domingo, 24 de abril de 2016

El principal factor terapéutico: el cliente.

Llevo unos días reflexionando sobre una cuestión interesante, reforzada por la lectura de un artículo escrito por Alberto Rodríguez-Morejón: el papel fundamental de los recursos de los clientes / pacientes en los resultados de la terapia psicológica.

Ya expliqué en otra ocasión que los resultados de la psicoterapia sepueden atribuir a diversos factores como, por ejemplo, los elementos comunes a los diferentes modelos de terapia psicológica, principalmente la alianza terapéutica. Rodríguez-Morejón cita los estudios de Wampold que cifran la influencia del tipo de modelo seguido en solo un 1%. Es decir, cuando una persona alcanza sus objetivos tras unas sesiones de psicoterapia (por ejemplo, recuperarse de un estado depresivo), si hacemos una separación de los diferentes factores que han contribuido a tal resultado y la importancia que han tenido cada uno de ellos en el mismo, veríamos que el modelo teórico que haya seguido la psicóloga clínica tendría muy poco que ver con que la terapia haya llegado a buen puerto. Esto no significa que se pueda trabajar sin un modelo o que valga cualquier cosa (siempre hay que basarse en modelos de largo recorrido y reconocida eficacia), si no que el mayor poder terapéutico reside en otros elementos. Uno de ellos, probablemente el principal, es la propia persona que acude a consulta.

Cuando yo empecé mi formación como residente de psicología clínica (y creo que lo que voy a contar es muy común en todos los que nos dedicamos a esto cuando damos nuestros primeros pasos profesionales) estaba más preocupado en utilizar la técnica más adecuada con cada caso que en otras cosas. Me costaba concebir la idea de terminar una consulta sin prescribir algún tipo de tarea para realizar entre sesiones, pensando que en dicha sugerencia descansaba la eficacia de la terapia. Nada más lejos de la realidad. Las técnicas concretas y algunos tratamientos estandarizados pueden ser muy útiles en determinados casos. Sin embargo, los mecanismos de cambio más importantes no residen en ellas.

Recuerdo uno de mis primeros casos en los que el motivo de consulta se resolvió en solo tres sesiones y en las que yo tenía la sensación de que no había aportado nada. A pesar de ello, el último día, la persona a la que atendí se mostró muy agradecida con mi trabajo, afirmando incluso lo siguiente: “mucho de esto te lo debo a ti”. Con el paso del tiempo, interpreté que lo que había hecho yo fue interesarme por sus experiencias, sin juzgarlas ni criticarlas, mostrándome lo más empático que pude. Hoy en día lo vuelvo a pensar y creo que hubo algo más: sin darme cuenta, mi papel consistió en confiar en su propia capacidad para resolver su problema, en potenciar los recursos que ya traía de casa, en lugar de ponerme en el papel de experto y señalarle la dirección a seguir que yo podría haber extraído de alguno de mis libros de referencia.

Poco a poco, me he ido volviendo menos “prescriptor” y más “confiado”. Confiado en la disposición de la gente a hacer los cambios necesarios para lograr los objetivos que se proponen. Ahora escucho más las ideas que tienen las personas acerca de cómo resolver sus problemas y dejo a un lado los manuales. No dejo de sorprenderme de cómo, cuando una situación parece atascada, los clientes acaban haciendo uso de recursos que les ayudan a seguir adelante. Y si alguna de esas capacidades extraordinarias de las personas para ser los protagonistas de la solución de sus conflictos requieren del apoyo de alguna técnica específica, no dudo en proponerla y adaptarla a las características y preferencias de cada una con tal fin.

Las investigaciones son claras al respecto: la persona que consulta es el principal factor de cambio. Por lo tanto, parece mucho más inteligente y terapéutico seguirla a ella en su proceso que hacerlo al revés. Esto es así hasta tal punto que en ocasiones me he llegado a preguntar si los psicólogos clínicos hacemos falta. ¿Somos útiles?




A pesar de las dudas, cada vez tengo más clara la respuesta a la pregunta anterior: si, lo somos. La mayoría de las personas consigue resolver sus problemas sin ayuda de un profesional de salud mental. El ciclo vital de un ser humano está lleno de momentos difíciles, de crisis, conflictos, transiciones, etc. Sin embargo, esto no impide el normal desarrollo de las personas, lo cual ya de por si es indicativo del potencial humano para salir adelante, incluso en circunstancias muy adversas. En ocasiones, se producen momentos de “atasco”, en los que cuesta algo más deshacerse de un determinado problema o alcanzar ciertos objetivos. Sin querer y con la mejor de las intenciones, lo que hacemos para salir de tal estancamiento no funciona o incluso agrava la situación, o quizás el entorno dificulta el encontrar una salida adecuada. De esta forma, el problema se va hinchando, hasta tal punto que apenas nos deja ver que hay otras cosas ocultas detrás de él: nuestros propios recursos.

Es aquí cuando el psicólogo clínico resulta de utilidad. Se requiere una serie de habilidades para llevar a cabo una conversación con la persona que pide ayuda de tal manera que se obtengan resultados terapéuticos. Cuando alguien está enmarañado en su problema o en sus síntomas, ayudar a recuperar y desarrollar la potencialidad para encontrar una solución es una tarea importante que no se puede hacer de cualquier forma. Hacen falta grandes dosis de comprensión empática, de reestructuración, de búsqueda de esos recursos olvidados o eclipsados, combinadas con un profundo respeto a la autonomía y a la capacidad de decisión de cada persona. Y esto requiere una formación especializada, siempre sin perder de vista quién es el verdadero héroe (como dirían Duncan y Miller) de esta historia.

A la consulta las personas llegan con una narrativa, una historia de si mismos en la que se ven desbordados por un problema que no consiguen solucionar. Es un relato, una forma de verse y experimentarse, pero no significa que esta sea necesariamente la realidad. Muchas veces, el trabajo terapéutico consiste en construir, junto con la persona interesada, una nueva historia donde también tienen cabida las ideas y recursos de aquella. Cuando dejamos que el consultante vuelva a ser el protagonista y deje de ser un personaje secundario al que le pasan cosas, los cambios comienzan a aparecer.

Las técnicas y los modelos de terapia son importantes, no debemos desecharlos, por muy pequeña que sea su influencia en los resultados. Cualquier factor que aumente las posibilidades de ayudar a las personas debe ser bienvenido. Pero tampoco debemos adoptarlos de forma rígida, idealizarlos y mucho menos privilegiarlos. Por muy eficaces que hayan mostrado ser, de nada van a servirnos si no contamos con el principal protagonista del cambio: el cliente, el paciente, la persona que sufre.

Hoy en día no conozco mejor herramienta terapéutica que confiar en la propia capacidad de las personas de encontrar sus propias soluciones, creando el contexto adecuado para que esto pueda suceder. Esta es, sin duda, mi técnica favorita y la más eficaz en mi trabajo.

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