miércoles, 23 de noviembre de 2016

Un vistazo a "Prescriptive Psychotherapy"

Mi última lectura, hasta la fecha, sobre psicoterapia ha sido “Prescritpive Psychotherapy. A practical guide to systematic treatment selection”, publicado por Oxford University Press en el año 2000, y cuyos autores son Larry Beutler y Mark Harwood.


Beutler es un psicólogo clínico norteamericano que actualmente dirige el Centro Nacional de la Psicología del Terrorismo en Palo Alto (California). Es principalmente conocido por el enfoque expuesto en el libro mencionado. El año pasado, con motivo de su presencia en el Congreso de Psicología Clínica, se le realizó una interesante entrevista que puede consultarse online en pinchando aquí. Por su parte, Harwood es también psicólogo y cuenta con una amplia experiencia en el campo de la psicoterapia, si bien es menos conocido que el primer autor.

En líneas generales, Beutler y Harwood proponen un método de psicoterapia que tiene en cuenta ciertas características de los clientes, que han demostrado estar correlacionadas con los resultados de las intervenciones. No se trata de un nuevo paradigma de terapia ni de una propuesta meramente teórica, si no de un procedimiento basado en datos empíricos que pueden ayudar a sistematizar la selección de las técnicas, procedimientos y tipos de tratamiento que mejor encajen con cada persona que solicita ayuda profesional.

Es un libro muy interesante y práctico, sencillo de leer y que va directo al grano. Una obra a tener en cuenta por cualquier profesional de la psicología clínica y que, por desgracia y de forma inexplicable, no está traducido al castellano, a pesar de que el enfoque de Beutler goza de mucha fama. Es curioso que en este país se sigan traduciendo y publicando libros de técnicas específicas de todo tipo pero no se haga lo mismo con trabajos que tratan de aspectos más generales e importantes de cara a los resultados de la terapia (factores comunes y de relación terapéutica, por ejemplo). En cualquier caso, el libro se puede leer fácilmente sin necesidad de poseer un nivel de inglés muy avanzado.

La obra se divide en dos partes. La primera, a modo de introducción, presenta el modelo de la “psicoterapia prescriptiva” y sus fundamentos. La segunda se mete de lleno en los principios y estrategias del tratamiento.

Aunque se observa una clara preferencia, a lo largo de las páginas, por técnicas cognitivo-conductuales y experienciales/humanistas, los autores muestran un gran respeto por todos los modelos de psicoterapia, resaltando que no existen diferencias significativas entre unos y otros en cuanto a efectividad y que, desde hace décadas, la tendencia de los profesionales es mayoritariamente hacia el eclecticismo. Indican que la investigación ha mostrado que la selección de un tratamiento en función de un diagnóstico específico no es un método adecuado para obtener los mejores resultados. La variabilidad entre las personas que son diagnosticadas de una misma manera es muy amplia y el uso de un manual estructurado no permite la flexibilidad necesaria para tratar con los problemas humanos. Su propuesta es evaluar una serie de factores que se pueden observar en cualquier persona y adaptar el tratamiento en consecuencia.

Los principios fundamentales de la psicoterapia prescriptiva son los siguientes:
    • El cambio terapéutico es mayor cuando el terapeuta es hábil, proporciona confianza, aceptación, validación, colaboración y respeto por el cliente y lo hace un un entorno que protege de los riesgos y proporciona máxima seguridad.

    • El riesgo y la conservación se optimizan si se informa de manera realista al paciente acerca de la duración y eficacia probables del tratamiento y se ofrece una explicación clara de los roles y actividades que se esperan de él o ella durante el curso del tratamiento.

    • Se obtiene beneficios cuando hay una correspondencia entre la intensidad del tratamiento y el nivel de discapacidad funcional.

    • El cambio terapéutico es más probable cuando el paciente es expuesto a objetos o metas en los que existe evitación conductual o emocional.

    • El cambio terapéutico es mayor cuando el balance relativo de intervenciones favorece el uso de procedimientos de entrenamiento de habilidades y la eliminación de síntomas en pacientes externalizadores o el uso de insight y procedimientos centrados en las relaciones en pacientes internalizadores.

    • El cambio terapéutico es más probable si el foco inicial de cambio se centra en desarrollar nuevas habilidades e interrumpir síntomas disruptivos.

    • El cambio terapéutico es más probable cuando los procedimientos terapéuticos no evocan resistencia en el paciente.

    • El cambio es mayor cuando la directividad de las intervenciones está inversamente relacionada con el nivel de resistencia del paciente o cuando se prescribe de forma autoritaria la continuación de la conducta sintomática.

    • La probabilidad del cambio es mayor cuando el nivel de estrés emocional del paciente es moderado.

    • El cambio es mayor cuando se estimula la activación emocional de un paciente, en un entorno seguro, hasta que la respuesta problemática se reduce o desaparece.

Se indica que un terapeuta eficaz debe tener una serie de características, tales como una actitud de respeto, empatía y calidez, conocimientos de los principios que guían el cambio clínico, habilidades técnicas, creatividad o la capacidad para implementar las intervenciones en los momentos adecuados.

Para seleccionar el mejor tratamiento para cada paciente se centran en la evaluación de los siguientes factores: nivel de discapacidad funcional, estilo de afrontamiento del estrés, nivel de resistencia de la consultante y nivel de angustia. Con el fin de valorar estas características, proponen una serie de instrumentos de medida, especialmente destinados a terapeutas principiantes y en formación, señalando que pueden no ser necesarios para el psicoterapeuta experimentado.

