martes, 19 de octubre de 2021

¿Qué es la terapia psicológica?

Hace unos días en Maldita Ciencia me hicieron unas preguntas que se publicaron en este artículo, con motivo del día de la salud mental, y en el que participaron otras compañeras de profesión. Pudimos ver que hay mucho consenso con respecto a lo que es y lo que no es una terapia psicológica, psicoterapia o tratamiento psicológico. Como creo que han quedado bien las y que son bastante comprensibles para el público general, a continuación, dejo por aquí mis respuestas completas a las preguntas que me hicieron inicialmente.

 

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¿Qué es y en qué consiste la terapia psicológica?

La terapia psicológica o psicoterapia es una aplicación de la ciencia de la psicología dirigida a ayudar a personas que experimentan algún tipo de sufrimiento humano (lo que llamamos ansiedad o depresión, por ejemplo, entre otras cosas) mediante el uso de diferentes procedimientos y técnicas que permiten solucionar los problemas relacionados con su malestar.

Hay varias formas de llevar a cabo la terapia, que se puede hacer, según las necesidades de cada caso, de forma individual, en grupo, en terapia de pareja o terapia familiar. En general, la terapia consiste en una conversación con un profesional de la psicología, un tipo de conversación que es diferente a la que se tiene con un familiar o un amigo y en la que todo lo que hace y dice el psicólogo se basa en una serie de principios fundamentados en estudios científicos que muestran que así se pueden producir cambios y encontrar soluciones a los problemas de las personas. La primera parte de la terapia consiste en recopilar información sobre lo que le sucede a la persona y contextualizarlo, es decir, asociarlo a las circunstancias que la rodean. Se trata de desarrollar una hipótesis acerca de qué es lo que necesita cambiarse, fijar unos objetivos concretos y analizar las opciones disponibles para conseguirlos. Luego se le ayuda a poner en marcha las acciones necesarias, siempre teniendo en cuenta las características relevantes de cada persona, sus valores y sus preferencias, tres pilares fundamentales de lo que llamamos la práctica basada en la evidencia, y que es una especie de estándar para garantizar que la terapia se base en el conocimiento científico vigente (APA, 2006).

 

¿Qué no lo es y cómo podemos distinguirla?

La terapia psicológica no consiste en dar consejos o solo escuchar. No se trata tampoco de hacer comentarios con la intención de "animar" a alguien. Muchos menos en tomar decisiones en nombre de otro. Cualquier procedimiento que incluya ideas pseudocientíficas tampoco se puede considerar psicoterapia. Por ejemplo, si se habla de cosas más bien esotéricas como "vidas pasadas", "energías", "constelaciones" o similares esto nos da una clara señal de que eso no es terapia psicológica. Otra manera de distinguir lo que es psicoterapia de lo que no es en función de la titulación de quien diga ejercerla. En España, a falta de una regulación específica sobre la psicoterapia como tal, quienes pueden hacer terapia son profesionales sanitarios debidamente cualificados, principalmente psicólogos/as de la rama clínica. Si el terapeuta no tiene la formación adecuada no podemos considerar que lo que haga sea terapia psicológica.

 

¿Para qué nos puede servir y cómo nos puede ayudar?

Es eficaz para multitud de problemas: reducir sensaciones de ansiedad, miedo o depresión. problemas en las relaciones con otras personas o afrontar situaciones difíciles como eventos traumáticos u otros sucesos particularmente estresantes. Si hablamos en términos de diagnósticos clínicos, al menos tres décadas de estudios vienen demostrando consistentemente que la psicoterapia nos ayuda a resolver problemas de todo tipo, incluidos los que generalmente consideramos graves, tales como depresión, fobias, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos de la personalidad, trastornos psicóticos, etc. Y esto está demostrado tanto con adultos (Fonseca-Pedrero et al, 2021a) como con niños y adolescentes (Fonseca-Pedrero et al, 2021b).

  

¿Qué no podemos esperar de ella? Es decir, ¿qué límites tiene?

La terapia no nos va a dar respuestas a todas nuestras preguntas ni el psicólogo va a tomar decisiones por nosotros. El profesional no tiene la solución exacta para cada problema, más bien las herramientas para lograr que sea la propia persona la que pueda aprender a afrontarlo. Tampoco podemos esperar metas irrealistas como conseguir que no nos afecten las cosas, no sentirnos mal o ser felices todo el tiempo. Esas cosas no son ni posibles ni deseables. El malestar, por desagradable que sea, cumple una función en nuestra vida y no podemos erradicarlo sin más. Igualmente, la terapia no va a cambiar tu personalidad, valores o forma de ser. No te puede convertir en otra persona diferente. Lo que sucede en las sesiones tiene un efecto muy limitado si no se llevan a cabo cambios fuera de la consulta. Y en estos juegan un papel muy importante las circunstancias de cada uno. A pesar de lo que dicen algunos, no puedes encontrarte bien si no tienes unas condiciones de vida suficientemente buenas. Eso es lo que habría que cambiar, muchas veces, y ya no depende de la terapia.

