jueves, 30 de noviembre de 2023

¿Cuántos psicólogos hacen falta para cambiar un televisor?

Hace tiempo que no me paso por aquí. Ya sabes, lo de siempre: muchas cosas que hacer y el  poco tiempo que me queda libre prefiero dedicarlo a cuidarme. Después de meses sin escribir en el blog, podrías pensar que hoy vengo a explicar algún aspecto “profundo” de la psicoterapia. Y no sé si es profundo o superficial, pero hoy te voy a contar el problema que tuve para colgar una tele en la pared de mi salón y de cómo esta anécdota me sirve para apuntar algunos de los aspectos clave que se dan en las terapias eficaces.

Primero, contaré mi problema y su solución, poniendo números entre paréntesis para resaltar aquellas cosas en las que veo una analogía con la terapia. Después, desarrollaré brevemente los puntos que haya ido señalando en la primera parte del texto.

 

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La anécdota del televisor.

Hace algo más de tres años que me mudé al piso en el que vivo ahora, una vivienda amueblada y completamente equipada; tanto, que incluso tenía en el salón una estructura preparada para colgar una tele en la pared. Así que mi pareja me propuso hacerlo. Sin embargo, yo fui rechazando la posibilidad. ¿Sabes por qué? Bueno, en mi cabeza me imaginaba que poner la tele ahí iba a ser costoso; suponía que tendría que hacerle cosas raras al aparato y a la pared, quizás algún agujero, manejar herramientas desconocidas para mí; me preocupaba hacerlo mal y terminar estropeando la tele o, peor aún, la pared de un piso que no es mío. Todo estos estos pensamientos, claro está, se fundamentaban en mi escaso conocimiento sobre el tema (1). Uno de los motivos que teníamos para colgar la tele era que estábamos esperando el nacimiento de nuestro hijo y nos parecía más seguro para él que el aparato estuviera anclado, para evitar posibles accidentes. Pero como era una posibilidad, no una realidad actual, aquella motivación no era suficientemente fuerte. Tampoco lo fue cuando nació el niño: al principio, porque no se desplazaba independientemente y no había peligro; después, porque se movía solo pero no llegaba a donde se encontraba la tele; y cuando ya llegaba y tenía suficiente movilidad como para tirarla, descubrimos que teníamos un hijo muy colaborador y que había aprendido bien el mensaje de que ese extraño electrodoméstico que siempre estaba apagado en su presencia, no se tocaba y había que tener cuidado con él.

Así estuvimos tres años, hasta que pasó algo que reavivó el asunto. Una noche que mi madre se encontraba de visita en nuestra casa, esta se quedó mirando a la pantalla, apagada y silenciosa, y me dijo: “qué baja está esa tele, ¿no?”. Al poco tiempo me quedé solo, con mis pensamientos, mirando aquel objeto y dándole vueltas. Empecé a verlo con otra perspectiva y a plantearme cómo sería tenerla a mayor altura. Lo visualicé y comencé a darme cuenta de algunas ventajas que podría encontrar (2): de nuevo, mayor seguridad para mi hijo, que está en un momento en el que desborda energía; pero se añadieron beneficios extra, como disfrutar más del tiempo que hacemos uso de la tele, una postura corporal más cómoda y algo de espacio en el mueble del salón. Casi de inmediato, me puse a investigar qué tenía que hacer para ponerla en la pared, algo que había evitado hasta ese momento. Así descubrí que las cosas no eran como me había dicho mi mente, sino mucho más sencillas. Esa misma noche terminé colgando la tele en la pared, pero… estaba todavía más baja que cuando estaba colocada en su soporte. Y era incapaz de descubrir como subirla.