Por lo tanto, además de establecer una sólida relación terapéutica (requisito indispensable para que cualquier tipo de tratamiento psicológico pueda ser eficaz), debemos conocer:

  • El nivel de discapacidad funcional o gravedad del caso: si la situación es muy grave, la intensidad del tratamiento debe ser mayor. Esto se puede lograr, por ejemplo, aumentando la frecuencia y número de sesiones, incrementando la duración de la terapia o seleccionando un entorno de tratamiento determinado.

  • El estilo de afrontamiento: aquí hay que hacer una diferencia entre aquellas personas consideradas externalizadoras (centradas en síntomas y conductas externas, con tendencia a depositar la responsabilidad en los demás) y las internalizadoras (se centran en sus propio mundo interior, con tendencia a la auto crítica y a la responsabilización excesiva). Si predominan signos y conductas del estilo externalizador, el foco de la intervención se centra en cambiar los síntomas conductuales; si, por el contrario, predomina el estilo internalizador, el foco se dirige a la toma de conciencia de los eventos mentales (pensamientos, emociones) relacionados con el problema.

  • El nivel de resistencia: algunas personas tienen mayor necesidad de control y poder en las relaciones, siendo renuentes a seguir las indicaciones del profesional, mientras que otras son más propensas en seguir instrucciones. Podemos decir que las primeras tienen un nivel de resistencia alto y las intervenciones adecuadas para este tipo de casos deben ser indirectas o, en casos de resistencia muy alta, incluso paradójicas. El segundo tipo de personas muestra un nivel de resistencia bajo y se benefician de un estilo terapéutico más directivo.

  • El nivel de angustia: en este caso se trata de conseguir que la persona tengan un nivel de activación emocional moderado, ni muy alto (esto interferiría con la concentración y el logro de objetivos) ni muy bajo (no existiría la suficiente motivación para el cambio). Las intervenciones irán dirigidas, entonces, a disminuir el nivel de angustia (en personas con alta activación) o a aumentar la activación y conciencia (en personas con bajos niveles de angustia).

Para cada tipo de factor se proponen varias técnicas, tomadas de diferentes modelos teóricos y de tratamiento, pero a modo de sugerencia, dejando la elección del tipo de procedimiento concreto a seguir de la mano del profesional, al que se le da libertad para apoyarse en su propio paradigma, así como en las intervenciones por él dominadas, siempre y cuando se ciñan a los principios expuestos.

En definitiva, un libro que enfatiza la necesidad de llevar a cabo psicoterapias eficaces, pero a la vez flexibles, que se adapten a las características de los clientes, basado en la experiencia clínica y con un buen número de sugerencias que pueden ayudar a mejorar el desempeño profesional de cualquier psicólogo clínico interesado en la terapia.

domingo, 20 de noviembre de 2016

IX Congreso Internacional y XIV Nacional de Psicología Clínica

Este fin de semana asistí al IX Congreso Internacional y XIV Nacional de Psicología Clínica, organizado por la Asociación Española de Psicología Conductual y celebrado, en esta ocasión, en el Palacio de la Magdalena de Santander. El evento comenzó el jueves con los talleres pre-congreso y finalizó en la mañana del domingo con las últimas conferencias y simposios invitados.

Han sido muchas horas de ponencias, de comunicaciones orales y escritas, en las que se ha podido debatir sobre multitud de temas, desde cuestiones relacionadas con diferentes manifestaciones de la psicopatología hasta diferentes enfoques psicoterapéuticos. Equipos y profesionales de todos los puntos de la península, así como de Portugal y algunos otros lugares del mundo, se dieron cita en la capital de Cantabria para explicar su forma de trabajar, los resultados de sus investigaciones o viñetas extraídas de los casos clínicos con los que se encuentran en su práctica diaria.

El Palacio de la Madalena (Santander).

Mis expectativas con respecto a los congresos, jornadas y similares ha ido cambiado a lo largo de los años. Al principio uno, en su afán de aprender todo lo posible (una verdadera utopía, ya que en esta profesión el buen profesional siempre se queda con la sensación de que todavía no lo sabe todo) espera volver a casa con la mochila llena de aprendizajes. Después de dos o tres experiencias frustradas, te vas dando cuenta de que la adquisición de competencias sucede en otros lugares y empiezas a utilizar los congresos con otros fines: presentar ponencias y pósters, ampliar el curriculum, enterarte un poco de lo que se está haciendo en otros lugares y reencontrarte con antiguos compañeros y compañeras. Y al final, con esta actitud de no esperar recibir una lección que ilumine tu carrera profesional si no simplemente de estar allí, hablando de temas que te apasionan con otros colegas de profesión, paradójicamente uno acaba adquiriendo ciertos aprendizajes (aunque probablemente no aquellos que esperaba obtener) muy valiosos.