 

¿Quiénes y cuándo deberíamos acudir a terapia? O de otra forma, ¿todo el mundo debería ir a terapia alguna vez?

No, no todos deberíamos ir a terapia alguna vez. De hecho, lo que nos muestra la investigación en psicología debería poder utilizarse para crear unas condiciones de vida (sanitarias, sociales, comunitarias, políticas, etc.) que favorecieran el bienestar de la población e hicieran innecesaria la terapia. No hay problemas de salud mental sin problemas en el entorno. Por ejemplo, unos sociólogos ingleses publicaron hace poco un libro que reúne un buen número de investigaciones que muestran que cuanto mayor es la desigualdad social en un lugar determinado, mayor es también la proporción de problemas psicológicos (Wilkinson y Picket, 2019). Además, el porcentaje de personas que se recuperan de problemas como la depresión sin recibir ningún tipo de terapia es alto (Rodríguez-Morejón, 2016). En general, las personas tendemos a adaptarnos y superar dificultades continuamente, siempre que las circunstancias sean favorables.

En cualquier caso, hay algunas señales que deberían llevarnos a consultar con un profesional: si tenemos un problema que nos limita en algún área importante de nuestra vida, si el malestar es muy intenso o continuo, o cuando pensamos en suicidarnos o hacernos daño, por ejemplo.

 

Cualquier otra cuestión relacionada.

Como cualquier intervención técnica, para que la terapia resulte útil tienen que darse unas condiciones suficientes, como una frecuencia e intensidad adecuadas. Normalmente, se recomienda comenzar con sesiones semanales de 50 o 60 minutos. Con esto tenemos un problema en el Sistema Nacional de Salud: no hay suficientes psicólogos clínicos para atender a la población en las condiciones adecuadas, lo que pone en riesgo su salud mental, como se ha denunciado recientemente en esta nota de prensa: Se sigue negando el acceso a psicoterapia en la sanidad pública

 

Referencias:

APA Presidential Task Force on Evidence-Based Practice. (2006). Evidence-based practice in psychology. The American Psychologist, 61(4), 271-285.

Fonseca-Pedrero, E., Pérez-Álvarez, M., Al-Halabí, S., Inchausti, F., Muñiz, J., López-Navarro, E., ... & Marrero, R. J. (2021a). Tratamientos Psicológicos Empíricamente Apoyados Para Adultos: Una Revisión Selectiva. Psicothema, 33(2), 188-197.

Fonseca-Pedrero, E., Pérez Álvarez, M., Al-Halabí, S., Inchausti, F., Muñíz, J., López Navarro, E., ... & Montoya Castilla, I. (2021b). Tratamientos Psicológicos Empíricamente Apoyados Para la Infancia y Adolescencia: Estado de la Cuestión.

Rodríguez-Morejón, A. (2016). El cliente en psicoterapia: contribución al resultado terapéutico. Anales de Psicología/Annals of Psychology, 32(1), 1-8.

Wilkinson, R. G., & Pickett, K. (2019). Igualdad: Cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo. Capitan Swing.

miércoles, 25 de agosto de 2021

Historias de psicólogos


Déjame que te cuente una historia que me ha confiado un psicólogo al que conozco bien, quien me ha dado permiso para compartirla públicamente. Los hechos tienen lugar en tres momentos temporales diferentes y todos ellos comparten un nexo común: la visita a una consulta de psicología.

 

-      Primera experiencia: cuando tenía alrededor de 10 años, este futuro psicólogo empezó a pensar en su propia existencia y a ser consciente de que algún día se moriría. El hecho de pensar en su propia muerte le angustiaba tanto que no podía centrarse en otra cosa. Sus padres, preocupados por su estado anímico y no sabiendo bien qué hacer, decidieron llevarlo a la psicóloga clínica de salud mental infantil. Aquel niño recuerda que fueron pocas sesiones, pero muy intensas para él. No era fácil hablar de cosas que daban miedo, y menos con una desconocida que le miraba detrás de la mesa con una cara más bien inexpresiva. En su memoria ya no queda prácticamente nada del contenido de sus conversaciones. Solo puede visualizar con total claridad una escena: la psicóloga haciéndole muchas preguntas sobre su relación con un amigo que tenía entonces, un chico con el que había pasado malos momentos. Nuestro protagonista no entendía por qué aquella mujer indagaba con tanto interés en este punto, “¡si a mi lo que me pasa no tiene nada que ver con este chico! ¡Yo lo que tengo es miedo a morir!” Recibió pronto el alta, puesto que no había ningún problema clínico que tratar.

 

-      Segunda experiencia: al poco de empezar la licenciatura en psicología, recibió la triste noticia de que un familiar cercano había sido diagnosticado con una enfermedad grave y con muy mal pronóstico. Y, aunque más adelante la enfermedad sería superada, en el momento aquello supuso un duro golpe para él. Unido a otras circunstancias que ha preferido no compartir, nuestro amigo cayó en una depresión, lo que le llevó a la consulta de otra psicóloga. De aquella nueva terapia, muy breve, recuerda también pocas cosas: el estar sentado durante horas cubriendo un cuestionario de personalidad que parecía interminable; un comentario de la psicóloga con el que pretendía convencerle de que una de las cosas que temía que le sucedieran no era negativa, si no al contrario, lo mejor que le podía pasar; y la sonrisa y el afecto con el que le trataba. Sobre todo, esto último.