Al día siguiente, cuando llegué a mi consulta, busqué soluciones hablando con uno de mis compañeros de despacho, a quien considero una persona la que se le dan bien ese tipo de reparaciones caseras (3). Cuando le expliqué la situación, tuve que esforzarme bastante para que entendiera mi atasco: describirle la estructura que había atornillada en la pared no fue fácil, incluso cogí un folio para dibujarla (bueno, “pseudo-dibujarla”, porque mis habilidades pictóricas son bastante pobres). Él se esforzó también por entender el dibujo y lo que yo le planteaba (4). No me pudo dar ninguna solución, pero el hecho de estar hablando de ello, la propia conversación, propició que se me ocurriera algo que hacer. Así que me fui a casa contento, esperanzado y con expectativas de resolverlo (5).  

Por desgracia, cuando investigué con calma mi idea, vi que aquello no era posible (6). Al día siguiente, mi compañero sacó el tema. Me preguntó de nuevo por la estructura, ahondando en su descripción y proponiendo un nuevo punto de vista. Y ahí apareció una sensación de ¡Eureka! o algo asimilar, un “esto tiene todo el sentido del mundo”. Llegué a casa emocionado y me puse manos a la obra. ¡Funcionó! Tele colgada a una altura ideal. Y aquí se acaba la historia, no hay giros de guion ni nada parecido.

 

Las analogías con la terapia.

1)    1) Sucede a menudo, ¿verdad? Nuestra mente se dedica a anticipar una situación desconocida y la incertidumbre alimenta la ansiedad. La propia respuesta del organismo nos pone en alerta, lo que hace que estén más presentes pensamientos sobre los posibles riesgos. En fin, que nos intentamos proteger de algún peligro poniéndonos en lo peor, dudando incluso de nuestra capacidad para afrontar un problema determinado. Y cuando valoramos algo así como que “no merece la pena el esfuerzo”, fácilmente podemos tender a la evitación. Al menos, así me pasó a mí: me sentía incapaz y decidí no hacerlo. Esto es algo que me ha sucedido en otras ocasiones, y disculpa que te cuenta otra anécdota. Hace unos cuantos años, el coche que tenía por aquel entonces empezó a funcionar mal. En concreto, cuando iba por la autovía y me encontraba una pendiente pronunciada, no lograba superar la velocidad de 80 Km/h, a pesar de que esto me sucedía en un tramo por el que conducía con cierta frecuencia y en el que no me solía costar llegar al límite de velocidad permitido (120 km/h). Sin tener ni idea de mecánica, de nuevo mi mente me jugó una mala pasada: me convenció de que eso debía ser un problema del motor y de que si lo llevaba al taller iba a tener que pagar una reparación muy costosa; no me parecía que mereciera la pena: al fin y al cabo, el coche funcionaba perfectamente, con excepción del problema mencionado. Otra vez, los costes anticipados superaban a los beneficios. Con el tiempo, cuando mi situación económica fue más favorable, terminé llevando el coche al taller. El fallo estaba en el “turbo” (sea lo que sea eso) y la reparación fue bastante económica, sencilla y rápida. Nada que ver con lo que había imaginado durante muchos meses. Y me arrepentí de no haberlo llevado antes y haberle hecho caso a nuestra mente. En terapia, veremos a menudo que lo que dicen nuestros pensamientos no tienen que ser necesariamente la realidad; experimentar en el presente, sentir, es más importante.

 

2)    2) Cuando te habitúas a ver las cosas de una determinada manera, a veces ayuda encontrarte con otra perspectiva; pero una perspectiva que te haga reflexionar y darte cuenta de cosas novedosas. Mi madre no criticó cómo teníamos puesta la tele; lo que hizo fue aumentar mi conciencia sobre un asunto pendiente y estimular buenos motivos para afrontar aquello que me parecía tan complicado. Aquí está la analogía para la terapia: cuando uno se plantear cambiar algo que resulta costoso, difícil, doloroso, ansiógeno, es importante tener buenos motivos para hacerlo, cosas que uno valora, tan importantes como pueden ser la seguridad de personas a las que se quiere, el cuidado de uno mismo, etc. Para estar dispuesto a sufrir, ese sufrimiento debe tener algún sentido. Por eso hay enfoques de psicoterapia que explícitamente se centran, en algún momento, en encontrar esos valores o motivos que puede tener la persona para cambiar algo. Y, generalmente, motivos que tengan que ver con evitar cosas desagradables no suelen ser tan movilizadores como otros relacionados con las cosas que uno valora y desea.