En mi opinión, compartida por muchas otras personas con las que hablé durante el congreso, el evento ha adolecido de algunos fallos importantes. Si bien la experiencia ha sido grata en cuanto a contenidos, quiero comentar algunos aspectos que se pueden mejorar. Por ejemplo, la cantidad de contenidos fue excesiva. Excepto en la conferencia de apertura, el resto de la comunicaciones se realizaron de forma simultánea. En ocasiones se programaron hasta 7 conferencias y simposios a lavez, por lo que no quedaba más remedio que elegir uno y perderte los otros 6. Esto resultaba especialmente problemático cuando se superponían varias ponencias que eran del interés del congresista. Otro problema se produjo con las salas en las que se llevaban a cabo las presentaciones. En muchas ocasiones no había asientos suficientes y algunas personas tenían que quedarse de pie o sentarse en el suelo. Teniendo en cuenta que la asistencia fue masiva, el comité organizador debería haber previsto este tipo de situaciones. Además, no se programaron pausas para descansar, ni siquiera a la hora de la comida. El congreso comenzaba a las 9 de la mañana y se extendía hasta las 19:30 sin ni siquiera 5 minutos de descanso. Además, aunque el Palacio de la Magdalena es un edificio situado en un lugar hermoso, está un poco lejos de núcleos urbanos en los que se puedan encontrar un sitio donde comer, por lo que entre el tiempo destinado a desplazarse hasta un restaurante, comer y volver al recinto, se perdían muchos minutos y, por consiguiente, alguna que otra ponencia. Por otro lado, los pósters científicos solo se exhibían durante hora y media, en una sala pequeña, poco iluminada y alejada del resto de espacios dedicados al congreso y a las mismas horas en que se estaban produciendo el resto de actividades. Quizás esta aceptación de contenidos (simposios y pósters) excesiva tenga algo que ver con el negocio que gira alrededor de la necesidad que tenemos los profesionales de la psicología clínica de hacer currículum, como ya expliqué en otra entrada de este blog. Faltó también la traducción simultánea de los trabajos expuestos en inglés y portugués. Esperemos que en la próxima edición del congreso, que se llevará a cabo el año que viene en Santiago de Compostela, se tengan en cuenta estos pequeños fallos y se corrijan.

En cuanto al contenido, hubo bastantes cosas interesantes. No pude disfrutar de algunas de ellas debido a los problemas mencionados anteriormente (solapamiento de sesiones, problemas de horario, etc.), pero si tuve la suerte de asistir a algunas ponencias muy enriquecedoras.

La conferencia de apertura, a cargo de Susan McDaniel, presidenta de la Asociación Americana de Psicología, trató de la importancia de la terapia familiar en atención primaria y de su experiencia en este ámbito. Una ponencia muy interesante y contada de forma muy amena.

Susan McDaniel, presidenta de la Asociación de Psicología Americana, durante la conferencia de apertura.

Desde Argentina, Héctor Fernández propuso la terapia cognitiva como un modelo abierto a la integración de aportaciones provenientes de otros paradigmas, en una construcción teórica en constante evolución.

Me gustó especialmente asistir al simposio coordinado por Derek Truscott, llegado desde Canadá, que junto con sus colegas norteamericanos expuso cuán importante es recoger el feedback de los clientes que acuden a psicoterapia, como una manera de mejorar los resultados de la misma. Fue una pena que acudiera tan poca gente (a penas unas 15 personas), quizás por la falta de traducción simultánea, porque los ponentes se mostraron muy apasionados y aportaron datos importantísimos sobre lo que hace que una terapeuta sea mejor en su trabajo. A mi me han dado un par de ideas con las que empezar a trabajar en mi práctica diaria, además de reforzar mi confianza en algunas de las cosas que ya estoy haciendo y de las que ellos hablaron.

El simposio coordinado por Derek Truscott acerca del feedback en psicoterapia.


El sábado los simposios a los que asistí estuvieron muy relacionados con la teoría del apego. Por ejemplo, la ponencia que proponía la “reconsideración de algunos diagnósticos clínicos desde una relación de apego alterada” o la sesión aplicada del profesor Javier Gómez dedicada a la terapia de pareja. Hubo también tiempo para explorar el duelo a lo largo del ciclo vital en un simposio presentado por un grupo de psicólogas clínicas con las que he tenido el placer de compartir muchos espacios durante todo el congreso.

El domingo terminamos aprendiendo algo de los “nuevos acercamientos a la intervención precoz en adolescentes” en un simposio coordinado por Carlos Mirapeix.

Por desgracia no pude asistir a muchas otras cosas interesantes que tenía ganas de oír, relacionadas con el trabajo con familias o con adolescentes “rebeldes”, la situación de la formación sanitaria especializada en psicología clínica y de la psicología sanitaria en general, el papel de los psicólogos en atención primaria o algunas aplicaciones de la terapias contextuales, por ejemplo. Ha sido muy agradable comprobar que muchas de las profesionales que protragonizaron estas sesiones eran personas con las que compartí tiempo de estudio y/o de trabajo en los últimos años (y que incluso hoy en día dedican parte de su valioso tiempo a leer este humilde blog).

Como siempre, lo mejor de todo ha sido el reencuentro con estas personas y el debate informal sobre el estado de la psicología clínica.

miércoles, 12 de octubre de 2016

De Mad in America para hispanohablantes al mito del origen biológico del sufrimiento humano



Creemos que la manera de entender el sufrimiento psíquico y las soluciones que se aportan en este momento no resuelven los problemas que nos afectan, se encuentran estrechamente vinculadas a mercados e instituciones cuya principal preocupación no es el bienestar de las personas y vulneran con demasiada frecuencia los derechos humanos. En este escenario, el sufrimiento psíquico y los diferentes modos de expresión emocional y de relación con el mundo son considerados enfermedades individuales que hay que curar, medicar, corregir y adaptar. Entendemos que el sufrimiento de la gente tiene que ver con sus vidas, con su biografía y con los espacios sociales, con el contexto que habitamos: el de la competitividad, el aislamiento y la creciente desigualdad.”