 

-      Tercera experiencia: años después, una ruptura de pareja le volvió a dejar tocado y no dudó en buscar ayuda profesional. En esta ocasión dio con un psicólogo de su seguro médico que le dedicaba unos 20 minutos por sesión (no fue a muchas, dice que cree que no volvió después de la segunda) y del que recuerda básicamente dos cosas: que no parecía haberse enterado o no recordaba el motivo de consulta, porque apenas le preguntó por ello; y, lo peor de todo, la siguiente escena: “una vez le estaba contando que me sentía solo y que eso era muy duro para mí y su respuesta fue algo así como que él, muchas veces, se iba a su casa en coche después de ver muchos pacientes, se encontraba con su mujer y sus hijos y que deseaba poder estar solo un rato. Vamos, le faltó decirme ¡Uy, pues que suerte! ¡Cómo me gustaría a mi estar solo un rato y que me dejaran en paz la gente pesada, como tú y mi familia”.

 

Ahora, años después de estos hechos y con 10 años de experiencia a sus espaldas, mi amigo es capaz de mirar atrás, analizar estos sucesos y utilizarlos como experiencias de aprendizaje que indican cosas que es importante tener en cuenta de cara a tratar con personas en su trabajo diario.

 

-      Primera experiencia: de aquí se pueden destacar dos cosas. La primera, la importancia de calibrar la intensidad de la sesión, más aún en el caso de los niños. Los profesionales debemos crear unas condiciones que sean lo más amables posibles para las personas, favoreciendo el hablar de cosas que generan ansiedad, difíciles de expresar y de escuchar. Una cara inexpresiva y una configuración del espacio poco amigable no ayuda a sentirse cómodo. Quizás mejor retirar la mesa de en medio y esbozar una sonrisa. Por otro lado, a menudo hacemos preguntas que no parecen relacionadas con el motivo de consulta. Para nosotros puede estar claro por qué las hacemos, basadas en nuestros conocimientos; pero, a menudo, su sentido no es tan evidente para quienes acuden a consulta. Bastaría con hacer una serie de comentarios que contextualizaran dichas preguntas y comprobar que la persona lo entiende y está de acuerdo. Tampoco está de más pedir permiso: “Ahora te voy a hacer unas preguntas sobre otros aspectos de tu vida, para conocerte mejor a ti y a tus circunstancias y poder ver si hay algo que influye en lo que te ha traído a consulta, o al menos poder descartar otros factores. Empezaremos por hablar un poco de tu familia. ¿Te parece bien que le dediquemos unos minutos?”. “Si te extraña que te pregunte por alguna cosa en particular, ¿serías tan amable de hacérmelo saber? Estaré encantado de explicarte cuanto necesites y resolver todas tus dudas”.

 

-      Segunda experiencia: “Si vas a pedirle a alguien que cubra un test de 500 preguntas, y no estoy exagerando, mejor dale la opción de que lo haga en casa o en donde quiera, con calma. Quedarte solo en un despacho durante horas no es agradable”, dice en este punto mi compañero. Además, destaca lo agradable que le resulta recordar la sonrisa de su psicóloga. “Que alguien te sonría, incluso después de haberlo contados aspectos que para ti son muy oscuros, es liberador. Hace que no te sientas un bicho raro por sentir lo que sientes; te transmite aceptación. Imagínate hacer un esfuerzo enorme por abrirte, siendo una persona muy introvertida, y encontrarte con un semblante serio o cara de susto. Se te quitarían las ganas de volver a hablar, ¿no? Podrías pensar: ¿tan raro o malo es lo que me pasa? ¿Es así de grave?”. Sin embargo, un sabor amargo acompaña al recuerdo del comentario poco empático, aunque bien intencionado, de esta psicóloga: “¡eso que temes es lo mejor de la vida!”. Un mensaje, sin duda, que trata de ayudar pero que falla de pleno: provoca una sensación de incomprensión y de invalidación de las propias emociones.

