martes, 26 de enero de 2016

Descubriendo lo que sucede dentro de la consulta del psicólogo clínico (y derribando algunos mitos)

Cuando se habla de "ir al psicólogo" es probable que cada uno nos imaginemos de una manera diferente cómo puede ser esa situación. Habrá quienes tengan en mente la clásica imagen del diván sobre el que se tumba el paciente, mientras el psicólogo está sentado en una silla dándole la espalda. Otros creerán que el psicólogo es alguien que te cambia (tu forma de ser, tu personalidad) o que te dice lo que tienes que hacer en tu vida (toma decisiones importantes por ti). Quizás algunos se lo imaginen como una persona que intenta que "pienses en positivo", "te anima" o da "consejos". Tampoco faltará quien suponga que "ir al psicólogo" consiste en ir a contar todos tus problemas a una persona que se sienta frente a ti y no hace otra cosa que escucharte. ¿Son exactas estas ideas populares? Veamos si podemos aclarar estas cuestiones

El mito del diván.

En el siglo XX el diván se convirtió en un símbolo del psicoanálisis. El psicoanálisis es una de las escuelas de terapia psicológica que existen, cuyo inicio tiene origen en el trabajo de Sigmund Freud, otra figura icónica que popularmente se asocia a la psicología (a pesar de que él no era psicólogo, sino neurólogo). En el psicoanálisis clásico y ortodoxo se empleaba la conocida y anteriormente mencionada situación del diván, que tan retratada ha sido en ámbitos como el del cine, la televisión, la literatura o incluso el del humor gráfico (estoy pensando, por ejemplo, en el sensacional ilsutrador Forges). Con el desarrollo de esta corriente y el surgimiento de otros modelos teóricos, cada vez se ha ido abandonando más el uso del diván (aunque hoy en día algunos pocos profesionales siguen empleándolo).

Actualmente lo habitual es que el psicólogo se siente cara a cara, y a la misma altura, frente a las personas que le consultan. Muchos especialistas trabajan con una mesa de despacho en la que se sientan junto con los pacientes, al igual que en cualquier otra consulta médica. También es frecuente la situación en la que terapeuta y usuarios se sientan frente a frente, sin ninguna mesa de por en medio, ya sea en unas sillas o en cómodos sofás. Personalmente, yo suelo preferir esta la última alternativa, ya que siento que facilita la cercanía entre unos y otros.

El miedo a que "intenten cambiarme".

Es frecuente oir a decir a algunas personas que no van al psicólogo, aunque lo necesiten, porque "yo no voy a cambiar". Un psicólogo clínico competente no intenta cambiar a las personas: ni su personalidad o forma de ser, ni sus gustos, ni sus valores. En la consulta se busca un cambio y se trabaja en esa dirección, pero es un cambio acordado con la persona que consulta, un cambio en el problema que le lleva a solicitar ayuda. Los psicólogos no cambian a las personas, al contrario, buscan los recursos personales de cada una de ellas para que puedan encontrar sus propias maneras de solucionar sus problemas. Los gustos, actitudes, creencias, aficciones, costumbres... se tratan con el debido respeto, sin que el psicólogo trate de imponer sus propios valores o los de la sociedad. Se valora y acepta a cada persona tal y como es, sin juzgarla ni criticarla.

El respeto y la aceptación incodicional que acabo de mencionar se relacionan también con esa idea de que una psicóloga es alguien que toma decisiones por ti. Aunque, por desgracia, algunos profesionales si que hacen esto alguna vez, en general no es así. Para empezar, tomar decisiones por otra persona no es ético. Una buena psicóloga o un buen psicólogo deben respetar la capacidad de cada paciente de elegir qué hacer en cada momento y situación. Esto está reflejado incluso a nivel legal, en la Ley de Autonomía del Paciente, de la que hablaremos en otra ocasión. Un ejemplo bastante habitual es el siguiente: un hombre o una mujer con problemas de pareja que no sabe si debe terminar la relación o continuar con ella y que consulta qué debe hacer en ese caso (o peor aún: algunos terapeutas, sin que se lo pregunten, dicen a su cliente lo que tiene que hacer). Tomar este tipo de decisiones por otra persona es despojarle de su valor como ser humano autónomo y con habilidades propias para solucionar sus dificultades. Confiar y apoyar la determinación de los otros es valorarlos tal y como son.

Consejos vendo...