Este es uno de los párrafos que podemos leer en la sección “Sobre nosotras” de la nueva revista digital “Mad in America para el mundo hispanohablante”, una revista que, como se puede deducir del párrafo anterior, aboga por una comprensión de la psicopatología opuesta al paradigma biologicista, aquel que considera que los problemas de salud mental y el sufrimiento humano tienen su origen en alteraciones fisiológicas (exceso o falta de neurotransmisores en el organismo o lesiones en el sistema nervioso, por ejemplo). Frente a ese enfoque, son muchísimos los datos, obtenidos mediante amplias y variadas investigaciones, que demuestran que en nuestra salud mental influyen de manera determinante otro tipo de circunstancias relacionadas con factores psicosociales: desde las experiencias personales biográficas, pasando por problemas sociales, políticos o de desigualdad, hasta otro tipo de cuestiones cuyo origen no puede localizarse en una zona del cerebro o en una molécula determinada. Es decir, son las circunstancias de la vida y el contexto en el que estas tienen lugar las que juegan un papel fundamental en la aparición de los síntomas y problemas psicológicos.

La revista parte de “Mad in America”, publicación estadounidense nacida en el año 2003 “y que, con los años, se ha constituido en una comunidad virtual, lugar de encuentro para muchas de esas voces y conocimiento. Sus publicaciones han contribuido a abrir debates, difundir saberes y experiencias, así como a reunir a una extensa red de personas y grupos que comparten una visión crítica sobre el escenario de la salud mental en el mundo.” La edición americana promulga una reconstrucción de la psiquiatría (y de la psicología clínica, añadiría yo) por medio de dos vías de actuación: la publicación de la revista digital, en la que se difunden artículos, nuevas investigaciones y debates acerca del objetivo de dicha reconstrucción, por un lado, y el desarrollo de cursos en los que se explican modelos alternativos de atención a los problemas psicológicos, basados más en el tratamiento psicosocial que en el farmacológico, por el otro. A esto se le suma el acceso abierto a foros donde se pueden discutir todas estas ideas.

En la edición americana existe una sección dedicada a Rober Whitaker, periodista y autor de varios libros, ganador de diversos premios y cuyas investigaciones y publicaciones han suscitado mucha polémica en el ámbito de la salud mental. Recientemente se ha publicado en español su obra “Anatomía de una epidemia”, en la que denuncia la excesiva e injustificada medicalización de los trastornos mentales.

Mad in America para hispanohablantes se hace eco estos días de un artículo del año 2014 escrito por Mikel Valverde (psicólogo clínico) y José Inchauspe (psiquiatra) titulado “Campañas antiestigma y marketing encubierto”, que pone sobre la palestra un tema delicado y preocupante: la manipulación de la información y el uso fraudulento utilizado para beneficio propio de algunas empresas farmacéuticas. Valverde e Inchauspe destapan la verdad oculta sobre una campaña promocional, dirigida a pacientes y familiares, que supuestamente informa de forma veraz acerca de la esquizofrenia. Esta campaña estaba formada por una página web, folletos informativos y carteles aparecidos en dispositivos de salud. Fue lanzada por una conocida compañía farmacéutica que, por supuesto, cuenta entre sus productos con los fármacos promocionados.

En la campaña se difunde información falsa, como que está demostrado el desquilibrio químico y las bases genéticas de la esquizofrenia, que la medicación antipsicótica debe tomarse durante toda la vida o que aquella “protege” el cerebro (cuando hay datos que demuestran que más bien sucede todo lo contrario). Los autores del artículo desmontan punto a punto las afirmaciones de la empresa farmacéutica, pero no con opiniones si no con datos y referencias bibliográficas fiables, como debe ser. Hace unos pocos días escuchaba a una persona decir que “el componente genético de la esquizofrenia está clarísimo” y cosas por el estilo. Cuando le pedí las referencias en las que se basaba (investigaciones que hubiesen demostrado tal cosa) me respondió algo así como que no las conocía, pero que era así. Me encuentro con muchas personas con creencias de este tipo, que las han recibido de alguna parte, tal vez un curso, tal vez una clase de la universidad, pero que nunca se han preocupado en comprobar si eran ciertas o no. Y así, con un conocimiento sesgado o parcial de las cosas, se van difundiendo informaciones falaces. Lo más preocupante es que esto pasa con profesionales de la psicología y la psiquiatra, que son quienes mejor informados y preparados deberían estar. La población general no tiene por qué conocer estos datos. Alguien que está sufriendo, desbordada, al límite, desesperada por encontrar ayuda, una explicación, una solución, puede aceptar como válidas informaciones transmitidas por colectivos con conflictos de intereses claros, como pueden ser algunas compañías farmacéuticas.

¿Son los fármacos malos, innecesarios, totalmente contraproducentes? No. No se trata de demonizar todas las pastillas de forma radical. En ocasiones, un medicamento puede ser útil de forma puntual o más o menos sostenida en el tiempo. El problema que tenemos es que se están prescribiendo dosis por encima de las recomendaciones de las fichas técnicas, de forma generalizada, sin tener en cuenta las particularidades de cada caso, creyendo muchas veces el propio profesional que se debe proceder así, que los antipsicóticos son el único tratamiento eficaz para las psicosis y que deben tomarse de por vida. Pero resulta que no, que muchos casos pueden tratarse sin medicación, o con dosis mínimas o durante un tiempo limitado, etc.

Hay muchas cosas sobre el tratamiento de los síntomas psicóticos que la gente desconoce (incluso un número alarmante de profesionales de la salud). Por ejemplo, el nombre “antipsicótico” encierra en si mismo un engaño, pues lo que hacen estos fármacos no es “curar” o “quitar” la psicosis, si no reducir la intensidad de algunos síntomas, especialmente la angustia, pues en realidad son una suerte de relajantes mayores. Además, existen tratamientos puramente psicológicos que han mostrado resultados prometedores para tratar síntomas como las alucinaciones auditivas o los delirios.