 

3)   3) La analogía más evidente: buscar a una persona que te asesore para resolver un problema. Pero no te diriges a cualquiera, si no a quien consideras cualificado para ayudarte, papel que ocupa el psicólogo clínico, en el contexto de la terapia. Quieres resolver un problema, los has intentado por tu cuenta, pero te encuentras atascado; como ya has tomado la determinación de resolverlo, estás dispuesto a explorar otras opciones, siendo la terapia una de ellas. Por eso es importante dirigirse a un profesional al que se le supone el conocimiento y habilidades adecuadas para colaborar contigo.

 

4)   4) En psicoterapia, esta suele ser una parte fundamental: la curiosidad de mi compañero (que también es psicólogo clínico, pero que no actuaba como tal en ese momento) era como el interés que muestra el terapeuta, haciendo preguntas para tratar de entender la experiencia del consultante; la dificultad para expresar cosas de una manera en la que no te sientes suficientemente hábil (en este caso, mi dificultad para dibujar o describir verbalmente la estructura) genera cierta ansiedad (no faltaban en mi cabeza pensamientos del tipo “qué mal me explico”, “qué mal dibujo”, etc.). Sin embargo, el hecho de encontrarte con un psicólogo que se muestra paciente, que no critica tus dificultades para expresarte ni te presiona, en el que percibes un interés genuino por entenderte, ayuda a seguir haciendo esos esfuerzos, a afrontar lo ansiógeno de la situación. Aquí estamos hablando de una tele, pero imagínate tener que describir situaciones de abuso, de desesperanza, de deseos de morir, de gran angustia… La terapia es exposición en gran parte, exposición a hablar de cosas que duelen, pero dándole un sentido. Pero también es importante que la conversación no gire solo entorno a lo que es “problemático”, sino que haya (mucho) espacio dedicado a hablar sobre cómo se puede afrontar.

 

5)  5) No siempre es así, pero, en muchos casos las condiciones descritas en el punto anterior favorecen que el consultante se dé cuenta de algo o vea las cosas desde otra perspectiva que le permita plantearse soluciones que, hasta entonces, no había contemplado. El estar haciendo algo con la intención de resolver un problema (y estar hablando de ello con un profesional cualificado es “hacer algo”) puede activar recursos personales que abran el camino para el cambio. En la conversación/interacción que se da en las sesiones suele estar la terapia, porque es una conversación basada en principios que propician el cambio. Aquí también este presente la “remoralización”, la recuperación de la esperanza y las expectativas de autoeficacia, cuestiones que se deben transmitir en las sesiones si queremos que se den las condiciones necesarias para que haya una buena evolución.

 

6)   6) En la terapia no hay certezas: en ocasiones, es un proceso de “ensayo y error”. Se van probando cosas diferentes, lo que en sí mismo es un avance (por dejar de hacer “más de lo mismo”, de las cosas que no estaban funcionando), con la intención de descubrir lo que puede servir y lo que no, y con la idea de aprender de todo ello. No hay una solución única para todos los problemas parecidos; cada uno encuentra la suya.

 

Por supuesto, cambiar una tele no es un problema comparable a estar deprimido, tener crisis de ansiedad, conflictos familiares, etc. No es mi intención poner al mismo nivel mi ridícula anécdota y el tipo de situaciones que traen a las personas a terapia, mucho más relevantes, serias, limitantes y angustiantes. Lo que trato de resaltar es esos procesos que se producen en la conversación terapéutica y que pueden ser de tanta ayuda para mucha gente.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Curso online: "Psicoterapia a medida".

 

En esta entrada te presento un curso que acabo de organizar, sobre “psicoterapia a medida”, y del que puedes encontrar todos los detalles pinchado en el siguiente enlace: curso online de psicoterapia.

Hablar de hacer una psicoterapia “a medida”, una psicoterapia individualizada o términos similares debería ser, y para muchos lo es, algo redundante, una obviedad. Al fin y al cabo, desde los inicios de la terapia lo que se ha hecho ha sido esto: tratar de entender cada caso de forma individual y, en función del análisis realizado, intervenir de una manera o de otra. Y, realmente, esto es lo que siguen haciendo muchos profesionales (probablemente, los más eficaces). Sin embargo, quizás el asunto no sea tan obvio si te paras a pensar un momento en la situación en la que nos encontramos desde hace algunos años, en la que la terapia, en gran parte, ha ido virando hacia un enfoque en el que pareciera que lo importante fuera hacer un diagnóstico (tipo DSM o CIE) y, en función del mismo, una intervención que haya demostrado su eficacia. Y, desde luego, este planteamiento ha tenido una relevancia muy grande: a nivel de investigación ha servido, como mínimo, para demostrar la eficacia de la psicoterapia.

Piensa en el tipo de formaciones que uno se suele encontrar cuando busca algo que le sirva para aprender acerca de la clínica, acerca de cómo intervenir, de la terapia. Y, salvo contadas excepciones, generalmente te vas a encontrar dos tipos de propuestas. Una tiene que ver con el diagnóstico. Por ejemplo, cursos sobre cómo tratar “trastornos de la personalidad”, “trastornos de ansiedad”, “trastornos de la conducta alimentaria”, etc. Es decir, cómo tratar problemas etiquetados de una forma concreta. Está bien, yo he hecho unos cuantos de este tipo. Estos tienen algunas limitaciones evidentes, empezando por la dudosa validez de los diagnósticos de este tipo y siguiendo por algo fundamental: el tratar a todas las personas de una misma manera (o muy parecida) en función de una variable tan concreta como dichos diagnósticos, sin tener en cuenta otras cuestiones. Además de descontextualizar, en la mayoría de los casos, el problema de la persona. El riesgo es tratar el diagnóstico que tiene la persona y no a la persona que tiene el diagnóstico. La otra propuesta formativa tiene que ver con el enfoque: cursos sobre modelos de terapia específicos. Curso de ACT, curso de terapia centrada en soluciones, curso de terapia cognitivo-conductual… Personalmente, prefiero este planteamiento (aprender un modelo) al anterior (aprender a tratar etiquetas diagnósticas). Tiene sentido, al fin y al cabo, todos necesitamos dominar algún enfoque para que lo que hagamos tenga coherencia y esté fundamentado en conocimientos de psicología. De nuevo, el problema viene por las limitaciones que impone al clínico el hecho de ceñir su práctica a los principios y procedimientos técnicos típicos del modelo de referencia adoptado, especialmente cuando estos no encajan a los/as consultantes o no les sirven.

La formación que os presento se aleja de estos dos planteamientos, aunque no es excluyente. Lo que se propone es poner en primer plano, privilegiar, a la persona que acude a terapia, lo que implica comprender sus características y sus circunstancias, únicas e irrepetibles. Es un curso que se centra en cómo intentar saber qué es lo que necesita esa persona, que será diferente a lo que necesite el siguiente consultante al que atendamos una hora después; cómo trabajar de una manera adaptada a cada caso, siguiendo una serie de principios rigurosos. Porque lo que se trata de ver aquí es una serie de procedimientos que han mostrado su utilidad para hacer una terapia a medida y más eficaz. Procedimientos y herramientas que se centran en la persona, no en el diagnóstico ni en el tratamiento; por lo tanto, son generalizables a diferentes problemas y pueden ser adoptados por terapeutas que trabajen desde distintos modelos teóricos, como así ha demostrado la investigación. Aquí no se privilegia ni a un diagnóstico ni a un enfoque determinado, si no a la persona, lo que es útil para ella, sin caer en una práctica caótica o un eclecticismo ingenuo y acientífico.

