Las
técnicas enmarcadas bajo el rótulo de intención, prescripción
o intervención paradójica son un tipo de procedimiento que puede
ser empleado durante el curso de una psicoterapia o tratamiento
psicológico. Aunque existen varios tipos y modalidades, de forma
general se puede decir que se trata de un tipo de directiva en el que
el terapeuta le pide a su paciente que provoque de forma deliberada
el síntoma del que quiere deshacerse (de ahí lo de “paradójico”).
Es decir, frente a la petición que hace una persona que consulta
para que el profesional le ayude a cambiar
algo, la técnica de este último consiste en pedirle a la primera
que no cambie.
La clave reside en que dicha prescripción se hace de tal forma que
logra precisamente el efecto contrario: que se produzca el cambio
deseado.
Dicho
así, parece un procedimiento muy sencillo, pero no lo es. Al igual
que cualquier otra técnica psicológica no es algo que se pueda
emplear a la ligera y que funcione siempre. Es fundamental tener en
cuenta el contexto, tanto aquel en el que se presenta el síntoma
como el de la aplicación de la técnica, así como el de la relación
terapéutica. Uno no puede emplearla de forma sistemática para todo
tipo de problemas o para uno determinado y tampoco cabe esperar que
funcione siempre. Sin embargo, en algunos casos puede resultar una
intervención muy eficaz. De hecho, está considerada como un
tratamiento eficaz para los problemas de insomnio de origen psicológico.
Aunque
no se puede decir con precisión quién fue el primero en usar
prescripciones paradójicas (probablemente ya existían de alguna
manera en la antigüedad), habitualmente se considera que Alfred
Adler y después Victor Frankl, fueron algunos de los primeros
psicoterapeutas en utilizarlas. Durante la segunda mitad del siglo XX
se convirtió en un tipo de intervención aparentemente muy habitual
de la corriente sistémica. Véase, por ejemplo, los primeros
trabajos del grupo de Milán, liderados
por Mara Selvini Palazzoli,
cuyas intenciones quedaban claramente reflejadas en el título de uno
de sus libros de referencia: “Paradoja y contraparadoja”. La
intención paradójica estuvo muy presente también en el trabajo del
grupo del Mental Research Institute de Palo Alto, en California,
pioneros de la psicoterapia breve sistémica. Otros autores dentro de
este paradigma no han usado (o abusado) tanto de esta estrategia. Jay
Haley, por ejemplo, desaconsejaba el uso de este tipo de
intervenciones, salvo que se cumplieran una serie de condiciones.
Otros paradigmas, como la terapia de conducta o la cognitiva, han ido
adoptando también este tipo de procedimiento. Véase, por ejemplo,
en terapia de conducta la técnica de saciación. Incluso algunos
manuales de modificación de conducta se ocupan de ella, como en el
caso del libro de Labrador, que le dedica un capítulo entero (en la edición de 2008).
También se utiliza en algunas terapias de tercera generación, como
en el caso de la terapia de aceptación y compromiso.
La
técnica resulta llamativa por la contradicción que suele encerrar
y se requiere cierta habilidad para proponérsela a la persona que
solicita ayuda (lo que se llama en algunos ámbitos “la venta de la
tarea”). Muchas veces es útil en situaciones en las que la persona
aquejada de un problema intenta controlar algo que solo puede suceder
de forma espontánea. Por ejemplo, uno no puede obligarse a quedarse
dormido. El problema del insomnio, en más de una ocasión, se
mantiene porque el que no consigue dormir hace todo lo posible por
lograrlo. Ese esfuerzo hace que en el sistema nervioso se activen
mecanismos que inhiben el sueño. La intención paradójica utilizada
en estos casos consiste en pedirle a la persona que en lugar de
intentar quedarse dormida trata de permanecer despierta en la cama,
sin el uso de ningún tipo de distracción.
Algunos
problemas sexuales relacionados con la ansiedad de ejecución (la
preocupación por hacerlo “bien” o tener una erección, por
ejemplo) pueden responder favorablemente al uso de esta técnica. En
una ocasión atendí a un hombre que había perdido el deseo sexual
hacia su mujer. Después de evaluar su problema durante la primera
entrevista, le pedí que invitara a su esposa a la siguiente
consulta. Tras analizar conjuntamente con ellos el problema, les
sugerí una intervención paradójica: pedí a la mujer que, en la
intimidad, tratara de excitar a su marido, a la vez que le di a él
indicaciones para que, por todos los medios posibles, se resistiese y
evitara cualquier atisbo de deseo sexual. A la siguiente sesión
acudieron ambos, sonrientes, y aunque no entraron en detalles, me
dijeron que les había ido “bien” y que no iban a necesitar más
consultas. Por supuesto, en casos como este hubo más intervenciones
durante las dos consultas, las cuales crearon el contexto adecuado en
el que la técnica resultó eficaz. Sin
la creación de dicho contexto, la prescripción de forma mecánica
del procedimiento no hubiese resultado útil.
Las
técnicas paradójicas también se pueden aplicar con éxito a los
ataques de ansiedad. En ocasiones pido a las personas con este
problema que se provoquen a sí mismas los síntomas de un ataque de
ansiedad y que los mantengan presentes durante un período
determinado, siempre que no resulte excesivamente desagradable. En
estos casos la intervención resulta útil cuando la persona ha
intentado solucionar sus problema evitando las sensaciones temidas o
las situaciones en las que aparecen las crisis de ansiedad. Al
pedirle que voluntariamente se las provoque lo que se está haciendo
es favorecer la exposición a lo temido. Es decir, puede verse como
una variante de la técnica de la exposición, que es un
procedimiento eficaz para el tratamiento de las conductas evitativas
de algunos trastornos de ansiedad.
Algunos
ideas obsesivas pueden ser tratadas de forma similar. No se puede
dejar de pensar
de forma voluntariamente en algo (sería un procedimiento paradójico,
pues para saber si efectivamente no se está pensando en algo, hay
que pensar en ello). Una mujer me consultó hace un tiempo porque
sentía que no se preocupaba demasiado por diversos temas, en
especial por el bienestar de ciertas personas de su entorno. Le pedí
que cada día dedicara un tiempo determinado a escribir únicamente
todo aquello que le preocupaba, aunque tuviera que repetirlo varias
veces. A la siguiente consulta acudió satisfecha, relatando que ya
no se veía tan invadida por pensamientos preocupantes.
De
nuevo conviene señalar que la técnica en si misma, sin el apoyo de
otros procedimientos terapéuticos, no suele ser eficaz, lo que no
quiere decir que a veces una persona se la pueda aplicar por si misma
con éxito. En muchos casos no es tan importante hacer
lo que se propone como el poder comprender
que existen otras formas de afrontar el problema que uno tiene. Esto
pasa, por ejemplo, con ejercicios paradójicos típicos diseñados
para afrontar la vergüenza, como pedirle a alguien que haga algo
extravagante en público o con algún desconocido, como salir a la
calle con una nariz de payaso puesta o entrar a una tienda de
electrodomésticos a pedir una barra de pan. El mero hecho de plantearse hacer algo tan absurdo puede motivar la aparición de cambios deseables en las personas, sin necesidad de llevar a cabo tales actos.
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