Valverde e Inchauspe señalan varias conclusiones en su escrito, entre ellas las siguientes:

El folleto está orientado a convencer de que la esquizofrenia es una enfermedad crónica muy debilitante, que requiere obligadamente tratamiento farmacológico antipsicótico de manera indefinida. Entre los diversos antipsicóticos existentes se presentan como más idóneos los atípicos y de liberación prolongada, entre los que se anuncia que hay que solo requieren 12 administraciones anuales. La información facilitada sobre los tratamientos, y en particular los antipsicóticos, ni es fidedigna ni está contrastada ni responde a valores de rigor y excelencia.

Se trata de un relato que partiendo de la lucha contra los prejuicios asociados a la enfermedad mental y la necesaria información a pacientes y familiares acerca de la esquizofrenia, desemboca en la publicidad de un antipsicótico depot que la farmacéutica está actualmente promocionado. Del precio de ese fármaco, que nunca ha demostrado que sea más eficaz y tenga menos efectos adversos que otros,(51) no se puede deducir que la empresa sea especialmente generosa y altruista.

Se transmite una imagen llena de prejuicios sobre el paciente con esquizofrenia, como su evolución determinista, su falta de conciencia de enfermedad, la necesidad de medicarlo sin considerar su opinión y su rol de enfermo crónico pasivo. Además, se alienta una clínica de bajas expectativas. Todo ello inserto en una campaña de lucha contra los prejuicios, bajo cuyo auspicio se ofrece esa información. Se trata de un lenguaje y una línea de pensamiento alejados de la medicina basada en la evidencia, incluso del pensamiento más partidario de los tratamientos farmacológicos.”

Existe un problema serio con los conflictos de intereses, tanto en la investigación, como en otros ámbitos que alcanzan incluso a lo político e ideológico. Al diagnosticado de esquizofrenia u otro tipo de psicosis se le suele tratar mal, digámoslo así de claro. Se le infantiliza, humilla, denigra, desautoriza y desconsidera de forma flagrante. Ingresos forzosos, declaraciones de incapacidad, tratamientos obligatorios de dudosa eficacia... Prescripciones de medicamentos a dosis tan altas que en muchas ocasiones anulan casi por completo a la persona. Y al entorno, a la familia que no sabe qué hacer ni qué es lo que está pasando, se le da información sesgada y les pintan un futuro verdaderamente sombrío. Pero, ¿se obra así solo por interés propio o es también un síntoma del nihilismo terapéutico, el desconocimiento y la desgana de algunos profesionales?

Algunos seguimos mirando un poco más hacia el norte, a ese lugar en Finlandia en el que se están obteniendo resultados fabulosos atendiendo casos de lo que llamamos psicosis con intervenciones basadas en la psicoterapia, la familia, el contexto social y usando la medicación solo como una ayuda más para atravesar el proceso que tanto sufrimiento e incomprensión conlleva.

viernes, 7 de octubre de 2016

Los padres contra los deberes: aportaciones desde la psicología

Durante las dos últimas semanas ha sido noticia la campaña iniciada por la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA) que lleva por título “En la escuela falta una asignatura: Mi tiempo libre”. Se trata de una llamada de atención hacia la excesiva cantidad de deberes que tienen que hacer en la actualidad los niños y adolescentes. El número de tareas para hacer en casa es tan alto que ocupa un gran número de horas de tiempo extraescolar, incluyendo fines de semana. Y eso sin contar el tiempo necesario para estudiar y preparar exámenes.


La campaña de CEAPA defiende algunos puntos importantes, siendo algunos de ellos los siguientes:

- Los deberes son un método de aprendizaje de erróneo.
- Los deberes sobrecargan al alumno.
- Los deberes generan situaciones de desigualdad entre el alumnado.
- Los deberes vulneran los derechos del niño.
- Los deberes suponen una intromisión e injerencia en la vida familiar y el tiempo de ocio.

Este problema no afecta solo a la población española. Lo anterior queda en evidencia si echamos un vistazo a un artículo publicado recientemente en la revista Monitor on Psychology, editada por la Asociación Americana de Psicología (APA). En este trabajo se hace una reivisón de lo que dice la investigación disponible hasta la fecha acerca de la idoneidad de los deberes de las alumnas. Algunas de las conclusiones más importantes señaladas en el artículo son las siguientes:

- Los deberes pueden producir beneficios (mayor comprensión y retención del material, por ejemplo), pero no necesariamente en todos los alumnos.
- Aunque sean beneficiosos, existe un límite a partir del cual los deberes no aportan mejores resultados. Algunos expertos proponen la llamada “regla de los 10 minutos”: los deberes no deben suponer más de 10 minutos diarios por grado, siendo el máximo aconsejable de 2 horas al llegar al instituto. Tiempos superiores pueden tener incluso consecuencias negativas: mayores niveles de estrés, problemas de sueño, menos tiempo para pasar con la familia, etc.
- Niños grandes y pequeños necesitan disponer de algún tiempo libre para hacer actividades agradables, ejercicio y socializar.
- Un estudio mostró que aquellos jóvenes que dedicaban una gran cantidad de tiempo a los deberes estaban más implicados en la escuela, pero a cambio sufrían más problemas de salud física y síntomas como dolores de cabeza y estomacales o falta de sueño.
- Otros estudios demuestran que reducir los deberes a un tercio o la mitad no influye de forma negativa en los resultados de los exámenes.
- Más que aumentar la cantidad de tareas a completar, es importante que estas sean de calidad (más calidad y menor cantidad).