 

-      Tercera experiencia: “esta fue la peor de todas, con diferencia. Primero, el psicólogo no se interesó por aquello que me había pasado, las circunstancias. Iba solo al síntoma, por así decirlo. Segundo, lo hacía de forma poco personalizada, mandándome tareas para casa de manual (un autorregistro ABC de toda la vida). Tercero, lo más sangrante: lo de decirme que ojalá el a veces se sintiera solo me pareció uno de los comentarios menos empáticos que escuchado en toda mi vida. Me parece increíble que no se diera cuenta de lo desagradable que era que me dijera que él se pasaba el día rodeado de gente y que terminaba la jornada en su casa rodeado de su familia”. Y así es, siguiendo la línea de la anterior experiencia: intentar convencer a una persona para que vea las cosas de otra manera es contra-terapéutico en muchos sentidos. Además, aunque pueda tener sentido no hablar del motivo de consulta de la persona, si esto no se explica adecuadamente el resultado es negativo. Las personas llegan a consulta con sus preocupaciones y no tienen que saber si deben centrarse en una cosa u otra en la terapia. Es lícito que quieran sentirse escuchadas, que al menos hayan percibido que pudieron expresarse hasta donde necesitaban, que nos interesamos por ellas y por sus vivencias. Es después de esto cuando podremos ir, al ritmo que sea adecuado, focalizando la conversación en lo que puede llevar a conseguir los cambios deseados. Pero esto debe hacerse de forma consensuada, explicando, negociando los temas y metas a trabajar.

 

Una última nota de mi amigo: dice que él no está libre de caer en estos y otros errores; y que, de hecho, le ha pasado en más de una ocasión. Incluso está bastante convencido de que le seguirán pasando cosas similares. Sin embargo, es firma su creencia en que pararse a reflexionar y hablar sobre estos asuntos, revisar sus propias sesiones, lo que hizo bien y lo que hizo mal, es una práctica fundamental para seguir creciendo como profesional. Y yo estoy bastante de acuerdo con él. Al fin y al cabo, compartimos las mismas experiencias desde hace ya 40 años.

jueves, 24 de junio de 2021

Apariciones varias

En esta entrada escribiré poco y enlazaré mucho, conectando con diversos lugares en los que se me puede oír y escuchar hablando de psicología clínica y psicoterapia.

Recientemente grabé un curso de 7 horas para Psicoflix, con quienes hablé el año pasado de terapia familiar en su podcast. En este curso explico en detalle como trabajar en terapia con la monitorización de resultados, la obtención y uso de feedback de forma sistemática y la evaluación e integración de las preferencias de la persona que acude a consulta. Son estrategias clínicas que permiten reducir el porcentaje de casos que no se benefician de los tratamientos psicológicos, detectando a tiempo aquellas situaciones en riesgo y proponiendo intervenciones eficaces para solucionar la falta de progresos. Se trata de profundizar en algunos de los aspectos abordados en mi libro, solo que aquí se abordan en mayor detalle y con un par de ejemplos más elaborados. Teniendo en cuenta que en lo que queda de año no tendré tiempo de hacer más cursos como docente y el precio al que lo han puesto los compañeros de Psicoflix, creo que merece la pena para aquellos profesionales de la psicología interesados en mejorar su desempeño profesional.

 


Al hilo del mencionado curso, participé en esta interesante entrevista en Youtube y de nuevo en el podcast de Psicoflix.



También fui entrevistado por un podcast del otro lado del Atlántico, PsicoGeeks, en el que hablamos de diversas cosas relacionadas con la psicoterapia. Lo puedes escuchar pinchando aquí.

 

Por último, el próximo 10 de julio estaré en las Jornadas Nacionales de Psicología, participando en un debate sobre la eficacia de los tratamientos psicológicos con profesionales de renombre como Eduardo Fonseca, Marino Pérez y Luis Botella. Todo un honor para mí formar parte de esa mesa.

 

Eso es todo por hoy. Las vacaciones se acercan y qué mejor que dedicar un tiempo a hablar de nuevo sobre el auto-cuidado del terapeuta. Pero para ello habrá que esperar a la próxima entrada del blog. Mientras tanto, se puede revisar mi anterior artículo sobre el tema.

jueves, 3 de junio de 2021

Hellblade: experimentar la psicosis mediante un videojuego

 

¿Cómo? ¿Un videojuego? ¿Voy a hablar de un videojuego en este blog? Si, si, un videojuego; así es. Pero no es un entretenimiento cualquiera: está bastante relacionado, por supuesto, con la temática de este blog, que no es otra que la psicología clínica y la salud mental. Esta última, al fin y al cabo, ha sido representada en todos los tipos de creaciones artísticas de la humanidad, y los videojuegos forman parte de estas. Atrás quedan los tiempos en los que los videojuegos eran “cosas de niños”, un mero entretenimiento banal y sin ningún contenido serio. Este es un claro ejemplo de ello, Hellblade: Senua´s sacrifice, un juego muy especial, como veremos a continuación. Y, desde luego, no es una cosa de niños, precisamente.

Hellblade es un juego en el que interpretamos el papel de una guerrera nórdica (Senua) que atraviesa territorios infernales (basados en la mitología nórdica) en búsqueda del alma de su amado fallecido. Por el camino, Senua tendrá que encontrar la forma de llegar a su destino, resolviendo algunos puzles y combatiendo contra terribles adversarios. Hasta ahí todo normal: se trata de una premisa que, aparentemente, está presente en multitud de historias narradas en la literatura, el cine, la televisión, el cómic u otros videojuegos. Sin embargo, lo que tiene de peculiar este juego es que está impregnado por completo de uno de los problemas psicológicos más estigmatizados, incomprendidos y, muchas veces, limitantes: los trastornos psicóticos.