Por las mismas razones que ya apunté más arriba, un psicólogo tampoco se dedica a dar consejos. En cualquier caso, cuando le pide a su paciente que haga alguna cosa lo hace en colaboración y con el acuerdo de este y basándose en toda una serie de supuestos teóricos y prácticos, fundamentados en su experiencia clínica y en la evidencia científica disponible. Tampoco pretende que la gente "piense en positivo" o se "anime". Hay ocasiones en las que precisamente el afán por "estar bien" a todo costa y los mensajes que nos transmiten otras personas, los medios de comunicación o el cine y la televisión de que hay que estar "animado" suponen el problema que produce el sufrimiento. Las emociones como la tristeza o la rabia, aún siendo desagradables, existen desde siempre y no podemos negarlas. El buen psicólogo clínico no intenta que una persona evite el sufrimiento ni vende "felicidad"; se preocupa por entender cómo se encuentra aquel que tiene delante y respeta sus emociones, sean del tipo que sean, así como su ritmo a la hora de vivenciarlas. Puede ayudarte a "vivir a pesar de la tristeza", por ejemplo, o a encontrar y fomentar tu manera de afrontar una situación con tus propios recursos, pero sin negar la existencia del malestar.

Lo que de verdad pasa dentro de la consulta de psicología clínica.

Resumiendo y simplificando, lo que hacemos los psicólogos especialistas es recibir a una persona (o pareja, o familia, o grupo) en un despacho donde nos sentamos todos cara a cara, en sillas o sofás, con o sin mesa de por en medio. Los que nos visitan nos cuentan qué es lo que les trae a consulta y en qué podemos ayudarles. Y les escuchamos, con respeto y aceptación, sean cuáles sean sus valores, creencias o actitudes. Pero no solo escuchamos, si no que también hablamos. Construimos juntos una conversación que vamos guiando de tal forma que nos lleve a lograr los objetivos (que son propuestos por quienes nos consultan, no por nosotros). Hablamos y preguntamos, siempre con un orden o una intención, desplegando una serie de "habilidades conversacionales" que hemos aprendido durante nuestra formación y experiencia clínica.  Por lo tanto, no es una conversación cualquiera (como la que podríamos tener con el vecino, un hermano, una pareja), sino que es fruto del entrenamiento del especialista, que sabe cómo ayudar, siguiendo un método, a alcanzar los objetivos deseados. 

A la consulta no se va a "contar todos tus problemas". De hecho, uno puede hablar de lo que quiera y está en su derecho de no hablar de lo que no quiera. La decisión siempre es suya. Tampoco es necesario, en muchas ocasiones, contar todos los problemas que tiene una ni dar hasta el más mínimo detalle del motivo que le trae a consulta. Una gran parte del tiempo dedicado a la conversación terapéutica se emplea en hablar sobre el cambio, sobre los recursos y fortalezas que tiene el que necesita ayuda, sobre el progreso en alcanzar las metas. Y todo lo que se diga es confidencial. El psicólogo es el encargado de velar porque esto se cumpla. O los psicólogos, porque a veces trabajamos en coterapia: dos profesionales en la sala con los consultantes o con un equipo de profesionales tras un espejo unidireccional o viendo la sesión mediante un circuito de vídeo cerrado (esto es más habitual en enfoques de terapia familiar; siempre que se vaya a trabajar de esta manera, previamente se informa y se pide consentimiento a los clientes).

A veces ponemos tareas para hacer entre sesiones. En ocasiones son técnicas reconocidas y usadas por muchos otros terapeutas, mientras que otras veces surgen más de la creatividad y espontaneidad que pueda desarrollarse entre las personas presentes en la consulta. Estas tareas tienen un sentido y van dirigidas a que los que consultan se acerquen un poco más a los objetivos planteados.

En cuanto a la duración de la atención, puede ser variable. Generalmente una consulta dura alrededor de 60 minutos (a veces es suficiente con media hora, otras es necesario más tiempo). La periodicidad también es variable, pero digamos que habitualmente las primeras sesiones suelen ser semanales, pasando a ser posteriormente quincenales o mensuales (esto es así para el ámbito privado; en el ámbito público el tiempo de consulta oscila en torno a los 30 minutos y la periodicidad, como mínimo, es mensual o bimensual).


En definitiva, el clima de trabajo suele ser cálido, dominado por el respeto a las característica de cada persona, valorándola por lo que es a nivel global, no centrándose solo en lo "negativo" (el problema), sino también en los otros aspectos (los recursos) de quien va a la consulta del psicólogo clínico. Y cuando las emociones fuertes o dolorosas surgen, el despacho se convierte en un lugar seguro en el que expresarlas, sin ser criticada, juzgada u obligada a sentirse de una manera determinada o "más positiva". 




Nota: en esta entrada, así como en otras, empleo indistintamente los términos "cliente", "paciente", "usuario" y "consultante", ya que no tengo un preferencia especial por ninguno de ellos (prefiero el término "persona" a secas). Diferentes autores y profesionales tienen predilección por el uso de uno u otro, según su modelo teórico. Todos estos términos tienen sus connotaciones positivas y negativas. Así mismo, el genéro masculino y femenino también se usarán de forma indistinta, aunque soy consciente de que mi tendencia (fuertemente influida por la cultura occidental predominante) es a usar el género masculino al expresarme, sin que ello implique por mi parte ningún tipo de discriminación de género.

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