La sobrecarga de trabajo, actividades, tareas y quehaceres en general de los niños y niñas de nuestra sociedad es el fiel reflejo del ritmo de vida occidental. Nos encontramos la mayor parte del tiempo envueltos en una frenética actividad donde el pararse un momento y tomarse un respiro paraece estar mal visto. Vivimos un momento en el que la valía de las personas se mide en por lo que se hace en lugar de por lo que se es. Hablamos del aumento de los casos de hiperactividad, pero no nos damos cuenta de que estamos inmersos en una época hiperactiva en si misma. Y en esto nos convertimos en modelos negativos de los más jóvenes, fomentando, además, un espíritu de competición poco saludable. Se genera también mucha frustración en aquellos chicos que necesitan más tiempo para obtener el mismo rendimiento que otros compañeros. Se confunden los resultados académicos con el nivel de inteligencia y se deja de favorecer el aprendizaje y desarrollo de otro tipo de conocimientos más pragmáticos para la vida de la persona en desarrollo.

El tiempo para el ocio, el deporte, el descanso o la simple contemplación (llamémosle meditación, por ejemplo) de la vida es necesario para un adecuado desarrollo de la mente humana y, con ella, de la sociedad.



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Psicología Clínica en Atención Primaria

Durante este mes de Septiembre hemos asistido a la publicación de un buen puñado de noticias centradas en el potencial papel del Psicólogo Clínico en los centros de Atención Primaria de los servicios de salud de las diferentes comunidades autonómicas del estado español. Sirvan como ejemplo las siguientes:


Más arriba uso la palabra “potencial” porque la figura de la especialista en psicología clínica que trabaje en los equipos de Atención Primaria (los centros de salud donde se consulta con el “médico de cabecera”) no existe actualmente como tal. Los psicólogos clínicos desempeñan sus funciones, por norma general, en servicios específicos de salud mental, es decir, en atención especializada (niveles de atención secundarios o teciarios). Sin embargo, en los últimos años ha surgido un debate acerca de la utilidad de contar con psicólogos clínicos que trabajen integrados en los equipos de los centros de salud. En ese sentido, en algunas comunidades ya se han dado pasos adelante. En la Comunidad de Madrid se aprobó el pasado 30 de Mayo la incorporación de estos profesionales en Atención Primaria. A penas un mes después, el 20de Junio Les Corts Valencianes aprobaron la creación de la figura del “Psicólogo Clínico de Atención Primaria”.

El contenido de las noticias listadas más arriba hace referencia a los datos obtenidos mediante el proyecto PsicAP, “un ensayo clínico que pretende llevar la psicoeducación y el entrenamiento en técnicas psicológicas cognitivo-conductuales a los pacientes que acuden a Atención Primaria con alguno de los desórdenes emocionales más frecuentes: problemas de ansiedad, depresión leve o moderada, así como somatizaciones. Se trata de un ensayo multicéntrico que se desarrolla en las Comunidades Autónomas de Madrid, Valencia, Castilla-La Mancha, Islas Baleares y País Vasco. Este ensayo pretende demostrar que este tipo de abordaje psicológico es más eficaz y eficiente que el tratamiento habitual que se ofrece en Atención Primaria”. Este ensayo, a su vez, viene precedido por el Programa IATP (Improving Access To Psychological Therapies) del Reino Unido, cuyo objetivo es facilitar a la población el acceso a los tratamientos psicológicos y disminuir la prevalencia de los problemas de salud mental en Atención Primaria.


 

El programa de formación de la psicóloga interna residente (PIR) incluye tres meses de estancia en un centro de Atención Primaria. En el caso de los residentes de Gijón, algunas tardes también complementan las horas de atención continuada en algunos centros de salud, actualmente llevado a cabo tratamientos psicológicos grupales para la ansiedad o la depresión, por ejemplo.

Mi experiencia personal en estos dispositivos es bastante satisfactoria. Los médicos en general valoran bastante el papel de las intervenciones psicológicas y colaboran activamente en el desarrollo de los programas de tratamiento que les proponemos. El porcentaje de casos atendidos a diario por ellos y que acuden por un problema relacionado con la salud mental es alarmantemente elevado y en muchas ocasiones los profesionales se encuentran con problemas que no saben bien cómo manejar (o no tienen el tiempo suficiente para poder hacerlo). Al contrario de lo que algunas personas piensan, los médicos de primaria son conscientes de que la medicación no es la solución para muchos de los problemas que tratan y critican la elevada prescripción de fármacos que se produce en la actualidad.

La inclusión de la figura de la psicóloga clínica en este nivel de atención puede aportar grandes beneficios a la población y al sistema sanitario: mejoras en las derivaciones de casos a salud mental, trabajo con los equipos del centro de salud en habilidades básicas para atender a personas con trastornos psicológicos, tareas preventivas, mejoras en la evaluación de casos, accesibilidad a servicios de atención psicológica especializada, intervenciones grupales...

En definitiva, parece que el interés por esta propuesta va creciendo poco a poco y se solidifica en algunas comunidades autónomas. En otras, seguiremos a la espera. Habrá que ver, si esto sigue adelante, cómo se las apañan para contar con personal suficiente, porque las cosas están más o menos así (muy mal).

viernes, 23 de septiembre de 2016

Reflexionando con el cine (y los electricistas)

Hoy traigo a este blog un par de recomendaciones cinematográficas con las que se puede tanto disfrutar como reflexionar sobre algunos aspectos relacionados con la psicología. Son dos películas muy lejanas en el tiempo y en cuanto al estilo, pero últimamente me he encontrado hablando con cierta frecuencia sobre ellas en consulta.

