miércoles, 4 de abril de 2018

La CIA y el lado oscuro de la psicología.


John Bruce Jessen y James Elmer Mitchell son dos psicólogos estadounidenses que formaron una empresa de consultoría llamada “Mitchell Jessen and Associates” en 2005. Esta compañía llegó a cobrar 81 millones de dólares por los servicios prestados a una conocida organización norteamericana: la CIA. ¿Cuáles fueron tan valorados servicios? Ni más ni menos que el diseño de técnicas de interrogatorio para terroristas y sospechosos de serlo. Pero seamos claros, donde pone “interrogatorio” debería poner “tortura”.

En Agosto del año pasado se dio a conocer la noticia que decía que Jessen y Mitchell irían a juicio por haber diseñado las torturas psicológicas sufridas por varias personas. Pocos días después se supo que habían logrado eludir el juicio tras haber llegado a un acuerdo (el cual no ha trascendido). Sin embargo, no dejan de parecerme terribles las declaraciones de estos dos psicólogos en las que alguno afirma que puede dormir muy bien por las noches y en las que ambos dicen que no sabían que las técnicas descritas por ellos y vendidas a la CIA se habían utilizado para torturar prisioneros.

Mario Dominguez Sánchez, profesor de teoría sociológica y sociología del conocimiento de la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Sociología, dedica las últimas páginas del capítulo que ha escrito para el libro “Contrapsicología”, editado por Roberto Rodríguez, a este asunto. Dominguez explica cómo hasta 2009 no se supo que la CIA utilizaba a psicólogos y psiquiatras para diseñar “técnicas de interrogatorio mejoradas”, es decir, estrategias de tortura psicológicas aplicadas a presos.

Sus instrucciones eran tan precisas y exhaustivas que bien podían constituir un programa de aprendizaje para los profesionales de las ciencias de la conducta asignados en los interrogatorios de los detenidos. Esta documentación descubría también que existe una amplia diversidad de técnicas legalmente autorizadas que tienen como misión trastornar psicológicamente al detenido, magnificar sus sensaciones de indefensión e impotencia y reducir o suprimir su capacidad de resistirse a los intentos de información considerada decisiva”.

Instrucciones “precisas y exhaustivas”. Vamos, que es imposible que Jessen y Mitchell fueran tan inocentes como para no saber que aquello que estaban diseñando para la CIA iba a ser utilizado como protocolo de tortura.

La CIA utilizaba (y me temo que seguirá haciéndolo en la actualidad) psicólogos y psiquiatras que asesoraban en vivo (a través de pantallas de televisión) o en diferido a los interrogadores para ayudarles a sacar información a los detenidos. Por supuesto, esto no lo hacían recomendando técnicas motivacionales ni creando un contexto de colaboración, si no todo lo contrario.

Tal y como se relata en el citado capítulo, la organización de inteligencia estadounidense contempla tres tipos de “técnicas de inteligencia mejorada”: agresión física, métodos que provocan tensión física extrema y “métodos que son capaces de debilitar psicológicamente al detenido a través de una tensión extrema: privación sensorial, aislamiento extremo, luces y sonidos extremos, privación del sueño, humillación sexual y juegos mentales de desgaste”.

La mayoría de las personas sometidas a estas técnicas acaban padeciendo depresión y ansiedad, y hasta albergan pensamientos psicóticos, muy desorganizados, de modo que lo que pueden decir resulta poco fiable como información, lo cual indica que no es esto último lo perseguido, sino la eliminación psíquica del preso”.

La cuestión va todavía más allá y parece que incluso los presos se han utilizado para hacer experimentos e investigaciones psicológica. A pesar de todo esto, unos años antes (en 2005) la Asociación Americana de Psicología no solo no sancionaba o expulsaba a los psicólogos que participaban en interrogatorios, si no que simplemente se dedicaba a discutir como podían hacerlo de manera “ética”. Por fortuna, al otro lado del charco las cosas son diferentes y en nuestro código deontológico del psicólogo, artículo séptimo, nos encontramos con lo siguiente: “El/la Psicólogo/a no realizará por sí mismo, ni contribuirá a prácticas que atenten a la libertad e integridad física y psíquica de las personas. La intervención directa o la cooperación en la tortura y malos tratos, además de delito, constituye la más grave violación de la ética profesional de los/las Psicólogos/as. Estos no participarán en ningún modo, tampoco como investigadores, como asesores o como encubridores, en la práctica de la tortura, ni en otros procedimientos crueles, inhumanos o degradantes cualesquiera que sean las personas víctimas de los mismos, las acusaciones, delitos, sospechas de que sean objeto, o las informaciones que se quiera obtener de ellas, y la situación de conflicto armado, guerra civil, revolución, terrorismo o cualquier otra, por la que pretendan justificarse tales procedimientos”. A pesar de ello, me temo que en Europa este tipo de cosas suceden igualmente y no se expulsa a los psicólogos que participan en estas aberraciones.

La psicología tiene un lado oscuro que no se debe consentir. El caso de las torturas de la CIA es solo un ejemplo extremo, pero hay muchas otras prácticas menos llamativas y peligrosas pero igualmente perjudiciales para las personas. La psicología se utiliza a menudo como forma de control social, de mantenimiento del poder y del orden preestablecido, clasificando y diagnosticando a muchas personas en base a criterios supuestamente científicos.

Un ejemplo reciente, diametralmente opuesto pero igualmente reprobable, es el de el Consejo General de Psicología haciendo publicidad de artículos como este, en el que se intentan redefinir los problemas para tener un empleo estable como una cuestión de aprender a tolerar y aceptar la frustración. Algo similar a cuando una empresa ofrece a sus empleados unas sesiones de relajación, mindfulness o algo similar, con el objetivo de que se encuentren menos estresados en el trabajo (en lugar de modificar las condiciones laborales que contribuyen a ese estrés). Parte de la psicología se ha movido a una posición en la que carga toda la responsabilidad en el individuo que sufre, dando la impresión de que siempre es la persona la que está “mal” y no el contexto, la organización política y social, etc.

Los profesionales tenemos que ser más responsables con el uso que hacemos del conocimiento que tenemos de la psicología. Jessen y Mitchell sabían lo que hacían y por ello yo les digo aquello que canta Fernando Alfaro: “por tanto, se queda usted fuera: expulsado de la especie humana”.

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