El objetivo es poder, de esta manera, maximizar la eficacia de los tratamientos psicológicos y reducir el número de abandonos prematuros. Para ellos vamos a dividir este curso en cinco módulos.

  •        Empezamos revisando cómo el primer contacto, las primeras sesiones, es fundamental. ¿Qué podemos hacer para aumentar la probabilidad de que la persona “enganche” en la terapia, se implique, le vea sentido? Veremos formas de comenzar la terapia con buen pie y reducir la probabilidad de abandonos prematuros, que son muy habituales en las primeras sesiones. Aquí es donde nos jugamos más y donde podemos sentar las bases para una psicoterapia eficaz.
  •        El segundo módulo habla de un procedimiento que ha recibido varios nombres (aquí he elegido el de feedback sistemático) y que nos muestra cómo ir revisando, con la persona, si la terapia le está resultando útil y cómo aprovechar su feedback, en el sentido más amplio, no solo para comprobar si hay avances o no, sino especialmente para tener en cuenta sus ideas acerca de cómo podemos llevar a cabo su terapia, cómo negociar y trabajar con ello de una manera radicalmente colaboradora, teniendo en cuenta sus recursos e ideas sobre el cambio. Porque, como veremos en el siguiente módulo, el factor que más cuenta en la eficacia de la psicoterapia es el/la consultante.
  •         El tercer módulo mostrará de qué forma podemos adaptar, de una manera estructurada y fundamentada, la intervención a ciertas características de la persona, como sus preferencias, formas de afrontar sus dificultades, etc.
  •       Por supuesto, no podemos dejar de lado la alianza terapéutica, que no será la misma para todo el mundo. ¿Qué cosas contribuyen a una buena alianza con una persona determinada? Y, sobre todo, ¿cómo detectar a tiempo rupturas y proceder a su reparación de una manera eficaz y que contribuya a un buen resultado del tratamiento?
  •        Para finalizar, la figura de la/el terapeuta. ¿Qué podemos hacer, como profesionales, para ser lo más eficaces posible y de una manera coherente con todo lo anterior (es decir, poniendo en primer plano al consultante)? ¿Qué habilidades son importantes y cómo desarrollarlas? ¿Cómo hacemos para encontrarnos en el mejor estado posible para ayudar a quienes lo solicitan?

Todo esto lo vamos a hacer en grupos reducidos para que pueda ser lo más práctico posible. Si en terapia hablamos de privilegiar a los consultantes, aquí trataremos de privilegiar a las/os alumnas/os: sus dudas, preguntas, reflexiones, sugerencias, etc. Además, se compartirán diferentes materiales que puedan ser útiles (artículos, referencias, etc.) y se harán sugerencias de ejercicios que llevar a cabo para mejorar las habilidades e intervenciones de las que vamos a hablar. También añadiremos una característica poco habitual: estamos acostumbrados a que, al final de los cursos, nos pasen un cuestionario de satisfacción/evaluación (algo que haremos también); lo que pasa es que este tipo de cuestionarios ayudan a mejorar las siguientes ediciones de los cursos (que no es poco), pero no la que está en marcha. Aquí lo haremos después de cada módulo, contestando un formulario donde se puedan dar sugerencias y hacer críticas, de manera que se puedan tener en cuenta para el siguiente módulo; utilizar el feedback de los participantes para ir mejorando el curso sobre la marcha.

En definitiva, este no es un curso que invente nada nuevo ni exponga una teoría original; es una recopilación de estrategias de intervención que lleva la atención a la importancia de una psicoterapia centrada en la persona como principal factor de cambio y en donde se parte de una postura de humildad terapéutica. 