La primera de ellas es la más reciente, “Del revés”, una cinta de animación del año 2015, producida por Pixar y distribuida por Walt Disney. El argumento gira alrededor de la importancia de todas las emociones humanas, incluso aquellas que nos producen malestar. La película fomenta el saludable mensaje de la utilidad y aceptación de los sentimientos, de lo perjudicial de tratar de evitar, esconder o desterrar aquellos que no nos gustan. Un mensaje necesario en un mundo en el que muchas veces se difunde la falsa imagen de que sentirse de una determinada manera (enfadado o triste, por ejemplo) es algo “malo” o síntoma de algún tipo de trastorno mental. Muchas personas han aprendido a ocultar o negar emociones básicas como la ira, lo que puede dar lugar a serias dificultades a la hora de afrontar determinados problemas. “Del revés” es una película que toca ligeramente este tema, por lo que puede resultar muy didáctica para los niños y niñas y sus padres, además de ser muy divertida para personas de cualquier edad.


La otra recomendación es un clásico, “El ángel exterminador”, película de 1962 dirigida por Luis Buñuel y que cuenta la historia de un grupo de personas que no son capaces de salir de la habitación en la que se encuentran, a pesar de no existir ningún obstáculo visible que se lo impida. Simplemente, aunque quieren irse de allí, sienten que no pueden y eso los convierte en prisioneros. Aunque parece ser que la intención de Buñuel no era crear ninguna metáfora en particular con la historia, el contenido está abierto a múltiples interpretaciones. A mi me viene a la mente cuando alguien cuenta que se siente incapaz de hacer algo, a pesar de poseer las habilidades necesarias para poder llevarlo a cabo. Sin embargo, muchas veces el mero hecho de creer (quizás hasta el convencimiento y la supuesta certeza) que algo es imposible de conseguir crea una barrera que, efectivamente, confirma este pensamiento. En cualquier caso, lo mejor es que cada una la vea y piense en lo que le sugiere.



*   *   *

Las trampas del pensamiento están puestas por todos lados. Ayer tuvimos un problema grave en el despacho: una inundación causada por un accidente en un piso superior. Debido al flujo del agua por techo y paredes la electricidad dejó de funcionar. Esta tarde, mientras esperaba a que el electricista llegara para revisar la instalación, me imaginaba que aquello iba a darle mucho trabajo: todavía hay mucha humedad y se ha filtrado por muchos sitios, así que no parecía que el problema se fuera a solucionar de una forma sencilla. El hombre llegó y solucionó aquello con un simple movimiento de dedo: volviendo a subir el interruptor de la entrada de la electricidad.

Hay ocasiones en las que los problemas que parecen más complicados se solucionan de la forma más simple (pero hay que saber qué tecla tocar, por supuesto).

miércoles, 14 de septiembre de 2016

¿Qué estamos haciendo con la Psicología Clínica?

Es doloroso ver como como una profesión que ha tenido que luchar tanto por llegar a donde está se pone la zancadilla a si misma. Solo los más veteranos saben realmente lo mucho que costó que la psicología clínica adquiriera el estatus de especialidad sanitaria, regulada y reconocida, que se estableciera un sistema de formación consistente y de calidad y que a los profesionales que trabajan en los servicios públicos se les pueda considerar Facultativos Especialistas de Área, situándose de esta forma en el mismo nivel que el de las especialidades médicas, con todo lo que ello implica (no solo en cuanto a sueldo, si no, y principalmente, en cuanto al reconocimiento de la importancia y utilidad de la profesión). Aunque en nuestro país algunas psicólogas ya desempeñaban labores clínicas desde hace décadas, la creación, reconocimiento e implantación de la figura del psicólogo clínico fue un paso histórico y crucial para la disciplina.

Como estas cosas ocurrieron hace ya más de 20 años y los seres humanos tenemos una capacidad asombrosa para olvidar y acomodarnos a las circunstancias, en la actualidad nos encontramos con algunas situaciones que, más que seguir impulsando el crecimiento de la especialidad, se están convirtiendo en verdaderos obstáculos y lastres que amenazan con la posibilidad de perder todo lo conseguido en épocas anteriores. Aquí enumero alguno de los que, en mi opinión, son más preocupantes.

La adopción e imitación (hasta el extremo) del modelo médico clásico. Por modelo médico aquí hay que entender aquel tipo de actividad sanitaria que considera que para tratar cualquier problema de salud lo fundamental es encontrar un diagnóstico y aplicar un tratamiento específico que haya demostrado ser eficaz para curar la patología en cuestión. Una gran parte de la comunidad de la psicología clínica (aunque quizás no tan grande como se piensa) ha adoptado este esquema a su disciplina, que en si mismo no es negativo. El problema surge cuando se hace de forma rígida y se asume que los problemas de salud mental tienen exactamente los mismos mecanismos que los de las enfermedades. Aquellos psicólogos clínicos que siguen este paradigma trabajan haciendo diagnósticos de supuestos trastornos mentales y aplicando el tratamiento que corresponda. Sin embargo, muchos profesionales y especialistas, expertos en la materia y con amplia experiencia tanto en la clínica como en investigación, nos indican que no parece que el esquema “diagnóstico x tratamiento” sea el más adecuado para resolver los problemas psicológicos, ya que, entre otras cosas, semejante enfoque no ha demostrado ser completamente eficaz y deja de lado las características de la persona, sus circunstancias vitales, el contexto, etc. Tampoco tiene en cuenta la importancia de los factores comunes, la cual ya he comentado en otras ocasiones.

