Hace
unas pocas semanas pudimos leer en algunos medios una noticia
referida a la inclusión de la “adicción a los videojuegos”
dentro del grupo de los trastornos mentales recogidos en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), elaborada por la Organización
Mundial de la Salud, y cuya onceava versión verá la luz a lo largo
de este año. Será en dicha CIE-11 en la que aparecerá por primera
vez esta nueva “enfermedad” relacionada con el uso de
videojuegos.
No
es ninguna novedad que las dos principales clasificaciones
diagnósticas empleadas en psicología clínica y psiquiatría (CIE y
DSM) se dediquen a aumentar de forma alarmante el número de
supuestos trastornos mentales que “existen”. Se observa una tendencia
a patologizar multitud de circunstancias, situaciones y rasgos de
personalidad que forman parte de la vida cotidiana. Cientos de
categorías diferentes llenan los manuales, solapándose entre si
muchas de ellas, mostrando escasa o nula utilidad a la hora de
diseñar tratamientos eficaces. Más preocupante aún es el hecho de
que no existen evidencias físicas que demuestren que estamos
hablando de “enfermedades” o “trastornos”.
En
el caso de las adicciones, se acostumbra a describirlas como
“enfermedades del cerebro”, cuando esto no es cierto (o al menos no se ha demostrado fehacientemente). Que existen
sustancias que causan adicción y que interaccionan con el cerebro no
lo discute nadie. Ahora bien, concluir que como las drogas afectan al
sistema nervioso de diferentes formas esto es una prueba de que la
adicción es una enfermedad es, cuando menos, un argumento bastante
endeble. No existe ningún marcador somático, genético, biológico…
que definitivamente demuestre que las adicciones tengan una causa
“cerebral”. Sin embargo, si que tenemos claros indicadores y
marcadores para males como la diabetes, la neumonía, etc., por lo que nadie duda de su existencia nosológica.
La
adicción es un problema, sin duda. Sus efectos se hacen notar tanto
a nivel físico como psíquico. Pueden producir sufrimiento y
dificultades importantes. Pero no es una enfermedad (permitidme que
me repita mucho hoy, pero me parece importante hacerlo). Algo que me
incomoda bastante es escuchar aquello de que “el alcohólico es un
enfermo”. Categorizar de esta manera un problema supone varias
trabas para la terapia de la persona. Primero, le otorga un papel
pasivo en el que nada puede hacer él o ella para lograr cambios,
cuando precisamente intervenciones psicológicas basadas en reforzar
los recursos personales, como puede ser la Entrevista Motivacional, han mostrado ser eficaces.
Segundo, crea una situación donde la única solución posible,
además de ser externa, debe ser médica (por ejemplo, una pastilla).
Pero la realidad es que no existen fármacos que “curen” la
adicción, ni el supuesto fallo en el cerebro. Por ejemplo, volviendo
al caso del alcohol, los fármacos que se recetan suelen ser
medicamentos aversivos que interaccionan con la bebida creando
síntomas que producen un elevado malestar en el consumidor. Pero
nada más. Solo “funcionan” si la persona bebe, quitándole las
ganas de repetir por un proceso de condicionamiento. Ese es su único
efecto, no van destinados a “curar” nada, a corregir ningún defecto del organismo. Tal vez porque no haya
nada que curar.
Nada
de lo que digo significa cosas como que “solo hace falta fuerza de
voluntad” o que “el adicto no deja de drogarse porque no quiere”.
No es tan sencillo como eso. Abandonar una adicción es muy complicado. Algo fundamental que se debe explorar en
estos casos en una consulta de psicología clínica es el para qué
(¿para qué esnifa cocaína?
¿Para qué se emborracha? ¿Para qué juega tanto a los
videojuegos?). Es decir, qué función cumple la adicción en su
vida. Es conocido ese dicho popular de “beber para olvidar”. Para
muchas personas el alcohol cumple una función de evitación de los
problemas. A otros les ayuda a desinhibirse. A algunas personas,
aunque suene paradójico, una raya de cocaína les relaja. Para
otros, funciona como antidepresivo. Quizás algunos se pasen horas
jugando a la consola o con el ordenador porque no encuentran otras
satisfacciones en la vida. En la mayoría de los casos, es más
complejo que todo esto. Por
eso es tan importante estudiar cada caso de forma individual, no
simplificar en base a categorías diagnósticas que llevan a
tratamientos menos eficaces, comprender las características de
personalidad de la persona con un problema de este tipo, sus
circunstancias vitales, su entorno… en definitiva, el contexto en
el que aparece la adicción.
Con
esto de los videojuegos podemos tener varios problemas. Hoy en día
es una industria que mueve mucho dinero. Millones de personas en el
mundo son jugadores. Corremos el riesgo de empezar a
sobrediagnosticar. Corremos el riesgo de confundir a los padres que,
preocupados por sus hijos, acaben creyendo que lo que les pasa es que
tienen una enfermedad y no se den cuenta de las circunstancias que
han llevado a esa situación y que son las que realmente requieren
una intervención. Tal vez su hijo tenga grandes dificultades para
relacionarse con los iguales (y si pudiera encontrarle a esto una
solución, es probable que saliera más o hiciera otras cosas que le
gustasen, en lugar de jugar tanto a “la Play”). O puede que se
trate de una reacción ante problemas familiares. Bullying, traumas,
dificultades del desarrollo, problemas relacionales, transiciones
evolutivas… Múltiples motivos pueden estar detrás de las
conductas adictivas.
Tampoco
se debería demonizar a los videojuegos. Existen algunos estudios que
demuestran que pueden ser beneficiosos para los niños (con un uso
moderado, claro). Es curioso, por cierto, el hecho de que hace años
se pusieron de moda juegos con nombres como “brain training”
(“entrenamiento del cerebro”), dirigidos a mejorar funciones
psicológicas como la memoria o la concentración, y que no han
demostrado que sirvan para este objetivo. Al contrario, recuerdo
haber visto en algún lado los resultados de un estudio que indicaban
que los juegos de acción eran más beneficioso en este sentido. [Siento no aportar referencias a lo dicho en este párrafo, pero ahora mismo no las tengo a mano. Quedo abierto a correcciones si he dicho algo incorrecto].
En
resumen, el mensaje que quiero transmitir es que las adicciones son
problemas psicológicos, que tienen correlatos físicos, pero que no
constituyen una enfermedad que aparezca por arte de magia; la persona
que afronta una situación de este tipo, ya sea con sustancias o sin
ellas (como en el caso de los videojuegos o los móviles) tiene un
papel muy activo en el desarrollo y solución del problema. La
psicología clínica ha desarrollado intervenciones eficaces para
lidiar con las adicciones. Una prueba de ello (pero no la única) es el listado de tratamientos
psicológicos basados en la evidencia (para casos de consumo y abuso
de sustancias), que se puede consultar en los siguientes enlaces: