martes, 28 de junio de 2022

Trampas que dificultan el vínculo terapéutico

Que lo que haga el profesional de la psicología en psicoterapia puede tener resultados negativos, en cuanto al tratamiento de una persona determinada, es algo que ya he comentado en repetidas ocasiones en este blog. Hoy, una vez más, vamos a incidir en este asunto, siempre con la intención de subrayar nuestra responsabilidad como clínicos y animar a la reflexión y autocrítica acerca de cómo las cosas que hacemos y las actitudes que adoptamos en consulta pueden influir en el desarrollo y resultado de la terapia.

Miller y Rollnick, los autores de la Entrevista Motivacional (un modelo de intervención de largo recorrido y de eficacia demostrada en muchas situaciones, muy bien explicado en la más que recomendable tercera edición de su libro), hablan de seis tipos de “trampas” que dificultan el vínculo terapéutico. Se trata de categorías de comportamiento del psicólogo que interfieren en la alianza terapéutica; como ya sabemos (y se ha repetido a menudo en este espacio), dicha alianza es uno de los factores fundamentales para que la psicoterapia sea eficaz: si aquella no funciona, no cabe esperar un buen resultado del tratamiento.

Veamos en qué consisten estas seis trampas, esperando que su exposición sirva para que el profesional las tenga en cuenta, esté atento a su aparición y ponga los medios necesarios para evitar caer en ellas; o, si ya ha caído, buscar la mejor manera de salir a tiempo.

 

Trampa de la evaluación.

Aquellas situaciones en las que el clínico dedica una proporción exagerada del tiempo disponible en consulta a realizar una evaluación formal, mediante la aplicación de cuestionarios, pruebas o preguntas estructuradas. Por supuesto, hacer una buena evaluación del caso es importante y necesario; aquí de lo que se advierte es del peligro de centrar la sesión casi exclusivamente en este aspecto, dejando de lado otro tipo de temas que también son relevantes.

 

Trampa del experto.

Se cae en ella cuando el clínico asume de una manera rígida una actitud del tipo “aquí el profesional soy yo y sé lo que es mejor para ti”. No hay duda de que estamos en el deber de aceptar y trabajar como expertos que somos en nuestro campo y que la relación terapéutica es asimétrica; los psicólogos clínicos somos los profesionales y tenemos nuestra responsabilidad. Aquí de lo que se habla es de esa especie de “terapeutacentrismo” que trata de imponer nuestra visión de los problemas y necesidades de la persona sin tener en consideración las ideas, puntos de vista, recursos personales o cuestionamientos que puedan hacer los consultantes.

 

Trampa del foco prematuro.

En este caso hablamos de pasar de manera muy rápida a centrarnos en un aspecto específico del problema de la persona, sin haber dedicado un tiempo suficiente a explorar otros ámbitos y necesidades del caso. Por ejemplo, supongamos que llega una persona a consulta derivada por un problema de “abuso de alcohol”. La trampa se daría si nos pusiéramos a trabajar inmediatamente en el problema del alcohol sin haber indagado o tenido en cuenta otras circunstancias de la persona, ver qué otros problemas pueden estar presentes en la vida de esta persona y que deberían ser enfocadas durante la terapia.

 

Trampa de la etiqueta.

Bien conocida y criticada por muchos (entre los que me incluyo), tiene que ver con tratar trastornos y no personas; es decir, asignar a la persona una etiqueta (como puede ser un diagnóstico, ya sea “trastorno de personalidad”, “depresión”, “trastorno de ansiedad generalizada”, “psicótico” o “alcohólico”, por ejemplo) y quedarse en eso, reduciendo todos los comportamientos del etiquetado al rótulo que le hemos puesto, en lugar de llegar a una formulación de caso compartida, contextualizada, que explique qué está sucediendo, más allá del síntoma y del diagnóstico, independientemente de que después se pueda poner un diagnóstico de este tipo o no. Lo problemático es tratar a la persona como un “trastorno con patas” o algo similar y no ver a quien está detrás de la etiqueta.

 

Trampa de la culpa.

Nos podemos imaginar fácilmente a qué hace referencia esta, ¿verdad? Efectivamente, culpar al consultante de sus problemas o de la falta de progresos en la terapia. Esto puede hacerse de forma explícita, pero también implícita, mediante el tipo de preguntas que planteamos o nuestras respuestas a su relato, verbales y no verbales. Sin dejar de lado la importancia de que cada persona asuma su parte de responsabilidad en lo que le pasa, es un enfoque muy reduccionista y poco beneficioso dejar de lado las circunstancias que rodean al problema (contexto, historia, vivencias, etc.).

 

Trampa de la charla.

Sucede a menudo: las sesiones se centrar en conversaciones que, aun pudiendo ser del interés de la persona y del profesional, se alejan de lo que sería deseable o necesario trabajar, los aspectos nucleares relacionados con el contexto de la terapia, unos objetivos más o menos definidos y un plan de acción consensuado. Se habla de diversas cosas sin un rumbo claro, sin una intencionalidad, evitando los temas relevantes.

 

Estas son las seis trampas referidas por los autores mencionados anteriormente. Aunque no me sienta orgulloso de ello, he reconocer que en más de una ocasión he caído en varias de ellas. Sé que en algún momento será probable que vuelva a pisar terreno peligroso, así que procuraré estar atento para no repetir mis errores.

 

¿Y tú? ¿A ti te ha pasado? ¿Has caído en alguna de estas trampas o en otras que se te ocurran?