Hace
un tiempo escribí en este blog una entrada en la que mencionaba una
serie de libros que me parecían muy aconsejables para residentes de psicología clínica (y para facultativos que no los hayan leído).
Si la lista hubiese incluido capítulos sueltos y artículos, sin
duda alguna hay uno que debería estar en ella: “Acerca de estar sano en un medio enfermo”,
publicado por David
Rosenhamen 1973, en nada menos que la prestigiosa revista “Science”.
Este
es un trabajo que muestra la ambigüedad que rodea al concepto de
“locura” y “enfermedad mental” y que lleva a plantearse
muchas cuestiones. Un artículo que cuestiones la validez de las
clasificaciones diagnósticas, en parte, y de la capacidad de los
profesionales de la salud mental para diferenciar entre “normalidad”
y “anormalidad”.
“En
el caso de que existiera un estado normal y un estado de locura,
¿cómo habrían de distinguirse el uno del otro? La pregunta no es
en sí misma ni superflua, ni loca. Por más que estamos
personalmente persuadidos de que podemos separar lo normal de lo
anormal, las pruebas simplemente no son concluyentes (...) Expresado
de manera más general: Existe una cantidad de dictámenes sobre la
confiabilidad, utilidad y significación de expresiones tales como
"estar sano", "locura", "enfermedad mental"
y "esquizofrenia" (...) Benedict ya lo dijo allá por 1934:
la normalidad y la anormalidad no son conceptos de validez general.
Aquello que en una cultura se considera normal puede ser visto como
completamente anormal en otra. La diferenciación de normalidad y
anormalidad que en la psiquiatría se apoya tradicionalmente en el
criterio aparentemente objetivo de la "adaptación a la
realidad" de un individuo, puede, por lo tanto, no ser tan
exacta como se considera generalmente.
Con
esto no deseamos poner en duda que ciertas formas de conducta se
apartan de la norma o resultan extrañas. El asesinato se aparta de
la norma y lo mismo es válido para las alucinaciones. El hecho de
formular estas preguntas no niega, tampoco, la existencia de la
tortura personal que suele estar unida a una "enfermedad
mental". La angustia y la depresión existen. El sufrimiento
psíquico existe. Pero la normalidad y anormalidad, el estar sano y
el estar loco, así como los diagnósticos que se deriven de ello son
posiblemente menos terminantes de lo que se cree generalmente.”
Preocupado por estas
cuestiones, Rosenham se decidió a hacer un original experimento.
Partiendo de la base de que supuestamente la “normalidad” y la
“anormalidad” se pueden diferenciar con cierta claridad, logró
que ocho personas mentalmente sanas (incluido él mismo) fueran
ingresadas en diferentes clínicas psiquiátricas de Estados Unidos. Para ello, los
“pseudopacientes” concertaban una entrevista para ser valorados y
decían escuchaban voces que pronuncia palabras como “vacío”,
“hueco” y “ruido sordo”, aunque eran poco claras. Por lo
demás, el resto de datos que dieron sobre su vida, historia pasada,
relaciones, etc., era la real, con la excepción de sus nombres y, en
algunos casos, su profesión, que fueron modificados por motivos que
se explican en el escrito. Es decir, simulaban haber tenido vagas
alucinaciones auditivas, pero nada más. En el resto de facetas de su
personalidad, se presentaban tal cuál eran, seres “normales”.
Desde el momento en que
ingresaban en la correspondiente clínica, dejaban de simular los
síntomas mencionados y se comportaban de forma completamente
“normal”: “Hablaba con los demás pacientes y con el
personal como en circunstancias ordinarias. Dado que en un servicio
psiquiátrico hay desusadamente poco que hacer, intentaba entablar
conversación con otros. Si el personal le preguntaba cómo se
sentía, contestaba que se sentía bien, que ya no tenía síntomas.
