Llevo
unos días reflexionando sobre una cuestión interesante, reforzada
por la lectura de un artículo escrito por Alberto Rodríguez-Morejón: el papel fundamental de los recursos de los clientes /
pacientes en los resultados de la terapia psicológica.
Ya
expliqué en otra ocasión que los resultados de la psicoterapia sepueden atribuir a diversos factores como, por ejemplo, los elementos
comunes a los diferentes modelos de terapia psicológica,
principalmente la alianza terapéutica. Rodríguez-Morejón cita los
estudios de Wampold que cifran la influencia del tipo de modelo
seguido en solo un 1%. Es decir, cuando una persona alcanza sus
objetivos tras unas sesiones de psicoterapia (por ejemplo,
recuperarse de un estado depresivo), si hacemos una separación de
los diferentes factores que han contribuido a tal resultado y la
importancia que han tenido cada uno de ellos en el mismo, veríamos
que el modelo teórico que haya seguido la psicóloga clínica
tendría muy poco que ver con que la terapia haya llegado a buen
puerto. Esto no significa que se pueda trabajar sin un modelo o que
valga cualquier cosa (siempre hay que basarse en modelos de largo
recorrido y reconocida eficacia), si no que el mayor poder
terapéutico reside en otros elementos. Uno de ellos, probablemente
el principal, es la propia persona que acude a consulta.
Cuando
yo empecé mi formación como residente de psicología clínica (y
creo que lo que voy a contar es muy común en todos los que nos
dedicamos a esto cuando damos nuestros primeros pasos profesionales)
estaba más preocupado en utilizar la técnica más adecuada con cada
caso que en otras cosas. Me costaba concebir la idea de terminar una
consulta sin prescribir algún tipo de tarea para realizar entre
sesiones, pensando que en dicha sugerencia descansaba la eficacia de
la terapia. Nada más lejos de la realidad. Las técnicas concretas y
algunos tratamientos estandarizados pueden ser muy útiles en
determinados casos. Sin embargo, los mecanismos de cambio más
importantes no residen en ellas.
Recuerdo
uno de mis primeros casos en los que el motivo de consulta se
resolvió en solo tres sesiones y en las que yo tenía la sensación
de que no había aportado nada. A pesar de ello, el último día, la
persona a la que atendí se mostró muy agradecida con mi trabajo,
afirmando incluso lo siguiente: “mucho de esto te lo debo a ti”.
Con el paso del tiempo, interpreté que lo que había hecho yo fue
interesarme por sus experiencias, sin juzgarlas ni criticarlas,
mostrándome lo más empático que pude. Hoy en día lo vuelvo a
pensar y creo que hubo algo más: sin darme cuenta, mi papel
consistió en confiar en su propia capacidad para resolver su
problema, en potenciar los recursos que ya traía de casa, en lugar
de ponerme en el papel de experto y señalarle la dirección a seguir
que yo podría haber extraído de alguno de mis libros de referencia.
Poco
a poco, me he ido volviendo menos “prescriptor” y más
“confiado”. Confiado en la disposición de la gente a hacer los
cambios necesarios para lograr los objetivos que se proponen. Ahora
escucho más las ideas que tienen las personas acerca de cómo
resolver sus problemas y dejo a un lado los manuales. No dejo de
sorprenderme de cómo, cuando una situación parece atascada, los
clientes acaban haciendo uso de recursos que les ayudan a seguir
adelante. Y si alguna de esas capacidades extraordinarias de las
personas para ser los protagonistas de la solución de sus conflictos
requieren del apoyo de alguna técnica específica, no dudo en
proponerla y adaptarla a las características y preferencias de cada
una con tal fin.
Las
investigaciones son claras al respecto: la persona que consulta es el
principal factor de cambio. Por lo tanto, parece mucho más
inteligente y terapéutico seguirla a ella en su proceso que hacerlo
al revés. Esto es así hasta tal punto que en ocasiones me he
llegado a preguntar si los psicólogos clínicos hacemos falta.
¿Somos útiles?
A
pesar de las dudas, cada vez tengo más clara la respuesta a la
pregunta anterior: si, lo somos. La mayoría de las personas consigue
resolver sus problemas sin ayuda de un profesional de salud mental.
El ciclo vital de un ser humano está lleno de momentos difíciles,
de crisis, conflictos, transiciones, etc. Sin embargo, esto no impide
el normal desarrollo de las personas, lo cual ya de por si es
indicativo del potencial humano para salir adelante, incluso en
circunstancias muy adversas. En ocasiones, se producen momentos de
“atasco”, en los que cuesta algo más deshacerse de un
determinado problema o alcanzar ciertos objetivos. Sin querer y con
la mejor de las intenciones, lo que hacemos para salir de tal
estancamiento no funciona o incluso agrava la situación, o quizás
el entorno dificulta el encontrar una salida adecuada. De esta forma,
el problema se va hinchando, hasta tal punto que apenas nos deja ver
que hay otras cosas ocultas detrás de él: nuestros propios
recursos.
Es
aquí cuando el psicólogo clínico resulta de utilidad. Se requiere
una serie de habilidades para llevar a cabo una conversación con la
persona que pide ayuda de tal manera que se obtengan resultados
terapéuticos. Cuando alguien está enmarañado en su problema o en
sus síntomas, ayudar a recuperar y desarrollar la potencialidad para
encontrar una solución es una tarea importante que no se puede hacer
de cualquier forma. Hacen falta grandes dosis de comprensión
empática, de reestructuración, de búsqueda de esos recursos
olvidados o eclipsados, combinadas con un profundo respeto a la
autonomía y a la capacidad de decisión de cada persona. Y esto
requiere una formación especializada, siempre sin perder de vista
quién es el verdadero héroe (como dirían Duncan y Miller) de esta
historia.
A
la consulta las personas llegan con una narrativa, una historia de si
mismos en la que se ven desbordados por un problema que no consiguen
solucionar. Es un relato, una forma de verse y experimentarse, pero
no significa que esta sea necesariamente la realidad. Muchas veces,
el trabajo terapéutico consiste en construir, junto con la persona
interesada, una nueva historia donde también tienen cabida las ideas
y recursos de aquella. Cuando dejamos que el consultante vuelva a ser
el protagonista y deje de ser un personaje secundario al que le pasan
cosas, los cambios comienzan a aparecer.
Las
técnicas y los modelos de terapia son importantes, no debemos
desecharlos, por muy pequeña que sea su influencia en los
resultados. Cualquier factor que aumente las posibilidades de ayudar
a las personas debe ser bienvenido. Pero tampoco debemos adoptarlos
de forma rígida, idealizarlos y mucho menos privilegiarlos. Por muy
eficaces que hayan mostrado ser, de nada van a servirnos si no
contamos con el principal protagonista del cambio: el cliente, el
paciente, la persona que sufre.
Hoy
en día no conozco mejor herramienta terapéutica que confiar en la
propia capacidad de las personas de encontrar sus propias soluciones,
creando el contexto adecuado para que esto pueda suceder. Esta es,
sin duda, mi técnica favorita y la más eficaz en mi trabajo.
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