tiene que llevar a cabo para ser eficaz), con lo que hace que tenga (o no) éxito, que ayude a la gente (lo que en investigación, a menudo, se llama “mecanismos de cambio”, la explicación última de por qué la terapia funciona).

Lo reconozco: aunque sea extraño y difícil admitirlo, no puedo decir con total seguridad por qué funciona lo que hago en las terapias que son eficaces. Esto es así no porque yo sea un completo ignorante (solo lo soy parcialmente), sino porque es algo común a todos los modelos y métodos para trabajar en terapia. Todos. A día de hoy, todavía se nos escapa la confirmación definitiva acerca de qué hace que una terapia funcione. Hipótesis, hay unas cuentas; teorías, tenemos para repartir; ¿evidencias? Bueno, hay quienes afirman que existen las suficientes como para comprobar que su enfoque o visión de qué es lo que hace que la terapia ayude a cambiar a las personas es el correcto. Sin embargo, estamos lejos de llegar a un consenso, debido, en parte, a la ausencia de datos que confirmen definitivamente este asunto. Así que me gusta pensar que soy un escéptico informado, informado por la ciencia, por las investigaciones más actuales.

Por ello considero que es importante adoptar una actitud de humildad, especialmente relativa a nuestro propio trabajo. Una nota tranquilizadora para el público que no conoce este tema: hay muchas cosas en psicoterapia que sabemos que son útiles y que producen resultados favorables. Tenemos técnicas y procedimientos para aburrir, no es que trabajemos a ciegas. La cuestión que quiero resaltar aquí es la de la humildad del psicólogo ligada a su actitud científica, en el sentido de reconocer que hay muchas cosas que no sabemos (incluidas algunas relativas a nuestro modelo o forma de trabajar) y que las que sabemos que son útiles, a veces no sirven. Este tipo de humildad también implicar reconocer la presencia de datos que descarten o pongan en entredicho algunas de las prácticas que hemos estado llevando a cabo, estando dispuestos a desecharlas cuando sea recomendable, por mucha confianza que tengamos en su efecto terapéutico.

La humildad y el escepticismo se unen cuando se trata de intentar estar actualizado respecto al conocimiento científico más actual y vigente, siendo conscientes de que la ciencia, en nuestro campo, no funciona como una información incuestionable e inmodificable, sino que se van añadiendo nuevos conocimientos a los anteriores, otros se modifican y quizás algunos se desechen. Y seguimos siendo humildes cuando no usamos la anterior afirmación como excusa para aferrarnos a lo que hemos estado haciendo como la mejor opción posible, argumentando que todavía no se ha demostrado que sea así (pero ya se hará en el futuro) y que hay cosas que no se pueden comprobar, por ejemplo.

Creo que la humildad también llega en el momento en que reconocemos que nuestro trabajo en consulta, haciendo terapia, tiene un efecto pequeño. Tenemos muy poca influencia en la vida de las personas: estas están rodeadas de otras circunstancias y factores que tienen un peso enorme en lo que les sucede y que, por desgracia, desde la consulta no podemos cambiar. Por supuesto, a veces esa pequeña influencia que tenemos es suficientemente significativa como para cambiar su vida (y este es, quizás, el aspecto más satisfactorio de nuestro trabajo). Pero aún ese caso, de nuevo debemos ser humildes y conscientes de que quienes producen esos cambios, afrontan sus dificultades, resuelven sus problemas, etc., son los consultantes. Con nuestra ayuda y orientación, si se quiere ver así, pero son ellos los protagonistas de la terapia. Ojo, por tanto, a ponernos demasiadas medallas y considerarnos clínicos excepcionales (que puede que lo seamos, aunque más excepcionales son las personas con las que trabajamos).

¿Pueden tener la humildad y el escepticismo un efecto terapéutico? Yo creo que sí. Por ejemplo, el escepticismo nos puede servir para no dar por sentado que exista “una verdad” absoluta a la que se debe llegar (que, casualmente suele ser la nuestra), si no hipótesis que compartimos con las personas, trabajando con sus problemas no en la búsqueda de esa supuesta verdad objetiva, si no de una verdad que sea útil, una verdad en la que los conflictos de las personas puedan tener solución. Está bien, entonces, exponer nuestras hipótesis acerca de lo que está pasando (basadas en nuestros conocimientos aplicados a la información que nos da la persona) de una forma humilde, dispuestos a modificarlas si se comprueba que es necesario, validando la visión que el consultante pueda tener de la situación si esto es lo mejor que se puede hacer. Se trata de encontrar una idea compartida, razonable y éticamente admisible acerca de sus problemas y de la solución a los mismos, no de actuar como sujetos que saben mejor que la propia persona cómo encarar sus dificultades. Y aquí volvemos al escepticismo respecto a nuestras propias teorías sobre el comportamiento y el sufrimiento humano.

La humildad como factor terapéutico hace su aparición cuando el psicólogo clínico tiene en cuenta, respeta y se aprovecha de los recursos personales, ideas, y características de la persona la que trata de ayudar, recordando que este es el principal factor de cambio en psicoterapia. También cuando se evita imponer los propios valores del profesional, o dar por sentado que se entiende a alguien de una cultura diferente (incluyendo aquí su género, raza, ideología, valores, identidad sexual, nivel socioeconómico, etc.) y se decide respetarla y aceptar sus diferencias frente a nosotros.

El escepticismo también es beneficioso en la medida en que nos lleva a comprobar si la intervención que estamos realizando da resultados o no, en lugar de dar por sentado que estamos haciendo lo que debemos hacer y que, si no funciona, es culpa de otros factores ajenos a nuestras acciones. Lo mismo se podría decir de nuestras habilidades terapéuticas y desarrollo profesional a lo largo del tiempo.

No es fácil, quizás, operativizar estos conceptos en el sentido en el que he escrito sobre ellos, pero creo que os podéis hacer una idea general de a lo que me refiero cuando hablo de ser humilde y escéptico en terapia. Para mi son, sin duda, dos actitudes necesarias para poder realizar un trabajo eficaz en mi práctica diaria.

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