Espero que nos veamos en este espacio que te ofrezco para ello.

miércoles, 14 de junio de 2023

Supervisar y agradecer

¿Eres psicóloga/o, haces terapia y estás pensando en tener supervisión? Hazlo, no lo dudes. Busca al profesional adecuado y permítete cultivar tu desarrollo profesional. Personalmente, tener una supervisión constante ha sido una de las cosas que más me ha hecho mejorar como psicólogo clínico en los últimos tiempos. La formación, la experiencia, lo que aprendemos de los consultantes son factores que, sin duda, contribuyen a que seamos más eficaces en el día a día. Pero nada sustituye la utilidad de tener a otra persona que te ayuda a reflexionar sobre los casos y tu desempeño, te conoce y te orienta cuando es necesario. La supervisión clínica enriquece tu forma de trabajar. No es casualidad que en algunas encuestas los terapeutas hayan dicho que la supervisión ha sido la segunda contribución más importante a su desarrollo profesional, después de la experiencia trabajando con consultantes. Si te interesa, quizás quieras repasar estas dos entradas que escribí hace tiempo sobre la supervisión: Supervisión en Psicología Clínica y ¿Quién supervisa a los supervisores?

Si me preguntas, se me ocurren, al menos, tres motivos importantes para supervisar:  por ética (ya que trabajamos con algo tan sensible como la salud de las personas, conviene poner todos los medios posibles para garantizar que lo hacemos en las mejores condiciones), para ganar competencia (es una de las mejores contribuciones al desarrollo profesional de todos los clínicos, independientemente de su experiencia o el momento de su carrera en el que se encuentren) y como forma de autocuidado (es importante “ayudar al que ayuda”).

 

Yo llevo algún tiempo supervisando a otros profesionales y ahora vuelvo a tener tiempo para supervisar a alguno/a más. No te preocupes, no me voy a vender como el supervisor que necesitas o alguna memez similar. Nunca me gustó hacer marketing de mi persona ni de los servicios que ofrezco. Prefiero ser honesto y decir que no tengo ni idea de si voy a ser un buen supervisor para una persona determinada. En mi opinión, en esto pasa como en la terapia (que guarda tantas similitudes con el proceso de supervisión): uno puede hacerlo lo mejor posible y ser, en términos generales, un clínico eficaz, pero ser un profesional ineficaz con una persona determinada. El encaje entre unos y otros es fundamental: experiencia, formación, contexto de intervención, expectativas, método preferido de trabajar, etc. Son cosas que cuentan.

Lo que te puedo ofrecer es una supervisión adaptada a las necesidades y circunstancias de cada caso. Adaptada hasta cierto límite, claro. Hay muchas (¡muchas!) cosas en las que no soy competente ni experto y a las que, por lo tanto, no puedo adaptarme porque no haría un buen trabajo. Se trata de ver, resumidamente, qué es lo que te preocupa de un caso determinado, qué esperas de nuestro encuentro y cómo podemos hacer para que te resulte útil. Mi papel puede variar: quizás te haga preguntas para que reflexiones sobre algún aspecto concreto, o te ofrezca una perspectiva/hipótesis diferente sobre el caso, te anime a explorar aspectos ignorados, te anime a explorar tus propias dificultades o te oriente sobre posibles formas de intervenir. Me gusta recordar una cosa que aprendí de una buena supervisora hace años y que nunca olvidaré: no vamos a encontrar certezas en el proceso de supervisión. Yo nunca he encontrado la verdad sobre un caso cuando hablo de ello ni la puedo encontrar para otros compañeros de profesión. Ojalá pudiera ofrecer certezas, de verdad. Me encantaría decirte “ey, hagamos supervisión; yo te iluminaré y te diré exactamente lo que tienes que hacer para lograr los mejores resultados posibles”. ¡Ja! Me río solo de pensar en que alguien puede ofrecer semejante cosa. Quizás otros tengan certezas que ofrecerte, pero yo no. Creo que me queda algo de humildad, curiosidad, respecto y aceptación, pero no verdades absolutas. 

 

 

Solo me queda una cosa que decir hoy. Quiero aprovechar la ocasión para agradecer, desde este rincón del mundo, a las personas que me han supervisado en algún momento de mi formación y/o ejercicio profesional y de las que he aprendido tanto, especialmente a Javier, Amalia, Pepa, Javi, Carmen, Iván, María… Gracias por estar conmigo en consulta, más presentes de lo que parece.