El “juego de tronos” de los modelos teóricos. Otro problema los tenemos con la diversidad de modelos teóricos y la consiguientes divisiones internas que llegan a producir. No logramos hablar un lenguaje común y todos sabemos lo que sucede cuando nos encontramos con alguien que no habla nuestro idioma y con quien nos vemos obligados a interaccionar: confusión, frustración... mala comunicación en general. Afortunadamente, creo que la mayoría de psicólogas clínicas son capaces de entenderse y respetar que otras profesionales sigan paradigmas diferentes (recordemos que los psicoterapeutas expertos de diferentes orientaciones teóricas se parecen más entre si que los terapeutas nóveles de la misma escuela). De nuevo el problema surge cuando se adoptan posturas extremas y se entra en el desprestigio, la crítica y la competición entre modelos. Aquel lego en la materia que observe discutir a dos personas con posturas diferentes para ver quien tiene razón tiene que quedarse pasmado. Debe ser algo así como ver a varias personas intentando guiarse en una ciudad, cada una de ellas con un mapa diferente, discutiendo entre ellos cuál tiene el mejor, pero sin mirar realmente la calle que tienen delante.


 

La mala praxis de algunos clínicos. También son, afortunadamente, pocos los profesionales que ejercen su actividad de forma incompetente o incluso perjudicial para sus pacientes, pero nunca lo serán suficientes. El mal hacer, el comportamiento poco ético, la falta de empatía o el uso de procedimientos de dudosa validez, son algunos de los ejemplos de acciones realizadas por parte de algunos psicólogos clínicos y que no hacen más que desprestigiar la profesión. No queremos ni esperamos acertar siempre o ser capaces de solucionar todos los problemas psicosociales de nuestros consultantes, no se trata de eso. Las malas prácticas son otro tipo de actividades, es la falta de honestidad o el no derivar un caso cuando uno no tiene las competencias suficientes para atenderlo o usar una especie de recetario mágico con fórmulas empleadas para todas por igual, sin tener en cuenta las particularidades de cada caso.

Las marcas registradas. Hace unos días volvía a indignarme al ver una cosa que no era nueva para mí pero que no deja de molestarme. Se trata de leer el nombre de un tratamiento psicólogo o programa de intervención, seguido del superíndice “TM” (siglas en inglés de trade mark, “marca registrada”). Yo, iluso de mi, pensaba que cuando investigamos y diseñamos técnicas de intervención o modelos de psicoterapia lo hacemos para ayudar a la gente y por el avance de la ciencia sanitaria y social y que nos vemos en la obligación de que si encontramos métodos eficaces para solucionar problemas debemos difundirlos y facilitar el acceso y la formación al resto de profesionales. Pero parece que otras personas no comparten este punto de vista. Poniendo la marca “TM” o la famosa “R” rodeada de un círculo precisamente lo que hacemos es eso: rodear y proteger el conocimiento, cerrarlo y solo dar acceso a aquellas personas que pasen por caja previamente. ¿Los más perjudicados? Las de siempre, nuestras consultantes.

Desinformación y manipulación: el caso del Máster en Psicología General Sanitaria. Ríos de tinta bañan los foros de internet sobre psicología con respecto al debate acerca de las funciones del Psicólogo General Sanitario (ya explicadas brevemente en esta otra entrada) y su comparación con las de la Psicóloga Clínica. Desgraciadamente, aunque parecen claro las limitaciones del primero de estos profesionales, asistimos a publicaciones en las que algunos psicólogos aseveran que básicamente las capacitaciones de ambas figuras son las mismas y que una psicóloga general sanitaria puede hacer psicoterapia y tratar trastornos. Curiosamente, este mensaje suele transmitirse por parte de personas relacionadas de alguna manera con el citado máster, ya sea porque clases o porque tienen algún otro tipo de vinculación con el asunto. Los alumnos, deseosos de abrir su consulta y dedicarse a aquello con lo que soñaban, se aferran a cualquier información que confirme sus deseos y entonces el conflicto está servido. La población general no tiene (ni le interesa lo más mínimo) que conocer estas diferencias entre las funciones de unos y otros, lo que pueden hacer y lo que no, pero puede salir perjudicada si es atendida por una persona que no está capacitada para atender su problema (pero que cree que si).

Falta de autocrítica y quedarse de brazos cruzados. Los psicólogos clínicos nos sabemos muy bien aquello del locus de control interno/externo, pero parece que en cuanto debatimos sobre el estado de la profesión el “interno” desaparece por completo. Parece que la culpa es del intrusismo (los coach, las enfermeras que dice hacer psicoterapia, los charlatanes), de los políticos y las administraciones (que solos les importa hacer dinero y obvian la salud pública), de la gente (que solo quiere pastillas), de los psiquiatras (que no les gusta que no hayamos estudiado medicina)... No tenemos la costumbre de pararnos a pensar que quizás tenemos algo que ver con lo que nos pasa : vamos cada uno por su lado, nos enfrascamos en batallas interminables sobre cual es el mejor enfoque de terapia, atendemos más a nuestras necesidades que a las de la gente, dejamos de involucrarnos en luchar por el desarrollo de la disciplina en cuanto tenemos una plaza fija... Eso si, nos quejamos mucho en los foros de internet y las barras de los bares. Con los brazos cruzados, por supuesto.


Aunque hay alguna cosa más (que voy a autocensurar), no me gustaría terminar esto solo describiendo la parte sombría. Por suerte existen personas y asociaciones que están haciendo un trabajo encomiable por cambiar las cosas, como son ANPIR, la plataforma APPI o la Mesa Galega da Psicoloxía Clínica, por ejemplo. Es curioso que algunas de estas personas ni siquiera sean todavía especialistas en psicología clínica, pero que estén haciendo mucho más que los que ya llevan un tiempo siéndolo.