 


 Lo primero que llama la atención al comenzar esta experiencia (el concepto de “juego” se queda corto en este caso) es que durante todo su desarrollo vamos a estar constantemente escuchando voces, alucinaciones auditivas (uno de los síntomas típicos de las psicosis, aunque no el único ni exclusivo de este tipo de problemas). Voces de personas diferentes, principalmente de mujeres, voces que se ríen de la protagonista, voces que asustan a Senua, voces que incluso hablan entre sí mismas (algo que ha sido descrito como un síntoma nuclear de la etiqueta diagnóstica conocida como “esquizofrenia”). Al mismo tiempo, la forma en la que hay que resolver los puzles que se encuentran durante el juego, algo necesario para poder avanzar, cobran una dimensión muy particular, puesto que se basan en peculiaridades perceptivas; es decir, en cómo la propia Senua es capaz de hilar, conectar elementos del entorno que, a priori, no parecen tener relación entre sí, para lo que hace falta una cierta “sensibilidad” o forma particular de interpretar dichos elementos, dándoles un sentido y una forma que no son compartidas por otras personas. Este es otro de los aspectos considerados como uno de los síntomas de los trastornos psicóticos, aquel por el cual las personas que experimentan delirios empiezan a conectar elementos que no parecen coherentes a otras personas y que, normalmente, adquieren una connotación de amenaza, peligro o angustia (¿recuerdas el típico juego infantil de ver formas en las nubes? Algo similar, solo que no se trata de un juego si no de una verdadera convicción de la persona).

Y lo cierto es que el juego logra transmitir con bastante fidelidad esa sensación de angustia, esa atmósfera inquietante y delirante, presente durante toda su duración. Uno espera divertirse cuando le dedica un tiempo a esto que llamamos juego, pasárselo bien. Y, sin duda, en cierto sentido, se puede disfrutar con Hellblade. Pero lo que nos vamos a encontrar, sobre todo, es una sensación de sufrimiento constante, puesta de manifiesto en las experiencias que tiene que vivir Senua a lo largo de su trayecto. He de confesar que la primera vez que jugué a Hellblade tuve pesadillas a diario. Era algo a lo que no podía dedicarle mucho tiempo seguido: el estar constantemente escuchando las voces (aun sabiendo que no eran reales), saboreando ese sentimiento de extrañeza, de dolor emocional y una angustia interminable me generaba un profundo malestar. No puedo ni imaginarme que sentirán aquellos que viven experiencias de este tipo. Como nunca he experimentado síntomas psicóticos, no puedo asegurar que las sensaciones transmitidas por el juego sean muy parecidas a las que vivencian quienes sufren de estos problemas. Sin embargo, por lo que conozco a nivel teórico (y por relatos de personas que han pasado por ello) creo que deben ser muy cercanas a las “de verdad”.

¿Y cómo es posible que esto se haya conseguido? Gracias al trabajo de elaboración de Hellblade, cuyos desarrolladores dedicaron un tiempo importante a consultar con profesionales de salud mental expertos en la materia; y, más importante, fueron asesorados por personas que había experimentado (o siguen haciéndolo) síntomas psicóticos. Con esto pudieron obtener información de primera mano y modificar algunos aspectos del juego en función del feedback proporcionado por dichas personas. Por lo tanto, no es de extrañar que se haya conseguido llevar a cabo una experiencia jugable tan intensa y cercana a la realidad de los trastornos psicóticos. El propio juego incluye un documental en el que se explica este proceso y en el que se pueden ver parte de las entrevistas previas realizadas tanto a los profesionales de la salud mental como a los usuarios.

Pero aún hay más. Lo cierto es que en el juego están presentes muchos elementos, mostrados con cierta licencia poética (no voy a hablar ahora desde el “rigor” de la psicología “más científica”, si no desde un punto de vista más popular, si se quiere ver así) propios de la psicología clínica. De alguna manera, esta es una historia de duelo, de una mujer que ha perdido a un ser querido, donde las voces y las percepciones delirantes están asociadas a sentimientos de culpa; y donde la lucha contra los enemigos que acechan a Senua parece una forma de representar la batalla de la protagonista contra ella misma (así se muestra de forma artística en algún momento). Es un grito de desesperación. Ese sentimiento de culpa viene alimentado por el estigma, que queda bien reflejado en los momentos en los que vemos la historia pasada de Senua y como fue tratada por tener su “problema” (sufrido previamente por su madre), maltratada por su padre, quien trataba de aislarla de la comunidad, escondiendo algo que consideraba vergonzoso. Un padre que aparecerá posteriormente en la forma de alucinaciones. El delirio, según el cual podrá salvar a su amado si se sacrifica exponiéndose a una gran carga de sufrimiento, podría, quizás, cumplir una función en su vida: darle un sentido, una alternativa al vacío, a la desesperación, a la culpa insoportable y, quizás, incluso al suicidio; o al menos esa podría ser una interpretación metafórica de todo el asunto.

Pero también hay una parte esperanzadora. Una parte en la que se muestra la capacidad de recuperación de la guerrera, de afrontar sus demonios personales. Una metáfora acerca de la importancia de la aceptación (que no resignación) del dolor. De la aceptación de uno mismo. Y de las diferentes formas en que uno puede interpretar los síntomas psicóticos: otras visiones distan mucho de las ofrecidas por la psicología occidental, considerando las alucinaciones como una especie de privilegio para quien las experimenta, pues se supone que ha sido escogido por los dioses y que puede comunicarse con los espíritus, pudiendo conseguir grandes proezas. Es también una muestra de cómo, muchas veces, la lucha contra los síntomas no solo es infructuosa, sino que no hace más que avivar el fuego y empeorar la situación. De ahí la importancia de tomar el camino de la aceptación, en el sentido de seguir haciendo las cosas que son importantes para uno, a pesar de los síntomas. Aceptación también, y quizás esto es más importante, por parte del entorno, de la familia y de la comunidad, sin olvidar a los propios profesionales de la salud mental; poder ver que siempre hay una persona en primer plano y que esta es algo más que sus síntomas y su diagnóstico. Porque con ese apoyo quizás podemos conseguir que una experiencia aterradora resulte menos amenazante. O, por lo menos, que uno no se sienta tan solo como Senua se puede haber sentido en su terrorífico camino hacia la redención y el perdón.

 

Si quieres saber algo más sobre la psicosis y su tratamiento psicológico, te recomiendo prestar atención a la entrevista realizada en Psicoflix a Eduardo Fonseca, psicólogo autor de varias obras de referencia sobre esta temática.

martes, 23 de marzo de 2021

2.800 psicólogos clínicos en la sanidad pública no son suficientes

En las últimas semanas está siendo noticia la situación de la atención a la salud mental en la sanidad pública, incluido lo referido a la necesidad de contar con más psicólogos clínicos que puedan atender la demanda de atención psicológica, por desgracia cada vez mayor. De hecho, ANPIR estima que España solo tiene 2.800 psicólogos clínicos en la sanidad pública. Si bien el más reciente desencadenante ha sido una intervención de Íñigo Errejón, portavoz del partido político Más Madrid, en la que reclamaba un plan de salud mental y que encontró una desafortunada respuesta que pone de manifiesto el estigma que todavía planea sobre los problemas psicológicos, lo cierto es que en los últimos meses las consecuencias en el estado anímico y el nivel de ansiedad de la población general debido a la actual pandemia y las restricciones asociadas se están haciendo notar de forma alarmante.

Llevamos más de un año haciendo frente a una situación extrema, global, cargada de incertidumbre y rodeada de enfermedad, pérdida y desesperanza. Es normal que muchas personas se sientan desanimadas, preocupadas, apáticas o de otras maneras. Cuando nuestras circunstancias cambian de manera tan pronunciada, eso nos afecta irremediablemente y no es signo de un trastorno, necesariamente. Hay factores que parecen estar relacionados de manera más evidente con el malestar psíquico: las secuelas de la enfermedad, la muerte de seres queridos o la pérdida del trabajo, entre otros. Pero hay más cuestiones que también juegan un papel importante. Las restricciones de movilidad y contacto social nos han hecho perder a muchos algunas cosas que eran fundamentales para nuestro bienestar: el apoyo social y familiar, la realización de actividades saludables, la sensación de libertad de decisión… Es algo de lo que hablo con muchas personas en consulta últimamente; en algunos casos, se trata de circunstancias muy relacionadas con los motivos que llevan a la persona a buscar un tratamiento psicológico; en otros, aunque no sea el problema que se esté tratando, influyen negativamente en el proceso terapéutico, al consistir en sucesos vitales para cualquier persona que ocupan un lugar importante en sus vidas.

Sea más o menos normal, la cierto es que la demanda de atención psicológica especializada ha crecido considerablemente y se hace necesario contar con los recursos suficientes para atender a todas aquellas personas que lo necesiten. En algunos casos se tratará de contextualizar y normalizar las preocupaciones de quien acude a consulta. En otros, será necesario un tratamiento psicológico. En todos, probablemente, habrá que trabajar en crear unas condiciones sociales, económicas y políticas que promuevan el bienestar de la población. En cualquier caso, será necesaria la presencia de profesionales debidamente preparados que puedan evaluar qué es lo que necesita cada persona en particular y proporcionárselo de la mejor manera posible. La cuestión es, ¿tenemos los recursos adecuados para ello? Y ¿son accesibles para todo el mundo, universales?

Hace unos días Civio publicó un interesante y completo trabajo con el sugerente título “Pagar o esperar: cómo Europa -y España- tratan la ansiedad y la depresión”, en el que se señala como muchas veces el tiempo de espera entre sesión y sesión con un psicólogo clínico se hace tan largo que lleva a algunas personas a buscar un psicólogo en el ámbito privado… si se lo puede pagar. No entraré a valorar si lo que cuesta una consulta es caro o no, pero lo que si me parece innegable es que es un precio significativo que muchas personas no pueden hacer frente, y más cuando la pandemia está teniendo consecuencias económicas muy importantes en la vida de muchas familias. Y las prioridades son claras: alimentarse, resguardarse, proteger la salud y la supervivencia. No podemos dejar abandonada la salud mental de ninguna persona solo por el hecho de no tener suficientes recursos (ella, para pagar sesiones privadas; la administración, para ofrecer una atención psicológica eficaz). Lo sabemos y lo repetimos a menudo: la salud es un derecho humano fundamental. Según la O.M.S., “el derecho a la salud para todas las personas significa que todo el mundo debe tener acceso a los servicios de salud que necesita, cuando y donde los necesite, sin tener que hacer frente a dificultades financieras”. Sin embargo, todavía nos queda mucho por hacer al respecto para cumplir con esto.

La escasez de recursos especializados en la sanidad pública no solo tiene como consecuencia que se recurra a psicólogos con consulta privada, si no a la excesiva medicalización de los problemas humanos. La Cadena Ser, por ejemplo, se hizo eco de ello en este artículo, en el que se incluyen las experiencias de personas usuarias de estos servicios. Uno de los principales recursos que necesitan ser mejorados es el número de plazas de psicólogos clínicos en los servicios de salud de todas las comunidades autónomas, entre las que, además, se pueden encontrar grandes diferencias. ANPIR, la principal sociedad científica de psicología clínica en España, integrada por más de 1400 miembros (psicólogos clínicos y residentes PIR), lleva un tiempo denunciando esta situación. Reclaman (o más bien, reclamamos, ya que formo parte de la asociación) que se mejore la ratio de psicólogos clínicos por número de habitantes, bastante deficitaria, con el objetivo de poder “garantizar el derecho del ciudadano a un acceso efectivo a tratamientos psicológicos en la sanidad pública”.

Según la información proporcionada por el Ministerio de Sanidad al Defensor del Pueblo, la ratio de psicólogos en España es aproximadamente de 6 por cada 100.000 habitantes. Sin embargo, la recomendación de la comunidad internacional es de 20, en base a datos recogidos por el portal Civio” indica la citada noticia de la Cadena Ser, donde Javier Prado, vocal de ANPIR, señala que “Al final, el médico de familia, con 10 minutos por paciente si llega, se maneja como puede y la respuesta son los psicofármacos” que lleva a que los problemas “se vuelvan permanentes y no se acaben de recuperar”. El tiempo de espera, indica también Prado, entre sesiones en un centro de salud mental puede llegar a ser de 2 o 3 meses, condición en la que es muy difícil ofrecer un tratamiento psicológico que resulte eficaz.

Como decía más arriba, las diferencias entre los servicios de salud autonómicas son, en algunos casos, abismales, como muestra la siguiente tabla (facilitada por ANPIR):

 

A nadie se le escapa que, en otros ámbitos de la vida y otras disciplinas, la frecuencia con la que se hace una intervención es fundamental para que esta consiga el resultado esperado, que en este caso tiene que ver con la salud mental de las personas. Por lo tanto, no basta con que el psicólogo clínico sea muy bueno ni que se lleve a cabo un tratamiento considerado eficaz; es fundamental contar con las condiciones necesarias para que la terapia funcione. Al igual que hoy en día podemos comprender que tiene que haber un período concreto entre las dos dosis de determinadas vacunas para la covid19, también es así para la psicoterapia, tal y como apoyan diversos estudios: la frecuencia de las sesiones influye en los resultados.

Así que, para garantizar una atención psicológica universal, necesitamos más especialistas en los servicios públicos. Para ello no es suficiente con aumentar las plazas de psicólogos clínicos, si no también habrá que hacer lo propio con el número de plazas ofertadas para el PIR, la formación sanitaria especializada que permite obtener el título de especialista en psicología clínica, requisito para poder trabajar en la sanidad pública. En ese sentido, ANPIR propone que se convoquen 422 plazas PIR para poder duplicar el número de clínicos en los próximos años (en la actual convocatoria se han ofertado 198 plazas).

No solo es problemático el bajo número de especialistas y el tiempo de espera para ser atendido. También lo es el hecho de que no haya una organización adecuada para atender problemáticas particulares de la manera que se ha demostrado más eficaz (por ejemplo, recursos específicos para el trabajo con niños y adolescentes con trastornos graves). Además, las agendas sobrecargadas de los clínicos son un factor de riesgo para desarrollar situaciones de burnout en los profesionales, que en no pocas ocasiones se ven desbordados por la elevada demanda. Podría contar mi propia experiencia del año pasado, cuando trabajé algunos meses en un centro de salud mental de adultos y un centro de salud mental infanto-juvenil de los servicios públicos del Principado de Asturias. El hecho de tener que dar citas para después de 2 o 3 meses resultaba muy frustrante para las personas que necesitaban una atención adecuada, y también era frustrante y extenuante para mí, al igual que le sucede a muchos de mis compañeros y compañeras de profesión que, día si día también, hacen esfuerzos titánicos por proporcionar el mejor servicio posible a la población que atienden.