Acataba las indicaciones del personal de enfermería y obedecía al
llamado a distribución de medicamentos (aunque no los tomaba) y las
instrucciones para el comedor (…) Los pseudopacientes
entraron en el hospital como pacientes psiquiátricos auténticos. A
cada uno de ellos se les dijo que debían ser dados de alta por sus
propios esfuerzos, fundamentalmente, convenciendo al personal de la
institución de su salud mental. Las tensiones psíquicas
relacionadas con la hospitalización eran considerables y todos los
pseudopacientes menos uno deseó salir casi inmediatamente después
de su internamiento En consecuencia no solamente se los motivó para
que se comportaran normalmente sino para que se convirtieran en
modelos de cooperación. Las enfermeras confirmaron que su conducta
no era de ningún modo desagradable; fue posible obtener estos
informes acerca de la mayoría de los pacientes y en ellos se
manifestaba unánimemente que los pacientes eran "amables"
y "cooperativos" y que "no presentaban signos
anormales".
Ninguna de estas personas fue
descubierta durante el proceso de internamiento. Al ingresar, todos
menos uno recibieron el diagnóstico de esquizofrenia, y a pesar de
su conducta totalmente asintomática, en lugar de cuestionarse el
diagnóstico, fueron dados de alta con la etiqueta “esquizofrenia
en remisión”. Aún comportándose de forma “normal”,
permanecieron internados una media de 19 días.
Es curioso el hecho de que, a
pesar de que el personal sanitario no se dieran cuenta del engaño,
los otros pacientes si lo hicieron, de alguna manera: “No
era raro que los otros pacientes "descubrieran" la
normalidad de los pseudopacientes. Durante las tres primeras
internamientos, en las que se realizaba aún un estricto control, 35
de un total de 118 pacientes manifestaron en el servicio de admisión
esta sospecha. Algunos de ellos en forma vehemente: "No están
locos. Son periodistas o profesores (relacionándolo con las
continuas anotaciones). Están inspeccionando el hospital."
Mientras que la mayoría de los pacientes se tranquilizó por las
insistentes aseveraciones de los pseudopacientes, en el sentido de
que habían estado enfermos antes de llegar allí, pero que ahora ya
estaban bien, algunos siguieron creyendo durante toda la permanencia
en la institución que los pseudopacientes estaban mentalmente sanos.
El hecho de que los pacientes reconocieran frecuentemente su estado
de normalidad pero no así el personal, da pie para importantes
interrogantes. El hecho de que la normalidad de los pseudopacientes
no fuera descubierta por los médicos durante su permanencia en el
hospital puede deberse a que los médicos tienen una fuerte
inclinación a lo que los técnicos en estadística llaman error tipo
-2. Esto significa que los médicos se inclinan más a considerar
enferma a una persona sana (resultado positivo erróneo, tipo -2),
que sana a una persona enferma (resultado negativo erróneo, tipo
-1).”
Merece
la pena leer las reflexiones de Rosenhan sobre las implicaciones de
este estudio. Nada de lo que pueda yo escribir aquí superará al
original. El autor pone de manifiesto como los diagnósticos pueden
creer realidades y contextos que filtran cualquier información
posterior, de manera que todo tipo de comportamientos y sentimientos
son interpretados a la luz de la etiqueta previamente adjudicada, con
todo lo que de estigma y prejuicio supone para las personas.
También lo podemos ver como una invitación a la reflexión sobre el
buen hacer profesional del psicólogo clínico. Una buena evaluación
y formulación de los problemas que presentan las personas es
fundamental para que podamos facilitar la ayuda adecuada y más
eficaz. En esta disciplina, el principal instrumento técnico del que
disponemos somos nosotros mismos, así que es fundamental que estemos
bien afinados y configurados. Esto me hace pensar, de nuevo, en la
cuestión de la pericia clínica, en este caso aplicada a una
evaluación diagnóstica de calidad y fiable.
No
recuerdo en qué libro está traducido este artículo (creo que en
uno de Watzlawick), pero yo lo he encontrado en la red, pinchando aquí.
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