Casi
un mes después de mi última entrada, aquí estoy de nuevo tratando
de retomar el blog. Los últimos meses he estado demasiado atareado
como para poder sentarme, escribir y publicar aquí. Durante una
temporada estuve trabajando 10 horas al día en consulta (7 en centro
de salud mental infanto-juvenil público y 3 en mi consulta privada),
más todas esas cosas que se hacen fuera de horario y que normalmente
no se tienen en cuenta, pero que tienen su importancia (formación,
preparación y reflexión sobre los casos, lectura, gestiones
varias…), sin olvidar la vida personal (que, modificando aquello
que dicen en mi tierra sobre las meigas, “eu no creo nela, pero
habela, haila”). Espero poder retomar esto con ganas a partir de
ahora, aunque lo cierto es que el resto del año me espera todavía
mucho más trabajo.
Y
que he estado haciendo muchas cosas y no escurriendo el bulto, lo
demuestran documentos gráficos como el siguiente:
Como
había anunciado, el pasado 14 de febrero estuve en una jornada sobre
psicoterapia celebrada en la facultad de Psicología de Oviedo, de la
que han dado cuenta en Infocop (a quienes les he cogido prestada la
foto).
Tenía
ya ganas de escribir para comentar un par de cosas que me ha sugerido
un artículo recientemente publicado, escrito por Javier Prado y
colaboradores: La persona del terapeuta: Validación española del Cuestionario de Evaluación del Estilo Personal del Terapeuta (EPT-C). Varios son los motivos que me llevan a citarlo. El primero
es que está escrito por profesionales a los que respeto y admiro,
referencias incuestionables en la psicología clínica española. En segundo
lugar, trata un tema de los que más interés me han suscitado en los
últimos 2 o 3 años: las características y formas de trabajar de
los clínicos y su influencia en el proceso de psicoterapia. Tercero,
presenta una investigación en la que se han recogido datos de 350
psicólogos clínicos y PIRes del territorio nacional, entre los que
me incluyo, y que ha contado con la colaboración de dos asociaciones
de las que formo parte (ANPIR y SOPCA), además de la de AGAPIR. Por
último, se ofrece información sobre la orientación teórica de los
participantes, algo que comentaré al final de esta entrada.
En
resumen, el objetivo del trabajo fue validar en población española
un instrumento de larga trayectoria en otros países, el EPT-C, que
permite describir cuál es el estilo terapéutico de los psicólogos
clínicos. Aquí ya he escrito varias veces que existen diferencias
importantes entre profesionales a la hora de hacer su trabajo, aún
compartiendo el mismo método o marco teórico; diferencias que
pueden influir significativamente en que la terapia termine
resultando un éxito o fracaso y que van más allá de meras
competencias técnicas; ciertas características de personalidad
juegan también un papel importante. El EPT-C evalúa 5 tipos de
funciones: instruccional (¿cómo de rígido o flexible soy
como terapeuta?), expresiva (¿soy más bien distante o cálido,
focalizado en el trabajo con las emociones?), involucración
(¿hasta qué punto me llevo el trabajo a casa o soy capaz de
desconectar?), atencional (¿en qué centro mi atención
durante las sesiones?) y operación (¿trabajo de forma muy
estructurada o más bien espontánea?). Se ha visto que el signo de
estas funciones se modifica con la experiencia. Por ejemplo, los
clínicos con más años de ejercicio suelen tener un estilo más
flexible, espontáneo y con una actitud atencional más amplia.
También se han asociado ciertos estilos con el tipo de modelo
teórico de referencia del profesional.
Como
muestra la evidencia disponible, para que una terapia sea eficaz hay
que considerar una serie de variables de cada persona atendida que
tienen un peso específico en su desarrollo. El clínico deberá
identificar las preferencias, la motivación para el cambio, el
estilo de afrontamiento y otras variables interaccionales y de
personalidad de los consultantes y adaptar la intervención a las
mismas; esto incluye también su estilo, algo que no tiene porque ser
estático e inmodificable, si no que lo ideal es que pueda ser lo
suficientemente flexible (sin perder coherencia y rigor) como para
responder de forma precisa a las necesidades de cada caso. Es por
esto que, como se señalan en el artículo, “el EPT-C se revela
como un instrumento de evaluación que puede ser de mucha utilidad
en la personalización de la formación y supervisión de futuros
psicólogos clínicos”.
Desde
aquí animo a todos los practicantes de la psicoterapia a cubrir el
cuestionario y corregirlo; puede ser una buena manera de reflexionar
sobre la forma de trabajar propia (la versión española del EPT-C
está incluída en el artículo). En mi caso me encontré con
resultados que apuntan a un término medio en las cinco funciones, lo
que al principio me resultó chocante y que alguien en Twitter
redefinió de forma positiva como tener un estilo “equilibrado”. Esto encaja con mis esfuerzos por adaptarme lo mejor posible a cada caso y
no ceñirme a una actitud similar siempre. Claro que una cosa es mi
propia auto-evaluación y otra muy distinta lo que opinaría una
persona experta que pudiera observar mi trabajo y valorar mi estilo
de una forma “más objetiva”.
En
este trabajo también se recogieron otras variables, entre las que se
encuentran las mostradas en la siguiente tabla.
Como
se ve, la gran mayoría de clínicos y residentes dicen trabajar
desde una orientación integradora, lo cual me alegra mucho. Los
mayores expertos internacionales en psicoterapia insisten en que ese
debe ser el camino a seguir si uno quiere ser un profesional eficaz.
Nótese que la experiencia media de los encuestados se sitúa cerca
de los 10 años, un tiempo nada despreciable. No se trata de
personas, por lo tanto, alejadas de la realidad clínica diaria. Tal
y como señalan los autores, “que la integración sea la norma
entre los clínicos españoles no debería resultar llamativo. En
nuestro contexto, el ejercicio de la Psicología Clínica exige
dominar multiplicidad de ámbitos de actuación, donde las
características de los pacientes implican la totalidad del espectro
de gravedad representando una situación que, no es aventurado
señalar, empuja a nuestros clínicos a ser flexibles, prácticos y
creativos”.
En
más de una ocasión he leído críticas (informales) a la
integración en psicoterapia, probablemente realizadas desde el
desconocimiento o asociadas a una idealización extrema del propio
modelo de referencia. Integrar no es hacer las cosas de forma
intuitiva, sin una base teórica y/o empírica. De hecho, yo lo tengo
claro: o integramos o nos desintegramos (y el perjudicado va a ser el
consultante).
Para concluir, a modo de corolario, aquí van dos consejos no solicitados (el spam de la vida, como dejó escrito alguien): conoce tu estilo personal (así podrás afinarlo para poder ser más preciso en tu trabajo) e integra (con cabeza).