 
Infografía proporcionada por ANPIR.

 

No recuerdo, en años recientes, una época en la que se hablase tanto en los medios de comunicación de la importancia de la psicología clínica y los tratamientos psicológicos. Ojalá no se quedo en eso, en hablar de ello, si no que todos estos datos y buenas intenciones se terminen transformando en medidas concretas que garanticen lo que es, como decía, un derecho humano fundamental.

viernes, 5 de marzo de 2021

Manual de tratamientos psicológicos

Doy un sorbo a mi café mientras ojeo las páginas del libro que tengo entre mis manos, y el aroma de la bebida me hace viajar hacia atrás en el tiempo, unos 10 años. En marzo de 2011 me encontraba esperando a que llegase el siguiente mes y poder saber dónde iba a hacer el PIR. Si, acababa de conseguir mi ansiada plaza y vivía con entusiasmo las semanas previas al comienzo de un camino que me llevaría a crecer profesional y personalmente de una manera que nunca hubiera imaginado. Me preparaba leyendo libros de autores de diferentes orientaciones teóricas: Skinner, Beck, el grupo de Milán, el grupo del M.R.I., Adler (a este último lo abandoné pronto ante la dificultad para seguir la lectura)...

Durante la preparación del examen PIR apenas tenía tiempo de leer otra cosa que no fueran los manuales correspondientes para el estudio. Uno de ellos, de los más importantes, era la Guía de tratamientos psicológicos eficaces de Marino Pérez y colaboradores, dividida en tres volúmenes que incluían el listado de terapias que habían demostrada buenos resultados en el abordaje de problemas de adultos, niños y adolescentes. Durante años se convirtió en una obra de referencia que mostraba la utilidad de la psicoterapia en problemas tan diversos como la depresión, los trastornos de ansiedad, los trastornos psicóticos o los trastornos de la conducta alimentaria, entre otros. Sus famosas tablas en las que se exponía el nivel de eficacia de los diferentes tratamientos eran de obligatorio aprendizaje para los estudiantes, ya que muchas de las preguntas del examen se referían a estos manuales.

Como la ciencia avanza a pasos agigantados, también en el caso de la psicología clínica, es necesario que estudiantes y profesionales nos mantengamos actualizados con respecto al conocimiento disponible. La obra anteriormente citada fue publicada en el 2003, ¡hace casi 20 años! Era necesario, pues, disponer de un nuevo manual que nos ofreciera datos frescos. Un trabajo que requiere considerable esfuerzo, tiempo, dedicación y pericia. Y ha sido gracias a la impresionante labor de Eduardo Fonseca, psicólogo de intachable trayectoria profesional, que la necesidad se convirtió en realidad.

 

 

Se acaba de publicar el Manual de tratamientos psicológicos, editado por Pirámide (la misma editorial en la que se puede encontrar mi libro Mejorando los resultados en psicoterapia) y coordinado por Eduardo Fonseca, quien ha logrado la proeza de reunir a nada menos que a los 80 autores que firman los 23 capítulos de esta monumental obra. Doy otro sorbo a mi café y pienso en el honor (y responsabilidad) que supone para mí que Eduardo decidiera invitarme a participar en este libro de más de 700 páginas y que aborda problemas presentes en anteriores manuales y otros novedosos, como la conducta suicida o las dificultades asociadas al embarazo.

Me resulta apasionante haber podido escribir dos capítulos, junto con Félix Inchausti, Javier Prado y Javier Fernández, dedicados a asuntos poco habituales en libros en español como este. Por un lado, el segundo capítulo lo dedicamos a desgranar las características de las personas que acuden a terapia y su relación con el transcurso y resultado de la misma. Es un reconocimiento de su papel fundamental en el tratamiento, de sus valores y preferencias, de sus circunstancias particulares. Pone énfasis en la importancia de personalizar al máximo cada intervención, y no tener solo en cuenta una etiqueta diagnóstica. En el tercer capítulo hablamos de los factores comunes en psicoterapia, señalando modelos y hallazgos empíricos que nos recuerdan que un buen profesional es el que sabe manejar otras variables además de las técnicas específicas.

Este manual incluye todavía otros aspectos a destacar. Cada capítulo finaliza con testimonios reales de personas que han acudido a terapia y casos clínicos verdaderos, dando una visión de cómo se pueden aplicar los conocimientos reunidos en este libro en la práctica rutinaria de los psicólogos clínicos.

 

Mi café se termina y solo me queda espacio para un último pensamiento, uno que me recuerda que el próximo mes se publicará otro volumen de este manual, en este caso dedicado a los problemas en la infancia y adolescencia, y en el que también he tenido el honor de participar.

martes, 2 de marzo de 2021

Presentación del libro en AEN Asturias

El próximo 18 de marzo estaré presentando mi libro “Mejorando los resultados en psicoterapia” en una sesión online organizada por la AEN de Asturias. La inscripción es gratuita y cualquiera puede apuntarse. Si os apetece terminar el día charlando sobre psicoterapia, tenemos una cita dentro de dos semanas.