martes, 25 de febrero de 2020

Estilo personal del terapeuta (y una breve nota sobre integración en psicoterapia)

Casi un mes después de mi última entrada, aquí estoy de nuevo tratando de retomar el blog. Los últimos meses he estado demasiado atareado como para poder sentarme, escribir y publicar aquí. Durante una temporada estuve trabajando 10 horas al día en consulta (7 en centro de salud mental infanto-juvenil público y 3 en mi consulta privada), más todas esas cosas que se hacen fuera de horario y que normalmente no se tienen en cuenta, pero que tienen su importancia (formación, preparación y reflexión sobre los casos, lectura, gestiones varias…), sin olvidar la vida personal (que, modificando aquello que dicen en mi tierra sobre las meigas, “eu no creo nela, pero habela, haila”). Espero poder retomar esto con ganas a partir de ahora, aunque lo cierto es que el resto del año me espera todavía mucho más trabajo.

Y que he estado haciendo muchas cosas y no escurriendo el bulto, lo demuestran documentos gráficos como el siguiente:



Como había anunciado, el pasado 14 de febrero estuve en una jornada sobre psicoterapia celebrada en la facultad de Psicología de Oviedo, de la que han dado cuenta en Infocop (a quienes les he cogido prestada la foto).

Tenía ya ganas de escribir para comentar un par de cosas que me ha sugerido un artículo recientemente publicado, escrito por Javier Prado y colaboradores: La persona del terapeuta: Validación española del Cuestionario de Evaluación del Estilo Personal del Terapeuta (EPT-C). Varios son los motivos que me llevan a citarlo. El primero es que está escrito por profesionales a los que respeto y admiro, referencias incuestionables en la psicología clínica española. En segundo lugar, trata un tema de los que más interés me han suscitado en los últimos 2 o 3 años: las características y formas de trabajar de los clínicos y su influencia en el proceso de psicoterapia. Tercero, presenta una investigación en la que se han recogido datos de 350 psicólogos clínicos y PIRes del territorio nacional, entre los que me incluyo, y que ha contado con la colaboración de dos asociaciones de las que formo parte (ANPIR y SOPCA), además de la de AGAPIR. Por último, se ofrece información sobre la orientación teórica de los participantes, algo que comentaré al final de esta entrada.

En resumen, el objetivo del trabajo fue validar en población española un instrumento de larga trayectoria en otros países, el EPT-C, que permite describir cuál es el estilo terapéutico de los psicólogos clínicos. Aquí ya he escrito varias veces que existen diferencias importantes entre profesionales a la hora de hacer su trabajo, aún compartiendo el mismo método o marco teórico; diferencias que pueden influir significativamente en que la terapia termine resultando un éxito o fracaso y que van más allá de meras competencias técnicas; ciertas características de personalidad juegan también un papel importante. El EPT-C evalúa 5 tipos de funciones: instruccional (¿cómo de rígido o flexible soy como terapeuta?), expresiva (¿soy más bien distante o cálido, focalizado en el trabajo con las emociones?), involucración (¿hasta qué punto me llevo el trabajo a casa o soy capaz de desconectar?), atencional (¿en qué centro mi atención durante las sesiones?) y operación (¿trabajo de forma muy estructurada o más bien espontánea?). Se ha visto que el signo de estas funciones se modifica con la experiencia. Por ejemplo, los clínicos con más años de ejercicio suelen tener un estilo más flexible, espontáneo y con una actitud atencional más amplia. También se han asociado ciertos estilos con el tipo de modelo teórico de referencia del profesional.

Como muestra la evidencia disponible, para que una terapia sea eficaz hay que considerar una serie de variables de cada persona atendida que tienen un peso específico en su desarrollo. El clínico deberá identificar las preferencias, la motivación para el cambio, el estilo de afrontamiento y otras variables interaccionales y de personalidad de los consultantes y adaptar la intervención a las mismas; esto incluye también su estilo, algo que no tiene porque ser estático e inmodificable, si no que lo ideal es que pueda ser lo suficientemente flexible (sin perder coherencia y rigor) como para responder de forma precisa a las necesidades de cada caso. Es por esto que, como se señalan en el artículo, “el EPT-C se revela como un instrumento de evaluación que puede ser de mucha utilidad en la personalización de la formación y supervisión de futuros psicólogos clínicos”.

Desde aquí animo a todos los practicantes de la psicoterapia a cubrir el cuestionario y corregirlo; puede ser una buena manera de reflexionar sobre la forma de trabajar propia (la versión española del EPT-C está incluída en el artículo). En mi caso me encontré con resultados que apuntan a un término medio en las cinco funciones, lo que al principio me resultó chocante y que alguien en Twitter redefinió de forma positiva como tener un estilo “equilibrado”. Esto encaja con mis esfuerzos por adaptarme lo mejor posible a cada caso y no ceñirme a una actitud similar siempre. Claro que una cosa es mi propia auto-evaluación y otra muy distinta lo que opinaría una persona experta que pudiera observar mi trabajo y valorar mi estilo de una forma “más objetiva”.

En este trabajo también se recogieron otras variables, entre las que se encuentran las mostradas en la siguiente tabla.

 

Como se ve, la gran mayoría de clínicos y residentes dicen trabajar desde una orientación integradora, lo cual me alegra mucho. Los mayores expertos internacionales en psicoterapia insisten en que ese debe ser el camino a seguir si uno quiere ser un profesional eficaz. Nótese que la experiencia media de los encuestados se sitúa cerca de los 10 años, un tiempo nada despreciable. No se trata de personas, por lo tanto, alejadas de la realidad clínica diaria. Tal y como señalan los autores, “que la integración sea la norma entre los clínicos españoles no debería resultar llamativo. En nuestro contexto, el ejercicio de la Psicología Clínica exige dominar multiplicidad de ámbitos de actuación, donde las características de los pacientes implican la totalidad del espectro de gravedad representando una situación que, no es aventurado señalar, empuja a nuestros clínicos a ser flexibles, prácticos y creativos”.

En más de una ocasión he leído críticas (informales) a la integración en psicoterapia, probablemente realizadas desde el desconocimiento o asociadas a una idealización extrema del propio modelo de referencia. Integrar no es hacer las cosas de forma intuitiva, sin una base teórica y/o empírica. De hecho, yo lo tengo claro: o integramos o nos desintegramos (y el perjudicado va a ser el consultante).

Para concluir, a modo de corolario, aquí van dos consejos no solicitados (el spam de la vida, como dejó escrito alguien): conoce tu estilo personal (así podrás afinarlo para poder ser más preciso en tu trabajo) e integra (con cabeza).