Hace
unas semanas me encontré, en una conocida red social para
profesionales, con un comentario de una psicóloga que había sido
“recomendado” (el equivalente a darle a “me gusta”
en Facebook o al corazoncito en Twitter) por uno de mis contactos y
que decía lo siguiente:
“Los
psicólog@s no somos mag@s. Si
acudes a terapia y NO cumples con las pautas establecidas, NO
esperes que se cumplan tus objetivos”.
Cuando lees esta frase, ¿no te
produce incomodidad? ¿No percibes hostilidad? Porque yo si.
Imagínate ir a terapia y que la psicóloga te diga algo así. ¿Crees
que tendría un efecto terapéutico? ¿Te haría cambiar algo?
No sé si esta persona en
concreto dirá cosas similares en su consulta (¡espero que no!),
pero más allá de las palabras usadas lo importante aquí son las
actitudes implícitas en ellas. Primero, la aparente ira ante la
falta de cumplimiento de las pautas indicadas por la profesional.
Segundo, la responsabilidad depositada en las pautas “establecidas”
como la llave del éxito en psicoterapia. Tercero, la falta de
empatía y de interés por conocer qué puede haber pasado para que
la persona no haya hecho lo que se le indicó. Da la sensación de
que se está riñendo a alguien y haciéndolo único responsable del
fracaso de la terapia. Es decir, falta un poco de auto-crítica.
Aunque lo que realmente me ha
dejado preocupado es el hecho de que ese sencillo comentario tuviera
31 recomendaciones en el momento en el que lo vi. ¡Después nos
quejamos de “lo mal que se trata a los psicólogos”! Si tratamos
mal a la gente, ¿cómo van a querer volver a la siguiente sesión?
Si alguien no sigue “pautas establecidas” lo más probable no es
que la persona no quiera cambiar o espere que el psicólogo haga
magia, si no que no estamos adaptando la intervención a sus
necesidades, características, estado motivacional, etc.
Que conste que ninguno estamos
libre de cometer errores. Actitudes similares o peores las he podido
ver más veces de las que me gustaría en otros profesionales a lo
largo de mi formación y práctica profesional. ¡Seguro que yo
también he metido la pata más de una vez!
Quizás haya quien piense que
estas cosas no tienen importancia y que el tratamiento y las técnicas son
las que son y no van a funcionar peor según la actitud que tengamos.
Afortunadamente, la evidencia demuestra que no es así. John Norcross y Bruce Wampold han revisado la investigación disponible sobre
ciertas actitudes de los psicoterapeutas que, de producirse, no solo
no son útiles para que la terapia funcione, si no que incluso se
relacionan con resultados negativos (pueden hacer que la cosa
empeore).
He aquí seis principios que aumentan drásticamente las posibilidades de fracasar como psicólogo:
1.- Confrontaciones
“Si, si, dices que la
terapia no funciona, pero no has hecho nada de lo que te dije”.
Puede
quedar muy bonito escribir en una historia clínica algo como “lo
confronto con la realidad”,
pero lo cierto es que las pruebas dicen que esto no sirve de nada. La
confrontación era una de las técnicas principales del tratamiento
grupal clásico del alcoholismo. Ya hace décadas que Miller y
Rollnick mostraron lo ineficaz de este tipo de intervención y la
idoneidad de utilizar otro tipo de enfoques como el aportado por la
Entrevista Motivacional.
Si
no queda más remedio que confrontar, no está de más aprender a
hacerlo de forma empática y respetuosa, para lo cual el libro “La Comunicación Terapéutica” de Paul Wachtel puede resultar una
estupenda guía.
2.- Procesos negativos
“¡Pues
claro que estás mal! ¡No haces más que quejarte!”.
“¿No
te das cuenta que te preocupas por tonterías? ¡Deja de pensar
así!”.
En
este apartado se incluyen comentarios y conductas hostiles, críticas,
peyorativas, rechazantes o culpabilizadoras.
No siempre se trata de comentarios claramente negativos. Se
puede culpabilizar a la gente de formas muy sutiles (y creativas): “es
un paciente difícil”,
“tiene un trastorno de
muy mal pronóstico”,
“tiene muchas
resistencias”. Habría
que plantearse si no estamos nosotros poniéndoselo “difícil”
o forzando sus "resistencias".
3.- Suposiciones
“La alianza terapéutica
con mi paciente es sólida. No, no he utilizado ninguna escala ni le
he preguntado, pero está claro que es así”.
Aunque no haya malas intenciones
detrás, es un hecho que somos muy poco precisos valorando la calidad
del vínculo terapéutico y otros procesos que suceden durante el
tratamiento. Como ya expliqué en otra entrada, tenemos un sesgo
profesional que nos hace pensar que las cosas van mucho mejor de lo
que la realidad muestra. Por eso es más aconsejable preguntar o
utilizar alguna escala que nos permita cuidar la relación
terapéutica.
4.- Terapeuta-centrismo
“No,
todavía no estás bien, no te voy a dar el alta”.
Aquí
es aplicable lo dicho en el punto anterior. La percepción del
consultante acerca del desarrollo de la psicoterapia está más
relacionada con los resultados que la percepción del terapeuta. De ahí la importancia de privilegiar su voz durante el tratamiento. Y en
caso de desacuerdo importante, es mejor adoptar una actitud
colaboradora y expresar nuestras preocupaciones sobre su salud de
forma empática y humilde.
5.- Rigidez
“Nos
viene un paciente a la consulta, con un trastorno
obsesivo-compulsivo, por ejemplo. Nosotros le explicamos cuáles son
las técnicas para su problema y si nos dice que no quiere hacer nada
de eso, le decimos que se marche, ¡que tenemos mucha gente esperando
para entrar en la consulta”.
Lo
más escalofriante del comentario anterior es que es verídico: lo
escuché a un profesional que daba un seminario sobre tratamientos
psicológicos. Especímenes de este tipo se van extinguiendo poco a poco, por fortuna. Estructurar excesivamente una terapia o
ceñirse de forma dogmática a un método concreto puede ser el camino más
rápido hacia un mal final, especialmente si las características de
la persona que tienes delante y sus circunstancias son incompatibles
con el enfoque.
6.- Lecho de Procusto
La leyenda de Procusto cuenta la
historia de un posadero que hacía lo necesario para que los
huéspedes encajaran en la cama que tenía para ellos: si sobresalía
algún miembro, se lo cortaba; si era demasiado corto, lo estiraba.
Muchos clínicos llevan años indicando que utilizar un único método
y estilo terapéutico para todo el mundo no es válido. Es necesario
adaptarse a las particularidades de cada caso, buscando la manera de
encajar la terapia de forma harmoniosa. En todo caso,
quizás los que tengamos que cortar o alargar las partes de nuestro
cuerpo (teórico y metodológico) somos nosotros.
Si eres consultante y observas
este tipo de actitudes en tu psicóloga te recomiendo que lo hables
abiertamente con ella. En el mejor de los casos, si tiene la pericia
suficiente, podreis llevar a cabo un proceso de “reparación de
rupturas en la alianza”, un cambio en la terapia que está
asociado a mejores resultados. Y si no hay manera de cambiar la
situación, será mejor que valores la posibilidad de buscar otro
profesional.